Dos artículos sobre resultado del referéndum

PENSANDO EL REFERÉNDUM

No, ¿o Sí?

Gabriel Delacoste
1 abril, 2022

El No ganó el referéndum, y la LUC fue ratificada. Pero si el referéndum fue una medición de las fuerzas políticas y sociales del país, el resultado fue un empate. La votación quedó muy segmentada por región, por edad y por clase, y dejó mucho para analizar. Hubo, además, un alto número de votos anulados. Y una situación política ambigua, con efectos en todas las direcciones.

Festejos de militantes del No tras el resultado del referéndum, frente a la de Torre Ejecutiva, en Montevideo

Bienvenido, lector, bienvenida, lectora, a la batalla de las interpretaciones. Es la última parada en el largo camino que recorrimos juntos en esto de narrar y pensar las peripecias de la Ley de Urgente Consideración (LUC), desde su trámite parlamentario, pasando por las discusiones sobre si se le interponía un recurso de referéndum, hasta la campaña de firmas y, luego, la campaña electoral. Llegó la noche culminante, y el resultado no fue concluyente. O sí, según a quién se le pregunte. En la última nota antes del referéndum decíamos: «Es posible un escenario freak, de empate, en el que el No gane por un margen muy escaso o, incluso, gracias a los votos en blanco. Un escenario así desataría una batalla de interpretaciones a partir de la noche del domingo y forzaría a construir diagnósticos ambiguos y matizados». Pues aquí estamos. O no, según a quién se le pregunte.

Entonces, repitamos: ganó el No, el gobierno mantuvo básicamente el electorado con el que ganó en noviembre de 2019 y la legislación que sirve de cimiento a su programa sobrevivió a la impugnación. Pero otra vez hay un pero: la elección fue pareja, mucho más de lo que se esperaba. Cada uno elige el relato que mejor le queda. La guerra de interpretaciones empezó incluso antes de que se supieran los resultados. Y en esto tuvieron mucho que ver la Usina de Percepción Ciudadana (UPC), La Diaria y TV Ciudad. Resulta que los canales privados decidieron no hacer proyecciones de escrutinio y que la Corte Electoral cargó primero los circuitos del interior profundo, donde el No tenía ventaja, por lo que si la UPC no hubiera anunciado (correctamente) un empate técnico a las 20.30, habría sido fácil imponer, en la nochecita, la narración de un cómodo triunfo del No, que luego sería difícil de levantar. Como para no olvidar la importancia de los medios públicos y cooperativos.

RESULTADOS

Pasemos de los relatos a los datos. Lo primero que hay que decir es que si el Sí y el No representan visiones generales del país (por ser la síntesis de posturas sobre la educación, las empresas públicas, la política de gasto y la represión), ninguna de ellas es hoy mayoritaria. Hay, en todo caso, una minoría mayor y una segunda minoría. Si calculamos los porcentajes sobre el total de la gente que fue a votar (sin contar los observados), nos da un 48,0 por ciento para el No, un 47,1 por ciento para el Sí, un 1,3 por ciento de voto en blanco y un 3,6 por ciento de voto anulado. Detengámonos en estos últimos números.

Los votos en blanco estuvieron un poco por debajo de su promedio histórico, mientras que los anulados crecieron a casi el doble de lo usual. Aunque sean expresiones de abstención, dicen algunas cosas. Primero, al ver la gran diferencia en la variación del voto en blanco y el anulado, podemos especular que se trata de votantes sofisticados, que entendieron que las reglas sumaban los votos en blanco al No. Podemos decir, además, que la intención de algunos personajes de ultraderecha de marcar votos llamando al voto en blanco logró que este… decreciera. El voto anulado, por su propia naturaleza, es difícil de interpretar. Quizás se trate de expresiones de posturas ideológicas o de disconformidad con las organizaciones que llevaron adelante las campañas. Es posible que a esto se sume cierto grado de despolitización y desinterés. Pero, en cualquier caso, hay que constatar que una parte importante del electorado no se sintió convocada por las opciones representadas por el Sí y el No, a lo que hay que sumar que la participación en el referéndum fue unos 5 puntos porcentuales inferior a lo que suele ser en las elecciones nacionales.

