EL EJÉRCITO Y SU REVISIÓN DEL PASADO
Caminar sobre las brasas
Samuel Blixen
20 noviembre, 2020
La propuesta de analizar el protagonismo del ejército durante la dictadura despertó viejos fantasmas, incluido el trajinado concepto de los dos demonios. Por ahora, la iniciativa del general Gerardo Fregosi enfrenta la airada reacción de oficiales retirados, conocidos por su inclasificable defensa del terrorismo de Estado. La pregunta es: ¿a dónde iremos a parar?
El estilo del general Gerardo Fregosi se distancia del estilo de los anteriores comandantes en jefe y, en particular, de la expresión más reciente del adusto y rechinante general Guido Manini, lo que inaugura una nueva forma de acercamiento militar-civil. A diferencia de Manini, que cultiva un tono confrontativo y agresivo, cualquiera sea el tema abordado, el actual comandante del Ejército se ha mostrado, en sus recientes apariciones (no se sabe cuál es el estilo de entrecasa), extremadamente cuidadoso en sus juicios, atento a «abrir puertas» que faciliten un diálogo y paciente para lograr sus objetivos. «No podemos dar vuelta la página porque no es sólo nuestra», una afirmación que marca distancias.
Hoy está claro que cuando desde su despacho se comunicó, hace dos semanas, una iniciativa para abordar un análisis del pasado reciente y del papel jugado por el Ejército, con vistas a una revisión del plan de estudios de los centros educativos militares, el general Fregosi contaba con la anuencia del comando superior de las Fuerzas Armadas, es decir, del presidente y su ministro de Defensa. Está claro, también, que en el origen de la iniciativa no hubo participación política, por lo que, pese al apoyo gubernamental («Es un hito histórico», comentó la vicepresidenta de la república, Beatriz Argimón), el gasto corre por cuenta exclusiva del comandante y, acaso, de los generales con los que conversó sobre el asunto «en los encuentros frecuentes». Tal como explicó al periodista Emiliano Cotelo, «la mayoría de los mandos superiores» coincide en la necesidad de impulsar esa instancia de análisis. Esa mayoría –y un porcentaje significativo de capitanes, mayores y tenientes coroneles que participaron del encuentro del jueves 5 en el Instituto Militar de Estudios Superiores– sería la tropa de combate para enfrentar la oposición radical de un sector de oficiales retirados que denostaron la iniciativa y que, probablemente, representen a ese «porcentaje minoritario» de los oficiales en actividad que tienen una visión «tradicional» (por decirlo de alguna manera) y opuesta a cualquier forma de «revisionismo». El general Manini, por ejemplo, dejó claro que ya está todo dicho. «El Ejército ya asumió su responsabilidad en el año 1986, en boca de su comandante en jefe, Hugo Medina», dijo en una rueda de prensa. Se refería a aquella explicación elíptica de Medina sobre la «pérdida de los puntos de referencia», para aludir a torturas, asesinatos y desapariciones.
Igual de tajante fue el coronel retirado Carlos Silva Valiente, presidente del Centro Militar, que, como Manini, revista en la logia Tenientes de Artigas: «No tengo claro cuál es la maniobra ni su alcance. Si hablamos seriamente, es una cosa; si es la versión de los tupas o los comunistas, es otra». Silva, oficial de la inteligencia durante la dictadura, sostuvo: «El Ejército no debe asumir ninguna responsabilidad por los crímenes que ocurrieron. Ya fueron atendidos por la Justicia. Es cosa del pasado». No dio detalles, pero afirmó que «hay algunas molestias en el mundo militar», extremo que fue confirmado por el propio general Fregosi. La reacción de los oficiales retirados que habitualmente expresan la postura intransigente alcanza decibeles trepidantes cuando se habla de que el Ejército pida perdón, algo que no está incluido en la propuesta de Fregosi. «Las instituciones no piden perdón. Los que piden perdón son los responsables de los acontecimientos», explicó el general Manini. Y uno de sus seguidores, el coronel retirado Arquímedes Cabrera, asesor del entonces ministro Eleuterio Fernández Huidobro, interpretó que se someterá al Ejército «a una humillación innecesaria y gratuita que sólo servirá para alentar aún más el odio, las persecuciones judiciales y económicas». «En una palabra, se exhortó a vaciar al Ejército de su contenido sustancial que es su moral, espíritu militar y tradiciones», resumió.
Aunque Fregosi se ha encargado de reiterar que el análisis del pasado está estrictamente acotado al ámbito educativo, las razones del revuelo son obvias: analizar el papel de las Fuerzas Armadas en el pasado reciente implica analizar el terrorismo de Estado. Por tanto, ¿cuál puede ser la imagen que surja de esa investigación académica y de qué manera las conclusiones podrán ser incorporadas en el plan de estudios? El margen que dejan los hechos es por demás acotado. ¿Cómo se compagina, por ejemplo, la revelación del coronel José Gavazzo de que procedió a cumplir una orden del entonces comandante Esteban Cristi cuando hizo desaparecer en el río Negro el cuerpo de Roberto Gomensoro, previamente asesinado, con el objetivo de aportar elementos para «fortalecer el orgullo y la vocación de los oficiales» que se propone Fregosi?
