Un silencio que se oye cada vez más fuerte
15 de mayo de 2021 ·
Escribe Virginia Recagno
Una entrevista a mujeres de cuatro generaciones, familiares de Ruben Prieto, una de las 197 personas desaparecidas en dictadura.
Una noche fría de mayo, a eso de las siete de la tarde, nos encontramos en la casa de Milka. Pandemia mediante, sobraban motivos para que fuera allí la cita. Milka, madre de Ruben Prieto González, una de las fundadoras de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, nos recibió y nos invitó a pasar a su living. Adentro estaban Ángeles, compañera de Ruben, Victoria, su hija, y Luna, una de sus nietas, que se acomodaban en los sillones para contar un pedazo de su historia, esa que nos ilumina colectivamente por el tema pendiente que como sociedad nos une: la búsqueda de verdad y justicia.
Ruben desapareció en Buenos Aires en septiembre de 1976, a sus 24 años, en el marco de la dictadura cívico-militar que aconteció en Uruguay entre 1973 y 1985. Ruben fue una de las 197 personas que desaparecieron en Uruguay y su caso es una excepción, porque es de los pocos en que se procesó a los responsables. La amplia mayoría de las causas se encuentran abiertas, sin respuestas y sin condenas. Este 20 de mayo sería la 26a Marcha del Silencio, pero por segunda vez no podremos encontrarnos en las calles. Las preguntas siguen vigentes.
Para empezar con lo que nos convoca, que es el 20 de mayo, ¿qué se les remueve cuando se acerca esta fecha?
Milka: Una bronca tremenda, que en tantos años no se ha avanzado nada. Realmente, no sabemos absolutamente nada. Se remueve, se sacan archivos, pero no sabemos verdaderamente cuál fue su final. Mi hijo, por ejemplo, estaba en Buenos Aires. No sabemos si, al final, lo trajeron para acá o no.
Victoria: Ya hace 26 años que se hace la marcha, la edad de mi hija mayor [Luna]. Cada vez más ‒y aún más ahora, con la pandemia‒, se genera un frenesí en torno al 20 de mayo que para nosotros es un poco desbordante. En realidad, es algo con lo que estamos todo el año, todos los años, toda la vida, pero en la sociedad es como que resurge la lucha colectiva el 20 de mayo.
“Mayo es el mes oscuro, de exposición, en el que todo el mundo está esperando algo de nosotros, que digamos algo, y en realidad siempre decimos lo mismo y pareciera que no se escucha mucho…”. Luna Benvenuto Prieto
Ángeles: Sí. Ese día coincide mucha gente ‒y cada vez más, de manera presencial o virtual‒ en una misma reivindicación: “¿Dónde están? Queremos saber”, pero después, en el resto del año se ven todas las puntas que tiene la impunidad. A mí me vienen a la cabeza cantidad de cosas: me acuerdo de Buenos Aires, la tragedia terrible que fue todo, me acuerdo de Zelmar [Michelini], y después la vivencia con las hijas de Zelmar en el Penal [de Punta de Rieles]. Se me vienen muchas cosas, entonces el tema del tiempo, que sean ya 26 años, me pesa impresionante. Que igual, históricamente, no es nada, porque si mirás los procesos de Núremberg y lo que ha sido la Justicia internacional, siempre se ha juzgado un poquito y la mayoría han quedado impunes por mucho más tiempo. Desde el punto de vista de la Justicia, soy un poco escéptica, pero creo que hay que juzgar todos los crímenes para que se consoliden derechos a futuro.
Luna: La marcha la viví desde que era bebé, entonces es como el mes oscuro, de exposición, en el que todo el mundo está esperando algo de nosotros, que digamos algo, y en realidad siempre decimos lo mismo y pareciera que no se escucha mucho… Siento también, como mi bisabuela, bronca, porque todos los años parece siempre que se descubre algo y al final después no es nada. Incluso cuando estuvieron en el gobierno ciertas personas, tampoco se hicieron muchas cosas, y entonces siento bronca, incertidumbre, tristeza…
Victoria: Sí, nos remueve mucho. Pero creo que cuando se hace la marcha hay una energía, una adrenalina colectiva que se logra liberar. Algo que se comparte. Y el año pasado y este, al no estar eso, se pierde. Hace falta. Más allá de lo virtual.