Volvamos a lo parejo del resultado, que, además de parejo, fue inesperado. Desde fines del año pasado, el promedio de las encuestas de las principales empresas daba una ventaja de alrededor del 8 por ciento para el No, que en las últimas semanas se redujo (si tomamos el promedio entre estas empresas) al 3,5 por ciento. El resultado real fue mucho más angosto. Cosa que fue predicha, una vez más, por la UPC. El resultado puede ser visto como una irrupción del estado real de la opinión pública frente a unas encuestas que mostraban un gobierno con un amplio apoyo social. Cuando desagregamos el resultado, queda mucho para interpretar. El análisis de los resultados por circuito hecho por el diario El País muestra una ventaja abrumadora del Sí entre los jóvenes (el 66,6 por ciento entre los menores de 33 años), pero una ventaja para el No en todas las categorías de edad por encima de los 43 años. Esto pudo verse la noche del domingo en la concentración del Sí en la explanada municipal, donde había prácticamente solo jóvenes.

El referéndum también mostró patrones claros en cuanto a la geografía. El Sí ganó en Montevideo, Canelones y Paysandú; el No ganó en los otros 16 departamentos. Esto disparó en la izquierda, como cada elección, la discusión sobre «el problema del interior». Antes de entrar en mucho detalle, hay que relativizar que esta haya sido una elección tan mala para el Sí en el interior. Para establecer un punto de comparación, en las elecciones departamentales de 2020, la coalición gobernante sumó, fuera de Montevideo y Canelones, un 63 por ciento de los votos –contra un 27 por ciento del Frente Amplio (FA)–, mientras que el domingo el No obtuvo allí un 55 por ciento de los votos –contra un 40 por ciento del Sí–. Si bien la derecha derrotó una vez más a la izquierda en el interior, esta última no necesariamente está peor de lo que estuvo allí históricamente, salvo que se compare con elecciones especialmente buenas, como las departamentales de 2005 o las nacionales de 2014.

Una segunda relativización es que el interior no es uno solo. Los departamentos no se mueven electoralmente en la misma dirección. El desplome de la izquierda, a partir de 2019, se da fundamentalmente en la frontera norte con Brasil: en Artigas el No ganó por una diferencia de 33 puntos y en Rivera sacó la friolera de 47 puntos de ventaja. Esto es especialmente notable porque son departamentos donde hace no tanto la izquierda era competitiva. Algo parecido podemos decir de Maldonado, que históricamente ha sido uno de los lugares donde mejor votó la izquierda y que esta vez dio 17 puntos de ventaja al No, luego de una campaña en la que Darío Pérez salió junto con Enrique Antía a hacer campaña por esta opción. La contracara de esto es Paysandú, que merece una atención particular (véase el recuadro).

El territorio, en una ciudad segregada, delata la clase. Nuevamente, según un relevamiento de El País, el No ganó con luz en Carrasco, Punta Carretas, Punta Gorda, Pocitos, Carrasco Norte y Buceo; el Sí ganó en 54 barrios y arrasó en la periferia: superó el 70 por ciento en Tres Ombúes, Pajas Blancas, Nuevo París y La Paloma, y el 60 por ciento en Casavalle, Sayago, Bañados de Carrasco, La Teja y el Cerro; en el Parque Rodó, el Centro, Malvín, Cordón, Palermo y el Parque Batlle hubo casi empates. El mapa de Montevideo muestra a la perfección una división política entre los ricos y los pobres, y una batalla por la clase media.

Las elecciones nunca se pierden en un solo lugar. Las pocas decenas de miles de votos que habrían sido necesarias para que ganara el Sí se podrían haber conseguido perdiendo por menos en Rivera o en Maldonado; apuntando a departamentos con lugar para crecer, como Florida, Soriano y San José; aumentando la distancia en la zona metropolitana, o ganando en el centro-sur de Montevideo. La evaluación de esto, más que una valoración empírica, requeriría un pensamiento estratégico. Por lo pronto, sería interesante que, en vez de echarse la culpa, las diferentes partes de esta alianza implícita pudieran conocerse y reconocerse, y preguntarse qué hacer juntas.

