Manini Ríos: “un conductor”?

  Un ensayo sobre la ceguera

El MPP, Manini Ríos y el falso nacionalismo.

Samuel Blixen

2 agosto, 2019

Un jinete cabalga en esta Banda Oriental del siglo XXI. ¿Es Artigas? ¿O es Latorre? No. Es el general Guido Manini Ríos, saludado a su paso por algunos insignes representantes de la izquierda. Uruguay necesita un conductor, y él avanza hacia su destino.

 “Decía mi abuelita vasca: soñaba el ciego que veía, soñaba lo que quería.”Así respondió el general Liber Seregni1 a los compañeros del Pcu que detectaban un supuesto peruanismo en los militares que dos días antes, el 9 de febrero de 1973, habían emitido los comunicados 4 y 7 que dieron comienzo al golpe de Estado. “Los conozco a todos. Fueron mis alumnos en la Escuela de Guerra. No son peruanistas. No hay peruanismo. El peruanismo no es doctrina. La doctrina es anticomunismo.” Otro tanto les podría decir la abuelita vasca de Seregni a los compañeros del Mpp que ven hoy en el general Guido Manini Ríos un nacionalismo habilitante de alianzas políticas y electorales.

Las posiciones de referentes del Mpp sobre el polémico ex comandante del Ejército y actual candidato presidencial por Cabildo Abierto surgieron tras las afirmaciones de la integrante de la fórmula presidencial frentista, Graciela Villar, que calificó a Manini de “bolsonarista” y de “Hitler”. Como respuesta, el intendente de Canelones, Yamandú Orsi, declaró que Manini “puede ser un eventual aliado en ciertos temas” porque, entre otras cosas, tiene un discurso “antioligárquico”. Para José Mujica, Manini tiene “cabeza independiente” y “un pensamiento muy americanista y nacionalista”. La vicepresidenta Lucía Topolansky aseguró también que negociaría con Cabildo Abierto en el caso de que este partido llegara al Parlamento.

De hecho, en estas apreciaciones abundan tantos condicionales, que cuestionan el categórico anuncio mediático de “insospechadas alianzas”. Pero tienen un trasfondo que revela un entresijo ideológico de los aparatos políticos herederos del Mln respecto del papel de los militares en la sociedad; un amasijo con raíces en la historia reciente, que va más allá de coyunturas electorales y juegos de tronos. Se percibe, cada vez más claramente, el legado de Eleuterio Fernández Huidobro.

El conductor que faltaba. Dicen que Manini Ríos llegó sietemesino a la comandancia del Ejército por la astucia del coronel (r) Arquímedes Cabrera, asesor personal de Fernández Huidobro. Habrá que poner entre paréntesis esa influencia, pero lo cierto es que Cabrera, connotado teniente de Artigas, había conocido al Ñato y a Mujica cuando oficiaba de carcelero en una unidad del Interior donde permanecían los rehenes de la dictadura. Y Cabrera llegó a asesor personal del ministro, por más que el senador Fernández Huidobro, unos años antes, lo hubiera calificado de “nazi”, como miembro de una agrupación ultranacionalista en el Partido Nacional. Ni este antecedente ni el otro, haber sido repatriado desde El Congo por “inconducta”, impidieron su aterrizaje en el despacho ministerial.

Sea como sea, el equipo de “asesores” indujo al Ñato a sugerirle al Pepe (por entonces, en el último tramo de su presidencia) la designación de Manini como comandante del Ejército, salteándose la derecha y en contra del deseo de Tabaré Vázquez (a punto de asumir la segunda presidencia), cuyo candidato era el general Nelson Pintos. Las consecuencias las vivió Vázquez, que debió enfrentarse a la reiterada indisciplina del comandante y a su desafío al poder civil: en apreciaciones políticas, en insultos a integrantes del gobierno y en la manera en que asumió su oposición a la reforma de la Caja Militar, y en el desacato a los ministros Ernesto Murro, Danilo Astori y Jorge Menéndez.

Si ya entonces se le adjudicaba una intención de protagonismo político, la carta que Manini escribió a propósito del tribunal de honor contra José Gavazzo y el encubrimiento de la confesión de la desaparición de un prisionero fueron las maniobras perfectas para provocar su pase a retiro: a las 24 horas, tal como había sido planificado, era consagrado candidato presidencial por Cabildo Abierto.

Repudiado por algunos sectores políticos y halagado por otros, Manini utilizó tanto las críticas como las propuestas de alianzas para definir su perfil: de su entrevista en Buenos días, Uruguay, de Canal 4, se puede inferir, sin una pizca de exageración, que se ve a sí mismo como la reencarnación del protector de los pueblos libres y asume la continuación del ideario artiguista en el siglo XXI. Véase: “Artigas también tuvo enemigos que se llamaban revolucionarios y que detentaban el poder hasta que él irrumpió, y que le hicieron la vida imposible. Hoy nosotros también tenemos enemigos claros, que buscan de todas las formas posibles debilitarnos ante la opinión pública”.

