No hay 2 “demonios”, solo una violencia desatada política

 La «escalada de violencia» con contenido político según los historiadores

Como la miel a las moscas

Venancio Acosta
21 agosto, 2020

Ahora sí. Pasar al acto parece haberse vuelto más sencillo. Las refriegas cotidianas con contenidos ideológicos en las redes sociales han dado señales de pretender trasladarse, por fin, a los hechos. Los sucesos recientes de agresión que tuvieron por objeto a militantes políticos, corridos a balas y a cuchillo en distintos lugares del interior del país, despertaron la reacción del Frente Amplio, cuyos legisladores presentaron quejas formales en el Poder Ejecutivo. La violencia, cuando llega a la polis, suele inquietar a la izquierda.

Ilustración: Ombú

Esta semana los diputados Gerardo Núñez y Álvaro Lima entregaron al ministro del Interior, Jorge Larrañaga, un documento en el que expresan preocupación por la situación. En él enumeran varios hechos de violencia perpetrados contra militantes, trabajadores y personas en situación de calle. La celeridad de la medida quizás haya conspirado contra la exhaustividad del relevamiento: la lista –que comienza en 2017– flaquea en relación con los datos que refieren a episodios ocurridos durante los gobiernos frenteamplistas. Los límites que separan la violencia a secas de la violencia política son siempre borrosos.

Las agresiones a militantes se suman a otras ocurridas en las últimas semanas, protagonizadas por desconocidos que se trasladan en autos de alta gama y, munidos de bates de béisbol, golpean a personas en situación de calle, sin motivo aparente, en las inmediaciones de la Ciudad Vieja.  El miércoles 29 un hecho de similares características –pero con connotaciones de violencia racista– ocurrió en el Parque Posadas, contra una persona que se trasladaba en bicicleta por la avenida Millán. Ataques con fuego a indigentes ya habían sido registrados en más de una ocasión este año y dejaron heridos de extrema gravedad.

Si se trata de hechos organizados, está por verse, aunque todo indica que hay pocas conexiones entre ellos. La Justicia, que carece de una visión del conjunto, se resiste a hablar de móviles políticos o racistas en cuanto a los casos individuales. Y, en medio de la campaña electoral municipal, los sectores más radicales de la derecha se desligan de estos episodios, a pesar de reincidir, casualmente, en críticas que están vinculadas con las víctimas de los ataques. Por su parte, la izquierda busca capitalizar adhesiones cargando todos los hechos a la cuenta de quienes considera instigadores de un discurso de odio.

DÉJÀ VU

«La violencia de derecha era oculta y clandestina, o por lo menos no era evidente. Y la izquierda siempre tendía a señalar con mucha facilidad la asociación entre los hechos y las organizaciones, que no era evidente, pero creaba un ambiente de época.» La frase la dijo el historiador Gabriel Bucheli, profesor e investigador de la Universidad de la República (Udelar), en conversación con Brecha. Pero se refiere a una realidad de hace 50 años. Bucheli investigó la emergencia y la evolución de las organizaciones de la derecha radical uruguaya durante el auge de la Guerra Fría en el país. En especial, se centró en desgranar la historia de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), célebre retoño de la derecha uruguaya de los años setenta. Ocurre que hay cosas nuevas, pero también cosas que se repiten.

En 2019 Bucheli publicó el libro O se está con la patria o se está contra ella. Una historia de la Juventud Uruguaya de Pie (Fin de Siglo), en el que estudió dos períodos álgidos de actuación de organizaciones de derecha en el país: principios de los años sesenta y principios de los setenta. Entonces, a la vez que crecía la influencia de las organizaciones de izquierda –jalonadas por el triunfo de la revolución cubana–, aparecía –«como reacción conservadora», dijo el autor– una serie de nuevas organizaciones de derecha que radicalizaban su discurso, intervenían en medios de prensa y organizaban manifestaciones. «En ese contexto emergieron actos de violencia concretos, sobre todo contra militantes», afirmó.

