Trayectoria de Manini Ríos

 En la cabeza de los Manini

El nacimiento de una vieja tradición.

Gabriel Delacoste

2 julio, 2020

 

Ilustración Ombú.

Guido Manini se transformó en un protagonista de la política uruguaya cuando fue destituido, en 2019, del cargo de comandante en jefe del Ejército por cuestionar el procesamiento de criminales de la dictadura. Estos días vuelve a estar en el tapete por las consecuencias judiciales de su actuación respecto al tribunal de honor que juzgó a esos militares. Pero su llegada al primer plano de la política nacional no fue una novedad sólo por defender a los tiranos y sus secuaces: Manini y Cabildo Abierto llegaron para proponer una visión de Uruguay de la que, por la velocidad de la campaña electoral y lo abrumador de la crisis pandémica, todavía no se ha logrado dar cuenta.

Desde que el gobierno de derecha asumió, los dirigentes de Cabildo Abierto (CA) vienen marcando la discusión política con una serie de escándalos y declaraciones destempladas: desde hacer papelones en el Parlamento por no entender un chiste en un libro escolar hasta defender a torturadores. A ese discurso vulgar, CA suma otro, emitido por quienes en su dirigencia tienen una veta intelectual.

En noviembre de 2019 en las páginas de Brecha se dio una discusión entre Diego Hernández Nilson y Aníbal Corti1 sobre las implicancias de la irrupción de CA. Hernández Nilson señalaba la urgencia de que la izquierda retomara el pensamiento sobre lo nacional y lo popular, según él, dejado de lado por un progresismo cosmopolita que confunde lo popular con lo conservador. Corti respondía que la izquierda no tenía que andar disculpándose “por no haber venerado a la patria ni a sus insignes caudillos, por no ser católicos, por no valorar suficientemente nuestras raíces telúricas, por ser presuntamente europeístas, por ilustrados, por cosmopolitas, por no extrañar alguna época pretérita en que viejos y buenos valores que ahora están presuntamente en decadencia estaban presuntamente en la máxima plenitud de su expresión”. En 2019, quien escribe arriesgó algunas intervenciones sobre el tema, con una comprensión todavía superficial de lo que estaba en juego, pero sospechando que con la llegada de Manini se venía una discusión importante sobre el significado de lo nacional, lo latinoamericano y lo antimperialista.2

Estas discusiones, que en los sesenta ocuparon el centro de la discusión política, estaban algo apolilladas. En los noventa todo estaba claro, porque la disputa era entre un neoliberalismo globalista y una izquierda que reivindicaba la soberanía nacional frente al Consenso de Washington. Una vez llegado el Frente Amplio (FA) al gobierno, con el “pragmatismo” de algunos de sus sectores y su desesperación por atraer inversiones extranjeras, la cuestión se desdibujó, aunque, en términos relativos, el FA siguiera siendo más latinoamericanista y defensor de la soberanía económica que la derecha. CA aparece en el mapa intentando flanquear al FA con un discurso artiguista, nacionalista y soberanista, y denunciando los vínculos entre el FA y las elites globales.

Al mismo tiempo vemos, en muchos lugares del mundo, un extraño auge de las ultraderechas nacionalistas, posfacistas, identitarias, tradicionalistas y neorreaccionarias, que hacen operaciones similares, defendiendo la soberanía, en oposición al liberalismo3 y también a las izquierdas, que postulan como títeres de Soros.4 La importancia de Manini, entonces, no se debe a su poder ni a su representatividad (su partido es el cuarto más votado), sino a que su presencia obliga a reabrir algunas discusiones.

LA NARRACIÓN HISPANISTA. Una buena manera de zambullirse para bucear en la forma como CA piensa a Uruguay es leer los textos escritos por sus dirigentes; en particular, por Guido Manini y su hermano Hugo, director de La Mañana. Los textos elegidos (un libro de Hugo publicado hace 11 años y un trabajo de Guido escrito hace 21) no son directamente políticos, sino históricos e ideológicos. Entrar en esto puede parecer engorroso, pero hay que entender que, tratándose de nacionalistas, conservadores y católicos, para entender su ideología en el presente es fundamental entender su visión del pasado. Por eso, esta nota pide paciencia.

