“Un militar en política
es un riesgo”
Con el general retirado Pedro Aguerre Albano.
Rosario Touriño
11 octubre, 2019
A sus 92 años, el general retirado Pedro Aguerre Albano no reniega de su formación ni de su pasado, pero percibe a su antigua profesión como un arma de doble filo: “Porque en el militar se hace carne el mando”. El predicamento de Guido Manini Ríos lo inquieta, así como el persistente influjo de Estados Unidos, con Trump a la cabeza, y el correlato regional de la ultraderecha encarnada en Bolsonaro. Ascendido durante la administración de Azucena Berrutti como integrante del puñado de militares que combatió las tendencias golpistas en el Ejército –lo que le costó más de diez años de cárcel–, Aguerre se define como socialista. Pero, sobre todo, como librepensador.
No se divisan rastros de la vida militar del general en su luminoso apartamento del Parque Rodó. En las paredes hay, sobre todo, pinturas, pero una de ellas sí tiene algún nexo. Es una imagen de la cúpula de la Sorbona de París, desde la perspectiva de la ventana de la pieza número 86 del hotel Saint Michel. Allí estuvo alojado Aguerre en 1961, cuando estudió en una escuela de guerra para completar su curso de Estado Mayor. El cuadro fue un regalo de un joven pintor uruguayo al que no volvió a ver, pero al que intentó ayudar a exponer en París. Es apenas un fotograma de la intensa vida de un hombre inquieto, de profundas convicciones, y de un fino sentido del humor (que le permite, incluso, reírse de sí mismo), al que siempre le gustó rodearse de civiles.
Tres años después, vendría un mojón que lo cambiaría para siempre. En su nuevo destino, el Instituto Militar de Estudios Superiores (Imes), conocerá al entonces mayor Pedro Montañez, un oficial socialista y constitucionalista que sería su mentor y lo alertaría sobre el viraje que experimentaba la interna del Ejército. Era plena Guerra Fría, y Estados Unidos iba ganando control sobre los militares uruguayos, “sobre su equipamiento e instrucción”, relata Aguerre en su libro Hermano, trabajaremos de presos.Uruguay tenía ya un Tratado de Ayuda Mutua con la potencia del norte, comenzaban los cursos antisubversivos en Panamá y toda persona que hablara de “autodeterminación de los pueblos” o de “explotación de los pueblos subdesarrollados” era tildada de comunista. Nacía el germen de la doctrina de la seguridad nacional y ya prosperaban logias antidemocráticas y ultraderechistas en las Fuerzas Armadas, que comenzaban a conspirar contra los gobiernos electos. Las lecturas de Marcha, con la prosa antimperialista de Carlos Quijano, eran de “gran utilidad” ya desde la época del casino de cadetes –cuenta el general–. Fue así que Montañez, Aguerre (que no llegaban a los 40 años) y tres oficiales más deciden conformar la llamada “corriente 1815”, un grupo que alcanzó a reunir a un centenar de militares legalistas provenientes del Ejército y de la Fuerza Aérea, como demostración de que no sólo en la Armada habían existido militares que se resistieron a quebrar la democracia. “Nunca fue una logia. Fue una corriente abierta”, recalca Aguerre.
El golpe de Estado de Brasil, en 1964, fue el temprano aviso. Ya en ese entonces el jefe de la misión militar de Estados Unidos tenía un despacho en el Ejército uruguayo, y en 1965 irrumpían los ultranacionalistas Tenientes de Artigas. Si bien los primeros rumores golpistas parecían acallados, para los integrantes de la 1815 empezaba un largo periplo de persecución.1 A pesar de que Aguerre participó con el Frente Amplio de la coordinación antigolpista en 1971 –junto con Liber Seregni–, un año después llegó a coronel, aunque sin destino (lo que se llama la “bolsa”). En julio de 1972 le llegó su primer tribunal de honor, y su primera detención junto con Montañez, que duró hasta abril de 1973. Los dos militares podrían haberse exiliado, pero prefirieron resistir en Uruguay: Aguerre, al igual que su camarada, sería procesado por “falta gravísima” en 1976, luego de haber estado desaparecido de enero a setiembre y haber pasado por la casona de Punta Gorda (donde fue sometido a plantón). Fue liberado recién en 1985 y ascendido a general durante el primer gobierno del FA.