«En la coyuntura de 1960 a 1962 se dio el caso de Soledad Barret, que fue marcada con esvásticas en las piernas. También hubo atentados contra los locales del Partido Comunista. Hubo, sobre todo, una disputa con la izquierda por la calle. Y en el 70 pasó algo parecido. La JUP nació en 1970, pero donde más se dieron las manifestaciones fue en los liceos. Hubo un asesinato concreto, el de Santiago Rodríguez Muela. La mayoría de los mártires estudiantiles fueron asesinados por la Policía o el Ejército. En este caso, lo fue por una patota de jóvenes que entró a un liceo a los tiros. En ese período la violencia estaba latente, sobre la base de una percepción de amenaza que señalaba a una izquierda que cuestionaba el statu quo. Hubo una radicalización de la derecha que emergió con voz pública y, al mismo tiempo, expresiones de violencia clandestina –llamémosle así, porque no se expresa en nombre de nadie–, de la cual los grupos públicos rehuyeron. La violencia aparecía y no era apadrinada por nadie. Pero la izquierda señalaba responsables en esas organizaciones.»

«Yo no creo que los casos actuales sean orgánicos, no creo que haya una organización atrás», valoró el historiador sobre los casos actuales. No obstante, afirmó: «Desde una perspectiva histórica, se puede observar cómo en un contexto político en el que hay una emergencia de expresiones públicas de odio, sobre todo de contenido antinacional, ese discurso ambienta manifestaciones de odio individuales. Alguien va y hace algo concreto: balear a un tipo que está grafiteando o apuñalar a alguien que está poniendo cartelería. Hasta puede convivir con un revanchismo de tipo personal. Y luego también es común que se formen bandas que ni siquiera tienen una sigla de reconocimiento: simplemente se agrupan, tienen una aspiración de rendir culto a la violencia y actúan. Pueden ser nenes bien o no tanto. Está bien observar que esto siempre existió, de forma cíclica».

La tónica que ambientaba la violencia de derechas durante la Guerra Fría se expresaba, sobre todo, contra las manifestaciones de la izquierda como elemento disruptivo de la «tradición nacional». Para Bucheli, actualmente es identificable un ambiente discursivo que tiende a buscar, en ciertas expresiones de la izquierda actual, algunos elementos a partir de los cuales insiste en construir un enemigo antinacional: «Algunos aspectos de la agenda de esa izquierda –que ya no es la misma– les molesta muy en particular; tal vez el simple hecho de que estuvieron mucho en el poder. Pero hay bastante reacción vinculada a las concepciones de diversidad sexual, de género, como foco importante. Y después está ese discurso, más entroncado con el pensamiento liberal económico, de que la izquierda ha derrochado recursos en “bancar vagos”, “pichis”, etcétera. Esa cosa viene muy de la derecha ancestral: esa idea de las minorías étnicas que perturban a la nación, de la nación afectada por los “indeseables”. Da la impresión de que esas líneas de reflexión los llevan siempre a construir un enemigo para legitimar su sesgo más autoritario. La seguridad pública también pasó a ser un factor importante. Si bien esto emergió a fines de los ochenta, el discurso de la derecha logró imbricar el tema de la seguridad pública con los gobiernos de la izquierda, esa idea de que la izquierda es sensible y permisiva con la delincuencia. Aparece, entonces, la izquierda, el viejo enemigo, cubriendo al enemigo actual: la delincuencia».

El historiador apuntó a Cabildo Abierto (CA) como uno de los reductos del discurso legado por la derecha radical de los setenta, ya que incluso uno de sus fundadores, Hugo Manini Ríos –hermano de Guido Manini y actual director de La Mañana–, sigue siendo un protagonista activo del nuevo escenario político. «Hay un caldo de cultivo, un clima, un ambiente social. Y hay individuos, a veces solos, a veces en grupo, que se sienten legitimados por un discurso que está presente en lo público o en boca incluso de políticos importantes. Lo interesante es que nadie de CA va a legitimar la violencia públicamente. Es más, te dicen que está mal, toman “medidas ejemplarizantes”, etcétera. En el caso de Salto, por ejemplo, a CA le costó llegar a un consenso con los otros partidos para condenar el hecho. Algo así como: “No tenemos nada que ver, pero tampoco apoyamos la victimización de la izquierda”. Les pasó con dichos de integrantes de su propio partido, que luego tuvieron que salir a condenar. A raíz de estos hechos están en permanente tensión, porque llegaron diciendo que eran todos corruptos y ahora están dentro del sistema. La antipolítica también es un componente habitual de la derecha radical de siempre. Ocurre que esas prédicas atraen todo tipo de prácticas, como la miel a las moscas», explicó.

