23/9/2016
Escribe Samuel Blixen
Documentos en poder de Brecha revelan detalles del espionaje desplegado por la inteligencia militar en democracia contra políticos y sindicatos. Sus métodos, los objetivos, el reclutamiento de agentes, el dinero invertido y las presiones para obligar a personas a colaborar con lo que llamaban “la agencia”.
Por razones que pueden ser entendibles, el ministro de Defensa, Jorge Menéndez, dio argumentos deliberadamente confusos en las explicaciones que ofreció a una comisión del Senado sobre el contenido del llamado “archivo paralelo de inteligencia”, que fue incautado en el domicilio del fallecido coronel Elmar Castiglioni.
Y es entendible porque una eventual comisión investigadora parlamentaria –cuya instalación está a consideración de la bancada de diputados del Frente Amplio– podría revelar hasta dónde la secular autonomía militar está fuera del control civil. Sea como sea, el ministro afirmó que el coronel retirado “no tenía nada que ver con el Ministerio de Defensa Nacional, como tampoco el archivo que se encontró en su casa luego de su fallecimiento. Tenemos la certeza de que no existen archivos de inteligencia”. Tal explicación induce a pensar que el coronel Castiglioni elaboró los documentos incautados después que pasó a situación de retiro. También el ministro afirmó: “Hace tiempo, no sólo en este gobierno, también en los anteriores, que Defensa no realiza inteligencia con personas u organismos”.
Las dos afirmaciones son temerarias: los documentos en poder de Castiglioni son fotocopias de originales producidos en reparticiones de la inteligencia militar; son, por tanto, documentos oficiales que están archivados, y esos documentos se refieren a seguimientos de personas, captación de informantes e infiltración de agentes en partidos políticos, sindicatos y empresas del Estado, en operativos realizados en democracia que abarcan a todos los períodos de gobierno.
Estas afirmaciones están sustentadas en la documentación que está en poder de Brecha y cuyo análisis arroja conclusiones sorprendentes sobre los criterios aplicados, las estrategias de espionaje, los “objetivos” priorizados, los métodos de reclutamiento de informantes, la infraestructura y recursos humanos aplicados al espionaje, y hasta la contabilidad de los “sueldos” que se pagaban a los soplones. En sucesivas publicaciones, Brecha brindará detalles del espionaje a que fueron sometidos los “objetivos” de la inteligencia militar, por un criterio de transparencia, y porque los espiados tienen derecho a manejar la información que permita identificar a los espías, que en todos los casos eran miembros de las organizaciones espiadas. Tienen, también, el derecho de reclamar al gobierno el acceso a esa información.
“LA AGENCIA.”
Durante el período en que las actividades de inteligencia militar funcionaron en la órbita de la Dirección Nacional de Información de Defensa (sucesora del Servicio de Información de Defensa y antecesora de la Dirección Nacional de Inteligencia del Estado), el Departamento III gustaba llamarse a sí mismo como “la agencia”, en un remake local de la famosa Cia, precisamente porque contaba con un verdadero ejército de espías. Así, en los formularios donde se transcriben los informes, se consignan los detalles, se adosan comentarios y se estampan directivas, los responsables suelen escribir: “A la agencia no le sirve la información aportada”, o: “Parece que el agente quiere desvincularse de la agencia”.
Por lo que se desprende de los documentos, el Departamento III (que podría ser de contrainteligencia) mantenía una estricta compartimentación y un sistema de claves: el agente era designado con un número, pero en la transcripción de las entrevistas en ocasiones se lo identificaba con un seudónimo, “Salvador”, “Martín”, etcétera. Cada agente tenía un “manipulador”, un militar de inteligencia, presuntamente oficial, también identificado con un seudónimo (“Mauro”, “Solari”, “Diego”), cuyo responsable monitoreaba las entrevistas que se realizaban frecuentemente en las calles y ocasionalmente en la “base” y la “base II”, aunque no hay referencias de su ubicación.
El formulario tiene casilleros para la ubicación y fecha del encuentro, la hora y la duración; ocasionalmente, además del número del agente y el seudónimo del manipulador, se consigna el nombre femenino de quien realizaba la transcripción de las conversaciones grabadas. Se identifica el vehículo utilizado y, cuando es propiedad del informante, el gasto de nafta; también el consumo cuando el encuentro es en un bar. En cada encuentro se establecía el próximo contacto, pero en ocasiones el infiltrado recibía una llamada telefónica convocándolo para una reunión. Hay una cierta rutina en la elección de los lugares de encuentro, que sugiere la zona donde vive o trabaja el agente.
