La Tablada: centro clandestino de torturas

 La Tablada: rememorar el pasado,

preservar la memoria

Sobrevivientes del terrorismo de Estado reconstruyen ese centro de detención y torturas, donde desaparecieron 13 personas.

Ago 15, 2020

Ivonne Kingler iba a contactarse con su marido cuando la detuvieron. Él hacía unos meses que se encontraba en libertad, tras estar preso desde 1975. Ella estaba clandestina y, ansiosa, había arreglado el contacto en la calle Santiago Rivas. Tenía 32 años, militaba en el Partido Comunista y estudiaba medicina. 

Pero antes de divisar a la persona con la que iba a contactarse la acorralaron. Un auto le cortó el paso por delante. Luego, otro por atrás. De inmediato se bajaron dos oficiales, a quienes recordará pese al paso de los años y a quienes volverá a ver en un juzgado décadas después.

Fue así como la encapucharon y metieron a la fuerza en uno de los autos. 

El recorrido bajo el peso de la ceguera y el miedo se hizo largo. Sus sentidos, por instinto, intentaron agudizarse.

A la Base Roberto, comunicaron a través de una radio. 

Pero del recorrido de Buceo hasta Melilla, solo recuerda los adoquines del camino previo a la entrada de La Tablada. Lo que sufrió por tener el rostro pegado al piso y una bota encima que la estrujaba para inmovilizarla. 

Ese fue el inicio de su vínculo con el edificio que hoy intenta recomponer junto a sus compañeros de Comisión Memoria de La Tablada (Cometa). El excentro de detención clandestino tiene alrededor de unas 80 hectáreas y una serie de características funcionales a su clandestinidad. 

Para llegar a La Tablada hay que alejarse de centro montevideano por la ruta 5. En cuanto los edificios dejan de aparecer se dobla a la derecha por el camino Eduardo Pérez y se avanza por Camino Melilla. Una verja oxidada da la bienvenida a los visitantes. Dos guardias abren el paso. La fachada del edificio, donde se supo guardar ganado para su comercialización, está desteñida. El color rosa de las paredes se volvió gris por la humedad. Sobre el escudo de Montevideo, ubicado sobre la puerta principal de unos dos metros de largo, está el nido de un hornero. 

-Por esta puerta entraban los oficiales, señala Ivonne. 

De esta manera, inicia el recorrido con sus compañeros Antonia Yáñez y Pablo Carrió. 

Antonia tiene un tono menos enérgico que Ivonne. Mira a los alrededores y baja la voz cuando habla de las torturas que sufrió por militar en la Unión de la Juventud Comunista de Uruguay. La detuvieron en el 82, cuando tenía 31 años. Por su parte, Pablo es callado. Se encarga de abrir y cerrar las puertas con un fierro. Lo detuvieron en el 77, cuando tenía 22.

-Me tiraron acá en el patio y dormía sobre ponchos, describe Pablo.

El «patio» es techado y está ubicado dos habitaciones más allá de la fachada. La habitación es amplia y alta, como un galpón, y está bordeada de pequeñas celdas. Cada una mide alrededor de dos metros de largo por uno de ancho. Allí durmieron y comieron, durante meses o años, unos 200 detenidos, de los cuales desaparecieron 13.

Hoy tiene una decena de ventanas. Pero en la dictadura, la pradera no se divisaba por ninguna rendija. Ni por las de la puerta trasera, por donde entraban los detenidos, ni por los de las capuchas, que por meses estuvieron obligados a usar. 

-Todo el tiempo que estuvimos acá estuvimos encapuchados y esposados. Cuando me trasladaron al Grupo de Artillería No. 5 tenía tremenda infección en los ojos, puntualiza Pablo.

Mientras los detenidos estuvieron allí, la máquina represiva se los tragó. Dejaron de tener nombre para pasar a ser llamados a través de un número.

-A veces, hacíamos golpes con las piernas para hablar en código entre nosotros, detalla Antonia.

A la ceguera de la capucha se le sumaba el anonimato de los cuerpos que los rodeaban. No se podía hablar. Salvo para ir al baño o para gritar de dolor.

La máquina

Los centros clandestinos, utilizados por el órgano operativo más jerárquico de los militares, el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA), tuvieron el fin de guardar a los presos políticos sin declararlos o «blanquearlos». El anonimato para los represores era norma. 

«Gonzalo» era el seudónimo de Asencio Lucero, uno de los militares que lideraban los interrogatorios de la habitación de arriba. Para llegar a esa habitación hay dos escaleras. Por eso, cuando Ivonne, Antonia y Pablo suben tienen dudas sobre la ubicación de las salas donde se realizaban los interrogatorios. La ceguera también era norma allí y solo recuerdan cómo los arrastraban por una escalera.

La primera habitación de uno de los dos pasillos laterales, que tienen alrededor diez habitaciones, era la destinada a los interrogatorios.