Militantes del Sí en la explanada de la Intendencia de Montevideo, luego de conocerse el resultado del referéndum 

Para la izquierda y la militancia popular, el empate puede ser esperanzador: las encuestas hacían prever algo peor y la campaña del No gastó mucho más, tuvo un amplio apoyo mediático y estatal, y contó con un presidente aparentemente bien aprobado. Los logros no son pocos. El debate sobre la LUC se estiró más de un año, lo que significó un costo altísimo a la decisión del gobierno de darle un trámite exprés. Se desplegó un discurso valiente en seguridad, que atacó de frente al punitivismo, matando, una vez más, el mito de que en Uruguay existe un clamor popular por más palo y cárcel. Se densificó ideológicamente al electorado de izquierda: un 47 por ciento de la gente votó contra la privatización, la represión, el desalojo exprés, etcétera, sin que mediara el carisma de ningún candidato ni ningún corrimiento al centro. Se confirmó una extraordinaria capacidad cognitiva de una parte importante del electorado para ignorar el bombardeo de propaganda y simulacro mediático. Se demostró la capacidad de la política amateur de producir empates contra la política profesional.

Los porcentajes del domingo fueron casi idénticos a los del balotaje si trasladamos el FA al Sí. En muchos análisis (¡incluido este!) la traslación es casi automática, lo que es un error analítico y político profundo, hijo de un reflejo partidocentrista, que habría que revisar. La relación entre el FA y las diferentes militancias sociales, populares y de izquierda es compleja y viscosa, con zonas de superposición y conflicto. Basta recordar el agrio proceso de discusión sobre si salir a juntar firmas o no, que llevó a la ruptura de la primera Intersocial y mostró las complejas relaciones de fuerzas dentro del FA y el PIT-CNT; el ruido que produjo la «unificación del comando» que supuso el paso de Fernando Pereira de uno al otro; la torpeza de la izquierda ante el 8 de marzo, y el hecho de que las intersociales del interior tienen composiciones y formas de operar distintas a las de la «central».

En la larga guerra de desgaste del neoliberalismo contra la vida colectiva y lo público, un empate permite ganar tiempo, pero no habilita triunfalismos. No estamos ante las mayorías amplias en defensa de lo público que en 1992 y 2003 liquidaron a Lacalle (padre) y a Batlle (sobrino nieto). Para la izquierda es doloroso pensar que, después de tanto esfuerzo, faltaron unos pocos miles de votos, con los que hoy estaríamos hablando de cómo el programa de reformas de Lacalle (hijo) está en la lona. Se ha usado mucho, estos días, la metáfora de David y Goliat. Pero hay que recordar que David, al ver la oportunidad, liquidó a Goliat de un hondazo, con un solo golpe en la frente. El hondazo del domingo, aunque meritorio y conmovedor, no fue definitorio. Goliat, enojado y asustado, prepara su lanza.

NO

Volvamos a la lucha de interpretaciones. El domingo, Luis Lacalle Pou salió a hacer lo que hace siempre que las cosas van mal: una conferencia de prensa para retomar el control de la narrativa. El guion era previsible: el No ganó con claridad y la agenda del gobierno seguirá imperturbable. Pero, quizás por primera vez, el intérprete no estuvo fino. Se vio a un Lacalle incómodo, sin la claridad que lo caracteriza. Esa misma noche, una cámara de El País captó a Guido Manini Ríos comentando los resultados: «Esto a todos nos pone nerviosos. Somos conscientes de que con cualquier error perdemos, porque esta diferencia dentro de dos años no está más». En los días siguientes, Manini Ríos se mostró crítico con el gobierno y el funcionamiento de la coalición en varias entrevistas. A esto se sumaron las declaraciones del senador blanco Jorge Gandini en el programa Fácil desviarse, quien, sobre la reforma de la seguridad, dijo: «Estas reformas solo se hacen lejos de la elección, y ya nos comimos dos años»; «Yo no voy a votar una ley que me asegure perder la elección siguiente». Estas son demostraciones de que el resultado del referéndum fue un golpe para una coalición que cruje y ve en peligro su agenda.

Pero cuidado con ese susto. Puede que la derecha sea más peligrosa cuando está asustada. La LUC, no olvidemos, es una máquina de represión política, que facilita reprimir huelgas, manifestaciones callejeras y encontronazos con la Policía, mientras aísla a los espías de la inteligencia del control político. El oficialismo viene diciendo hace semanas que la izquierda es antidemocrática y enemiga de la Policía, cosa que es difícil no ver como una preparación discursiva de la represión. El actual gobierno ya mostró su intención de atacar a la militancia y la intelectualidad de izquierda en su retaguardia: intentará regular la actividad sindical y presionar, como ya lo viene haciendo, a los docentes y los estudiantes de la educación pública para que se autocensuren.

