Sobre la Violencia

  LA CRIMINALIDAD 
Y SUS CONTEXTOS

 

Nuestra inseguridad

 
y nuestra delincuencia

Reflexiones sobre uno de los problemas más complejos y acuciantes del Uruguay de hoy, a propósito de algunas particularidades muy frecuentes de la visión con que se lo enfoca.

Por Nicolás Grab

Los dramas de la delincuencia y la inseguridad han llegado a ser angustiantes. Hace largo tiempo que alarman y agobian. No hay duda de que el problema es terrible.

Año 9 Nro 105, miércoles 7 de 
junio de 2017 

Es terrible también en Uruguay, donde tenemos el privilegio de que lo sea mucho menos.

* * *

Es comprensible la reacción de quienes se indignan ante el argumento de que nuestra inseguridad es menos grave que en otros países. Se basan en que los desastres mayores que otros sufran no tienen nada que ver con el hecho de que nosotros, aquí, vivimos horrores que antes no se imaginaban.

Sí: es comprensible, pero puede ser una actitud muy equivocada. En relación con esto hay confusiones que llevan a una apreciación muy descaminada y nociva.

Negar importancia a la criminalidad porque en otros países es mayor, y con ese fundamento resignarse a convivir con ella, es absurdo y condenable. El auge de la delincuencia tiene que movilizar el esfuerzo por evitarla, por razones obvias y múltiples, y nada puede justificar un criterio diferente.

Pero esto no significa que no interese lo que se vive en el entorno, que pueda prescindirse de las realidades y experiencias ajenas sobre los mismos problemas. Que puedan descartarse como irrelevantes los logros y los fracasos de los demás. Ningún esfuerzo estratégico y constructivo puede prosperar en esta lucha (y ninguna valoración de lo que se hace puede ser justa) si parte de una visión irreal de un Uruguay insular, imaginario, ajeno e indiferente a todo lo externo. El territorio y la población, la cultura y los hábitos, los recursos y las restricciones, todo tiene correlatos fuera de la comarca que es forzoso tener en cuenta.

Y sobre esto hay un hecho fundamental que suele olvidarse, y del que es preciso ser conscientes. El que rechaza indignado que se compare la inseguridad de Montevideo con la de San Pablo o Buenos Aires, reclamando que solo comparemos lo que sufrimos hoy con lo que tuvimos antes acá mismo porque lo de ahora es horriblemente peor, olvida o ignora que en Buenos Aires y en San Pablo, como en México o en Costa Rica, dicen lo mismo porque eso mismo les pasa también a ellos. También ellos sufren y denuncian una inseguridad dramáticamente peor que lo que tuvieron antes. No solo no nos distinguimos por estar muy mal (al contrario: estamos mejor que casi todos los demás en América Latina). No nos distinguimos tampoco por estar peor que antes, porque esto último también es general en América Latina: la criminalidad y la inseguridad se han agravado desastrosamente en la enorme mayoría de los países.

El país de América Latina en que el problema es menos agudo es Chile. Ahí están mejor que nosotros, y en toda América solamente les gana Canadá. Pero si los chilenos, en vez de compararse con otros países, miran hacia adentro y confrontan su realidad de hoy con lo que tuvieron en tiempos anteriores, tampoco a ellos les faltan motivos de alarma:

Evolución cuantitativa de algunos delitos en Chile

  Fuentes: véase la nota.[1]

            Un índice muy utilizado y razonable es la cantidad de homicidios intencionales que se cometen anualmente, por cada 100.000 habitantes. El índice medio actual para toda América Latina ha sido estimado entre 18,6 y 24.[2] Uruguay registra 7,6, uno de los más bajos. El de Estados Unidos es 8.[3]

            El índice del Brasil es 30,5: más de cuatro veces el nuestro. “Entre 1985 y 2005, el número de asesinatos en el país creció 237%. … En las tres décadas transcurridas entre 1973 y 2003 murieron más de medio millón de brasileños por disparos de armas de fuego“.[4] “La violencia urbana sigue en aumento en Río de Janeiro: un muerto cada 90 segundos.”[5] “El país registró en 2015 más de cinco violaciones por hora“.[6] “El repunte de violencia existe y parece agravarse. … Entre enero y noviembre [de 2016] se produjeron 5.647 muertes violentas en el estado de Río, un 35% más que en el mismo periodo del año anterior. También hubo un incremento del 56% en el número de robos denunciados, hasta un total de casi 190.000. Un atraco cada tres minutos.”[7]

La situación del Brasil está muy lejos de ser la peor del continente, ni la que más ha empeorado. Venezuela pasó de un índice de homicidios de 20 en 2012 a 62 en 2016. El país más peligroso del mundo es Afganistán, pero los dos que le siguen son Guatemala y México. En El Salvador el índice de homicidios era 41,2 en 2012. En 2016 fue de 80,9, y eso era una mejora porque el año anterior había llegado a 102,9. La capital del país, San Salvador, tiene el índice más alto entre todas las ciudades del mundo: 136,7.[8]

* * *

Nuestro problema de criminalidad e inseguridad es muy grave. Nunca podremos resolverlo, ni siquiera entenderlo, si no lo enfocamos poniéndolo en su debida perspectiva, en el contexto del que forma parte y con conciencia de él. Para los dirigentes que tienen responsabilidades sobre la cuestión ese conocimiento es indispensable; y en el caso del ciudadano que opina sobre la situación es irresponsable que deseche ese contexto.