Ángeles: Se palpa en algunos lugares puntuales, porque justamente se apela a que se desarrollen las cosas más locales, pero no todo el mundo las vivencia, por más que te lo hacen saber a través de las redes o las llamadas. Pero después, atar todo eso, te lleva tiempo, que no lo tenés en el momento de la marcha.
Ruben Prieto, María de los Ángeles Michelena y la hija de ambos, María Victoria, en el patio de su casa en Buenos Aires. Año 1975. Foto: Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos / CdF
Milka, ¿cómo fue el primer encuentro de las Madres?
Milka: Primero nos empezamos a encontrar en la denuncia. Porque parece que eso le pasa a una nomás ‒al menos así lo creía yo en un principio‒, pero cuando empezás a hacer las denuncias y ves que hay, no una, sino dos, tres, cuatro más, te das cuenta. Nos empezamos a reunir para intercambiar ideas y ver cómo encaminábamos los reclamos. En mi casa, por ejemplo, hacíamos las reuniones de los lunes: venían todas las compañeras y así fue por años, hasta que Serpaj [Servicio de Paz y Justicia] nos brindó un local donde pudimos tener la secretaría. Así se empezó a conformar el grupo, en ese subsuelo ‒porque era subterráneo‒, hasta que se consiguió la sede actual, que nos la otorgó en comodato la Intendencia de Montevideo durante el mandato de Mariano Arana.
¿Qué se proponían? ¿Qué expectativas tenían?
Milka: Las mismas que ahora. Pero ahora, vieja, me doy cuenta de que no voy a saber absolutamente nada. Ya estoy convencida desde hace mucho tiempo. A uno lo mueve la esperanza y yo ya no tengo esperanza. Pero cuando éramos más jóvenes, nos parecía que sí, que podían estar en algún lugar.
Ángeles: Al principio, hacerte a la idea de la desaparición era muy difícil, imposible diría. Las madres, hasta nosotros mismos pensábamos: “Los tendrán presos. Andá a saber dónde, en qué condiciones, pero algún día sabremos”.
Milka: ¡Es que no cabía en la cabeza de uno que podía pasar eso, acá, en el Uruguay!
Victoria: Hasta ese momento, la figura del desaparecido no existía.
Ángeles: La esperanza, al principio, era encontrarlos con vida, los primeros años. Después, al poco tiempo, te empezás a dar cuenta, con la aparición de los cuerpos en el agua, NN [“nombre desconocido”] por todos lados, sobre todo en Argentina. Y después las declaraciones del propio [Jorge] Videla, que lo decía públicamente, con el cinismo más impresionante, algo así como que “el desaparecido no está muerto ni vivo, no tiene entidad, no está”. Como para que no le reclamaran a él.
¿Cómo fue la primera marcha?
Milka: Realmente, no me acuerdo. Sí me acuerdo de que antes hacíamos un “plantón”, los viernes. Venían todos los muchachos con las fotos, nos reuníamos un ratito en Conventuales [Centro Padres Conventuales, centro de solidaridad y lugar de encuentro de opositores a la dictadura] y subíamos a la plaza. Venía la muchachada con las fotos.
Victoria: Yo me acuerdo de una de las primeras ‒no sé si era la segunda o la tercera, porque en esa época me fui a vivir a México‒, que éramos menos de una cuadra de personas y con velas en botellas. Muy triste. Una especie de vigilia con velas.
Diario La Mañana, año 1968.
¿Hay alguna marcha que las haya marcado en particular?
Milka: Creo que todas las hicimos con la misma ansiedad.
Ángeles: La que fue impresionante fue la de la lluvia. La última presencial que hubo.
Milka: En esa se me presentó un muchacho que me dijo que estaba en una foto que se conoció mucho, que hay dos muchachos agachados frente a la Universidad y uno es Ruben.
Ángeles: Recién había tirado una piedra, por eso estaba así.
Milka: Atrás había otro, y este muchacho me dijo: “Yo soy el de atrás”. Me impactó tanto que me quedé muda, me paralizó, y después me arrepentí mucho de no haber conversado con él, de no haberlo citado para conversar, él que lo conoció, que estuvo en la misma. Me remuerde.
“Pasé la infancia sin poder entender, ni querer explicar eso de tener un padre desaparecido. No estaba habilitada a hablarlo, era algo de “puertas adentro”, por lo que me ha costado una vida procesarlo y entenderlo”. Victoria Prieto Michelena
Victoria, ¿cómo fue tu infancia?
