Los archivos de la dictadura y la
memoria subversiva
Escrito por Frei Betto
Las Fuerzas Armadas brasileñas prefieren tergiversar el tema de los archivos de la dictadura. Insisten en la versión que se quemaron. No quedaría nada que exponer al público, pero es imposible apagar la memoria de aquellos 21 años de atrocidades.
Más de 70 años después del infierno nazi, siguen emergiendo a la superficie nuevos datos. No será aquí en Brasil donde se logrará borrar de la historia el largo período en que el Estado cometió, en nombre del Estado y por orden de un Estado presidido por militares, crímenes horrendos como consta en los documentos de la CIA.
A semejanza de lo ocurrido con el genocidio nazi, aquí también sobreviven víctimas. Y esas jamás olvidarán el tiempo en que el arma del Derecho cedió su lugar al derecho de las armas. Hay muertos y desaparecidos -como documentó la Comisión de la Verdad- y sus familiares y amigos no admiten que, a la eliminación de sus vidas, se añada el sello indeleble del silencio.
El gobierno de los Estados Unidos, que patrocinó el golpe militar de 1964 y adiestró a muchos de sus oficiales, tiene un nutrido archivo con el registro de las confesiones de los verdugos. La historia está compuesta por hechos cuyo significado dependen de versiones. En raras ocasiones prevalece la versión del poder sobre la de los vencidos aunque esta última demore en emerger, como lo fue el genocidio indígena cometido por españoles y portugueses durante la colonización de América Latina.
El ejemplo emblemático de la memoria subversiva es el que coloca en el centro de la historia de Occidente a un joven palestino preso, torturado y asesinado en la cruz hace más de dos mil años. Se hizo de todo para que prevalecieran las versiones del imperio romano. Los discípulos de Jesús de Nazaret fueron perseguidos y victimados, la ciudad en la que murió fue invadida y arrasada en el año 70, y los historiadores de la época, como Flavio Josefo y Plinio, no le dedicaron más que una línea.
Sin embargo, sus hechos y sus palabras no cayeron en el olvido. Las comunidades mediterráneas que reconocieron en él, a Dios encarnado, preservaron los relatos de quienes convivieron con él. Treinta años después de que lo clavaran en la cruz, se difundieron las narraciones hoy conocidas con el nombre de evangelios. Lo que se intentó apagar, vio la luz.
Las Fuerzas Armadas brasileñas pueden insistir en no separar la paja del trigo, a contrapelo de lo que hicieron los militares en Argentina, Uruguay y Chile, que se libraron del estigma de complicidad con el horror. Pero jamás apagarán de la memoria nacional las graves violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura.
El pacto de silencio no calla la voz de la historia. La memoria subversiva no confunde amnistía con amnesia. Sólo el silencio de las víctimas podría salvar a los verdugos. Pero eso es imposible. El grito suspendido en el aire resuena. Y exige justicia.