CUESTIÓN DE ORGANIZARSE

«La historia no es repetible.» Fue la primera frase que dijo el historiador Aldo Marchesi (Udelar) cuando el semanario le consultó sobre las similitudes y las diferencias entre las violencias actuales y las violencias políticas características del pasado reciente. Por lo demás, coincidió con Bucheli en identificar algunas continuidades formales entre los discursos de la derecha actual y la de entonces. «Hay un fenómeno que se está dando en todo el mundo: la emergencia de una nueva derecha que cuestiona los marcos previos de la derecha neoliberal, que tiene un discurso mucho más radical, movilizador, emocional. Lo relevante actualmente es que hay una continuidad en personas, organizaciones y discursos. Una continuidad muy clara: si uno se pone a analizar los discursos de CA, ve similitudes enormes con el discurso de la dictadura y el de la JUP. Y con la JUP la familia Manini está directamente involucrada», dijo Marchesi. No obstante, aclaró: «Pero hay que distinguir entre discurso y práctica. En lo discursivo hay muchas coincidencias y continuidades, pero en las prácticas, por lo menos por ahora, no está claro. Hay un fenómeno social, que es esto de cómo estos discursos de odio habilitan un aumento de la violencia. Pero esto no necesariamente tiene un marco organizado ni centralizado. Todo parecería que entra en esa lógica de hechos aislados, lo cual, de todos modos, no inhabilita que se transforme en un fenómeno organizado en el futuro».

También en 2019, Marchesi publicó Hacer la revolución. Guerrillas latinoamericanas de los años sesenta a la caída del muro (Siglo XXI), una genealogía de la violencia política de izquierda durante la Guerra Fría. Uno de los aspectos más relevantes de la discusión acerca de la violencia política actual tiene que ver, según el historiador, con los cambios que –principalmente a raíz de la emergencia de las redes sociales– ha sufrido el concepto de organización: «En la sociedad contemporánea el concepto ha cambiado mucho: qué es una organización, cómo se define, cómo actúa, etcétera». Y agregó: «El desarrollo de las redes ha producido tipos de organización más flexibles, que incluso pueden no considerarse organizaciones, pero que funcionan como tales. En Estados Unidos hay una discusión enorme sobre esto. Tiene mucho que ver con la idea de los lobos solitarios. Los responsables de ataques en Estados Unidos casi siempre son presentados por la prensa como gente loca que sale a matar. Esa es la narrativa común. Sin embargo, varios de esos atentados eran perpetrados por gente vinculada, de algún modo, con el movimiento racista estadounidense. Esos tipos no pertenecían a ninguna organización. Sí dejaban manifiestos e integraban grupos supremacistas en las redes sociales. Pero su comportamiento era totalmente individual. Todo eso tiene que ver con esta noción de organización que ha mutado al compás de las redes. Estos mecanismos más flexibles e individualistas funcionan tanto para las derechas radicales como para las izquierdas radicales. En los sesenta no existían, porque esa “guerra” en la que se creía estar peleando se llevaba a cabo en el marco de otro tipo de organizaciones».