Es cierto que la división de la opinión pública y la cada vez mayor cercanía del calendario electoral pueden aconsejar prudencia al gobierno, pero el programa es grande, los aliados reclaman avanzar y las chances de que la izquierda logre convocar otro referéndum son bajas. La LUC puso los cimientos de muchas reformas neoliberales, y aprovecharlos es una gran tentación para la mayoría parlamentaria derechista. Y una victoria, aunque angosta, es una victoria. Lacalle y su ley fundamental sobrevivieron al referéndum, como en su momento Julio María Sanguinetti y su ley de caducidad sobrevivieron al referéndum de 1989. Con aquella victoria, Sanguinetti se convirtió en el principal dirigente de la derecha uruguaya y lo fue por un par de décadas, hasta que ungió a Lacalle (hijo) como sucesor (quizás para envidia de su padre). Hizo época con su discurso sobre la democracia (su palabra clave) y sus intentos de cooptar a la izquierda con un lenguaje socialdemócrata y un personaje culto.

Lacalle (hijo) no habla tanto de democracia como de libertad, en un cambio de eje no menor, en la dirección de un liberalismo más puro. Es el primer presidente que viene de la educación privada y con cuadros que vienen del mundo de los mánager y una agenda que viene de los think tanks. La Tahona está en ese noreste de la zona metropolitana donde están el nuevo aeropuerto y el nuevo estadio de Peñarol: una zona de autopistas, asentamientos, cuarteles y barrios privados. Una anticiudad sin espacio público. Este miniperfil viene a cuento porque si después de zafar del referéndum Lacalle está llamado a ser el jefe de la derecha por un largo tiempo, conviene ir pensando lo que esto significa.

La LUC es un maletín con 100.000 dólares. Un inquilino fácil de echar. Un comercio que quiere evadir impuestos. Un patrón que sabe que le va a ser fácil desalojar una ocupación. Un policía autorizado a reprimir una protesta. Una multinacional que compra acciones de empresas que hasta ahora eran propiedad del Estado. Una cárcel infesta y hacinada. Un gradual desplazamiento hacia un sistema de educación de mercado. Al no haber sido derogada, todo eso crecerá. Todo lo que se ocultó o se matizó hasta ahora se mostrará en toda su fuerza.

FIN

La LUC ya no dominará la discusión pública. Otros temas tomarán la agenda. O los mismos con otras excusas. El empate entre las dos mitades políticas del país, en algún momento, se va a desequilibrar, y de ahí saldrá un nuevo mapa. La pregunta es cómo y cuándo va a pasar eso y en favor de quién. No es evidente dónde ni cómo se va a dar esa disputa, que va a tener tanto de política como de económica y cultural. Y, aunque sus efectos seguramente se verán en futuras elecciones, no es, en lo fundamental, una disputa electoral. El referéndum enlenteció y complicó el avance neoliberal por un año. Esta bala ya fue usada. Será necesario cavar nuevas trincheras y hacer otros movimientos desde los mundos sociales y los territorios. Y eso va a tener que suceder rápido.

«CREO EN UNA POLÍTICA LO MÁS HORIZONTAL POSIBLE»

La victoria del Sí en Paysandú puso todos los ojos allí. Brecha llamó a Gabriela Fallini, militante socialista de 27 años y presidenta de la departamental del Frente Amplio (FA) en Paysandú.

—¿Cómo es ser presidenta de una departamental del FA?

—Es un poco extraño. Tengo 27 años. No es que tenga una vida militando. No es lo mismo para una mujer joven que para un hombre adulto. En la campaña y en el primer mes luego de asumir tuve que enfrentar muchas cosas. La gente subestima mucho a los jóvenes, subestima mucho a las mujeres. Encontrarme en ese lugar y mostrar que puedo fue un doble desafío. Ahora venimos bien, y este resultado nos respalda bastante.

—¿Ustedes esperaban la victoria del Sí en Paysandú?

—En el último tramo sí. Yo, al menos, estaba convencida de que en Paysandú ganaba el Sí.

—¿Qué forma de hacer política se construyó en la campaña?

—Esta campaña tenía que superar lo político-partidario. La que tenía que tomar el impulso de organizar la comisión fue la Intersocial, que nuclea a Fucvam [Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua], el PIT-CNT, la Iglesia valdense, entre otras organizaciones. Después nos sumamos los partidos políticos. Y había que mantener el equilibrio. Nos ayudó que estuvieran David Helguera, del Partido Colorado; Sergio Rodríguez, del Partido Nacional; Martín Andrade, de la Unidad Popular. Había mucha amplitud.