Pese a los rigurosos criterios de compartimentación, en muchos casos el registro de la relación entre agente y manipulador dejaba al descubierto pistas para la identificación del espía. Así ocurría con un “agente” que sacaba información de la Corte Electoral en el período de verificación de firmas para el plebiscito, atendiendo a los pedidos sobre nombres y direcciones; en la transcripción de los informes se indican los horarios y la extensión telefónica para contactarlo. Un fotógrafo que durante dos años espió los movimientos, escuchó conversaciones en Mate Amargo, el quincenario del Mln, y entregó fotografías de actos y manifestaciones (“que no saque panorámicas”, indicó a mano el supervisor), aportó tanta información sobre personas, colegas y actividades, que su identificación sería tarea fácil. O el caso de un manipulador que pretendió retomar el contacto con una joven, llamándola a su casa por teléfono, sin ubicarla; insistió tanto que el padre de la joven llamó a uno de los teléfonos de la “agencia”, advirtiendo que no molestaran más a su hija. El manipulador pudo confirmar después que el padre obtuvo el número buscando en la agenda de su hija.
Un informante del Partido Colorado dio tantas referencias personales para explicar por qué había abandonado el contacto, que su identidad real no sería un problema. Una “fuente” consignó la razón de haber accedido a cierta información: “Yo soy mozo del bar Roma”. El agente que trabajaba para la “agencia” en la Intendencia obtuvo planos de casas y edificios de apartamentos, lo que sugiere no solamente vigilancia sino también allanamiento oculto, como le ocurrió al ministro del Interior del primer gobierno frenteamplista.
La “agencia” procuraba que el agente no sólo obtuviera información o documentos a su alcance; también pretendía que se involucrara en actividades de seguimiento y de relevamiento. El agente 17-G realizó un relevamiento en la finca de San Nicolás 1408 para establecer si allí residían personas llegadas desde Argentina. “Intervinieron la fuente y la señora.” El mismo agente 17-G relevó el fondo, el garage y la planta baja de la finca de Pilcomayo 4776. Se establecieron los nombres de los que vivían allí y la inspección ocular de libros de izquierda, fotos del Che Guevara, balconera del voto verde y bandera del Frente Amplio. No se especificó qué “cobertura” utilizaron los agentes; en cambio, la inspección en una farmacia del Cerro y los apartamentos del edificio pudo ser efectuada haciéndose pasar los “agentes” como empleados de Ose.
Del otro lado, los nombres de los funcionarios de inteligencia y de los militares que cumplían trabajos de campo como manipuladores están muy resguardados. En la documentación a la que accedió Brecha, sólo aparece un nombre (con visos de ser el real) en unos “partes de informe” del jefe del Departamento III, capitán Robert Terra, sobre “Mln-T”, sobre“Evaluación situación actual del Pcu”, sobre “Relevo de Rodney Arismendi”.
LOS MÉTODOS DE LA AGENCIA.
Los documentos permiten establecer los métodos de relacionamiento con los “agentes”. En general establecen vínculos que fomentan la confianza y son permisivos con las “faltas” del informante cuando no concurre a un contacto o cuando da excusas para explicar por qué no obtuvo determinado documento, sea éste el nombre del propietario de un vehículo que otro agente ubicó en las cercanías de un zonal del Partido Comunista o de un cantón del Mln, el texto de una comunicación interna en Aute, o la veracidad de las informaciones brindadas por un espía de la Alianza Nacional, un grupo de extrema derecha con vínculos entre los partidarios de Aldo Rico y la derecha peronista en Argentina.
Los manipuladores también están dispuestos a resolver, en alguna medida, los problemas económicos de los informantes, pero en todos los casos la entrega de dinero –se indica expresamente– es a cambio de resultados. Los “sueldos” que aportan, y que quedan estampados en los formularios, varían según la intensidad de la actividad o la calidad de la información: en un encuentro se entregan 3 mil pesos (a moneda corriente de 1987), en otro se pagan 10 mil pesos, y a un informante se le pide un estimativo de cuánto necesita para vivir y a la vez realizar las tareas, ¿70 mil, 90 mil pesos? Al agente 35, por ejemplo, se le pagaron 10 mil pesos en enero de 1987 por la información que trasmitió sobre las reuniones del Secretariado del Pit-Cnt.