Algunos observadores estiman que el paso dado por Fregosi puede compararse con aquella iniciativa del entonces presidente de la república, Jorge Batlle, que instaló la Comisión para la Paz. Esa comisión finalmente se hundió en el desprestigio cuando concluyó, asumiendo las revelaciones en secreto de algunos oficiales, que los restos de los desaparecidos habían sido arrojados al mar, extremo desmentido por el hallazgo de enterramientos clandestinos en unidades militares. Pero tuvo la virtud de instalar un proceso de reactivación de la lucha por la verdad, condicionada por el ominoso e impenetrable silencio previo, e imprevisto por quienes la impulsaron. Algo parecido puede ocurrir ahora; por ello la reacción destemplada de algunos actores. Quizás, en esa reacción operó una frase del comunicado emitido por la comandancia del Ejército, en la que se afirmaba que «los mandos del Ejército Nacional renuevan el compromiso de aportar toda la información que aún pudiera existir en cualquier lugar de la institución, para ayudar de manera realista a esclarecer los hechos del pasado».
Fregosi explicó, en entrevistas posteriores, que la obtención de información no es el objetivo principal, pero que si en el proceso de análisis surge información, la van a «trasladar al mando superior», es decir, al presidente. Por su parte, el presidente de la república, Luis Lacalle Pou, se apresuró a atajar «una falsa expectativa»: «Una cosa es información y otra, visión. Tengo entendido que estamos hablando de visión y no de información». La aclaración del presidente puede interpretarse como una actitud de preservar el delicado equilibrio de la propuesta de Fregosi. De hecho, esta presidencia, con un guiño intencional al Frente Amplio (FA), ha facilitado el acceso a información contenida en tribunales de honor, que últimamente ha contribuido al desasosiego de la oficialidad, producto del desconocimiento y la desinformación que, según Fregosi, el proceso de análisis pretende enmendar.
Es muy comprensible esa situación si, como explicó el propio general, desde 2005 no se han modificado los planes de estudio, ni en la Escuela Militar ni en el Instituto de Estudios Superiores, donde el principal material de consulta del protagonismo militar durante la dictadura es Testimonio de una nación agredida, un texto firmado por el Comando General del Ejército y publicado en 1978, un compendio de mentiras históricas y obscenidades ideológicas. En medio de esas reacciones, el comandante en jefe de la Armada Nacional aclaró que su fuerza no tendrá una actitud «reactiva» ante la propuesta de su colega del Ejército: la Marina seguirá de cerca del proceso, sin comprometerse.
El gobierno, que en materia de derechos humanos busca los réditos de una comparación con las omisiones y las contradicciones de los gobiernos del FA, no deja escapar la oportunidad: por un lado, entrega a Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos documentos que el FA no entregó pese a los reiterados pedidos; por otro, se apresura a reincorporar el concepto de los dos demonios en el debate que inaugura la iniciativa de Fregosi. Tal la intención del ministro de Defensa, Javier García, al confirmar que la propuesta cuenta con respaldo político. Dijo que «estaría bueno que otras instituciones aportaran a la verdad», aludiendo expresamente al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que «debería asumir que tuvo protagonismo en ese momento doloroso». El general Manini, por su parte, reclamó que «la asunción de responsabilidades tiene que contemplar no sólo al Ejército, sino a muchas otras partes que tuvieron responsabilidad en eso que ojalá nunca más se vuelva a repetir». Fregosi fue más cauto sobre el tema de los dos demonios: prefirió aludir al «contexto» en que se produjeron los hechos.
Por su parte, la senadora Lucía Topolanky identificó la referencia a los dos demonios con una actitud gubernamental de «glamour y bulla» ante una iniciativa de modificar el plan de estudio, que debería ser «normal y permanente». Consideró que aún no se ha dado «la discusión más profunda sobre las Fuerzas Armadas», aunque no explicó por qué esa discusión no se abordó cuando el FA era gobierno. «Ese debate debe darse en foros populares, no en la Escuela Militar», dijo, según consignó La Diaria. «Que opine la ciudadanía», añadió. Las opiniones de la senadora del Movimiento de Participación Popular fueron matizadas por su colega Mario Bergara, quien destacó el «coraje» de Fregosi. «Tener una mejor comprensión del pasado reciente es una iniciativa valorable que va en la dirección correcta, porque ayuda a un mejor acercamiento de las Fuerzas Armadas y la sociedad», dijo en una rueda de prensa. Según Bergara, los oficiales actuales pagan el precio de los actos cometidos por otros militares hace mucho tiempo.
Sin embargo, la ecuación no es tan simple. Los crímenes cometidos por la dictadura no son una serie de episodios independientes producto de la iniciativa de algunos oficiales: son parte de una política, una estrategia, una concepción institucional. La responsabilidad individual de los oficiales que cometieron los crímenes no puede separarse de la responsabilidad de los mandos que ordenaron esas atrocidades. Precisamente, los tribunales de honor, cuyos contenidos fueron oficialmente divulgados en los últimos tiempos, refieren a las órdenes impartidas y acatadas. Quizás, el aspecto que más ha quedado en la oscuridad es la característica inherente a la estructura militar. El concepto de verticalidad del mando implica que toda acción está precedida de una orden. No hay posibilidad de que la reiteración de asesinatos, desapariciones y torturas sistemáticas haya ocurrido sin el conocimiento y la aprobación de los mandos. Ello implica que cualquier análisis de la conducta del Ejército en el pasado debe contemplar la responsabilidad de los mandos, que mantuvieron inalterada, a lo largo del tiempo, una misma estrategia, una misma política institucional. Por ello, hasta ahora, los generalas que integraron los tribunales de honor han concluido que no es un deshonor torturar, violar, matar, desaparecer.
Si es su intención, quizás el general Fregosi pueda encontrar la forma de cambiar la apreciación de esa responsabilidad, incorporando en los nuevos textos de estudio la nueva visión sobre el pasado del Ejército. Quizás.