—Después de las elecciones departamentales, hubo una gran discusión sobre el interior y la izquierda, y mucha gente vio en Andrés Lima y su estilo basado en liderazgos locales un modelo para ganar en el interior. Parecería que la forma como ganó el Sí en Paysandú es distinta. ¿Es así?

—Es un debate que tenemos que dar. Históricamente el interior está acostumbrado a ser caudillista. Yo, en lo personal, no comparto el caudillismo: creo en una política lo más horizontal posible. También es algo de cada territorio: no todos los territorios son iguales. Pero no es un debate que hayamos dado, sino un debate que tenemos que dar. Es un tema interesante.

CON EL HISTORIADOR Y POLITÓLOGO GERARDO CAETANO

Un triunfo bastante pírrico

Víctor Hugo Abelando
31 marzo, 2022

Gerardo Caetano

Los resultados del domingo 27 permiten lecturas políticas que, más allá del mantenimiento de los artículos de la LUC cuestionados, no dejan en buena posición a la coalición gobernante, concluyó el historiador: «El oficialismo esperaba otra cosa, en medio de un pleito que era ideológico, cultural, político en el sentido más amplio». A su criterio, se abre una nueva oportunidad para el reposicionamiento del Frente Amplio y de las organizaciones sociales, especialmente debido al impulso de la militancia desde «abajo».

—¿Qué reflexión inicial le merecen los resultados del domingo 27?

—Primero, lo obvio: el favorito era el No y ganó. La ley queda firme. Se estimaba que el Sí estaba creciendo, pero finalmente no le alcanzó. Esos son los hechos. Los 135 artículos impugnados quedan firmes. Lo otro son las lecturas y los impactos políticos que deja este resultado tan estrecho. Hay que ser muy necio para no advertir ciertas cosas: el Sí votó por encima de lo que se pensaba, de lo que estimaban las encuestadoras y los analistas, al tiempo que el gobierno esperaba una diferencia más holgada. Por cierto que nadie juega para perder, pero los balances del resultado y las consecuencias que deja no son una simple anécdota. El Sí votó por encima de sus posibilidades, y ello a pesar de que no fue una gran campaña del Sí en general y de que las asimetrías en términos de financiación y presencia mediática fueron notables. Sorprende, en verdad, que algunos nieguen esto. Los ciudadanos no son tan manipulables como se cree.

—¿Hubo diferencias en las dos estrategias de campaña?

—Digamos que el Sí no tenía un centro, como lo tuvo el No desde la Torre Ejecutiva. La campaña del Sí fue más a impulsos personales y sectoriales, con algunos liderazgos de campaña muy evidentes: nuevamente Fernando Pereira, ahora como presidente del FA [Frente Amplio], Alejandro Pacha Sánchez y Óscar Andrade adquirieron un protagonismo muy importante; también lo hizo Carolina Cosse. José Mujica prácticamente estuvo ausente, recién al final se incorporó, pero poco y desdramatizando la relevancia última de la contienda. Y en Mujica todas las señales son señales políticas. Yamandú Orsi, si bien trabajó el territorio, en toda esta campaña también estuvo distante y tendió a coincidir con Mujica en desdramatizar lo que estaba en juego. Pero, desde el protagonismo primordial de los militantes, el Sí tuvo una votación fuerte, sólida.

—¿Hubo un peso importante del aparato del Estado y de la presidencia en la campaña?

 

—Sorprendió el incumplimiento absoluto de lo que el presidente dijo que no iba a hacer y que terminó haciendo: esa cadena «encubierta» con el mensaje final del Sí a la vista. Algunos han dicho que esa aparición final del presidente fue decisiva en el triunfo del No. Además de que es imposible de probar, por lo menos como hipótesis habría que manejar la posibilidad de que el efecto haya sido el contrario. A ello se agregó una actuación muy controversial de la mayoría de la Corte Electoral, otorgándole el color celeste y el No a la opción oficialista y fijando la fecha de votación el 27 de marzo, nada menos que entre los dos últimos partidos de la selección en las eliminatorias. En una hipótesis de mínima, resultan decisiones muy difíciles de explicar. Y lo lamento, pues siempre hay que cuidar al máximo la equidistancia y la neutralidad de una institución tan decisiva para el garantismo ciudadano como la Corte [Electoral]. No quiero hablar de intenciones, pero en estos planos siempre hay que ser y parecer.