—Yo fui asesor de la doctora Azucena Berrutti (ex ministra de Defensa, 2005-2008, del Partido Socialista). Un día fue a mi casa y me pidió que trabajara con ella. Le dije que no quería sueldo, porque ya tenía el de coronel (retirado). Entonces entré a formar parte del grupo de ella y estuve más de un año. Tuve que hacer las listas de restitución de la carrera del personal militar –de tropa y de oficiales– perjudicado por la dictadura, aunque muchos oficiales habían ascendido por la suya en otros gobiernos. Hice una lista de casi trescientos, a pesar de que mi opinión había sido contraria. Le dije: “Ningún militar debe ser ascendido por cumplir con sus obligaciones”. Lo que me parecería ejemplar era que se hiciera un acto público y solemne, en la escalinata del Palacio Legislativo, en el que se reconociera a los que hicimos lo que teníamos que hacer, pero nada de gratificar ni ascender, porque si ascendíamos a toda la gente iba a haber más coroneles que soldados. Habría sido una banalización del sacrificio que implica ascender en la carrera militar.Ella dijo que había que hacerlo, y yo le respondí: “Usted ordena y yo lo hago”. No me puse en la lista. Me dijeron que me pusiera y me puse último. Entonces, hubo tenientes que pasaron a estar a mi derecha.
—Pero después se fue.
—Hubo un momento en que hubo tanto ascenso que le dieron la orden a la ministra de que suspendiera. Pero yo le dije que faltaban 21 soldados, y me insistieron en que no se podía ascender a más. Bueno, yo dije que eso no lo iba a hacer, porque era una injusticia. Cuando me fui, yo no había ascendido tampoco (se ríe). Pero la doctora no fue rencorosa.
—Usted es militar retirado y de izquierda. No parece algo muy común.
—Yo soy socialista. Mi primer voto en 1946 fue para (el vicepresidente colorado Alfeo) Brum, pero por Salto, donde había estudiado; voté a un compañero socialista. Cuando salí de la cárcel, me inscribí en el Partido Socialista. Estuve un tiempito, pero en este momento me considero un socialista aislado.
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Aguerre siempre fue orejano (“loquito”, dice él). Su familia era muy cercana a Alfeo Brum (hermano menor del ex presidente Baltasar), quien incluso llegó a ofrecerle un empleo, a través de su madre. Él prefirió escaparse a Tacuarembó para seguir su carrera militar y egresar con 21 años como alférez en el arma de Caballería (había aprendido a montar en el pueblo artiguense de Tomás Gomensoro, de donde es oriundo y recién comenzó la primaria a los 10 años, porque andaba suelto por los campos; su padre era un pequeño productor rural). Varios años después se reencontraría con Brum. “Decime: ¿tu madre nunca te dijo que yo quería hablar contigo?”, le inquirió. “No, que yo recuerde, no”, eludió. “No me interesaba estar en la política y me mandé mudar”, cuenta.
Sin embargo, cuando fue liberado, se vinculó con el PS.
—Montañez decía que se necesitaba una corriente, no militar, sino inspirada en los derechos de la gente, y me convenció. Fue una persona extraordinaria. Su muerte (en 1992) fue una gran pérdida para el PS y para Uruguay. Luego me gestionaron una beca para la Alemania democrática, la de los rusos, y allá (en Potsdam, Berlín Oriental) estudié un año. Cuando volví, no me dieron puesto alguno, me tuvieron aislado. Yo era integrante de la comisión de militares del Frente Amplio. Estaba también en Organización, y me había ido a Artigas, a Tacuarembó y a Salto, y cuando llegué a charlar con los compañeros, no estaba citado. Fue pasando el tiempo y un día, reunido en la comisión militar, llegó un compañero del PS, un civil, y me dijo que lo habían nombrado suplente mío. Le dije: “Yo no te pedí y no necesito suplente, porque tengo salud”, pero “si me ponen un suplente sin consultarme, me retiro”. Me despedí del general (Víctor) Licandro y me fui para mi casa.
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Más acá en el tiempo, llegó a participar fugazmente en algún núcleo barrial socialista (“mi segunda esposa tenía párkinson y había que cuidarla mucho. Entonces dije: ‘Me voy a dedicar a mi mujer’”). Luego de eso, no mantuvo ningún otro vínculo sectorial. Sobre su balcón penden dos grandes banderas de tela del FA. A pesar de que se recupera de una fractura de rótula, piensa ir a votar en octubre por el partido fundado en 1971: “Pero todavía no sé bien a qué lista”, aclara. Su padre era un “batllista avanzado”, que murió cuando él tenía 10 años, y su madre era blanca; pero quizás por su periplo y por la notoria influencia de Montañez, él optó por hacerse de izquierda.
Sobre su mesa, descansan un diario y un semanario. Junto con su esposa, son lectores de casi toda la prensa de frecuencia semanal editada en Montevideo. A pesar de las dificultades en la vista, Aguerre sigue la política nacional, y también la del mundo. Las portadas y contratapas de los ejemplares desplegados en su estar estaban ese día copadas por el semblante de Guido Manini Ríos, y la pregunta sobre el fenómeno del militar fundador de Cabildo Abierto era inevitable para alguien de la estatura de Aguerre.