Según Marchesi, el lazo que une las prédicas reaccionarias de ciertos referentes públicos con las prácticas violentas que a nivel social llevan adelante los llamados lobos solitarios es un fenómeno que tiene mucho que ver con el tema de la violencia en el fútbol: «Es lo mismo que hacen los clubes: ambientan situaciones, pagan barras y, cuando las barras se les van de las manos, se desligan. Eso tampoco es nuevo, porque, cuando las organizaciones son legales, siempre se tienen que desligar de este tipo de hechos de alguna manera. Lo realmente nuevo es que hoy día las acciones son mucho más individuales y fugaces. Me da la impresión de que el discurso de la derecha que está surgiendo es mucho menos ideológico. Quienes salen a hacer esas cosas no son, en realidad, los viejos de CA, que tienen un discurso articulado sobre la dictadura. En este caso parece ser una cuestión de odio y desprecio por el otro».

QUÉ SERÁ

Desde el punto de vista de los historiadores, uno de los principales problemas de la izquierda para interpretar estos fenómenos es el impulso –muchas veces apuntalado por los intereses electorales– de calificar de fascismo este tipo de expresiones. En el campo de la historiografía, en tanto, el asunto es discutible. La principal razón es evitar rotular con títulos conocidos un fenómeno que, aunque similar –o muy similar–, tiene características novedosas. «La izquierda tiene un problema, que claramente no le es exclusivo: pensar con el pasado. Uno piensa con las herramientas del pasado para interpretar el presente, pero muchas veces esas conclusiones pueden ser muy complicadas, porque el presente enfrenta al pasado. El uso constante de la palabra fascismo como un mal absoluto puede ser un problema. Hay cosas hasta peores que el fascismo. Porque no sabemos qué va a pasar en el futuro. Hay cosas de la nueva derecha que aterran, como todo esto del libertarianismo. Pero insisto: todo esto tiene que ver con fenómenos que están pasando en distintos países y tienen características similares. Donald Trump, por ejemplo, no viene de una tradición política de derecha radical, movilizadora. No. Es un oportunista que llegó ahí. Pero ese hecho habilitó la emergencia de discursos fascistas de todo tipo. Esto fue algo más bien social y cultural, más allá de que hubiera grupos organizados. Legitimó que cualquier señora que tenía ganas de ser racista y lo disimulaba ahora se anime. Se trata de un efecto habilitante. Y eso acá, en Uruguay, claramente lo propició la emergencia de CA. Pero incluso convoca a mucha más gente que la propia de CA: gente de los partidos tradicionales e, incluso, capaz que algún frenteamplista con un discurso antipobre», dijo Marchesi.

«Es un fenómeno de la política, no sólo de la izquierda. Se tiende a simplificar: blanco o negro, un conjunto u otro. Denominar o encasillar este tipo de fenómenos siempre es un dilema historiográfico. Decir fascista es siempre lo más sencillo, porque tiene una referencia histórica muy clara y evidente asociada con la violencia de la derecha. También es común escuchar que las bandas o los patoteros responden a lo mismo. Y a veces en eso se puede perder la comprensión a fondo del fenómeno. Inevitablemente hay un uso político de los hechos. Lo hubo en los sesenta y en los setenta. Y en el 2020 es también un rasgo común», opinó Bucheli. «No sabemos hacia dónde vamos ni sabemos del todo cómo definir estos espacios, qué perspectivas tienen. En algunos lugares estas nuevas derechas tienen momentos de radicalización y momentos de moderación. La hija de [Jean-Marie] Le Pen es como un paso hacia atrás, por ejemplo. Pero el fascismo como categoría sigue siendo una herramienta para pensar esto. De todos modos, usar automáticamente el término fascismo me parece problemático, porque a veces no ayuda a pensar fenómenos nuevos, al igual que el concepto de populismo. El término puede llegar a oscurecer el fenómeno», concluyó Marchesi.

 La violencia azuzada en las redes sociales

Manija.com

Camilo Salvetti
21 agosto, 2020

Los filtros burbuja, algoritmos especializados para que en las redes sociales y las plataformas de Internet veamos y sigamos lo que nos gusta y se condice con nuestra manera de pensar, estimulan la construcción de discursos paralelos –como uno que ataca a Líber Arce, que circula desde el viernes– y seguramente inciden en el incremento de la intolerancia.

Manifestación el 14 de agosto en memoria de los mártires estudiantiles.