Para la oposición política y social, fue una campaña corta, en verano, con indisimulables problemas de financiamiento. El gobierno, en cambio, controló y manejó la coyuntura de acuerdo a su estilo, de acuerdo a esa «política del coaching» y a su más o menos conocido y tradicional estilo. En las filas de la coalición, el único que se alejó de ese libreto y marcó perfilismo propio fue Guido Manini Ríos: su debate con Andrade y hasta sus discursos, con la pieza antológica del general retirado en el que se dio el lujo de invocar juntos y convergentes a Artigas, Batlle y Ordóñez, Herrera, Wilson y Pacheco, marcan esa evidencia. En ese contexto, aunque se lo niegue en forma sistemática, el resultado no fue lo que esperaba el gobierno. Y esta sensación se profundiza cuando se ve lo que dijo Manini en el Radisson: «Si seguimos así, perdemos». Para medir ese primer impacto del domingo a la noche, también es claro registrar que el presidente no estaba en modo celebración. Fue cauto en su discurso y sobre todo marcó una agenda que ya estaba. Dijo lo que tenía que decir: «Etapa superada y a las cosas». Pero emergen evidencias concretas sobre que las sensaciones eran otras, y algunos dirigentes y analistas oficialistas tuvieron que aceptarlo.

Fue un triunfo bastante pírrico. El escenario de un gobierno que se sentía plenamente respaldado y con una distancia muy grande respecto a la oposición no se dio. Parece evidente que el 27 el gobierno pretendía avanzar en uno de sus objetivos centrales: confirmar con una victoria contundente un rumbo y persuadir a la mayoría de la sociedad de ello. Y eso no estuvo. Se ha dicho que «el herrerismo tiene que convencer a la mayoría del país de sus ideas», o «tenemos que promover un rumbo que el Uruguay, desde hace un siglo y medio, no termina de asumir». Si le sacás todo el tema de marketing, la guerra cultural y el manejo mediático, Lacalle Pou cree en eso. A veces se le escapa el señalamiento del núcleo del proyecto, por ejemplo cuando habló de la filosofía «de los malla oro»

—Entonces, ¿hubo sorpresa en el oficialismo?

—Reitero: el gobierno esperaba una reafirmación mucho más holgada de un respaldo a su rumbo. ¿Por qué? Porque creo que, una vez que se consolida el hecho inesperado del referéndum, la idea era que con un FA que no estaba nada convencido y con muchas vacilaciones, el escenario les sería más favorable. En general, los analistas planteaban que era un error ir por la derogación de parte de la LUC [Ley de Urgente Consideración]. No obstante, se consiguen las firmas, incluso con una rotundidad inesperada, en plena pandemia. Claro, después venía una campaña cuesta arriba para la oposición, porque la votación era a fines de marzo, al final del verano, sin plata. Parece bastante claro que en el enfrentamiento de todos esos retos hubo un trabajo muy importante de la militancia, de los militantes.

—Los porcentajes de votación son muy similares a los del balotaje pasado.

—La comparación con noviembre de 2019 surge de inmediato. Pero hay que discernir los contextos. Los resultados parecen casi idénticos, pero son dos coyunturas y dos países muy distintos, luego de la pandemia, con todo lo que ha significado, pero también con un gobierno y un presidente muy distintos a lo esperado. El presidente que ganó la elección tenía un liderazgo muy distinto al actual. Era un liderazgo que dentro del Partido Nacional no era tan monolítico, pero hoy se ha comido al Partido Nacional. Existía la presunción de una coalición que parecía que iba a tener un funcionamiento diferente, donde nadie imaginaba un protagonismo tan excluyente del presidente y, sin embargo, es lo que ha ocurrido. Este es un gobierno «radial», con un presidente que protagoniza todos los temas y después están los otros. En octubre de 2019 había incertidumbres. ¿Cómo iba a funcionar esta coalición inédita? ¿Cuál sería el papel del Partido Colorado? Hoy no está alguien que fue muy importante en la definición electoral, como Ernesto Talvi, que de pronto desapareció de la política. También había alguien como Manini, que era una incertidumbre y que en algún sentido lo sigue siendo, pero Manini ha demostrado desde el primer momento que juega estratégicamente y que apuesta todos los boletos a 2024. En la campaña del referéndum y en la semana posterior lo ha ratificado ampliamente y sigue teniendo la llave de la mayoría parlamentaria. En estos dos años ha recorrido todo el país, pueblo a pueblo. Ha demostrado que es un político astuto y que no da puntada sin hilo.