Victoria: Mi infancia fue contenida amorosamente por mis abuelas y por mi mamá, aunque hubo un tiempo que estuvo en Punta de Rieles. Ahí la veía todos los domingos. Pero dentro de todo eso, y entre la inocencia, fue una infancia feliz. Vivía con mi abuela materna, con mi prima Fernanda ‒que tiene sus dos padres desaparecidos: mi tío, el hermano de mi madre, y mi tía‒ e iba a lo de mi abuela paterna los fines de semana y los veranos. Pasé la infancia sin poder entender, ni querer explicar eso de tener un padre desaparecido, porque era algo que ninguno de mis amigos o amigas tenía. A todo esto, no estaba habilitada a hablarlo, era algo de “puertas adentro”. “Mejor ni hablar, que no se enteren”. Estaba toda esa cuestión del miedo, de la vergüenza, de no entender y de no poder hablarlo, por lo que me ha costado una vida procesarlo y entenderlo. Entonces, podría decir que fue una infancia común, pero con esa oscuridad.
¿Cómo definirían el camino que se ha recorrido hasta ahora?
Milka: A mí me pasó que la esperanza no la perdía, hasta que uno se da cuenta de que no lo vas a ver nunca más. Pero no entendés que un ser humano mate a otro por sus ideas. No cabe en la cabeza de nadie eso. Yo tenía los dos polos en mi casa: de izquierda y de derecha, Ruben y el hermano, entonces un día mi marido dijo: “Acá no se habla más de política”. Ahí la cosa se tranquilizó pero yo, por ejemplo, era la que lo esperaba todas las noches a ver si volvía. Porque él salía y yo no sabía si volvía o no. A veces volvía en un taxi y yo tenía que bajar a darle la plata por un taxi y a veces lo sentía. Ya conocía sus pasos en la noche. Pero hasta que él no llegaba, yo no me dormía. O trataba de no hacerlo. Fueron unos años tremendos. Y después, cuando la cosa acá ya no daba para más, había mucha persecución, se fueron para Buenos Aires.
¿Cómo recuerdan a Ruben?
Milka: Era un muchacho muy alegre. Le gustaba el fútbol, el movimiento. No estaba quieto nunca.
Ángeles: Era muy bromista, también. De esas personalidades muy simpáticas.
Milka: Me acuerdo de una vez que después de almorzar lo mandé a dormir la siesta ‒porque en casa la hora de la siesta era sagrada‒ y yo me quedé limpiando el living, y pasando la enceradora rocé un radiador que calefaccionaba, me hizo un corto circuito y me electrocutó. Entonces le pegué el grito y me sintió porque estaba despierto ‒por suerte [se ríen] ‒. ¡Pensar que yo lo rezongaba para que durmiera y ese día él me salvó la vida a mí por no dormir! Además, ¡cómo se dio cuenta de que tenía que desenchufarme! Porque si se pegaba a mí, se moría conmigo.
Ángeles: Tuvo un buen reflejo.
Milka: Sí, él era muy decidido, no se quedaba embretado nunca.
Ángeles: Y un poquito temerario, también.
En tu caso, Victoria, ¿cómo lo mantenés en la memoria?
Victoria: Yo, recuerdos no tengo. Tengo una construcción de pedacitos de recuerdos de otros, que año a año se va enriqueciendo, porque en torno al 20 de mayo siempre se me acerca mucha gente a contar cosas, entonces siempre algo nuevo aparece. Una anécdota nueva o algo que sale en una entrevista que yo no sabía. Igual, no es un recuerdo, es una construcción, tal vez un poco idealista. Por toda la lucha.
Milka: Yo recuerdo el último día que lo vi. Me tocan timbre, abro la puerta y me encuentro con él. “¡Qué haces acá!”, le dije. “La nena, la nena ‒repetía‒, ¿dónde está?”. “Durmiendo la siesta”, le contesté. “¡Qué siesta ni siesta!”, dijo, mientras subía la escalera a las zancadas, a ver a Victoria.
Ángeles Michelena, Victoria Prieto, Milka González y Luna Prieto.
Ángeles: La habíamos mandado para acá, unos meses antes, porque ya habían secuestrado al bebé de Sara [Méndez] y a otros conocidos.
Milka: Recuerdo como si fuera hoy el día que la fui a buscar al aeropuerto. Venía con una valija grande, me acuerdo. Cuando abro la valija y veo que estaba toda la ropa que podía tener un bebé, se me puso el corazón en cero. Dije: “Chau, se están despidiendo de esta niña”. Aquello me reveló que no lo iba a ver más. Y salvo aquella vez que vino a ver a Victoria, no lo vi más. Esa fue la última vez. [Silencio].
