En el 48 aniversario del golpe cívico militar

DICTADURA

26 de junio de 2021

El PIT-CNT reivindica la huelga general de 1973 a

48 años del golpe de Estado

La Secretaría de Derechos Humanos y Políticas Sociales del PIT-CNT emitió una declaración al cumplirse el próximo 27 de junio 48 años del golpe de Estado, en la que recuerda que la huelga general de 1973, con ocupación de los lugares de trabajo, que fue acompañada por la Federación de Estudiantes del Uruguay, organizaciones sociales y algunas organizaciones políticas, constituyó “una respuesta adecuada y justa a los tiempos que vendrían, que hoy en estos tiempos que vivimos es necesario darle la importancia que tuvo y tiene”.

Desde el 27 de junio de 1973 y hasta el 28 de febrero de 1985, en las que formalmente se reinició la vida democrática en el país, la dictadura cívico-militar “intensificó sistemáticamente las políticas de terrorismo de Estado, que se sumaron a aquellas que precedieron al golpe de Estado: miles de prisiones ilegitimas, torturas, asesinatos, desapariciones, delitos sexuales, apropiación de menores, exilio”.

En la declaración también se recuerda que “la lucha por verdad, justicia, memoria y reparación integral que a 35 años de la instalación del primer Gobierno democrático que se sigue desarrollando hoy, no es ajena a aquella determinación de desarrollar las formas de lucha más adecuadas y efectivas para enfrentar los distintos niveles de autoritarismo estatal”.

“En este marco, es que hay que ubicar los actuales esfuerzos para llevar a referéndum los 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración. Este nuevo capítulo de resistencia ante la instalación de innovadoras formas de autoritarismo estatal, que conlleva la LUC, se desarrolla en el marco de la emergencia sanitaria, y eso significa, sin duda, dificultades que habrá que superar con la experiencia acumulada de las luchas pasadas y la creatividad de las nuevas generaciones”, indica la Secretaría de Derechos Humanos del PIT-CNT.

Declaración

He aquí el texto íntegro de la declaración:

“El 27 de junio de 1973, el autoritarismo estatal existente en el Uruguay a partir el 13 de junio de 1968 (Medidas Prontas de Seguridad, etc.), dio un paso más con la disolución del Parlamento y la instalación desembozada de la dictadura cívico-militar.

En el período de la actuación ilegitima del Estado que precedió al golpe de Estado, el movimiento popular desarrolló variadas estrategias para enfrentar la práctica de torturas, la desaparición forzada de personas, la prisión de personas sin la intervención del Poder Judicial, los homicidios, la aniquilación de personas en su integridad psicofísica, el exilio político o destierro de la vida social.

Ante ese nuevo avance del terrorismo de Estado, el movimiento sindical organizado en torno a la CNT, unificó su resistencia mediante la materialización de una resolución tomada en el Congreso de Unificación Sindical, que ratificó la decisión de convocar a una huelga general ante la presumible concreción de un golpe de Estado al mismo tiempo que definió los Estatutos de la CNT y tomó como base de su programa lo resuelto en el Congreso del Pueblo.

Esa huelga general con ocupación de los lugares de trabajo, que fue acompañada por la Federación de Estudiantes del Uruguay, organizaciones sociales y algunas organizaciones políticas, constituyó sin dudas una respuesta adecuada y justa a los tiempos que vendrían, que hoy en estos tiempos que vivimos es necesario darle la importancia que tuvo y tiene.

Desde aquel lejano 27 de junio de 1973, hasta el 28 de febrero de 1985, en las que formalmente se reinicia la vida democrática en el país, la dictadura cívico-militar intensificó sistemáticamente las políticas de terrorismo de Estado, que se sumaron a aquellas que precedieron al golpe de Estado: miles de prisiones ilegitimas, torturas, asesinatos, desapariciones, delitos sexuales, apropiación de menores, exilio.