—También se registró un descenso en la cantidad de votantes.

—Aparentemente votó menos gente, en un referéndum complejo contra 135 artículos de una «ley ferrocarril». En determinado momento, para marcar la estrategia del gobierno, Lacalle no tuvo problema en decir que este era un referéndum a favor o en contra del gobierno, fundando su visión en que la gente no conocía los 135 artículos impugnados. Bueno, era el reconocimiento de que la ley había nacido con problemas. Estoy convencido de que una ley de urgente consideración con casi 500 artículos, que modifica 30 leyes, no es un instrumento correcto para gobernar. En técnica legislativa, una de las claves de cualquier ley es que ella sea conocida por la ciudadanía, que esta se empodere para el uso de habilitaciones, derechos y obligaciones. Es un derecho que no se conoce, no se ejerce y se pierde. En una democracia plena, es responsabilidad de todos los actores que el pueblo conozca con veracidad lo que se está jugando. ¿Cuáles son los pasos que siguen? Bueno, la reforma de la seguridad social adquiere, por muchos motivos, centralidad, junto con la reforma de la educación. Se trata de reformas claves e insoslayables. La reforma de la seguridad social ya debería haber sido hecha. Una de las omisiones de los gobiernos del FA fue no haber asumido eso, que es muy difícil, pero que requiere en cualquier hipótesis acuerdos amplios. En ese sentido, si todo sigue igual, esa reforma va a ser muy difícil. Parece de estricta sensatez que para cumplir esa agenda que el propio presidente anunció el domingo algo tiene que cambiar, tanto en la negociación con la oposición como en el propio funcionamiento de la coalición.

—Los resultados en favor del Sí parecen empujados de manera determinante por «el abajo».

—En un momento de desorden del FA, con el cambio de presidencia, con la transición de liderazgos, con una adaptación a un nuevo rol, con una articulación entre movimientos sociales y FA que todavía no está aceitada, con un desafío en torno a ejes territoriales muy grande, el rol de la militancia fue decisivo. En ese contexto, importó mucho el abajo, porque fue un voto que vino precisamente de ese lugar. Lo fue en la recolección de firmas y lo fue el otro día.

—¿El crecimiento de votos anulados puede ser interpretado como un alejamiento de la política de parte de la población?

—Hubo más abstención, el voto en blanco bajó y el anulado subió. Ahí hay señales. Con la abstención, lo que ocurre es que todavía no tenemos certeza de cuán depurado estaba el padrón. Lo que sí es una señal fuerte, porque es un voto muy sofisticado, es el crecimiento de la anulación. Era más complicado anular el voto que el sobre vacío. El voto en blanco estuvo por debajo de lo que ha sido tradicionalmente. El anulado casi que triplicó al voto en blanco y superó el promedio tradicional. De todas maneras, en un referéndum complejo, en el que vota el 86 por ciento de los habilitados y tenés entre voto en blanco y anulado 6 por ciento, creo que todavía los márgenes de antipolítica, si bien existen, son bajos.

—Desde el Sí se insistió con que la discusión era sobre el contenido de los artículos impugnados, pero ¿las dificultades para conocer su contenido no reflejan que el 27 se juzgó la política del gobierno?

—Era bastante obvio que en más de un sentido iba a ser: gobierno sí o gobierno no. Y, en esa lógica, el gobierno esperaba una ratificación mucho más fuerte. Esta victoria, por mínima, no es lo que esperaba el gobierno. Yo estoy viendo ahora a los voceros oficialistas haciendo grandes esfuerzos discursivos para probar que al gobierno le salió todo bien. Pero el oficialismo esperaba otra cosa, en medio de un pleito que era ideológico, cultural, político en el sentido más amplio.

—¿El resultado afecta a la coalición?