Por lo general, el manipulador no expresa al espía las críticas que internamente se hacen a la calidad de la información; simplemente se insiste en concretar determinadas tareas y muy a menudo se consigna, en los diálogos, que se debe tener cuidado, que el espía no debe arriesgarse a ser detectado. Pero esa condescendencia en ocasiones da paso a verdaderas amenazas y duras críticas que descubren la real naturaleza del vínculo. Un encuentro entre manipulador e informante fue particularmente violento cuando el primero vio accidentalmente en la calle al espía, quien había faltado a un contacto porque “tuve que trabajar”. “Guillermo te quiere pegar un tiro”, amenazó el manipulador.
La “agencia” no descarta ningún reclutamiento, ni siquiera cuando el manipulador descubre que el informante en realidad es un delincuente que vende autos robados. Los documentos revelan el interés del manipulador por definir la personalidad de los “objetivos” que son espiados por su agente; cuando el objetivo está en un puesto clave, de donde se podría obtener directamente la información, el manipulador pregunta sobre el estilo de vida, sobre la existencia de amantes y sobre el volumen de deudas; aunque no se dice, se buscan elementos para un nuevo reclutamiento. Así, el agente 20-G, que en agosto de 1989 vivía pegado al domicilio del objetivo, se pasaba el día y la noche en la ventana, consignando todos los movimientos de un militante del Partido Comunista.
En uno de los formularios, su manipulador, “Diego”, consignaba: “Se continuaron las averiguaciones relacionadas a la posible amante de (…). La Nnf se llama Margarita y se la conoce en el barrio como la flaca Margarita”. En los partes del agente 07, que informaba sobreMate Amargo, el Mro y el Mpp, el manipulador le preguntaba por un periodista y sus acuciantes problemas de dinero; el agente era escéptico sobre el reclutamiento.
LOS FOCOS DE INTERÉS.
La “agencia” no tenía límites a la hora de presionar. Quien en los documentos aparece como “agente 06-E” era en realidad el esposo de una integrante del Comité Central del Partido Comunista que, como se consigna, “se muestra por el momento esquivo a colaborar”, pese a que accedió a mantener contactos en la calle, en abril de 1989. El supervisor “Guillermo” y el manipulador “Diego” concluyen que los argumentos brindados por la fuente “son una estratagema para que se le corte la vigilancia y seguimiento a que está sometido”. El cerco era implacable: el agente no concurrió a un encuentro en Propios y Joanicó, por lo que “se concurrió a la casa y se detectó su vehículo estacionado en la cochera. Se realizó una llamada telefónica a su casa y atendió una Nnf (posible esposa)”. El manipulador consignó que “la fuente está evitando a toda costa ser enganchado”, deduce que “no ha realizado ninguna comunicación al Pcu sobre su abordaje”, y en el formulario explicó las posibles razones: “Podría ser por miedo a represalias o porque en su pasado hay algo turbio”.
El episodio revela el profundo interés en ubicar una fuente cercana al Comité Central. El Pcu era uno de los objetivos prioritarios de la inteligencia militar a la par del Mln, el Mpp, el Pit-Cnt, y el Partido Nacional, al menos a lo largo del proceso sobre la ley de caducidad y su derogación mediante referéndum. Pero el grueso del espionaje se enfocaba en las organizaciones de izquierda y en los sindicatos, donde los agentes se preocupaban de establecer la filiación política de los dirigentes y de todos los militantes que aparecían en las listas. Muchos de los informantes espiaban en círculos de base de las organizaciones políticas, pero tenían una gran capacidad para hacer hablar a los responsables de un grupo o a aquellos que tenían contacto con las direcciones.
Queda claro que la inteligencia militar espiaba a personas y organizaciones, en democracia. Lo que no está claro, y una comisión investigadora podría descubrir, es el para qué, con qué finalidad se espiaba y qué líneas de acción, política o represiva, se generaban a partir de la información obtenida, que costaba tanto trabajo y tanto dinero.