Un editorial sobre la situación actual en Uruguay

 El mundo sigue andando

“Tenemos agarrado el toro

por las guampas”

Por Alberto Grille.

20 marzo, 2020

No conozco a nadie que me diga que vivió un drama colectivo mayor y más complejo que el provocado por el coronavirus COVID-19, aunque mi amigo Juan Berchesi me dice que su padre el Cr. Nilo Berchesi le contaba de niño el dramatismo con que se vivió la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, no es la única pandemia que ha habido en la historia de la humanidad y, por supuesto, no es la única tragedia.

 

 

NO SE SALVÓ NI PERICLES

En la época de Pericles, en la antigua Grecia, ya teníamos epidemias devastadoras y el propio Perrrricles (como pronuncia Sanguinetti) murió “envenenado” por la “peste”.

En la antigua Roma, la peste mataba más que las guerras, y hasta Marco Aurelio murió por causa de una. Los soldados romanos le tenían más miedo a la peste que a los bárbaros.

Los mongoles conquistaron Crimea catapultando cadáveres muertos por la “peste negra”.

Los muertos volaban, impulsados por las catapultas, por encima de la muralla de la fortaleza de Cafa, donde resistían los genoveses que se suponía morirían infectados. Ignoraban los mongoles que la peste bubónica era trasmitida por las ratas y no por los humanos, pero ya tenían la noción epidemiológica del contagio y no creían que la culpa fuera exclusivamente de Dios.

Las ejércitos llegados de Asia, famosos por sus destrezas como jinetes, no necesitaron el “caballo” que los aqueos usaron para ingresar en Troya, sus propios muertos volaban hasta caer como podridos —en el doble sentido de la palabra—, procurando infectar a sus enemigos. Los genoveses, famosos por su avaricia, eran como la Arbeleche: preferían morir antes que perder el “grado inversor”.

La Primera Guerra Mundial terminó porque la llamada “gripe española” diezmó los ejércitos de todos los contendientes.

La Revolución Industrial y el hacinamiento del proletariado en las grandes ciudades europeas, por la falta de saneamiento y la contaminación de las aguas servidas, introdujeron grandes epidemias de fiebre tifoidea en las capitales “del primer mundo”. La viruela, traída a América en grandes barcos veleros por los conquistadores europeos, exterminó al 90% de la población indígena que habitaba en estas tierras.

En Uruguay, y particularmente en Montevideo, se recuerda la epidemia de fiebre amarilla de 1857 que costó la vida de 2.250 montevideanos de una población total de 20.000 personas.

Los habitantes del puerto morían vomitando sangre y nadie sabía de donde venía el mal, si era el aire, la ropa infectada, la mugre, las letrinas de las casas, el agua de las lavanderas, las aguas servidas, los cadáveres afectados por la enfermedad.

Los muebles, las casas, la ropa, los enseres de cocina y hasta los propios cadáveres iban a la hoguera, creyendo que así se cortaba la cadena epidemiológica.

Tardó en saberse que la causa era un virus y el vector, nada menos que el inofensivo y molesto mosquito Aedes que andaba zumbando al lado de los charcos de agua, y los “espirales” aún no habían sido descubiertos.

En Buenos Aires, unos años —no muchos— después, la fiebre amarilla se llevó al cielo a miles de inmigrantes italianos y soldados que venían de la “Guerra Grande” en barcos cargados de heridos, combatientes, moribundos y mosquitos.

La culpa la tenía, según la época, el agua, la mierda, los muertos, los pecados, la ropa, el aire, el viento, el diablo o el mismísimo Dios.

Más cerca en el tiempo, las epidemias se vuelven pandemias en un mundo globalizado en donde las “pestes” son más expansivas, más universales, más conocidas, más comunicadas y tal vez muchos menos mortales.

La epidemiología, la ciencia, la medicina, la tecnología dan respuestas más eficaces, responden a expectativas más exigentes aunque tal vez, resulten más incómodas para el individualismo y el egoísmo alentado e instalado en muchas de las sociedades contemporáneas.

El Sida, el SARS, el MERS, el Ébola y el ZIKA, la Peste Porcina, han sido las grandes epidemias de este siglo, y cada una con sus características han exigido a la humanidad extremar los recursos.

Algunas de ellas han conmovido al mundo, pero en Uruguay las pasamos sin grandes sobresaltos. No era que no fueran gravísimas y que no sacudieran las economías, las sociedades y los prejuicios de los habitantes del planeta, pero nosotros —los uruguayos— estábamos tranquilos, teníamos un gobierno con experiencia, responsable, confiable y seguro.

Y un Estado fuerte y presente en el que los uruguayos —algunos más y otros menos— confiábamos.