—Como he dicho, este Lacalle Pou que tenemos hoy tiene un peso diferente al que tenía en la campaña de 2019. Ha consolidado una idea de gobierno y de poder que, por lo pronto, domina a todo el Partido Nacional. Este partido parece no tener más espacios que los que dirime el presidente. Por otra parte, eso se ve cuando él termina siendo el vocero de final de campaña, jugando al filo. Vuelvo a reiterar que claramente el que marca un perfil diferente es Manini. La noche del 27 dio señales contradictorias a las que dio el presidente y estuvo mucho más cerca de lo que dijo Fernando Pereira que de lo dicho por Lacalle Pou. Manini, aun con contención, ha sido la piedra en el zapato del gobierno. Y puede llegar a serlo más.

Lo que pasa es que la coalición ha funcionado con rareza, porque el presidente, además de protagonizar casi todos los espacios, prefiere hablar unilateralmente con los líderes, pero no juntarlos en una misma mesa. Eso es una acción de mando, de autoridad. Y ese funcionamiento está visto que genera problemas. Me han dicho que en algunos departamentos la coalición no funciona ya como tal. Es toda una señal, más allá de que tampoco hay que exagerar: la coalición ha funcionado mejor de lo esperado. Pero también es cierto que el Parlamento o el gabinete, solos, no siempre generan la síntesis necesaria. Cuanto más se acerque la fecha de 2024, esta coalición, que ha funcionado hasta ahora razonablemente bien, pero que tiene esa tensión, se va a complicar. Y para los actores, sobre todo los que aparecen con una lógica de subordinación respecto a ese mando tan duro de Lacalle, el futuro será problemático. ¿Le hace bien al país y a la coalición que el Partido Colorado aparezca tan desdibujado? Creo que no, más allá de las garantías que le ha dado al presidente el doctor Sanguinetti, desde la secretaría general de su partido.

—¿Qué significados le aporta al FA el resultado del referéndum?

—Para el FA, el significado apunta a una nueva oportunidad de renovación efectiva. El FA sale muy mal de la última campaña electoral. Sale con un problema de conducción, sale con el desgaste de 15 años de gobierno, con liderazgos que han sido fuertes y decisivos en declinación. A ello se suma ese protagonismo excluyente del presidente de la república, que tiene como contrapartida hablar mucho de diálogo, pero con la oposición nada. Recordemos que es también lo que hizo el FA, a mi juicio con estrategias equivocadas. Buena parte de lo que se requiere hoy desde la oposición, desde el gobierno no se hizo. El FA vuelve a tener una nueva oportunidad, para la que muchos méritos no hizo. Tiene un nuevo presidente muy talentoso, con muchas ganas y capacidad, que, sin embargo, se va a echar en falta en la dirigencia sindical. Ahí hay un hueco que el movimiento sindical debe cubrir con rapidez y consistencia.

El FA nació desde una articulación compleja entre movimiento y coalición. La mayoría de la dirigencia no quería entrar en este referéndum. Si lo hubo, fue porque tanto la militancia de abajo, de las organizaciones sociales como del FA empujaron en esa dirección y lo hicieron en un contexto dificilísimo. También el enfrentamiento entre el Sí y el No forma parte de una controversia, no de una guerra, que es ideológica, cultural. Entre otras muchas cosas, ha habido y seguirá habiendo un contraste entre la coalición oficialista (con sus matices) y esa cultura frenteamplista, esa matriz socialdemócrata, progresista, esa concepción de una democracia más participativa. Con los resultados del 27, puede decirse que, luego de una coyuntura muy crítica, esa matriz y esa cultura han dado una señal fuerte de vitalidad. No es poca cosa.

Pero primero que nada hay que pensar en el país y sus demandas. Claro que después del 27 iba a venir el 28. Pero si no hay una inflexión en las formas y en las ideas que este gobierno ha venido llevando adelante hasta casi la mitad de este mandato, no va a haber políticas de Estado. Creo que en algunos puntos el país las necesita de veras y para promover esa inflexión la mano le corresponde al gobierno. Creo sinceramente que la oposición está abierta a negociar políticas sensatas sobre los temas cruciales de una agenda bien difícil. Como un viejo dirigente nacionalista decía hace algunos años: hay cosas que no se pueden hacer contra el FA y que el FA tampoco puede hacer contra los partidos tradicionales. Y esto no es invocar al pantano, al «agua tibia» o al inmovilismo. Vuelvo a dar el ejemplo central de la reforma de la seguridad social, que el país necesita. Es muy difícil que pueda prosperar sin acuerdos amplios.

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