Argentina: testimonio sobre el ESMA

EL TESTIMONIO DE UNA AMIGA DE LA HIJA DE CHAMORRO QUE ESTUVO EN LA ESMA

El otro lado del centro clandestino

Andrea Krichmar fue amiga de Berenice Chamorro. Recuerda haber ido a la ESMA y, en medio de mozos de guantes blancos, ver a una desaparecida por la ventana. Declaró en el Juicio a las Juntas y hoy estará en el Sitio de Memoria.

Por Alejandra Dandan

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La Casa del Almirante de la Escuela de Mecánica de la Armada aún es un misterio. Es uno de los lugares del Sitio de Memoria ESMA donde los visitantes se detienen a hacer preguntas alucinados por los detalles de boiserie francesa y pisos de roble que extreman las diferencias con cualquier otro espacio del ex Centro Clandestino de Detención. Esa fue la casa en la que vivió Rubén Jacinto Chamorro, director de la ESMA entre 1976 y 1979. Andrea Krichmar visitó ese espacio cuando tenía 11 años, en compañía de su amiga Berenice, la hija de Chamorro. Su testimonio es el único relato conocido del espacio familiar dentro de la ESMA, al que los prisioneros no tenían acceso. Ella declaró en 1985 durante el Juicio a las Juntas. Y ahora, detenida frente a una pantalla que recuerda su testimonio, vuelve a recorrer el espacio donde hubo una “enorme mesa servida por mozos de guantes blancos”. Habla de las Coca Cola chiquitas de vidrio. De una película en blanco y negro, de los armarios de esa casa y del tránsito en el salón de descanso de los oficiales donde vio una imagen, para siempre imborrable, de una prisionera a través de la ventana.

“Creo que los mozos me decían ‘niña’ o algo así”, dice Krichmar. “Lo recuerdo porque era muy diferente a mi vida de todos los días. Por acá había una ventana, no una puerta. Y ahí es cuando veo que bajan a una chica de un auto y veo lo que veo. Simplemente es eso. Yo estaba parada y aquí había un auto verde, con dos hombres vestidos de oscuro, apuntando a una persona que estaba totalmente desprotegida. No había forma de que esa persona pudiese representar un peligro para nadie. Yo me acuerdo del Falcon. Ella baja sola. Me acuerdo de que quedó frente a mí y yo veía a los dos hombres y las armas bastante grandes. Ella tenía el pelo largo. Y después de no haber dicho nada durante todo el día, ahí no me pude resistir: ¡¿Pero qué pasa Berenice?!, le dije a mi amiga. Y ella me dice: ‘¿Viste la serie SWAT? Bueno, esto es algo parecido, persiguen a las personas en patrullas’. Creo que todos mis recuerdos se terminan ahí, es como una fotografía. Ahí termina el registro de lo que pasó, pero queda para siempre.”

Krichmar va a volver a visitar el Sitio de Memoria ESMA, ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio esta tarde en la Visita de las Cinco, una actividad que el espacio realiza todos los últimos sábados del mes con la presencia de un invitado especial. Ella vive en Brasil. En 1985 declaró durante cuatro minutos en el Juicio a las Juntas pero sus recuerdos, enormes y detallados, no terminaron ahí. Alejandra Naftal, la directora del Sitio de Memoria, la convocó para registrar sus recuerdos de ese lugar. El testimonio acaba de ser enviado a la Justicia para pedir que se incorpore en la causa.