¿Cómo es para vos mantenerlo vivo en la memoria, Luna?
Luna: Para mí, al igual que mi mamá, es una imagen, un conocerlo a través de anécdotas, de fotos. En realidad, yo tengo una cara ‒una foto‒ de él, que es la que conocemos todos.
Victoria: Tampoco es una figura de la que siempre estemos hablando. Es tan triste la situación, todo es tan oscuro y a la vez tantos años de lucha, bronca, y además están los procesos internos de cada una. Por ejemplo, yo me acuerdo que en la adolescencia sentía enojo, después eso se fue transformando en tristeza y después hasta en admiración, y son procesos que a lo largo de los años me van construyendo a mí, pero sí, no es que esté siempre presente, que estemos hablando de él. Sí, cada tanto sale algo del parecido físico ‒sobre todo con una de mis hijas‒, pero no es que esté presente siempre.
Ángeles: Pienso que las generaciones más chicas que no tienen la experiencia de vida con él, sólo tienen el pertenecer a la saga familiar. Creo que, de a poco, van haciéndolo una persona real. De a poco. En una etapa ven las ausencias y en otra las presencias ‒con los parecidos o anécdotas nuevas‒.
Victoria: Sí. Se va construyendo. Sí está el gran compromiso de continuar la lucha, que creo que a ninguno de nosotros, los hijos, nos pasa por la cabeza escapar de eso. Es una posta que va pasando de generación en generación.
¿Cómo se imaginan que sigue esto? ¿Qué es lo que piensan que puede pasar?
Victoria: Siendo realista, pienso que es algo que va a pasar de generación en generación. Cuando ellos [en referencia a sus hijos] sean grandes, tal vez evoluciona un poco el sistema político y judicial. Ahora no, menos que en el gobierno anterior. No veo ningún tipo de esperanza. Sí de continuar con el reclamo. Eso es lo que veo firme.
“Pienso que lo más importante es denunciar lo que pasó, pero no por una reivindicación íntima y personal, sino por una cuestión que tiene que ver con la vida y la convivencia. No puede volver a suceder, porque si sucede esa violación del derecho a la vida y de esa manera, sucede todo lo demás”. Ángeles Michelena
Ángeles: Yo lo que veo en los jóvenes es que lo empiezan a vincular a sus derechos civiles actuales. Que el derecho a que no te desaparezcan de esa forma está vinculado a la violencia policial, al trabajo digno y decente, por poner algunos ejemplos. Pienso que lo más importante es denunciar lo que pasó, pero no por una reivindicación íntima y personal, sino por una cuestión que tiene que ver con la vida y la convivencia. No puede volver a suceder, porque si sucede esa violación del derecho a la vida y de esa manera, sucede todo lo demás.
Luna: Coincido en que es una cuestión del deber ser. Obviamente, es elegido. Me refiero a la participación en las marchas, encuentros, entrevistas. Para mí es una forma de tenerlo presente y de acordar mínimamente que estas personas existieron: que eran personas, parte de familias y los desaparecieron con la violencia que sabemos que hubo. Pero entiendo que esto va a seguir siendo medio así. Las mamás no están pudiendo…
Milka: Van madurando y desapareciendo. Es la verdad.
Luna: Sí, es eso, sobre todo: tenerlos presentes, recordar la historia de este país. Se pide justicia, se pide lucha, se pide saber dónde están, pero me parece que en el fondo ‒o no tan en el fondo‒ eso no va a suceder, porque no quieren que así sea. Si alguien quisiera, ya habría justicia. Como no quieren, no va a pasar.
Esta causa se la han puesto al hombro las mujeres, las madres que comienzan la búsqueda, por ejemplo. Acá estando las cuatro reunidas, ¿cómo perciben ustedes el papel de las mujeres en esto?
Milka: Al principio sí, éramos todas mujeres, pero después fue participando la familia, en general. En mi caso, más mis hijas.
Victoria: Ahora se masificó y hay más participación paritaria, pero culturalmente es la mujer la que cuida, la que está, la que pare. Hay una cuestión muy profunda que es muy cultural pero pasa a todo nivel, no solamente en este tema, de que las mujeres están más para el cuidado y para ponerse al hombro, sostener estas cuestiones.
