Entonces me asomé rápido y vi una cama donde torturaban a la gente. Era una cama de tropa con elástico de metal. Luego supe que al metal le enganchaban un cable pelado que era el negativo, y tocaban el cuerpo maniatado con otro cable que era el positivo. Esposaban a la persona, la mojaban y le “metían” con 220 directo (220 voltios) en los genitales.
Había un olor tan espantoso ahí adentro… Un olor como a pañal cagado. Años después, cuando mi padre estaba detenido con prisión domiciliaria, de su habitación emanaba el mismo mal olor. Y yo lo relacioné, y me dio la impresión de que es el olor que emana un cuerpo cuando está angustiado. Nunca más pude olvidarme de ese olor. Y yo me pregunto, ¿cómo es posible que un ser humano le haga tanto daño a otro?
De “visita” en La Perla (II).
La tercera vez que me trajeron, mi padre me llevó al ingreso a La Cuadra (sector donde estaban los secuestrados, maniatados y vendados). Él se quedó hablando con el “Chubi” López (José López, un civil juzgado en la megacausa) y yo aproveché y miré al interior de La Cuadra.
Al fondo vi una hilera de colchones con gente desnuda boca abajo, todos atados de pies y manos. Más adelante, cerca del ingreso, había otras personas sentadas en cuclillas en silencio, sobre los colchones. Mi padre me vio que estaba mirando a los secuestrados y me dijo “¿qué mirás, pelotudo?”. Y le respondí “y bueno, ¿entonces para qué me traés?”.
Yo tenía total conocimiento de que a esa gente la mataban. Es decir, los tiraban en un pozo y una comitiva de militares les metía balas y los enterraba. Lo sé porque mi padre hablaba de eso en mi casa.
Al lado de La Cuadra había unas salas que llamaban “oficinas”. Sé que “Palito” Romero le dio acá una paliza muy grande a alguien y lo mató (aclaración: el civil Jorge Romero, juzgado en la megacausa, asesinó a golpes según sobrevivientes al estudiante Raúl Mateo Molina).
El botín de guerra que no era.
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