La lucha por verdad, justicia, memoria y reparación integral que a 35 años de la instalación del primer Gobierno democrático que se sigue desarrollando hoy, no es ajena a aquella determinación de desarrollar las formas de lucha más adecuadas y efectivas para enfrentar los distintos niveles de autoritarismo estatal.

En este marco, es que hay que ubicar los actuales esfuerzos para llevar a referéndum los 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración.

Este nuevo capítulo de resistencia ante la instalación de innovadoras formas de autoritarismo estatal, que conlleva la LUC, se desarrolla en el marco de la emergencia sanitaria, y eso significa, sin duda, dificultades que habrá que superar con la experiencia acumulada de las luchas pasadas y la creatividad de las nuevas generaciones”

Exposición de fotografías de Aurelio Gonzalez sobre la Huelga General,tocar la imágen.

Fernando Pereira sobre la

Huelga General:

“La resistencia no duró 15 días sino 12 años”

26 de junio de 2021 · 

En una actividad sobre el golpe de Estado, sindicalistas destacaron la importancia de la memoria y de la enseñanza de la historia reciente..

El gobierno de Canelones y el Municipio Ciudad de la Costa organizaron el jueves de noche el conversatorio “48 años del golpe de Estado y la huelga general. Día de la resistencia y defensa de la democracia”.

Tamara García, dirigente de la Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios (Fuecys), integrante del Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT y de la Intersocial Feminista, dijo que las personas que nacieron después de 1985 también participan en la lucha por verdad y por la justicia, en defensa de la democracia, a pesar de no haber vivido en dictadura. García aseguró que una de las dificultades tiene que ver con la educación y con lo poco que se enseña sobre historia reciente. “En general el movimiento sindical es uno de los grandes olvidados en los programas de historia”, aseguró, y dijo que uno de los mitos es que la juventud no se moviliza ni milita. Como ejemplo puso la campaña del No a la Baja de la edad de imputabilidad, en la que los jóvenes tuvieron un rol importante. De todas formas, señaló que la manera de militar de los jóvenes es diferente, “siguiendo una causa y no tanto en estructuras”. “Cuando el movimiento sindical se compromete tenemos una mejor democracia”, concluyó.

Adolfo Drescher, exdirigente de la Asociación de Bancarios del Uruguay (Aebu) y de la CNT, dijo que la huelga general de 1973 no fue una “improvisación” ni un acto “reactivo” en respuesta al golpe: “Nada más lejos de la realidad”. Contó que mucho tiempo antes del 27 de junio de 1973 “no había oportunidad en la que en una fábrica, en un banco, en los lugares de estudio, una y otra vez no ratificáramos la idea de que si había un golpe se respondía con la huelga general con ocupación en los lugares de trabajo”. Relató que los integrantes de los sindicatos llegaban a las fábricas para iniciar la protesta y el lugar ya estaba ocupado por los trabajadores. Dijo que un año y medio antes del golpe, en 1972, a raíz de la declaración de guerra del MLN, se produjo una enorme represión, y los “paros continuos y la lucha por los derechos humanos permitió ir preparándonos […] No hay lucha posible y posibilidad de triunfo sin la decisión de llevarla adelante”.

Rodrigo Arocena, exrector de la Universidad de la República, hizo una reflexión histórica: “El golpe del 73 ante todo fue un operativo que durante varios años restringió libertades e hizo retroceder las condiciones de vida de la mayoría de la población. Fue una dictadura contra el Uruguay democrático en lo político y en lo social”. Arocena dijo que para que Uruguay avance “no podemos pensar que la democracia está segura”, hay que pensar cómo seguir adelante; para hacerlo “hay que resistir a los malones reaccionarios, y eso fue lo que la huelga nos mostró: la gran resistencia” y los “proyectos nuevos”. “Nos está haciendo falta eso para completar la resistencia que una vez más los uruguayos y uruguayas están mostrando para impulsar la democracia”, aseguró.