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—Acá en América vivimos hace mucho tiempo una tendencia de los grupos de derecha hacia unas posiciones que para mí son contrarias a la democracia uruguaya. Mi padre era colorado y mi madre blanca, y vivíamos perfectamente. Pero se está yendo a una posición sin concesiones, donde se quiere asumir un lugar de primacía, y la mejor solución que encuentran es ignorar a los contrarios. Antes se discutía: los colorados discutían con los blancos. Los blancos independientes se aliaban con los batllistas. Había un movimiento de ideas. Veo que hay corrientes hacia posiciones de fuerza en todas partes del mundo. Se está yendo a un “o piensa lo mismo que yo, o no sirve”. Eso se ha metido dentro de las relaciones y me parece que no es bueno. Y en el mundo veo que hay dos polos de poder, Estados Unidos y China, que se están disputando el privilegio de imponer o no sus políticas. Sigo con mucho temor la marcha de la política global, la política en América y el predominio de Estados Unidos. Hay que ver el vínculo de Estados Unidos con Brasil. Paraguay es una hoja al viento. Entonces estoy un poco descreído del porvenir nuestro.
—Manini Ríos está por encima del 10 por ciento según algunas encuestas, pero más allá de lo que pase con los pronósticos parece claro que senador va a salir.
—No entiendo cómo no salió antes (del puesto de comandante). Hizo política abiertamente siendo comandante en jefe del Ejército. Hizo toda su plataforma política desde ahí y la Presidencia admitió eso. No me explico por qué se toleró. Los militares tenemos una mentalidad muy particular. El militar se acostumbra a mandar, a dar órdenes (golpea con los puños la mesa). Yo no pienso así, y como ya expresa el Código Penal Militar, nadie en el Ejército está obligado a llevar a cabo un acto si comete un delito. Eso lo ignoran, no lo enseñan. Esa era nuestra posición y por eso nos combatieron en la 1815.
—Eleuterio Fernández Huidobro fue quien ascendió a Manini Ríos. El ex ministro lo promovió.
—Me doy cuenta de que hay unas relaciones ocultas entre distintos sectores de la sociedad, que aparentemente no existirían, pero sí existen. Yo me he alejado de cualquier corriente, pero uno nota que hay un entendimiento entre los políticos próximos a los tupas y los militares. Creo que eso se genera desde la época de (Ramón) Trabal, cuando ya pensaba en una alianza con los tupamaros. Trabal era muy inteligente. Nosotros éramos muy amigos desde la Escuela Militar.
—En una entrevista con Búsqueda, Manini atribuye su predicamento a que hay una “crisis de autoridad” y a que la gente quiere “orden en el caos”. ¿Cómo ve eso?
—Entiendo que es un riesgo un militar en política. ¿Por qué? Porque en el militar se hace carne el mando. Y el gobierno no es mando, sino acuerdo con el que piensa distinto. Y el militar no acepta eso.
—Pero alguien le va a decir: ¿Y Seregni?
—Era militar, pero era un hombre muy abierto. Seregni, y también Licandro. Eran cien por ciento demócratas. Y por supuesto, Pedro Montañez, un ejemplo de vida. Seregni no integró la corriente 1815. Él fue subdirector delImes y yo instructor. Fuimos muy allegados. Yo lo visitaba en la casa. Después él se metió en la política. Era un hombre con el cual me identificaba, por aquello de aceptar cualquier opinión y discutir, pero no negarle a nadie el derecho a hablar.
—¿Y cómo ve los cambios que promovió el gobierno en el régimen de jubilaciones militares y en la ley orgánica?
—No estuve de acuerdo con que se ascendiera después de la dictadura a todo el mundo, como le contaba. Con lo que era me conformaba. Tenemos una barbaridad de oficiales. Si sacamos la cuenta de generales y coroneles, esto es una potencia.
- Es muy ilustrativo el texto que lleva el título “Intento de neutralización de ‘gorilas’ en el Imes”, en Hermano, trabajaremos de presos. El coronel Pedro Montañez y la Corriente 1815 (2012, Ediciones de la Banda Oriental, pág 45).
