UNA REGIÓN CONVULSIONADA
Telma Luzzani
5 de enero del 2020
Con levantamientos populares en Chile, Colombia, Ecuador y el Caribe, y la convalidación en las urnas de gobiernos populares en México y la Argentina, parece que en América latina se avecina un fin de ciclo neoliberal. El golpe de Estado en Bolivia muestra el temor de EE.UU. y de las oligarquías locales en ese sentido.
Desde la Plaza Italia, ahora bautizada Plaza de la Dignidad, un rugido emocionado sellaba un instante memorable de pasado y presente: “¡El pueblo unido jamás será vencido!”.
Era diciembre y ya hacía dos meses que los chilenos recorrían las calles, desafiando la brutalidad policial, decididos a cambiar la historia. Todo había empezado a principios de octubre con la bronca de un grupo de adolescentes que resolvió saltar el molinete del subte de Santiago de Chile para no pagar, en protesta por el aumento del pasaje.
Dos días antes, en Ecuador, en la otra punta de la cordillera sudamericana de los Andes, también la gente había salido a cortar rutas y calles, ofuscada por la imposición de las recetas del FMI que derivaba en el alza del precio del combustible. Ni Lenín Moreno, presidente de Ecuador, ni su par chileno, Sebastián Piñera, estaban
en capacidad de entender la profundidad de lo que estaba sucediendo. Ambos manotearon un toque de queda y el estado de excepción, acusaron a la gente de ser “delincuentes y vándalos” y ordenaron una furiosa represión contra su pueblo. Semanas después sucedió otro hecho verdaderamente inesperado. En el país más violento de la región –Colombia–, allí donde la vida no vale nada, cientos de miles de personas salieron con cacerolas a protestar masivamente contra Iván Duque, el “subpresidente”, como le dicen los medios colombianos, el hombre considerado por propios y ajenos un “títere” del temible Álvaro Uribe. En un breve lapso hubo tres huelgas generales: el 21 y 27 de noviembre y el 4 de diciembre.
El arco andino empezó a decir basta al neoliberalismo; a reclamar nuevas reglas del juego, nuevos modelos y nuevos políticos. Los números hablan por sí solos: Sebastián Piñera tiene un rechazo del 81 por ciento; Lenín Moreno del 84 e Iván Duque del 65. En Ecuador, tal vez porque aún pervive alguna de las medidas progresistas implementadas por el presidente anterior, Rafael Correa, la multitud declaró una tregua. Pero en Colombia y Chile el estallido social aún continúa.
En este contexto, la Argentina también eligió protegerse de la versión más tóxica del capitalismo y se sumó, a través de las urnas, a un eje progresista con el México de Andrés Manuel López Obrador. Estas insurrecciones y desobediencias tienen seriamente preocupado a Estados Unidos que, de forma descarada y brutal, redobló sus escenarios intervencionistas para recuperar lo que considera de su propiedad y para abortar cualquier atisbo de autonomía latinoamericana. Así fue como, en este noviembre volcánico, la barbarie racista de Bolivia, apoyada por Washington, derrocó al presidente legítimo Evo Morales, el más exitoso de todos los que tuvo el país en dos siglos de vida independiente.
EN EL OJO DE LA TORMENTA
Una visión geopolítica ampliada ayuda a comprender por qué nuestra región se ha convertido en el tablero central del gran juego político global. Así lo explicó la socióloga, investigadora del Conicet y ex diputada nacional Alcira Argumedo: “Washington está perdiendo la disputa hegemónica con el bloque chino-ruso, tanto en términos geopolíticos y económicos como tecnológicos. Estados Unidos ha sido desplazado en buena parte de Asia y en casi todo el continente africano como consecuencia de la avanzada china y sus políticas de inversiones. Además, el Pentágono se está retirado de Medio Oriente porque todas las guerras lanzadas por el imperio después del 11 de septiembre de 2001 contra Siria, Afganistán, Irak, Libia o Yemen han derivado en rotundos fracasos bélicos”.
En este duelo entre potencias, América latina pasó a ser –sin haberlo elegido– un protagonista de peso. “En este contexto mundial de transición hegemónica–opinó Leandro Morgenfeld, coordinador del grupo de Estudios sobre Estados Unidos de Clacso–, América latina es un continente en disputa y en esa batalla veo un empate. No vamos hacia una restauración conservadora, o a una hegemonía de derecha consolidada”.