El mundo de Internet es mucho más grande que el que habitamos. Una persona puede recurrir al completo anonimato respecto a los demás –nunca ante la empresa que brinda la plataforma– y hasta tener varias personalidades, disfrazadas bajo un nombre de usuario. La posibilidad del anonimato, entonces, produce un clima que habilita a decir y justificar lo que se quiera en plataformas, foros, blogs y –sobre todo– redes sociales. En el ideal, estas últimas serían un ágora moderna donde debatir ideas. Sin embargo, a veces parecen un coliseo y otras, un caldo de cultivo para la violencia.

Si se reparten culpas, gran parte se la llevan los filtros burbuja, algoritmos que utilizan las plataformas para definir, a través de predicciones, qué cosas le gustaría ver al usuario, basándose tanto en su información como en sus interacciones. Así, se crean relatos paralelos sobre los hechos, que rara vez salen de su burbuja. Un ejemplo claro es lo que pasó el 14 de agosto, Día de los Mártires Estudiantiles. Cuando se logra salir de la burbuja vinculada a los movimientos sociales y a personas que efectivamente participaron de la marcha organizada por los estudiantes universitarios, se pueden encontrar publicaciones relacionadas con la «verdadera historia» de Líber Arce, el mártir estudiantil.

Según este relato paralelo, Arce fue entrenado en la Unión Soviética como agitador de masas, a pedido del Partido Comunista del Uruguay. Como escribe uno de tantos usuarios, «informaciones proporcionadas por fuentes confiables establecieron que había viajado a Moscú, donde fue alumno de la tristemente célebre escuela Patrice Lumumba, que preparaba a los jóvenes en tareas de agitación», y en el momento de su muerte «tenía 30 años y había estado inscripto en varias facultades, en las que nunca había rendido un examen y su actividad real era la de feriante». Estos dos elementos se repiten a lo largo de una lista interminable de publicaciones, respuestas e interacciones en Twitter.

Según dijo a Brecha la periodista especializada en redes Ana Laura Pérez, «la burbuja deshumaniza, porque quien está del otro lado es un avatar, no una persona», y ese anonimato es lo que hace que existan «las focas de un lado y los fachos del otro». «Todo concluye en que, en general, te ves metido en un lugar en el que parece que todo el mundo piensa como vos. Varios estudios muestran que, cuando estás expuesto a gente que piensa igual que vos, los pensamientos tienden a radicalizarse. Cuando levantás la cabeza del teléfono, ya no pensás que quienes piensan distinto son personas equivocadas, sino que hay que exterminarlas», añadió. Señaló, además, que percibió que «había un caldo de cultivo de cara a la marcha».

Según Pérez, los periodistas no deben permitirse ser atrapados por una burbuja: «De lo contrario, no podremos combatir ciertos discursos, porque no sabremos que existen o, cuando nos enteremos, será porque ya tienen un nivel de viralidad altísimo». Explicó que, si bien los algoritmos operan a partir de las decisiones que tomamos en las redes, sus fórmulas «tienen cierta opacidad». «Vos no sabés cómo está ponderada cada decisión que tomás. Es como si hicieras una ensalada, pero sin tener del todo claro cuáles son los ingredientes ni qué cantidad hay de cada uno», añadió.

La otra pata de los algoritmos son las recomendaciones, como los videos de Youtube y las páginas de Facebook: «Más de la mitad de la gente que sigue grupos radicales llega ahí por las recomendaciones. Muchos de estos grupos tienen contenidos radicalizados y violentos, y los sistemas de recomendación tienden a radicalizarse». Es el efecto rabbit hole: como la Alicia de Lewis Carroll, los internautas se meten en la cueva del conejo sin saber dónde pueden terminar. «El propio Mark Zuckerberg, fundador de la red social Facebook, mostró una gráfica en el Congreso de Estados Unidos que mostraba que la viralidad del contenido tiene una relación inversamente proporcional a las reglas de la comunidad. Cuanto más cerca de lo prohibido está algo, más viral se vuelve», observó Pérez.

 

 

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