Cuando todo parecía que en un mundo relativamente multilateral, en tensión permanente, los grandes actores disputaban y al final se arreglaban, cuando los uruguayos tratábamos de acomodarnos a un nuevo gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos en elecciones libres, legítimas y envidiadas en muchos lugares del mundo, cuando creíamos que las guerras estaban lejos y eran causadas por la posesión de pozos petroleros que no teníamos, el diablo metió la cola y vimos desembarcar en las costas del Río de la Plata una tragedia devastadora: el coronavirus, un virus agresivo, peligrosísimo, que apareció en China hace tres meses como consecuencia de una mutación de su estructura genómica y que ha puesto en peligro a toda la humanidad, costando la vida de decenas de miles de personas, con consecuencias económicas y sociales todavía imprevisibles.

La crisis que comenzó en China, y que puede resultar de una manipulación genética en una nueva versión de una guerra no tan fría, es un drama mundial que nos envuelve a todos, nos reduce a la impotencia y nos llena de angustia, porque su curso y su evolución están fuera de nuestro alcance; muchos pensamos que esto recién comienza y algunos no le vislumbran final.

TODOS SOMOS MORTALES

John Kennedy recordaba antes de ser asesinado en Dallas que ‟nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos valoramos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”.

Todos estamos amenazados hoy por esta pandemia terrible, desde el más poderoso de los mortales hasta el último mendigo.

Los uruguayos parecemos haber comprendido la magnitud de la alarma y nos comportamos como se esperaba, especialmente los médicos y los trabajadores de la salud, las instituciones de asistencia pública y los operadores de la salud privados, la UdelaR y el Instituto Pasteur, los trabajadores, los empresarios, políticos de todos los partidos y las autoridades nacionales.

En general, el Gobierno ha abandonado las chicanas políticas y las baboseadas menores, aunque en la primera manifestación pública oficial el ministro de Salud Pública insistiera en que “ahora sí se iba a ser transparente” y unos días después avisara que había recibido “solamente 100 kits del gobierno anterior”.

El Gobierno parece haber tomado conciencia de la gravedad del problema, aunque las medidas tomadas parecen ser insuficientes. Al menos, el Sindicato Médico, la Universidad de la República y la Academia reclaman medidas aún más drásticas y el Gobierno se ha mostrado reticente, cauteloso, indeciso, prudente, desde el primer momento.

Hace solo cinco o seis días, cuando el célebre casamiento del hijo del ignoto “Leo Felipelli” en Carrasco ya era tiempo pasado, y a base de aspirinas y vinagretas se habían evaporado todas las resacas, el presidente Lacalle Pou estaban dando besos en cuanta mejilla se ponía a su alcance en la Fiesta del Arroz, cuando recibió una llamada de Sanguinetti que le hizo ver la magnitud del problema que se nos venía encima.

La verdad es que yo no me siento tan seguro de que se esté manejando bien la situación desde el Gobierno, pero por supuesto cumplo estrictamente las indicaciones que se recomiendan para mí, para los trabajadores de Caras y Caretas y para alentar el cumplimiento de las medidas implementadas para aminorar la magnitud del daño.

Encerrados entre cuatro paredes, cumpliendo las directivas para los adultos mayores, el mundo sigue andando, hay que trabajar si es posible desde la casa, hay que tratar de consultar al médico solo si es necesario, hay que evitar ver a los nietos aunque se nos parta el alma, hay que pagar la luz —¿con o sin las nuevas tarifas?—, hay que tratar de que la revista esté en los quioscos, los trabajadores cobren sus sueldos y hay que recordar a todos que el diablo nunca duerme.

Aunque parezca mentira (increíble) Isaac Alfie y Azucena Arbeleche siguen trabajando para ahorrar 900 millones de dólares, cobrando las nuevas tarifas públicas y achicando en un 15% el gasto del Estado.

Si el lector cree que estoy exagerando o que no debiera ser el momento de recordar estas cosas, yo quiero que no olviden que en estos días en que todos estamos pensando en la fiebre y la tos, el valor del dólar vendedor en pizarras (el que se paga, el de verdad, el que duele), hoy martes cuando escribo, superó los $47,50, y era de $39,50 el 28 de febrero, antes de que asumiera el presidente Lacalle Pou; así que el aumento, en lo que va del nuevo gobierno, es de 20,25%.

Para los exportadores todo bien, la Sra. Arbeleche de parabienes, los motores están funcionando y la política económica no se cambia. El dólar hoy subió y mañana subirá también porque la ministra lo fogoneó para contentar a la corporación agroexportadora.