La economía de gestos no logra, empero, ocultar un impulso difícil de administrar (“vivimos una cultura del no trabajo, del no respeto”“estamos en un tobogán de no retorno”“estamos africanizándonos aceleradamente”), que desemboca en una oferta programática con un tufo inconfundible a febrero de 1973: “vamos a combatir a rajatabla a los corruptos”“vamos a llevar a los corruptos a la cárcel”“vamos a llevar a la justicia a los responsables del mal manejo de los fondos públicos”“vamos a poner orden”.

¿Es una debilidad política su condición de militar? “Creo que ese rol que he cumplido durante cuatro años como titular de la fuerza, más que una debilidad, es un fortaleza, porque me da a mí la experiencia necesaria para gestionar, para conducir un proceso de reconstrucción del país. El Uruguay hoy es un barco que se está hundiendo. Lo que está necesitando es alguien que lleve a Uruguay a un buen puerto, lo que está necesitando es un hombre con experiencia. Lo que Uruguay elige en octubre es un conductor apropiado en esta épocas turbulentas.”

Los tenientes del Ñato. La designación de Manini coronó una gestión del Ñato empeñada en la defensa y la promoción de los tenientes de Artigas, que, por efecto reculier, y quizás como reacción a las críticas, exhibió aristas agresivas contra militantes de derechos humanos, abogados y magistrados. Salvo una decisión adoptada poco antes de fallecer (el ingreso al archivo de Fusna), su postura 
–evidenciada cuando renunció a su banca de senador tras votar, por disciplina partidaria, a favor de la anulación de tres artículos de la ley de caducidad– invariablemente desestimulaba la búsqueda de la verdad y entorpecía los mecanismos legales de castigo. Así, a modo de muestra: durante su gestión (2011‑2016) el Ministerio de Defensa no instaló ningún tribunal de honor que juzgara la conducta de oficiales implicados en delitos de lesa humanidad; intervino activamente para liberar al coronel Juan Carlos Gómez (implicado en la desaparición de Roberto Gomensoro Josman); declaró la inocencia del general Miguel Dalmao cuando este fue procesado por el asesinato de la militante comunista Nibia Sabalsagaray; consideró “presos políticos” a los tenientes de Artigas Washington Sarli, Eduardo Radaelli y Tomás Casella, los tres oficiales de la contrainformación condenados en Chile por el asesinato y la desaparición de Eugenio Berríos; impulsó un fallo de un tribunal de honor, homologado por el presidente Mujica, para restituirle al ex coronel Gilberto Vázquez, coautor de 28 asesinatos, el 100 por ciento de su jubilación, que otro tribunal había confiscado al pasarlo a reforma por su fuga del Hospital Militar.

El legado 4 y 7. Se habló de un “síndrome de Estocolmo”, de una insana camaradería de combatientes, para explicar estas conductas. La explicación lleva a hipótesis más profundas. En abril de 1972, el Ñato había escrito el borrador del documento 5 del Mln, que nunca llegaría a ser aprobado: “Las fuerzas armadas de algunos países han demostrado que frente al atraso de las masas y a la inexistencia de un fuerte proletariado pueden asumir el rol de vanguardia y de partido (por ser el sector más poderoso, moderno, templado, coherente y disciplinado), desempeñando un buen papel en la defensa de la soberanía, la independencia y el desarrollo”. Esta visión se fortaleció después en las negociaciones entre tupamaros presos y oficiales, en el cuartel del Batallón Florida. Algunos dirigentes actuales del Mpp reproducen ese legado.

Como decía Seregni, “en la izquierda, y fundamentalmente entre los grupos marxistas, había un deseo de que las Fuerzas Armadas se plegaran a un programa nacional”. En febrero y marzo de 1973, para Seregni “el dilema era confundir la contradicción principal del momento. No era civilismo‑militarismo, sino oligarquía‑pueblo”.Para entonces, estaba convencido de que el Ejército, mayoritariamente legalista, de tradición democrática, que él había dejado en 1969, ya no existía cuatro años después. Anotaba las causas: “Primero, la depuración, la separación de todos los elementos civilistas, constitucionalistas, legalistas; segundo, la implantación de la doctrina de la seguridad nacional, que lleva a considerar al civil como un enemigo; tercero, la táctica de la ‘complicidad masiva’, obligando a ejercer la tortura como medio de ‘obtener información’ y socializando la responsabilidad”.

No hay peruanismo, no hay nacionalismo; sólo “seguridad en el desarrollo”, es decir, doctrina de la seguridad nacional que desemboca, inevitablemente, en el terrorismo de Estado. Pero el sueño del ciego, el deseo de lo que no es, pervivirá a lo largo de la dictadura. Se seguirán buscando peruanistas en medio de la represión más sangrienta, se intentarán alianzas con los Álvarez y los Queirolo, y el sueño reaparecerá mucho después adivinando nacionalistas donde sólo hay tenientes de Artigas. De la misma forma, la doctrina no cambia con la nueva democracia. Acaso se disfraza, inteligentemente, con cantos de sirena, en ese perseverante objetivo estratégico de reconquistar las viejas posiciones de poder, atendiendo a las tácticas que dictan las coyunturas; como la actual, de elecciones entreveradas.

  1.   Esta y todas las citas de Seregni en la nota fueron extraídas del libro Seregni. La mañana siguiente, Samuel Blixen, Ediciones de Brecha, 1997.

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