Ángeles: Y la mujer también es muy vulnerada. Desde el punto de vista de esa cultura patriarcal, la mujer se rebela frente a todo eso con esto, porque está muy atado a las luchas feministas y al rechazo a la vulneración por ese lado. La búsqueda de su hijo como una reivindicación de la mujer, de todo lo que representa en la sociedad. En la actualidad también hay desaparición de mujeres, por otros motivos, que tienen el mismo sentido y por eso las tenemos que buscar de la misma manera, aunque no hayan desaparecido por su militancia política.
Milka González, Roberto Prieto y Ruben Prieto. Visita de Milka y Roberto a su hijo, Ruben. La Boca, Buenos Aires, Argentina. Año 1972. Foto: Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos / CdF
Luna: Y son las mamás, las hermanas, las amigas las que las buscan.
Ángeles: Exacto. Se reproduce el mismo fenómeno. Tienen la conciencia y reaccionan más rápido las mujeres en esa búsqueda.
Milka: Había uno, [Guillermo] Sobrino [padre de Guillermo Sobrino], que venía siempre y decía “Nosotros las Madres”. [Se ríen].
Luna: Yo creo que es una cuestión patriarcal, de que las mujeres pueden demostrar lo que sienten y los hombres tenían que ocultarlo, quedarse en un lugar más callado. También es una cuestión de autoridad, de que el hombre es la autoridad. En muchas familias pasaba que eran los hombres los que hacían que sus hijos se fueran. Creo que las madres o las abuelas son un ejemplo, porque ellas decidieron que a pesar de que se les estaba diciendo que se callaran, que no los iban a encontrar, igual reivindicaron, se organizaron y salieron. Incluso hoy día nos cuesta asumir que es una cuestión de mujeres cuando a está a la vista: los hombres son muy pocos. Obviamente, no es que no lo sientan ‒porque lo deben sentir, obviamente‒, pero en esta cultura sólo las mujeres pueden demostrar sus sentires a la familia, y los hombres están desde otro lado más frío.
“Por más que perdí la esperanza, lo que sentía, lo que siento hoy. Aunque sé que no lo voy a volver a ver, no di por finalizado este tema. Y creo que me voy a morir así, porque esto no tiene fin”. Milka González de Prieto
¿Hay alguna causa judicial abierta en torno a Ruben? ¿En qué se encuentra?
Ángeles: Está la causa del Plan Cóndor, pero ya tiene condena. Es una causa regional, inmensa, donde no podés a partir de ella encontrar los restos, porque no hay pistas de ese tipo, pero hay procesados: los que estuvieron en [Automotores] Orletti. Y acá está la causa del segundo vuelo, que también tiene condena. El caso de él es un ejemplo de que hubo justicia. Lo que nunca supe es si entre las informaciones que tiene ahora la Institución Nacional de Derechos Humanos y la aplicación de la ley de la búsqueda de los Desaparecidos [la 19.822], hay realmente algo nuevo sobre esta eventual traída de la gente de Orletti. Cuando los tribunales de honor, Gilberto Vázquez dijo varias cosas y habló del segundo vuelo, ellos estuvieron interesados en indagar eso, pero después fue llamado a declarar por causas conexas y negó todo. Eso lo hacen siempre.
Si le pudieran decir algo a Ruben, ¿qué le dirían?
Milka: ¡Qué le diría! Tendría tantas cosas. Toda la vida. Habría muchísimas cosas para hablar: todo lo que no vivió, su hija, que la quería con el alma. Por más que perdí la esperanza, lo que sentía, lo que siento hoy. Aunque sé que no lo voy a volver a ver, no di por finalizado este tema. Y creo que me voy a morir así, porque esto no tiene fin.
Luna: Yo lo que le preguntaría es… [se emociona] ¿qué sintió él cuando fue secuestrado? Si sabía qué le podía pasar.
Milka: Él sabía que podía perder la vida, pero igual se arriesgó. Sabía que iba a tener un final como el que tuvo. [Silencio].
Victoria: Yo no sabría qué decirle. Tengo una lista muy larga de cosas. Intercalaría cosas lindas y cosas feas.
Ángeles: Yo abriría un espacio. Un “vení y charlemos”. Me lo imagino así…
Milka: Y yo lo que me pregunto es, él, si estuviera acá, ahora, ¿qué diría? Lo mismo que pensaba antes: que hay que cambiar todo esto.