Inés Cortés, diputada suplente del Frente Amplio por Canelones, afirmó que en la actualidad “el relato del pasado reciente nos constituye el hoy, y se vuelve a plantear la discusión sobre este, algo que no es ingenuo”; sostuvo que lo que falta es “un estudio de las derechas”. Además dijo que la recolección de firmas para llamar a un referéndum contra 135 artículos de la ley de urgente consideración es una manera de pelear por los derechos, una serie de derechos que ya se creían conquistados pero ahora están cuestionados.

Por su parte, el presidente del PIT-CNT, Fernando Pereira, dijo que algo que no se está analizando es “el discurso de los dos demonios” y agregó que “hay una disputa por el sentido común que no es una disputa que se dé hablando sólo con los que piensan igual”, sino “en toda la cancha de la sociedad”. Pereira afirmó que fue una “revolución electoral” la que hizo que la izquierda llegara al gobierno en 2005, pasando de 20% a 50% de los votos. “Yo parto de la base de que toda ley que se quiera aprobar, por progresista que sea, tiene que ser acompañada por la apropiación de la sociedad, y esto no se da porque sí, se milita. Cuando se llega a la Huelga General con ocupación fue porque se militó, no fue espontánea”, afirmó sobre la huelga de 1973, y aseguró que la resistencia no duró 15 días sino 12 años.

Con el historiador Aldo Marchesi:

Las apuestas culturales de la dictadura

y sus continuidades

26 de junio de 2021 · 

Escribe JG Lagos, Natalia Uval 

El nacionalismo cultural, el combate a la “infiltración marxista” en la educación, el rechazo a lo urbano y la consolidación de un sistema de medios que la trascendió fueron algunas de las características más relevantes del régimen cívico-militar.

En tu artículo “Los caminos culturales del consenso autoritario” afirmás que se suele caracterizar a la dictadura como un período de destrucción y silencio, pero que en realidad esta también hizo sus apuestas culturales.

Es llamativo el divorcio que se produce entre la Universidad, la academia y los debates públicos, y este es un caso claro: en ese libro [La dictadura cívico-militar, en coautoría con Carlos Demasi, Álvaro Rico, Jaime Yaffé y Vania Markarian] hice un esfuerzo por investigar sobre las políticas culturales de la dictadura. Isabella Cosse y Vania Markarian ya habían escrito sobre el tema mucho antes, en su libro 1975: Año de la orientalidad, y yo mismo había hecho un trabajo sobre las políticas de comunicación de la dictadura en 2001. Sin embargo, hay temas que resurgieron en los mismos términos que hace 20 años en el debate reciente que desató el director de la Biblioteca Nacional [Valentín Trujillo] en torno a esta idea de que la dictadura no había hecho nada en cultura, que había destruido pero no había sido capaz de crear nada en términos productivos, o sea, crear ideas, sentidos comunes, desarrollar políticas que transformaran el país. Yo planteaba que las políticas culturales de la dictadura tenían que ver con diferentes tradiciones ideológicas que se trató de promover. Hablaba de un nacionalismo cultural que fue muy fuerte, que se expresó de múltiples maneras, como la promoción del folclore, de formas de socialización y festividades en el interior que tenían que ver con una apuesta a las celebraciones patrias y un reforzamiento de todo el discurso patriótico, fuertemente nacionalista, que tiene, por otra parte, muchos puntos en común con varias propuestas que vemos en la discusión política contemporánea. No era algo que había nacido con la dictadura, pero la dictadura lo promovió de una forma muy notoria. También hablaba de otro campo, que tenía que ver con repensar la juventud y desarrollar políticas específicas en el campo educativo, de la educación física. En las políticas dirigidas a la juventud, les decían a los jóvenes que la juventud previa estaba perdida y que se apostaba a ellos, que iban a ser el relevo, y que se tenían que formar en otros valores. También toda la apuesta al nativismo, al folclore, a expresiones culturales del mundo rural y del interior frente a lo que ellos en términos culturales veían como más problemático, que eran las expresiones culturales del mundo urbano. En materia cultural, ellos apostaron a abandonar lo que había sido el impacto del batllismo, o sea, atacar a las instituciones y formas de sociabilidad que se habían desarrollado con el batllismo: la Universidad, el sistema educativo público, el carnaval, que es una construcción del mundo urbano, montevideano.