Hugo Manini es un admirador de José Enrique Rodó. En su libro Rodó y la Gran Colombia (Ediciones Cruz del Sur, 2009), compila conferencias y textos propios sobre Rodó y textos del escritor. Comienza ubicándolo en la generación del Novecientos (a la que celebra) y también en la española generación del 98. Aunque con un matiz: si los españoles del 98 eran una expresión de la defensa de la hispanidad y la tristeza por la derrota militar de España por Estados Unidos, Rodó significaba la posibilidad de un nuevo comienzo, que levantara la autoestima de la raza de los americanos latinos (identificada con la “civilización mediterránea y, por ende, la latinidad”) y la pusiera en valor frente al utilitarismo, identificado con Estados Unidos. Manini repasa la discusión de Rodó sobre la democracia y las diferencias de este último con autores que admiraba, como Renan, Nietzsche y Carlyle. Rodó sostenía, contrariamente a estos defensores de la aristocracia (y junto con Tocqueville), que era necesario hacer las paces con la democracia y pensar en cómo esta podía hacerse compatible con la distinción y la jerarquía “del espíritu”. El libro termina reproduciendo un texto en el que Rodó exalta a Bolívar, “grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, grande en el infortunio”. Hugo Manini no arroja luz sobre Rodó, pero su trabajo interesa porque nos dice algo sobre su proyecto ideológico. Algo no menor: el libro está dedicado a Pedro Manini Ríos, abuelo de Guido y amigo de Rodó, lo que traza una continuidad entre el homenajeado y el autor.

Retomemos la cuestión de ese pivoteo en el que la decadencia de España da paso al resurgir de la latinidad en América. Contemporáneo de Rodó, Juan Zorrilla de San Martín (el “poeta de la patria”) fue un convencido hispanista. Defendía que “el título de propiedad sobre nuestra tierra, que, como persona colectiva, hemos heredado de […] nuestra metrópoli, es un título perfecto, pues perfecto fue el modo de adquirir de […] los bravos descubridores y conquistadores de estas tierras”, ya que “las tribus americanas que poblaban nuestro Río de la Plata” no “constituían una persona colectiva”: “Aquel hombre sin fe, sin ideal alguno de progreso, sin concepto alguno de soberanía ni de vida de relación, no ocupaba propiamente esta tierra; pasaba por ella como el pájaro por sus aires, como el avestruz por sus llanuras”. Por ello, los españoles tenían derecho a la conquista. Pero esto venía con una responsabilidad: “[Un] deber histórico asistió, por consiguiente, a nuestra raza, con relación al primitivo poblador de nuestra tierra […]; tenía el deber de incorporarlo, en la plenitud de sus derechos y de su dignidad del hombre, a la sociedad civil y política que formaba en la tierra que aquel pisaba; tenía, por consiguiente, el deber de conquistar su inteligencia a la verdad, su voluntad al bien, su persona entera a la civilización cristiana. Y ese deber ha pasado íntegro y reside en nuestros Estados independientes; y el derecho correlativo reside aún en los vestigios de aquella raza, en el hombre de nuestro pueblo”. Es decir, el deber de la raza de los conquistadores es incorporar en la civilización cristiana al “primitivo” y encuentra su continuidad en la relación entre el Estado y el pueblo. Para Zorrilla, la obra de los soldados conquistadores, aunque justificada, debía ser complementada e incluso enfrentada con la obra de los misioneros, entre los que destaca a los de las reducciones jesuíticas de Paraguay, lamentando la expulsión de los jesuitas, luego de la cual, según él, “el indio volvió a su selva, olvidó el nombre de Dios y reanudó su vida nómade y salvaje”.5 El soldado y el misionero son, para Zorrilla, los artífices de esa protopatria que fue la colonia. Esa es, hasta hoy, la postura de la Iglesia católica uruguaya. Es claro que Zorrilla estaba políticamente a la derecha de Rodó. Pero en ambos hay un lamento por la pérdida de la unidad de Hispanoamérica, una postura elitista y un deber de hacer perdurar en esta parte del mundo una tradición cristiana y grecolatina.