“Durante años tuve esa imagen presente hasta que un día le pude poner un título: esto fue un secuestro, pensé”, dice Krichmar. “Entendí que esa mujer estaba desaparecida. Que esto había sido un centro clandestino de detención. Y durante muchos años iba a las marchas a pararme delante de las fotos llorando por ella, y por todos. Se me hacía muy difícil saber que nunca iba a saber quién era. Si vive o está muerta. Cuando la Conadep se organizó, yo miraba mucha tele. Era permanente el pedido de convocatoria a declarar. ‘Acercate a dar testimonio’, decían y preguntaban si alguien tenía algo para decir. Yo decía: esto no tiene ninguna validez. No tengo un nombre. No tengo una fecha. Pero un día pasamos frente al Teatro San Martín y le dije al papá de mis hijos: ‘Ya estamos acá, entro y pregunto si esto sirve’. Entré. Era muy fuerte. Estaba todo el mundo. Yo veía un pañuelo blanco y lloraba. Me dan un número, pero me empecé a sentir mal, así que me acerqué a una chica y le dije: ‘Mirá, yo tengo esto para decir, si sirve me quedo’. Ella se va y a los tres minutos vuelve con tres personas mirando a ver dónde estaba la persona que había llegado con esta información. ‘Nosotros somos del grupo de abogados que trabajó para demostrar que aquí funcionaba un centro clandestino de tortura –me dicen con tu declaración se confirma. Si pudiéramos, en este momento descorcharíamos algo, porque esto confirma todo lo que tenemos preparado’. Me abrazaban y besaban. Yo dije, genial, sirvió y con esto termino. Pero no, muchos años después alguien me dijo que esto no termina nunca.”

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SWAT era la serie del momento, dice. “En séptimo grado, teníamos un aula muy angosta y Berenice se iba del lado de afuera del grado. Entonces, todas nosotras empezábamos a cantar la musiquita de la película, pan para pan, y ella daba un golpe en la puerta, se tiraba al piso y entraba rodando haciendo la imitación de cómo empezaba a la serie.”

Era una escuela pública, Liceo de Señoritas Amancio Alcorta, en Caballito. Andrea y Berenice eran mejores amigas. Empezaron la primaria en 1971. En tercero o cuarto grado, Berenice se fue dos años a Estados Unidos a acompañar a su padre a hacer un curso de formación que ella hoy cree que era un programa en doctrinas represivas. Iban a patinar a Palermo. Y como Berenice tenía “tres o cuatro” hermanos varones, una amiga mujer era muy bienvenida a su casa. El padre “agasajaba” a las amigas al invitarlas a pasar una tarde en la Fragata Sarmiento. Y Andrea cree que estuvo más de una vez en la ESMA. Ese lugar, dice, era el lugar en el que vivía Chamorro. Un lugar “donde él se había mudado supuestamente por razones de trabajo”. De otras veces que estuvo no se acuerda, sólo se acuerda de esa vez, la de la ventana. Cree que pudo haber sido un sábado o domingo y que estaba fresco porque su madre insistió con el asunto del saquito.

Hay otras escenas de la casa. La proyección de una película en superocho, las cocas de vidrio de las que hablan los sobrevivientes de Capucha, y el paso más libre de Berenice hacia los cuartos. Ella abrió el armario de la pieza del padre, levantó una almohada de la cama y abrió el cajón de la mesa de luz. “Si me preguntás, hoy no puedo evitar una interpretación de que a lo mejor todo eso para ella era tan fuerte que tenía que dejarlo drenar por algún lado y con alguien tenía que compartirlo. Pero en ese momento para mí era más fuerte registrar lo que me pasaba a mí que registrarla a ella. Era la primera vez que alguien me mostraba un arma.”

Berenice falleció. Ella dejó de verla durante el secundario, cuando los padres se llevaron a su amiga a Sudáfrica. “Cuando una vez, en el secundario, volví a verla, yo sentí que ella no estaba ahí, que era como una especie de momia. Estaba bastante desconectada. Como un fantasma. Nunca fue la chica que se fue. Imagino que eso sucedió poco antes de que yo empiece a atar cabos, en medio de una familia, que también se decía a-política y que yo creo que tampoco sabía nada.”

Andrea supo a través de una amiga que su testimonio quedó incorporado al Nunca Más. Y supo a través de un profesor de su hijo Nicoló que su historia aún era recordada en las visitas a la ex ESMA. “Ahora recién estoy intentando acostumbrarme a que me agradezcan, pero todavía me cuesta. Yo digo que hice simplemente lo correcto. El problema lo tiene, en todo caso, el resto del mundo que no hizo nada.”

 

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