Además, había apuestas vinculadas a los medios y sus transformaciones. Y en esta discusión reciente sentí como bastante raro que no se retomaran estos trabajos, y por eso hablo de un divorcio enorme. Igual quiero aclarar que cuando digo “creativo” no lo hago con una carga positiva: se pueden crear productos muy terribles.

¿Cuáles fueron los principales éxitos de esas construcciones? ¿Cuáles continúan y cuáles murieron con la dictadura?

La narrativa que primó en los 80 y 90 fue que todos los proyectos de la dictadura habían sido banales, incoherentes, que los militares y los civiles que los acompañaron eran inútiles, que no tenían capacidad para desarrollar proyectos que cambiaran el país. Hay un relato un poco desatento a las transformaciones del país. Estaba la idea de que “no nos cambiaron”, que puede ser una reacción frente a lo que pasó. Pero en el campo de la cultura hay transformaciones en el sistema de medios y en el sistema universitario; una de las últimas medidas de la dictadura fue reconocer a la Universidad Católica como universidad, y eso habilitó el desarrollo de la universidad privada. Hubo transformaciones en el sistema de medios, hubo un fortalecimiento de los medios masivos de comunicación, de una lógica mucho más empresarial. Se crean nuevos medios, que no son de la dictadura pero sí de su clima intelectual, y que luego se volverán muy influyentes; el caso más claro es Búsqueda. Sus fundadores se veían como los creadores de la Marcha de la derecha, en 1972. Y, efectivamente, salimos de la dictadura sin Marcha, pero con un Marcha de la derecha, que tiene una influencia enorme durante los 80 y 90 en los campos de las élites. Durante todo ese período hay un desarrollo enorme de las empresas de publicidad, de toda un área de la comunicación que tuvo un peso importante en ese momento. Lo que en un principio parece no haber tenido una continuidad es en el campo del arte. Lo que claramente no pudo construir la dictadura fueron artistas afines al régimen, ya sea en la música, en las letras (aunque hay algunos poetas, pero son pocos), en las ciencias sociales. La llegada en el campo más artístico e intelectual parece haber sido mucho más limitada. De todos modos, hay ciertas formas de pensar la sociabilidad cultural que crecen. Por ejemplo, los festivales de folclore, que van a seguir, aunque resignificados; no quiere decir que tengan todos la misma sensibilidad de la dictadura, pero hay cierto desarrollo en el interior que tiene mucho que ver con la dictadura.

Mariana Monné encontró varios proyectos de la dictadura en los campos artísticos y de las ciencias. El intento se hizo.

Hubo concursos literarios, muchas prácticas que el Estado desarrollaba antes se siguieron desarrollando en ese período. Hubo inquietudes sobre asuntos específicos, como el cine: hubo un intento de crear una ley de cine nacional, hubo conversaciones con Cinemateca Uruguaya. Hay una cuestión bastante interesante en términos ideológicos: la dictadura tiene tres componentes: uno más vinculado a la vieja derecha, a lo Bordaberry, digamos, integrista, antiliberal, que viene de la década del 30; tiene un componente más neoliberal, que está cercano a Végh Villegas, al componente más tecnocrático; y tiene un componente nacionalista conservador, que es bien de los militares, anticomunista. Para este tercer grupo, la cultura es algo importante. En los programas de transformación educativa tiene más que ver la pata neoliberal, porque en ese momento se empieza a desarrollar mucho lo que tiene que ver con la gestión de la educación. Hay sectores que tenían, y tienen, una preocupación real por el tema de la cultura, por la influencia del exterior, de los valores culturales. En la dictadura se crea, por ejemplo, la Escuela Nacional de Danza, donde se apuesta al desarrollo del ballet clásico y de las danzas folclóricas. Lucía Chilibroste hizo una tesis sobre eso, y ve que hay militares muy preocupados por esos temas, con cuestiones de disciplinamiento asociadas al baile clásico y a las nuevas formas de socialización de los jóvenes, distintas a las de los 60, que podía representar el folclore.