Para Guido Manini, según un trabajo que escribió para el Instituto Militar de Estudios Superiores, titulado “Juan Manuel de Rosas y la defensa de la americanidad” (1999), Rosas es un continuador de esta gesta: “Su enfrentamiento con dos de las principales potencias de la época es la historia de la lucha por la dignidad y la auténtica independencia, no sólo de la República Argentina, sino de todo el continente al sur del Río Bravo. Es, asimismo, la historia de la defensa intransigente del derecho de los pueblos americanos a disponer de su destino ante la prepotencia apoyada en la fuerza. Es, por último, la historia de una victoria, de magnitud continental, que gana, para los nuevos pueblos de este lado del Atlántico, el derecho a vivir dignamente en el concierto de las naciones. Francia e Inglaterra, acostumbradas hasta ese momento a llevarse por delante, como simples jugadas de un ajedrez mundial, a naciones como China, Argelia e India, difícilmente podrían comprender que Hispanoamérica fuera distinto. […] Para ello fue necesario el sacrificio de centenares de vidas en la Vuelta Obligado y en las Barrancas del Quebracho, precio necesario para que, regada con sangre, creciese la semilla de la dignidad y del honor nacional en las futuras generaciones”. Después de celebrar a Rosas, se pregunta cómo “intelectuales de primer nivel en nuestro país y en todo el continente, afiliados a una crítica izquierda marxista que hace permanentes gárgaras de antimperialismo, son extremadamente ambiguos, en el mejor de los casos, cuando de juzgar a Rosas se trata”. Y cita a Carlos Real de Azúa, que se burla de cómo “esta historia marxista exalta la resistencia antimperialista después de que una comunidad ha sido digerida por el imperialismo, nunca antes”.

Se trata de una crítica válida de cierto marxismo. Pero vale aún más para los hispanistas, que exaltan la resistencia contra el imperialismo francés e inglés en el siglo XIX mientras celebran o disculpan la conquista española de los siglos anteriores. No deja de ser interesante que Manini cite a Real de Azúa (además del prólogo de Alberto Methol Ferré de un libro del socialista Vivián Trías sobre Rosas) y que lo haga por criticar al marxismo por ser cómplice de la narración del antirrosismo liberal. Manini se afilia, así, al revisionismo histórico argentino, emparentado con una parte de la intelectualidad peronista y celebrador de los federales que pelearon en las guerras civiles del siglo XIX. El primero de los cuales, por supuesto, fue José Artigas.

El prócer encaja en esta narración por varios lados. En un texto titulado “La conquista espiritual”,6 Methol Ferré plantea una historia que comienza con Abraham y pasa por Moisés hasta llegar a Cristo: “[En quien] la historia universal se revela y confirma su sentido inmanente y trascendente, su unidad originaria y de destino, rompe la aparente noria del eterno retorno de la Naturaleza, del cambio infinito de la Cosa, y abre la conciencia de la historicidad del futuro, de la esperanza, en el dinamismo ascendente de la escatología, en la edificación de ‘los nuevos cielos y las nuevas tierras’, como una segunda creación en agraz, con dolores de parto, en la intimidad misma de la Creación, puesta en manos de la libertad humana, en la decisión y quehacer del hombre. Es la irrupción de lo Eterno en la historia”. De Cristo nace la Iglesia, de la cual es hija la “épica comercial y guerrera” de España y Portugal, cuya “hazaña […] señala el momento crítico en que, de la dispersión milenaria, las etnias humanas giran hacia o en el vertiginoso y explosivo proceso de reencuentro”. De allí la posibilidad de la conquista de América y, dentro de esta, la experiencia de las misiones. Luego de narrar y celebrar la obra de jesuitas y guaraníes, concluye: “José Artigas es el último gran capítulo de la historia de las Misiones. El primer caudillo de los orientales fue el último de los guaraníes. Quizás allí reside la más profunda originalidad y fuerza del artiguismo, la de haber conjugado dos tradiciones que parecían antitéticas: la […] de las Misiones y el mejor espíritu de las viejas Leyes de Indias, con las nuevas corrientes de la Ilustración española. […] Por eso, el artiguismo fue un profundo movimiento social revolucionario, el más grande que conociera la Cuenca del Plata. De tal modo, las oligarquías lo rodearon con sus tenazas desde Buenos Aires y Rio de Janeiro. Y así, con la derrota de Artigas, se consuma también la tragedia definitiva de las Misiones”.