Pero ¿qué dice el “campo”?, los trabajadores, los conductores de camiones, los comerciantes chicos del interior, los bolicheros, las maestras, los peones y los jornaleros. Y ¿qué dice la tan promocionada coalición multicolor que no presentó la Ley de Urgencia porque aún no se pusieron de acuerdo? ¿Qué dicen Manini y Sartori que promueven medidas expansivas, postergar el pago de tarifas e impuestos y “frenar el lucro de los poderosos a costa de los humildes”?

LA PROFESÍA

Leo en The Washington Post este texto: ‟Derrumbe de monedas locales en América Latina ante disparada del dólar, Brasil 3%, Chile 2,5%, México 2,8%. Uruguay lidera influenciado además por políticas locales internas con 12,5%, la mayor devaluación mundial frente al dólar”.

Ya vemos que se quedó corto el informado diario norteamericano, porque la devaluación, reitero, ya pasó el 20%, y con ella la ganancia brutal de la corporación agropecuaria, que, como vimos, integran los ministros Carlos María Uriarte, Luis Alberto Heber, Irene Moreyra, Álvaro Delgado, Luis Lacalle Pou, Javier García y Azucena Arbeleche, y que es la verdadera vencedora de las elecciones pasadas, que no demoró una semana en hacerle pagar el precio de su victoria al resto de los uruguayos, especialmente a los trabajadores y jubilados, que son los que van a pagarlo con su menor poder adquisitivo.

La prueba de esa victoria y de la alegría que les causa no está solo en la inocultable y cada vez más amplia sonrisa del ministro Carlos María Uriarte, sino también en la tapa de la revista Negocios Rurales, publicada junto con El País el martes 17, que pueden ver en el recuadro.

El título lo dice todo: ‟Se hace valer” (junto a un manojo grande de billetes de cien dólares), ‟aumento del dólar impulsa el poder de compra de la ganadería”.

Claro que es así, pero como en economía nada es gratis, ese aumento del poder de compra de la corporación agropecuaria tiene su contrapartida en el menor poder adquisitivo de trabajadores, jubilados y todos aquellos que tienen ingresos fijos, que se ven castigados por la inflación que viene de la devaluación y que fatalmente va a sembrar de pobres nuestro país.

Voy a hacer una profecía, para que no digan que no lo avisé.

A fin de año, solamente dentro de 9 meses, habremos parido en Uruguay más de 300.000 nuevos pobres. No se crean que disparateo y ojalá que me equivoque, pero Issac Alfie es un neoliberal de la cabeza a los pies, el alfismo es la enfermedad infantil del neoliberalismo. El neoliberalismo no tiene corazón y, en lugar de pensar en invertir para ayudar a los empresarios a pagar los sueldos, apoyar a las Intendencias y al MIDES para atenuar el impacto en los sectores más pobres, al Ministerio de Obras Pública para mantener la inversión, al Banco de Previsión Social para hacer frente al incremento fatal de los trabajadores en seguro de paro y la cobertura de los seguros de enfermedad de los que deban guardar cuarentena o tengan síntomas compatibles, en lugar de eso, Alfie está pensando en la caída de la recaudación, en el aporte de las empresas públicas para disminuir el déficit fiscal y en el ahorro en las dependencias del Estado.

La soberbia de Alfie va en contra de lo que hace el mundo, España destinará treinta y tantos millones de Euros para afrontar el coronavirus, Estados Unidos 50.000.000 dólares, Argentina, Chile, Brasil harán políticas expansivas para mantener la actividad económica.

Pero Alfie se propone ahorrar 500 millones de dólares que los pagarán los que tengan que pagar la cuota de la casa o el auto o el televisor en dólares, el que pagará dos puntos de IVA más cuando paga con la tarjeta de débito o el que tenga que cobrar un sueldo depreciado por la inflación, una tarifa pública un 10% más cara, o un alquiler aún más caro cuando se reajuste. Lo pagarán los pobres que son los verdaderos motores de la economía, pero también los indigentes que viven en la calle y para los cuáles debiera haber ya políticas de protección frente a la epidemia que ya está provocando destrozos.

La Arbeleche está en la luna. Cualquier epidemiólogo sabe que cada día se multiplicarán los casos con un crecimiento exponencial y hasta dentro de más o menos 45 o 50 días estaremos en una fase acelerada, hasta que controlemos la epidemia si tenemos suerte y si hacemos las cosas bien, aún con fanáticos en el gobierno como Albeleche y Alfie que de epidemias no saben un pomo y de manejo de crisis tampoco. Habrá casos más o menos graves, más o menos muertos, pero al final nos infectaremos con el virus muchísimos uruguayos, casi todos. Hoy hay probablemente cientos de casos no registrados.

Como escribió Leandro, mi hijo, ‟hubo fiesta en las estancias”, y tanta que todavía el jueves 12, cuando ya la Argentina había cerrado la frontera a los vuelos internacionales, Loly y Cuquito repartían besos en la Fiesta del Arroz.