Cuestiones de familia
La opción democrática seguida por el general Aguerre le generó no pocos sinsabores familiares. Cuando salió de la cárcel lo esperaba la ruptura con su primera esposa, la madre de sus cuatro hijos: “Mientras estuve preso, ella fue a verme siempre. Pero un día me dijo: ‘Cuando tú salgas, vamos a tener que hablar sobre nuestra relación’. Y me salió con algo que nunca hubiera esperado. Me dijo: ‘Tú fuiste un traidor; tú traicionaste al Ejército’. Y yo le dije que ‘el Ejército había traicionado a la República y yo como oficial leal a la democracia estuve contra el gobierno y el mando del Ejército. Cumplí con mi juramento; los militares violaron la Constitución. Frente a esto no me das otra posibilidad que irme’. Tuve esa desgracia”. Aguerre tenía vínculo con Esteban Cristi (quien varios años después presidiría el Tribunal Especial de Honor, también integrado por Gregorio Álvarez y Eduardo Zubía, que lo pasaría a reforma, entre múltiples razones por “no informar a los mandos qué núcleos obreros estaban organizados para realizar actividades de resistencia”. Pero su esposa era a su vez muy amiga de la esposa del general golpista: “Cuando caigo preso, se ve que Cristi le trabajó la cabeza. Como de política yo no hablaba con ella…”.
Uno de sus hijos es el también general retirado Pedro Aguerre Siqueira, quien fue comandante del Ejército entre 2011 y 2014: “Él era cadete de la Escuela Militar cuando yo fui preso. Le quisieron dar de baja varias veces, pero sobrevivió. Tuvo algún oficial que lo ayudó, legalista también. Él estaba casado con una hija de (Ramón) Trabal. Con Trabal (abuelo por línea materna de nietos suyos) fuimos consuegros y muy amigos. Cuando me llevan preso, le mandé decir a mi hijo: “Bueno, cortala conmigo. Y si te dicen algo de mí, deciles ‘mi padre es mi padre; yo soy yo’”. Eso es más o menos lo que Aguerre hijo dejó asentado en su carta de renuncia al Centro Militar, en 2013, luego de entender que había sido objeto de difamaciones y “murmuraciones” injustas. Hace un par de años trascendió que Aguerre Siqueira crearía una corriente para candidatearse dentro del Partido Colorado, pero finalmente eso no prosperó: “Sí, a mí me sorprendió. Con mis hijos, de política nunca hablé. Tengo dos varones y dos mujeres, y los cuatro salieron de distintos partidos políticos: Partido Socialista, Unión Cívica, Partido Colorado y Partido Nacional. Pero yo no sabía de cual era mi hijo militar…”. Cuenta el general que un día, de pequeña, su hija menor le preguntó qué era eso de los partidos: “Yo le expliqué sobre los que había, pero le dije: ‘m’hija, las ideas políticas tuyas y las mías pueden ser distintas’. Quise ser objetivo, pero parece que no lo logré, porque cuando terminé, me dijo; ‘pero entonces los socialistas no son tan malos como dicen’”.
Aguerre Albano conoció a su segunda esposa, ya fallecida, cuando militó (y fue tesorero) en Amnistía Internacional Uruguay. Hace seis años se casó con Graciela, a la que define como una “compañera de primera” y con la que veranea en Valizas. Tiene 10 nietos y 14 bisnietos.
El cuadro del Che
Hace casi un mes, Fernando Pereira, el presidente del Pit-Cnt, difundió una fotografía que impulsó este artículo. En ella, el general aparecía entregándole al dirigente sindical un cuadro que estuvo en las paredes de su casa durante mucho tiempo. Es un retrato de Ernesto Guevara pintado por Aurora Sánchez, sobrina del histórico dirigente socialista José Pedro Cardoso. “A mi edad, ya estoy aprontando las valijas y quería dejar el cuadro en un lugar donde sea bien conservado. Un amigo me dio la idea –narra–. Mepareció que tenía razón, porque es una institución que yo respeto mucho como representante del trabajador uruguayo. Como todo, tiene también cosas observables, pero responde a los intereses del trabajador. Y Uruguay no se va a salvar con los estancieros, se va a salvar con los trabajadores.”
El vínculo con el retrato es ante todo simbólico: “De paso por Tacuarembó, Aurora me preguntó cuántos años había estado en la cárcel y me dijo que tenía ‘uno’ acá que había estado 14 años preso… Entonces apareció con la obra que había terminado de pintar el día del golpe de Estado y que su esposo, gerente de un frigorífico, le había dicho que quemara, porque era un peligro”. Ella decidió ocultarlo en una especie de compartimento que hizo en su ropero. “Es un cuadro muy simbólico por esa historia que tiene atrás”,cuenta, sin mayores alusiones a la figura histórica retratada. Es cierto que le han colocado variadas etiquetas a lo largo de su historia, (“y a mí me gusta mi historia”), pero las cosas claras: “Yo nunca fui comunista. Yo soy un librepensador”.