*-Acá estuvo Ángeles, para mí este es el pasillo, asegura Antonia.

Pero para Pablo e Ivonne los oficiales, que por su jerarquía no se dedicaban a las guardias del patio y solo circulaban por allí, guardaban las versiones taquigráficas de los interrogatorios, las picanas, los tachos para los submarinos y algún que otro instrumento, en el otro pasillo. 

Las decenas de habitaciones tienen el mismo tamaño que las del patio. Y tienen unas ventanas que se agregaron después. 

En la tercera habitación del pasillo donde estuvo Ángeles, hay una especie de graffiti pintado con témperas flúor. El ojo de la banda Viejas Locas, con una chala por debajo, es el único registro de que por allí también pasaron adolescentes. Cuando en 2017 el Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa) tuvo la intención de construir un complejo carcelario en el predio. Pero esta iniciativa quedó trunca tras una resolución judicial, en el marco de la investigación por la desaparición de Miguel Ángel Mato, en la que se dispuso una medida cautelar de no realizar modificaciones en el edificio. 

Pero, años antes de esta medida, las habitaciones del frente fueron modificadas para recluir a los hermanos Peirano. 

-Por el 2002, hicieron una cocina, tiraron las paredes y redujeron las habitaciones, comenta Antonia. 

Pese a que los tribunales judiciales uruguayos ordenaron la prisión preventiva de Jorge, José y Dante Peirano Basso, por el colapso del Banco de Montevideo, en 2005 las habitaciones quedaron libres. 

-Acá nos colgaban, creo que modificaron el espacio para que nosotros no lo podamos identificar si veníamos con un juez, deduce Ivonne.

A partir de la resolución de la Comisión Nacional Honoraria de Sitios de Memoria, creada por la ley 19.641, La Tablada fue señalada como uno de los cinco sitios que conmemoran la resistencia en los establecimientos utilizados por el terrorismo estatal. 

La habitación de los colgados, donde los detenidos fueron “ablandados” antes de pasar al interrogatorio, será, según comentan los integrantes de Cometa, el lugar donde se coloquen las fotografías de los detenidos desaparecidos y todo tipo de objetos que ilustren la resistencia. 

Los integrantes de Cometa son unos 20 y financian el proyecto. ‘La Tablada es un barrio‘ llevado a cabo por la comisión y estudiantes de la Universidad de la República (UdelaR); tiene el fin de promover al edificio como parte de la vida barrial, en los predios que no están cautelados se instalarán granjas y un CAIF.

Ya que La Tablada, según comenta Antonia, también formó parte de la vida barrial. Hasta la década de 1950, el local era un hotel para aquellos que transportaban los ganados hasta el frigorífico La Tablada Nacional, cuando el inmueble pertenecía al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Fue desde 1977 hasta 1983, que el edificio pasó a ser propiedad del Ministerio de Defensa Nacional y formó parte de la cadena represiva. 

El futuro

Tras finalizar el recorrido, Pablo fumiga los adoquines de la puerta principal para que no vuelvan a crecer los yuyos. Antonia e Ivonne rememoran otras torturas de las que formaron parte. 

Ivonne recuerda cómo un soldado raso, con acento “abrasilerado”, se metía en las celdas del patio para masturbarse y eyacular sobre los cuerpos torturados. 

-Me decía que cuando yo saliera se iba a casar conmigo, que no me preocupara, enuncia con asco Ivonne. 

También hubo otro guardia que la tomaba como “terapeuta” y le decía que él había tomado ese trabajo porque le pagaban el triple, que era electricista y su única función era arreglar los tapones del edificio cuando estos saltaban por el uso de la picana. 

Antonia recuerda cuando la subieron a un caballete, mientras le daban con la picana para que la barra se metiera en sus genitales, y cómo casi se corta la lengua. Le brindaron cierta “asistencia médica” para que se repusiera y pudiera pasar nuevamente a las habitaciones de los oficiales. 

Ambas recuerdan que los oficiales de arriba tenían sus disputas de poder y cómo se peleaban por ser el militar que obtuviera la información clave. Cada uno tenía señalada a “su presa”, su detenido favorito, para participar de todos sus interrogatorios. 

-Había un teléfono por el que hablaban mientras te tenían colgada. Tengo desgarrado el hombro derecho y las cicatrices de la picana, detalla Ivonne. 

Antonia dice que prefiere pensar en el futuro y en el edificio de La Tablada como parte de la vida barrial. Ivonne especula, mientras señala algunos tramos del terreno, que los cuerpos de detenidos desaparecidos están enterrados en las zonas blandas. Dice que siente temor por el momento político que vive Uruguay, donde incluso se habla de eliminar la búsqueda de restos. 

-Lo que cuesta cerrar, comenta oportunamente Antonia cuando Pablo cierra la verja oxidada para irse.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.