En temas de educación había muchos discursos que se parecen a discursos actuales: la preocupación por la infiltración marxista, que comenzó antes de la dictadura.

El campo educativo fue un tema conflictivo durante toda la Guerra Fría. La dictadura tal vez fue el momento más radical en eso, pero en realidad desde los 40 el campo de la educación es donde los sectores conservadores denuncian la infiltración marxista. Las aulas son el lugar donde “las mentes se toman”, es donde se puede convencer a la gente. Es la narrativa de la derecha más conservadora: a través de la educación, el comunismo controla a la sociedad. Y eso es algo que va existir durante todos los 60, que Magdalena Broquetas y Gabriel Bucheli muestran bien. Los movimientos de derecha van a estar muy vinculados con asociaciones de padres y de estudiantes que entienden el comunismo de una forma paranoide, donde toda forma de crítica social es comunista. Eso va a tener su máxima expresión en la dictadura de una forma fanática, porque el nivel de anticomunismo vinculado con la educación fue tal que llevó a que áreas que no tenían nada que ver con la cuestión ideológica fueran durísimamente perseguidas. Por ejemplo, destruyeron gran parte de la Facultad de Ingeniería, donde había un gran componente de científicos comunistas. En Brasil, en cambio, no ocurrió nada de eso. En cuanto a lo actual, es preocupante y es parte de la misma tradición. Lo raro ahora es que esa tradición venía de una forma de pensar el mundo para la que el enemigo era externo, estaba en la Unión Soviética. En el campo de la inteligencia militar había todo un desarrollo de la psicopolítica, esto es, estudios técnicos acerca de cómo usaban los comunistas los medios de comunicación, el mensaje subliminal. Varios militares que crean la Dinarp [Dirección Nacional de Relaciones Públicas] están preocupados por eso. Lo extraño es que terminó la Guerra Fría, desapareció la Unión Soviética, pero en América Latina permaneció este fuerte anticomunismo.

Para la derecha extrema actual el enemigo también sigue estando afuera: son las ONG internacionales, la ONU, la OMS, el globalismo, la ideología de género. Un discurso fuerte en Cabildo Abierto.

Si sacás las palabras “ideología de género” y ponés “comunismo”, el discurso de esos actores es igual al de una persona que integraba una asociación de lucha contra el marxismo en la educación a principios de los 70. Lo que habría que pensar es cómo vemos discursos tan parecidos en contextos tan diferentes. ¿Qué está diciendo ese anticomunismo tan fundamentalista que llega a decir que la OMS o Joe Biden son comunistas? Cuando Cabildo Abierto habla del imperialismo de los derechos humanos, está diciendo algo que decían los militares en la dictadura. Entre 1978 y 1980, cuando el presidente en Estados Unidos es Jimmy Carter y empieza a haber críticas a violaciones de los derechos humanos, los militares salen a hablar en términos de imperialismo. Es el mismo tipo de discurso que hace Cabildo cuando conceptualiza los derechos humanos como algo externo.