Mi amigo Jorge Barrera aún seca sus lágrimas al igual que todos los hinchas de Peñarol porque Isaac Alfie vendió a los tres mejores delanteros que jugaban en el fútbol local, Brian Rodríguez, Darwin Núñez y el Toro Fernández, en medio del campeonato para pagar deudas viejas y así perdió una campeonato que iba ganando por nueve puntos —si no me equivoco. Es que Alfie es neoliberal hasta en el fútbol, donde todos saben que hay que tratar de ganar el campeonato. Y eso que no tenía ningún riesgo de perder el grado inversor.

Esta crisis la pagarán, como todas, sobre todo los pobres, pero también muchos empresarios que actúan con responsabilidad, pagan sus impuestos, los salarios, se preocupan por el bienestar de sus trabajadores y asumen una responsabilidad social.

LA HORA DEL ESTADO

Ya nadie lo discute, el Estado es y debe ser el gran actor de esta crisis, el protagonista principal.

Podrán ver en esta edición de Caras y Caretas cómo las principales potencias del mundo y organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que nunca fueron organizaciones de beneficencia ni mucho menos, han destinado cuantiosos recursos a paliar la crisis sanitaria, asegurar el bienestar de sus habitantes y restañar los daños que la pandemia cause en las economías nacionales (el neoliberalismo es una ideología repleta de mentiras que usan los poderosos para someter a los subdesarrollados mediante sus sirvientes locales), y se han producido milagros como la conversión de Emmanuel Macron, presidente de Francia, ayer estrella del neoliberalismo (ferozmente resistido por el pueblo enrolado en los ‟chalecos amarillos”), en un gran interventor, casi un socialista de planificación centralizada.

La gran noticia del día es que el Gobierno de Francia asumirá los créditos y suspenderá el cobro de alquileres, impuestos y facturas de agua, gas y luz, ya que le ‟ha declarado la guerra al coronavirus”.

La noche del 16 de marzo, el presidente de Francia anunció en un discurso televisado a todo el país un conjunto ‟medidas de choque” de intenso carácter social para mitigar el impacto de la epidemia en los ciudadanos y asegurar el funcionamiento de la economía, en particular de las pequeñas empresas.

Macron anunció que ‟el Estado asumirá el pago de los créditos bancarios contraídos por las empresas, también se suspenderá el pago de impuestos y cotizaciones sociales, de las facturas de agua, luz y gas, así como los alquileres”, y agregó que ‟ningún francés quedará sin recursos”.

Como si fuera ciencia ficción, informó también que ‟los taxis y los hoteles estarán a partir de ahora al servicio de las necesidades del esfuerzo sanitario, y el Estado pagará sus servicios”.

Anunció la movilización integral de las Fuerzas Armadas, que construirán hospitales de campaña en las zonas afectadas por la epidemia, y realizarán todas las misiones que sean necesarias, como el traslado de enfermos y la realización de tareas auxiliares de carácter sanitario.

El otrora neoliberal Emmanuel Macron, que solo confiaba en la iniciativa privada y en el mercado como asignador de recursos, ‟está en guerra” y se dedicará en exclusiva a combatir la epidemia e impulsar la economía, mejorar la situación de los trabajadores. También suspendió todas sus reformas económicas en curso, contra las que luchaban ‟los chalecos amarillos”.

También aplazó el segundo turno de las elecciones municipales del próximo domingo y decretó, unos días después de Italia y España, la restricción de los viajes desde y hacia el país.

Se movilizarán también 100.000 policías y gendarmes para establecer controles en todo el país. En Francia hay 6.633 casos confirmados de coronavirus y 148 muertos.

‟Estamos en guerra, no contra otra nación ni contra un ejército. Es una guerra sanitaria. Pero el enemigo está allí y avanza, y eso requiere nuestra movilización general”, afirmó el otrora prescindente principito.

Las medidas prohíben todos los desplazamientos excepto los necesarios para hacer compras de alimentos y medicinas, visitar al médico o ir a trabajar. Está autorizado el ejercicio al aire libre, pero solo de forma individual.

En materia económica, Macron dispuso que las pequeñas empresas no deberán desembolsar impuestos, se suspenderán sus alquileres y facturas de gas, agua y electricidad. Amplió masivamente el subsidio por desempleo parcial ‟para que ningún asalariado quede sin recursos”.

 ¿Y por casa cómo estamos?

El gobierno está lento en tomar decisiones económicas que acoten el costo para los más humildes, y cada día se hace más evidente su impericia y su insensibilidad social. No obstante escuchamos boberías supremas como la de Ernesto Talvi que cree que tiene al toro agarrado por las guampas…

 

 

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