Las declaraciones de Gavazzo
ante un tribunal generaron
una crisis histórica que
evidenció varias
desinteligencias en la Torre Ejecutiva
Nº2015 – 04 AL 10 DE ABRIL DE 2019
Sobre el siempre pulcro escritorio del presidente en la residencia de las calles Suárez y Reyes había dos voluminosos expedientes reservados, que en total suman 804 fojas. Además del fallo del Tribunal de Honor dispuesto a los militares Luis Maurente, Jorge Silveira y José Gavazzo, Tabaré Vázquez tenía a su alcance ocho páginas con la firma del hasta ese día comandante en jefe del Ejército Guido Manini Ríos.
Sin analizar el contenido de los tribunales que afectaba a los tres oficiales presos y a dos militantes desaparecidos —Roberto Gomensoro y Eduardo Pérez Silveira—, el presidente se concentró en las críticas que el jefe del Ejército había formulado por escrito a “determinadas actuaciones judiciales” y le comunicó que por ese motivo sería relevado.
El posible cese de Manini, que el miércoles 3 dio comienzo de forma oficial a su carrera política, sobrevolaba desde hacía varias semanas los ambientes políticos y militares.
Lo que no estaba en los planes de casi nadie es lo que ocurrió algunos días después. El sábado 30, el periodista Leonardo Haberkorn publicó en El Observador algunos reveladores pasajes de declaraciones ante el tribunal, en especial uno que colocó a siete generales (incluyendo a Manini), al ministro y al subsecretario de Defensa, al secretario de la Presidencia y al propio Vázquez en la mira debido a una notoria omisión: Gavazzo había confesado haber sido el autor de la desaparición del estudiante de Agronomía Gomensoro en 1973 y en conocimiento de un presunto delito, los funcionarios habían eludido notificar a la Justicia como disponen tanto el Código Penal como el reglamento de los tribunales de honor.
Según la versión que Gavazzo ofreció a fines del año pasado a los generales Gustavo Fajardo, José González y Alfredo Erramún, él mismo hizo desaparecer a Gomensoro por orden del entonces jefe de la Región Nº 1 Esteban Cristi, ya que “por temas de desprestigio del Ejército no podía darse a conocer que había fallecido alguien en un cuartel”.
El ahora teniente coronel pasado a reforma aceptó ante sus pares lo que había negado durante años en la Justicia: “Yo lo cargué al vehículo, yo manejé el vehículo, lo llevé al lugar, lo bajé, lo puse en un bote y lo tiré del bote. Yo solo”.
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Una historia de secretos y mentiras
Nº2015 – 04 AL 10 DE ABRIL DE 2019
Por Andrés Danza
Es un tema de confianza. Se podrán buscar mil explicaciones y aventurar todo tipo de teorías, pero al final del día, cuando disminuya el ruido, será la falta de confianza lo que quede. El tenerla habilita a ejercer el poder en plenitud y el liderazgo con certeza. El perderla o nunca haberla tenido provoca verse obligado a reaccionar tarde y en forma drástica para evitar quedar en llamas cuando el incendio ya está propagado.
Ese es el problema de fondo: los militares no confían en el presidente Tabaré Vázquez ni Vázquez en los militares. Están sometidos a él porque así lo marca la Constitución pero cada vez que pueden le recuerdan que no lo respetan tanto como debieran. Entonces Vázquez reacciona en consecuencia, mostrando que es él quien tiene la sartén por el mango. Solo así se explica que durante sus dos gobiernos haya destituido más generales que ministros. Solo así se entiende que una y otra vez se haya enterado de las cuestiones militares más importantes por la prensa.
El primer caso emblemático ocurrió a pocos meses de haber asumido como presidente. El 1º de marzo de 2005, al enumerar sus prioridades con la banda presidencial al pecho, durante un acto en la explanada del Palacio Legislativo, anunció que daría la orden de excavar en los cuarteles militares para buscar los restos óseos de los detenidos desaparecidos. Empezó jugando fuerte y cumplió con su palabra.
Pensaba que para eso contaría con la colaboración de los mandos militares, trabajó para lograrlo, pero obtuvo la mentira como respuesta. Hasta se especuló con un pacto de honor entre el entonces secretario de la Presidencia, Gonzalo Fernández, y algunos del los exrepresores, antes de que los comandantes en jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea entregaran al Poder Ejecutivo informes sobre lo sucedido con los desaparecidos.