Hay artículos en el semanario de Cabildo Abierto, La Mañana, que reivindican el golpe de 1933 de Gabriel Terra…

Cabildo de alguna forma es un espacio dentro de la derecha que empieza a reivindicar la historia de la derecha. Es algo nuevo, porque justamente, con toda la impronta neoliberal de los 90 la derecha, se des-historizó, eran tipos que parecía que no tenían pasado. Y obviamente, ocultan sus temas más problemáticos, por ejemplo, la dictadura. Más que ocultarlos, usan mecanismos retóricos complejos para hablar de eso. Pero hay algo de pensar el pasado y relacionarse con él, que el herrerismo no lo tiene y los sectores del Partido Colorado más neoliberales tampoco. Es uno de los elementos nuevos pero que a la vez es viejo. Nuevo en el sentido de que reaparece. Hay pila de discursos de Cabildo Abierto que se vinculan con el pensamiento conservador uruguayo y que uno los ve en otros momentos históricos, entre ellos en la dictadura. Gran parte de las políticas culturales de la dictadura tienen mucho que ver con el pensamiento de Cabildo Abierto.

En relación con los medios de comunicación, hay una especie de imaginario respecto de que todos sufrieron la censura y fueron perjudicados, cuando, si bien en muchos casos efectivamente fue así, en muchos otros no sólo se adaptaron al régimen sino que lo defendieron desde sus primeras publicaciones. ¿Se consolidaron ciertas características del sistema de medios en dictadura que perduran hasta la actualidad?

En aquel artículo hablaba de una esfera pública limitada, pero que existía y que funcionaba. E incluso era posible discutir algunas cuestiones dentro de ciertos marcos. Y esa esfera pública limitada, de última, fue la que después de la dictadura fue hegemónica. Cuando hablo de esfera pública limitada me refiero a ciertas radios, a ciertos diarios y a la televisión. Ese sistema de medios que se construyó en la dictadura fue el mismo que siguió existiendo después, con el agregado, por lo menos en los 80 y 90, de algún periódico de izquierda, algún semanario de izquierda, y alguna radio. Pero después, fue el sistema de medios que en términos de los propietarios, e incluso de los programas, continuó. En la memoria eso quedó como que era parte del desarrollo de las empresas de comunicación, como algo libre, que jugaba con la censura. Pero en realidad, todo eso tiene que ver con un contexto autoritario. Hasta las opciones musicales que se pasaban por la radio, el tipo de programas de entretenimiento, hasta la forma en la que se pensaba el informativo. Me acuerdo de que Luciano Álvarez hizo un estudio sobre los informativos en dictadura. Hay muchas marcas de la actividad privada, empresarial, de los medios en dictadura que en la memoria quedaron como algo que era un acto de libertad y un resultado del mercado, pero es también algo totalmente condicionado por el contexto autoritario donde esos productos se realizaron. El resultado de la cultura de la dictadura no es sólo la Dinarp, sino lo que hacía el canal 12, el canal 10.

En otros países se ha hecho más visible la responsabilidad de los medios de comunicación en la consolidación de las dictaduras. ¿Te parece que en Uruguay se ha tematizado esa responsabilidad?

Hay momentos donde se discute el tema del papel de los medios y su relación con el sistema político, pero en términos de las responsabilidades durante el período dictatorial, es una discusión que ha sido extremadamente limitada, y nadie se ha hecho cargo de esa discusión. Lo único que relevé es que en los informativos, en el 85 y 86, empieza a haber un recambio de figuras. Algunas de las personas que habían quedado muy identificadas con la dictadura son cambiadas, pero no mucho más que eso. La responsabilidad más general de los medios en relación con la dictadura no está planteada, porque en general lo que prima es esa memoria de que lo privado era privado, y que ellos no tienen nada que ver. En Chile, las discusiones que ha habido sobre el papel de El Mercurio en la dictadura son muy similares a lo que puede decirse del papel de El País acá. El País todavía sigue sin poder hacerse cargo, y no hay demandas sociales fuertes para que se haga cargo. Eso es llamativo. Búsqueda también, tiene momentos en que se dicen cosas brutales en términos de apoyo. En el período de Carter, cuando Uruguay recibe críticas de Estados Unidos, ellos salen a apoyar a Uruguay y a explicar. Ramiro Rodríguez Villamil tiene artículos que son terribles, que son directamente el cuasi reconocimiento de que en Uruguay se torturaba, que se cometían violaciones a los derechos humanos, y que eran necesarias. En Búsqueda publican artículos de Mariano Grondona que son un delirio, que hablan de que tiene que haber un cuarto poder que es el poder militar.