El agravamiento de la criminalidad puede tener, en un país determinado, causas o factores que le son propios, que responden a particularidades del lugar. Pero tal cosa solo ocurre por excepción. No cabe duda de que los factores que influyen, de muy variada índole, son en gran medida comunes a la región aunque incidan en grado diverso. El panorama muestra clarísimamente esta doble realidad. Es evidente la diversidad de las situaciones, y a la vez rompe los ojos que se trata, a pesar de esa diversidad, de un fenómeno general y simultáneo. Lo que hay es un auge de la delincuencia en América Latina, que existe desde hace décadas y se agrava desde hace décadas.

El lector no encontrará en este artículo ideas ni opiniones sobre la política de lucha contra la criminalidad. Me falta competencia para aportar algo útil. Parece obvia la complejidad del problema, así como la multiplicidad de sus facetas que abarcan cuestiones técnicas, sociales, jurídicas, económicas, culturales, educativas, de política preventiva y represiva, de régimen carcelario. No me considero en condiciones de incursionar en eso. Pero me importa referirme a una cuestión conexa. Es la apreciación del problema por muchos que, con conocimiento del tema o sin él (más bien sin él) proclaman visiones parcializadas que en nada pueden ayudar a su solución. Dentro de eso, un aspecto particularmente pernicioso es la imagen de un drama y una crisis uruguayos, cuando en realidad participamos como actores de reparto en una tragedia continental, y en un papel más bien afortunado. Difundir prédicas que exaltan los males como si fueran una sublevante crisis local es una tergiversación y un engaño. Y cuando se lo hace en procura de réditos políticos o lucros mercantiles (como en las pujas de los medios de comunicación por concitar audiencia con el atractivo del horror), no se está ayudando a resolver el problema. Se está haciendo una repudiable explotación del dolor de la gente y de su espíritu solidario.

Hace casi cinco años publiqué en vadenuevo un artículo sobre estos temas. Fue a propósito del plebiscito que estaba por realizarse sobre la edad de imputabilidad penal; pero sus datos y sus consideraciones mantienen toda su validez. Leído ahora, no veo nada que debiera modificarse. Permita el lector que lo invite a leerlo, y que cierre este artículo con el mismo párrafo final de aquel:

Tratemos de dar solución a nuestros problemas. Ayudemos a los que luchan por resolverlos. Critiquemos sus errores si los hay. Pero asumamos una actitud racional y digna ante la explotación mercantil y partidista del dolor y la tragedia, los falseamientos cínicos, las alharacas interesadas. Rechacemos los anzuelos y los cebos. No permitamos que la muerte, el dolor y el miedo sirvan para cosechar votos. Reivindiquemos nuestra propia lucidez.

[1] Los datos provienen de publicaciones del Ministerio Público de Chile. Las cifras referentes a 2003 figuran en el cuadro titulado “Delitos recepcionados por región“, del Boletín Estadístico de ese año, que puede verse reproducido por el Centro de Estudios de Justicia de las Américas. Respecto de 2007 y 2016, las cifras provienen del Boletín Estadístico que se publica anualmente; todas las ediciones pueden descargarse de la página “FISCALÍA“, sección “Estadísticas“. Las cifras han sido extraídas de la “Tabla Nª 3: Delitos ingresados por categoría de delitos y tipo de imputado“. En Chile hay polémicas sobre la evolución de la delincuencia en los últimos años. Las autoridades presentan un panorama más favorable y denuncian un desajuste entre la realidad y la percepción ciudadana (que apunta claramente a un agravamiento importante de la criminalidad). La fuente en que se basa el cuadro es la que parece ofrecer una versión más imparcial.

[2] Los valores varían por diferencias en la definición del homicidio o en los tipos de homicidio que se incluyen. Así, la Organización Mundial de la Salud establece un índice bajo (de 18,6) porque excluye las muertes causadas en ciertas situaciones.

[3] Insightcrime , 17/1/2017-

[4] Adalberto C. Agozino: Violencia e inseguridad en Brasil

[5] Pablo Cesio: “¿Alguien podrá frenar a la violencia en Río de Janeiro?“, en ALETEIA (3/11/2016).

[6] Ibíd.

[7] Ricardo Moraes: “Tras los Juegos el maquillaje se ha ido y todo ha vuelto a lo de siempre“, en elmundo.es.

[8] Datos de este párrafo: Seis países de Latinoamérica tienen los peores índices de criminalidad, enRPP Noticias (Perú), 2/12/2016; BBC MUNDO, 1/12/2016; Insightcrime, 17/1/2017; y Foro Económico Mundial, 7/4/2017.

 

 

 

 

 

 

 

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