– Ustedes dicen en la introducción que la violencia sexual como la tortura y la prisión prolongada en épocas de dictadura, pasó a formar parte de la “cultura de la impunidad”. ¿Persiste hasta ahora esa cultura de la impunidad en crímenes por violencia sexual?-
Absolutamente. Una de las tesis centrales en muchos de los artículos que propone el libro es pensar en las marcas de la impunidad, del no castigo ni investigación de los crímenes cometidos por el Estado terrorista.
Los crímenes sexuales siguen portando una sombra de sospecha sobre las víctimas, que muchas veces impide la denuncia por el riesgo de victimización a la que son sujetas, por un sistema judicial sin capacitación específica, por una policía con déficit de preparación, portadora de estigmas culpabilizadores hacia la mujer, las y los pobres, los y las homosexuales…
Los militares uruguayos siguen protagonizando sucesos de abuso y violencia sexual muchas veces fuera de fronteras: ha habido recientemente denuncias contra contigentes en el Congo, en Haití y en otras zonas. La no resolución histórica del trauma social que significó el terrorismo de Estado y la inexistencia de condena a los culpables de delitos de lesa humanidad sigue siendo una pesada herencia.
Consideramos además, que es impensable divorciar esos efectos de la cultura de la impunidad en la actualidad, de las violencias contra la mujer, de las dificultades persistentes para que más mujeres se incorporen a cargos de dirección relevantes en política o en grupos cercanos a la toma efectiva de decisiones.
– ¿La peligrosidad de las presas revolucionarias o contrarias a la dictadura formaba parte también de la asociación de mujer con “bruja” y “maldad” que justificara su persecución y un castigo “sexual”?-
La peligrosidad sostenida por el discurso represivo sobre la disidencia política y social y sobre las sediciosas estaba impregnada de estigmas devaluadores: “la puta”, “la traidora”. En el caso de los hombres la alusión insultante feminizadora: “el puto”, “la marica”. Aquellas que se animaron a desafiar al poder y a renunciar a su destino doméstico y domesticado siempre son ejes de la más absoluta condena de un Estado autoritario.- En el artículo “El nudo subjetivo y el nudo político” (de Mariana Risso) se dice que “el violador-verdugo no testimonia, silencia, y cuando relata su perspectiva produce un discurso vinculado a alguna moralidad o ley organizadora que lo rescata psíquicamente de lo siniestro de sus acciones (el cumplimiento del deber, las necesidades de la guerra, la obediencia debida, etcétera). Disociando así sus actos y sus dichos del sentido trascendente del daño causado por el abuso y la violencia”.
¿Existe algún estudio sobre el porcentaje de presas que fueron víctimas de violencia sexual? ¿Y de represores violadores?-
Hasta la fecha no existen estudios sobre población y número de víctimas de tortura con abuso sexual específico; estamos dando los primeros tardíos pasos. Hay una larga lista de denunciados como torturadores y violadores, identificados por cientos de presas y presos políticos. Muchos aún viven y gozan de una jubilación como ex funcionarios del Estado. En Uruguay la Justicia es una de las deudas más dolorosamente pendientes.
– ¿Fueron juzgados represores por violencia sexual?
– En Uruguay no hay un solo preso por torturar o por violar durante la dictadura. Los únicos presos por su accionar delictivo en el terrorismo de Estado desde hace unos cinco años, están alojados en una cárcel especialmente construida y han sido condenados en todos los casos por homicidios especialmente agravados y desapariciones forzadas que pudieron ser comprobadas judicialmente.
– ¿Ha habido “escrache” público contra represores que ejercieron la violencia sexual?-
No. Ha habido escraches ocasionales a represores, médicos y psicólogos participantes en torturas, pero no específicamente a criminales violadores. Hay un silencio que aún se mantiene y que parece mezclarse extrañamente con temor y quizá con algo de complacencia.
– ¿La violencia sexual contra las mujeres era sistemática o sólo se utilizaba con determinado tipo de encarceladas y en determinados tipos de tortura?
– Creemos -ya que no hay estudios específicos- que ha sido sistemática en algunos niveles (manoseos, desnudez forzada, exhibición y amenazas de violaciones colectivas, obligación de presenciar torturas y violaciones a otros y otras detenidas y detenidos). Las violaciones que incluyeran penetración posiblemente hayan sido selectivas en algunos casos, como parte del plan sistemático de amedrentamiento y destrucción, no solo de personas sino de grupos de detenidas.
Ya para finalizar, ¿en qué radica la importancia de documentar y de reflexionar sobre la violencia sexual y de género en el terrorismo de Estado? ¿Produce un efecto conciliador romper el círculo del silencio?
– Romper los círculos de silencio en primer lugar es un imperativo ético, no hay sociedad que pueda sanarse en el ocultamiento, la mentira y el encubrimiento de crímenes atroces. Consideramos que reflexionar sobre la violencia sexual al menos genera posibilidades de escucha y pensamiento, lo cual es un grano de arena, pero un grano no menor en un océano de impunidad. La conciliación… en fin, es una palabra complicada y ambiciosa. Quizá algo de verdad y de Justicia ayuden a cicatrizar tantas heridas individuales y colectivas que aún nos están sangrando.