En su opinión, “si uno mira cómo las sociedades fueron impugnando a los gobiernos de la denominada nueva derecha ya sea por vía electoral, o mediante rebeliones populares –México, la Argentina, Chile, Ecuador, Colombia, Haití– es evidente que esos líderes neoliberales que venían a derrotar a los gobiernos populistas no pudieron consolidarse. Claramente, no hubo fin de ciclo progresista regional. Pero, por otra parte, tampoco podemos decir que la contraofensiva de gobiernos conservadores ha sido derrotada. En conclusión, veo un final abierto en América latina, no es certero que se consolide un eje posneoliberal o progresista ni que se enraíce una ola conservadora”.
Para Argumedo, en cambio, esa pulseada entre los países subordinados a las recetas de Washington y los que eligen modelos más heterodoxos no tiende al empate: “Tanto las protestas en Ecuador, Colombia y Chile, como la derrota electoral del macrismo, dan cuenta del fracaso de los modelos neoliberales en toda América latina. A su vez, es visible un desplazamiento en el perfil de la política exterior brasileña. La última cumbre de los Brics en Brasil demuestra que, aunque el presidente Jair Bolsonaro comulgue con su par Donald Trump, la economía brasileña no puede desacoplarse de Beijing”.
LA HISTORIA ACUMULADA
El 25 de octubre más de un millón de chilenos protestaron pacíficamente en lo que se denominó “la marcha más grande de la historia”. La fuerza popular obligó a Piñera a anular dos cumbres mundiales (la climática y la de los países asiáticos) y una copa de fútbol. Desencadenó, además, el alejamiento de medio gabinete (incluyendo la renuncia del pinochetista de paladar negro Andrés Chadwick, primo y mano derecha de Piñera) y la inspección al país de organismos internacionales de derechos humanos. En noviembre se admitió oficialmente que hubo 23 manifestantes asesinados, 230 personas con severos daños oculares, más de cinco mil presos y que la ciudadanía había presentado centenas de acciones judiciales por abusos sexuales, torturas y simulación de ejecuciones, entre otras violaciones a los derechos humanos.
Daniel Jadue, alcalde comunista de la comuna Recoleta de la capital chilena, explicó qué conjunciones históricas llevaron a ese despertar de su pueblo después de cuarenta años de sufrimiento neoliberal. “Fue un proceso de acumulación”, aseguró este político, que es uno de los pocos estimados por los ciudadanos. “Hace treinta años que Chile viene movilizándose por distintos motivos, pero eran marchas con reclamos individuales: jubilación, salud, educación, trabajo. Ahora subieron en masividad y se transformaron en actos políticos donde todos los sectores se preocupan por el conjunto y conforman un movimiento nacional”.
Además de la masividad, otra impactante característica de las manifestaciones chilenas es la gran proliferación de banderas mapuches, llevadas por quienes pertenecen a esa etnia y quienes no. Este gesto es una señal evidente de que los cambios que quiere hoy Chile no quedan anclados en el golpe militar de Augusto Pinochet de 1973 ni en el laboratorio neoliberal de Milton Friedman y sus Chicago Boys. El reclamo chileno se hunde en las más profundas raíces del colonialismo.
“En las marchas se han juntado la fuerza de todos los abusados por este modelo y, en ese sentido, el máximo símbolo de esta opresión es el pueblo mapuche y todas las primeras naciones”, explicó el alcalde de Recoleta, quien usa el término “primeras naciones” como sinónimo de pueblos originarios. “La bandera mapuche unifica los reclamos. El Estado chileno tiene una deuda histórica con el pueblo mapuche: debe reconocer a nuestras primeras naciones, incluirlas en nuestra Constitución y hacer de Chile un Estado plurinacional”, subrayó al medio ruso RT. Katu Arkonada, escritor y analista internacional de origen vasco, miembro de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, coincide con la lectura que el alcalde comunista hace sobre el futuro regional. “Se abre un período, que no va a ser corto, donde Chile va a buscar su propio destino con la participación ciudadana”, aseveró Jadue.
“Estamos en un momento histórico donde hay nuevos actores en el bloque progresista de la región”, amplía Arkonada. “En alguna medida, hay correlatos con lo que sucedió en los años 90. En aquella época también surgieron, desde abajo, resistencias populares desordenadas. Pienso en el levantamiento del Caracazo, en 1989, contra el paquete neoliberal, o en la alzada zapatista de 1994 para oponerse a la colonización económica estadounidense del Nafta. Años después, toda esa acumulación de luchas coronó en victorias electorales o incluso ha derivado en importantes avances integracionistas como la derrota del ALCA en la cumbre de Mar del Plata en noviembre de 2005”.
Arkonada, que colaboró con el gobierno de Evo Morales y ahora trabaja para el partido Morena de López Obrador, trazó una muy importante diferencia entre aquellos 90 y las luchas actuales: “Hoy la resistencia contra el neoliberalismo no es para rechazar su implementación, como fue en el pasado, sino para oponerse a consecuencias sociales que en algunos países parecen encontrar su pico de tragedia. Y no sólo hay resistencia en las calles sino también en las urnas: el enorme triunfo electoral de AMLO, con más de 30 millones de votos, es la clara manifestación de rechazo de los mexicanos contra años de neoliberalismo. La victoria en las urnas de Alberto Fernández también tiene esa lógica. Después hay resistencias de los pueblos que no se traducen en un claro panorama político”.