Si armamos el puzle completo, se plantea una línea que va desde las Misiones, pasando por Artigas, hasta Rosas y Rodó. Esta es una narración interesante, que propone encuentros entre lo indígena, la lucha por la independencia y el pensamiento local. El problema es que si siguiéramos la línea hacia el siglo XX, mirando desde CA hacia atrás, veríamos que Pedro fundó la Federación Rural junto con el estanciero nietzscheano Carlos Reyles y Domingo Bordaberry, dueño de Radio Rural y, por lo tanto, patrón de Benito Nardone, caudillo ruralista artífice de la victoria blanca de 1958, con quien Alberto Methol Ferré hizo sus primeras armas políticas. Veríamos también el golpe de Estado del 33, acompañado por Pedro Manini, y el del 73, bajo la presidencia de Juan María Bordaberry, hijo de Domingo. Evidentemente, la línea que une a estos personajes del siglo XX con los intelectuales del Novecientos, los federales del siglo XIX, Artigas y los guaraníes es una ficción, aunque ate muchos fragmentos de la realidad. Esta historia podría (debería) contarse de muchas otras maneras, con estos (y otros) personajes representando otros papeles. Pero, a los efectos de este texto, lo que importa es entender la forma como la cuentan ellos.

OPOSICIONES. El antagonista elegido por esta narración hispanista es el liberalismo, asociado al norte y, según algunas versiones de este discurso, al capital financiero. Eran liberales y cosmopolitas los enemigos de Rosas en la defensa de Montevideo, eran liberales las ideas que venían de Francia e Inglaterra, es el utilitarismo liberal el que amenaza nuestra cultura latina. Para que esto sea posible, tienen que unificar discursivamente el liberalismo con la izquierda, resaltando los puntos de contacto entre estas corrientes y desenfatizando sus puntos de conflicto. Una vez creado el antagonista liberal-izquierdista e identificado este con lo extranjero y las elites, pueden reservarse para ellos el campo de lo nacional y lo popular para montarle su narración conservadora. El hecho de que estos conservadores fueran en todos los momentos críticos del siglo XX uruguayo aliados de los liberales y contrarios a los movimientos populares y de que ahora tengamos un gobierno formado por una alianza entre liberales y conservadores parece, por el momento, no hacerles mella.

Una forma en que la izquierda puede enfrentar este problema es rechazar las ideas de lo nacional, lo popular y lo nacional-popular. Este camino tiene sus peligros, ya que presentaría un problema a las izquierdas para las que esta categoría es fundamental e implicaría dar por cierto que la izquierda es un elemento extraño en la vida nacional. Por otro lado, reconocerse en la tradición nacional-popular en los términos en los que la plantean los hispanistas puede ser tentador, porque viene con toda una elaboración sobre el pasado y la naturaleza del pueblo uruguayo, pero tiene también sus peligros, al traficar ideologías reaccionarias envueltas en una idea de pueblo. Sortear estos peligros requiere esfuerzos creativos y, sobre todo, escuchas e investigaciones sobre las luchas, las ideas, las formas y las construcciones colectivas de los uruguayos y las formas como nos hemos identificado con cosas que pasan en escalas continentales y universales, con la intuición de que la narración conservadora nos ofrece apenas un reflejo distorsionado y superficial de nosotros mismos.

  1. El primer artículo de Hernández Nilson se llamó “¿El pueblo dónde está?” (1-XI-19). Le siguieron “Unirse a ellos” (8-XI-19), de Corti; “La confusión entre lo popular y lo conservador” (14-XI-19), de Hernández, y, finalmente, “Nosotros estamos vivos” (29-XI-19), de Corti.
  2. ¿Qué hacemos con el antimperialismo de derecha?”, Brecha, 17-V-19; “Desventuras del nacionalismo uruguayo”, http://estararotodo.blogspot.com/.
  3. Sobre la discusión entre derechas liberales y nacionalistas, véase “Pelea entre dos derechas”Brecha, 21-II-19.
  4. Sobre la “izquierda Soros”, véase https://brecha.com.uy/salir-del-espiral/.
  5. Extraído del discurso “Las misiones salesianas”, páginas 225-264 del tomo II de sus Obras completas(Banco República, 1930).
  6. Número 5 de la Enciclopedia uruguaya, 1968. Disponible en http://anaforas.fic.edu.uy

 

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