Vázquez confió en lo que le dijeron y solicitó a Fernández que llevara a Macarena Gelman a un predio militar para mostrarle el lugar en el que supuestamente había sido enterrada su madre, María Claudia García de Gelman. Las posibilidades de que esa fuera la tumba clandestina eran de “más de 99%”, según los datos que los militares entregaron al Poder Ejecutivo y que Vázquez comunicó públicamente. Tres meses duraron las excavaciones para concluir que en el predio señalado no había nada. Ni enterramientos clandestinos, ni operación zanahoria, ni restos óseos, ni nada. El entonces comandante en jefe del Ejército, Ángel Bertolotti, aseguró haber sido engañado en su buena fe. Hubo enojo del presidente, Tribunal de Honor, algunas sanciones menores pero ninguna destitución.
Distinto fue lo que ocurrió un año después. Con el segundo engaño, Vázquez resolvió no ser tan contemplativo y mostrar por la fuerza de la sanción su poder de mando. Cuando se enteró de que el siguiente comandante en jefe del Ejército, Carlos Díaz, se había reunido con el expresidente colorado Julio Sanguinetti y el exministro de Defensa Yamandú Fau a sus espaldas, lo destituyó de inmediato y también sancionó a los demás generales que habían participado en el encuentro.
En aquella oportunidad fue Búsqueda que difundió el episodio, luego de una investigación que realizamos con el periodista Iván Kirichenko. Vázquez adoptó la decisión la misma mañana que fue publicada la noticia, desde la localidad de Cabo Polonio, a casi 300 kilómetros de Montevideo. Ni siquiera habló con el comandante porque confiaba más en la prensa que en los militares.
También fue un artículo periodístico el que generó la actual crisis política, histórica, entre Vázquez y los militares. El presidente dijo que se enteró del contenido de las terribles confesiones que realizó el exmilitar preso José Nino Gavazzo en un Tribunal de Honor luego de leer la nota del periodista Leonardo Haberkorn en El Observador del sábado 30. Esto es: un procesado relata detalles de un crimen horrendo ante un grupo de generales, todos ellos sometidos a jerarquía política, y el presidente, la persona que ejerce el mayor cargo de poder en Uruguay, se entera por la prensa. Así de insólito. Parece que lo sabían hasta algunos jerarcas de primer nivel del Poder Ejecutivo, pero él se entera, al igual que ocurrió con el caso del excomandante Díaz, porque en algún lugar se produce una filtración que lo deja muy mal parado.
Lo que resuelve es aplicar la medida más dura de un jefe de Estado hacia el Ejército al menos desde el retorno democrático, en 1985. Destituye en un solo movimiento a seis generales, uno de ellos el comandante en jefe, y le acepta la renuncia al ministro de Defensa y al subsecretario de esa cartera.
No tengo confianza en ustedes, transmite entre líneas Vázquez, y estas son las consecuencias. Eso es lo que dio a entender al explicar los motivos de su decisión al periodista Gabriel Pereyra para el canal VTV y Radio Sarandí. Hasta el excomandante en jefe Guido Manini Ríos, su mano derecha por años en el Ejército y también destituido previamente, le ocultó la información en la cara, se quejó durante la entrevista.
Así termina Vázquez su segundo gobierno, de la misma forma que empezó el primero. Otra vez se registran conflictos importantes con el Ejército luego de una serie de engaños, mentiras y secretos. Otra vez los periodistas son los que comunican al primer mandatario lo que está ocurriendo a sus espaldas y él resuelve confiar más en ellos que en los suyos. O al menos así se justifica.
Durante el segundo gobierno del Frente Amplio y los primeros años del tercero nada de esto ocurrió. Porque ahí sí que había confianza, esa es la diferencia. Los militares confían en los tupamaros y los tupamaros en los militares. Comparten códigos de excombatientes. Mientras José Mujica fue presidente no hubo ninguna destitución militar de relevancia y tampoco cuando Eleuterio Fernández Huidobro se desempeñó como ministro de Defensa, los primeros dos años del actual gobierno.
“Mi general”, le decían a Fernández Huidobro. El “hombre viejo”, llamaban a Mujica como señal de respeto y hasta hace unos meses se reunían con él en forma frecuente. Fernández Huidobro falleció y Mujica tomó cierta distancia del gobierno y ahí empezaron los problemas. ¿O alguien piensa que esto hubiera ocurrido con Fernández Huidobro como ministro? La novedad es que ya no están los tupamaros a cargo y se quebró una lealtad generada por años de intercambio y de intereses comunes. Así lo muestran los hechos. Era necesario que tarde o temprano esto ocurriera, pero también son inevitables las complicadas consecuencias. Y da la sensación de que recién empiezan.