VENGANZA Y ESCARMIENTO
El 10 de noviembre, bajo coacción y amenazas de vida, Evo Morales ofreció su renuncia. Aún faltan muchas piezas en el rompecabezas de ese golpe de Estado para comprenderlo cabalmente, pero es seguro que estuvo planificado con mucha anticipación por EE.UU. y sus cómplices bolivianos. El 20 de octubre hubo elecciones presidenciales y al día siguiente el rival y opositor Carlos Mesa denunció fraude. Inmediatamente hubo marchas, incidentes violentos y quema de urnas en los barrios y regiones favorables a Evo.
El miércoles 23, el presidente denunció “un golpe en marcha” y 48 horas después, sin conocer los resultados definitivos, la OEA, EE.UU., la Unión Europea, el gobierno de Mauricio Macri y el colombiano Iván Duque exigieron realizar una segunda vuelta electoral porque dudaban de si Evo Morales había obtenido más de diez puntos de diferencia con el segundo o apenas 9,90.
Efectivamente, el golpe estaba en marcha. Desde entonces nada detuvo a los grupos ultraderechistas de la provincia de Santa Cruz que atacaron, quemaron y amenazaron hasta lograr que Evo renunciara y buscara refugio en México para no ser asesinado. Luego, el líder fascista Luis Camacho y la autoproclamada presidenta Jeanine Áñez entraron en el palacio de gobierno con la Biblia en la mano.
¿Qué significa el golpe contra Evo en esta América latina surcada por grandes resistencias sociales?
Para Arkonada, la ola emancipatoria de Latinoamérica (y por ende la pesadilla estadounidense) es mucho mayor de lo que parece. Desde el inicio de 2019, el mar Caribe –considerado por Washington el Mare Nostrum, como los romanos llamaban al Mediterráneo– se insurreccionó de manera inaudita. Desde febrero, Haití vive semanas y meses de heroísmo popular en lo que se considera la más extensa y radical protesta contra el neocolonialismo. Puerto Rico (colonia del imperio), con el lema “Ya no tenemos miedo”, derribó en julio al gobernador Ricardo Roselló. Honduras sigue con manifestaciones permanentes contra el presidente que llegó al poder con fraude.
“La ola emancipatoria está presente en Haití porque el pueblo no tolera más ocupación y colonialismo, continúa en Honduras para rechazar una democracia fallida y tomada por el poder de los grupos narcos, cobra bríos en Ecuador porque la sociedad increpa los programas de recorte del FMI”, analizó Arkonada.
“En Chile ya lo hemos analizado, hay más resistencia en la calle porque la opresión ejercida estos últimos años tuvo otro calibre, pero a su vez la matriz del modelo pinochetista ha repercutido sobre el sistema de partidos, y esa malla de representación débil hoy no parece saber conducir la protesta hacia un estadio superior de la política. En Colombia veo un panorama semejante, surgen nuevas expresiones de izquierda, hay mucha protesta en la calle, pero todos esos condimentos aún no pueden consumar una síntesis política superadora”.
“En cuanto a Bolivia, Evo se retira para no llevarse sobre sus espaldas ningún muerto. De hecho, durante toda su gestión nunca hubo víctimas mortales derivadas de una represión. Ahora, la posición política del Movimiento al Socialismo (MAS) –quizá pueda parecer tibia a algunos ojos– pasa por apostar a la vía electoral en unos comicios que presumiblemente sean en marzo o abril de 2020. Un escenario riesgoso ya que el MAS sigue siendo la principal fuerza político-electoral y, muy probablemente, la dictadura militar no esté dispuesta a entregar fácilmente un poder que arrebató a sangre y fuego. El núcleo irradiador del MAS está localizado en las federaciones sindicales cocaleras de Chapare, entonces el relevo electoral de Evo puede ser que provenga de esa fuente social”, completó el analista vasco.
En efecto, Andrónico Rodríguez, politólogo boliviano, vicepresidente de las Seis Federaciones Cocaleras del Trópico de Cochabamba, quien acompañó a Evo en su viaje como refugiado de México a la Argentina, es visto como su posible sucesor.
EL REGRESO DE LA MANO DURA
El golpe de Estado cívico-militar en Bolivia retrotrajo a la región a los peores terrores de la Guerra Fría, cuando en las décadas de los 60 y 70 EE.UU. imponía dictadores formados en la Escuela de las Américas para dominar nuestros países.
En una investigación de lectura obligatoria, Jeb Sprague, sociólogo de la Universidad de California, advierte que toda la cúpula golpista y la policía de Bolivia que actuaron en el golpe contra Evo habían sido entrenadas en la Escuela de las Américas y el FBI (https://thegrayzone.com/2019/11/15/gol- pe-bolivia-eeuu-escuela-de-las-americas-fbi/). “Al menos seis de los conspiradores golpistas clave eran ex alumnos de la tristemente célebre Escuela de las Américas, mientras que William Kaliman y otra figura sirvieron en el pasado como agregados militares y policiales de Bolivia en Washington (…) Kaliman estaba en la cima de la estructura de comando militar y policial boliviana, cultivada sustancialmente por los EE.UU. a través de Whinsec, la escuela de entrenamiento militar en Fort Benning, Georgia, conocida en el pasado como la Escuela de las Américas. Aunque Kaliman fingió lealtad a Morales a lo largo de los años, sus verdaderos colores se mostraron tan pronto llegó la oportunidad y fue él quien ‘sugirió’ que el presidente renunciara”, escribió Sprague.
Alcira Argumedo, por su parte, trazó una línea de tiempo con el protagonismo de las Fuerzas Armadas latinoamericanas. “Es evidente que los militares están jugando un nuevo papel político en la región. Su participación en las dictaduras de los años 70 fue tan aberrante que se vieron forzados a un drástico cambio en su rol operacional interno. Es así como alrededor del año 2005 se crea, a nivel continental, una especie de Escuela de las Américas, pero no para penetrar en los cuarteles sino en los poderes judiciales del Cono Sur. De esta manera, EE.UU. formó en términos doctrinarios tanto a fiscales y jueces argentinos como del resto de la región, como es el caso del juez brasileño Sergio Moro. Se estructura así el llamado lawfare o guerra jurídica, lo que derivó en la consumación de golpes blandos contra presidentes populares, una estrategia golpista de nuevo tipo donde participan los medios de comunicación, el poder judicial y factores de poder institucional”.
Según la académica, hoy este plan hace agua. “La liberación de Lula da Silva, las acciones en Chile y la derrota de Macri en las urnas visibilizan la vulnerabilidad del trípode en el cual se asentaba la injerencia de Trump en Sudamérica porque tanto Bolsonaro y Piñera como ya sucedió con Macri retroceden en términos políticos. Por eso es factible que EE.UU. busque volver al formato original castrense de la Escuela de las Américas. El grupo de generales que inició la destitución a Evo Morales es graduado de esa escuela doctrinaria. Piñera está presionando para que el Ejército tenga una intervención más cabal en la represión interna contra los manifestantes. Y en Colombia, la represión contra las protestas es ejecutada por una fuerza moldeada con la doctrina y la asistencia del Comando Sur”.
MIRANDO AL FUTURO
En este escenario de finales abiertos, ¿cuál sería la agenda regional óptima para los pueblos? ¿Cómo podría el eje progresista rearticular una voz común? ¿Cuál es la mejor estrategia para un gobierno como el argentino en una coyuntura de vecindad sitiada? Para Morgenfeld, “las reacciones populares que estamos viendo, de forma fuerte y constante, en varios países de la región demuestran que la lucha de clases y en las calles es un factor muy importante para auscultar la verdadera correlación de fuerzas a nivel regional”. El académico consideró, además, que “el Grupo de Puebla es una bocanada de aire fresco para esmerilar la presión estadounidense. Ese grupo logró desarrollar algunas ideas fuerza importante como reivindicar los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y resolución pacífica de los diferendos. Blandir esos paradigmas en una coyuntura donde altas esferas avalan la intervención militar en Venezuela o la consumación de un golpe de Estado en Bolivia es muy importante. Pero atención, ahora el eje progresista ha perdido dos piezas significativas: Uruguay y Bolivia. Quedan México y la Argentina, lo que dibuja un contexto bastante complicado para el gobierno de Alberto Fernández”.
Según el especialista, la Argentina debería reeditar “una cooperación política a nivel regional, incluso con gobiernos de otro signo político, pero bajo un horizonte claro: estar menos subordinado a EE.UU. y poder tender puentes con otras potencias como China. Ningún país de la región puede negociar desde una posición de fortaleza por sí mismo con potencias o países emergentes dado que las asimetrías son espeluznantes. Por lo tanto, la agenda debería pasar por apuntalar un intercambio comercial que rompa rasgos clásicos dependientes de nuestra economía, como el extractivismo o la primarización. En una economía hiperglobalizada como la actual, la única alternativa de poder discutir con los países grandes desde cierta autonomía es articular un estado regional grande”.