En El cielo por asalto, Hebert Gatto dice que en realidad los intelectuales se salieron de cauce, se radicalizaron y se separaron mucho de la gente. Él dice que eso no era la cultura, que cultura era lo que estaba en la tele, las cosas que hace la gente que no eran tan delirantes y metidas en política. ¿En qué sentido la política cultural de la dictadura no fue la de esa mayoría silenciosa o apeló a esa mayoría?

Hay muchas cosas en eso. En un nivel, ¿qué definís como intelectual? La izquierda y los liberales progresistas, el batllismo tenían toda una idea de lo que eran los intelectuales en los 50, 60, 70. Eran la gente que escribía en la prensa, la gente que tenía algún vínculo con alguna forma artística o de las humanidades, pero que a la vez tenía un rol político. Había una idea de que todos tenían que tener un posicionamiento sobre los asuntos, discutían en la prensa, se peleaban. Y creo que en realidad lo que se consolida en dictadura, y Búsqueda es un ejemplo de eso, es otra visión del saber especializado. No es casual que Búsqueda tenga un vínculo muy claro con el mundo de la economía: es la visión del técnico, es otra forma de pensar la figura del intelectual. De aquella vieja noción de intelectual, la dictadura no tenía tanto de dónde agarrarse.

La responsabilidad “bicolor” en la dictadura civil y militar

26 de junio de 2021 · 

Escribe Miguel Aguirre Bayley 

Alas de un mismo partido a partir de 1836 en la batalla de Carpintería en Durazno, colorados y blancos, blancos y colorados, cogobernaron en la mayor parte de la historia del país, aun cuando la titularidad del Poder Ejecutivo fue ejercida en forma abrumadoramente mayoritaria por el Partido Colorado hasta 1959, excluyendo el período militarista que se extendió desde 1875 a 1886.

Sin embargo, hubo excepciones derivadas de las confrontaciones surgidas a partir de los enfrentamientos de esas divisas entre los caudillos Fructuoso Rivera y Manuel Oribe; la Guerra Grande que se extendió desde 1839 hasta la paz del 8 de octubre de 1851; la hecatombe de Paso de Quinteros en 1858; la defensa de Paysandú sitiada desde el 2 de diciembre de 1864 que culminó con la muerte de Leandro Gómez, fusilado el 2 de enero de 1865; la Revolución de las Lanzas encabezada por Timoteo Aparicio en 1870 y las insurrecciones de Aparicio Saravia en 1897 y 1903, hasta la muerte del caudillo nacionalista en Masoller el 10 de setiembre de 1904.

En el siglo XX, amplios sectores de los partidos Colorado y Nacional, encabezados por varios de sus principales dirigentes más conservadores y de la ultraderecha antidemocrática, propiciaron y participaron decisivamente en los quiebres institucionales en Uruguay. En las tres oportunidades, se trató de autogolpes de Estado promovidos por presidentes constitucionales.

El primero tuvo lugar el 31 de marzo de 1933, con Gabriel Terra, del Partido Colorado, quien contó con los apoyos de la Policía, de los Bomberos, en cuyo cuartel tomó la decisión, y de Luis Alberto de Herrera, líder del sector predominante del Partido Nacional. El Ejército no participó, pero oficiales que se opusieron al golpe fueron dados de baja y algunos enviados a la isla de Flores. Después, el 21 de febrero de 1942, fue la llamada “dictablanda” de Alfredo Baldomir, también del Partido Colorado, exjefe de Policía en 1933 y ministro de Defensa del dictador Terra.

Finalmente, el 27 de junio de 1973, el presidente Juan María Bordaberry, del Partido Colorado, exsenador del Partido Nacional e integrante de la Liga Federal de Acción Ruralista orientada por Benito Nardone, dio el golpe de Estado. En agosto de 1961, por radio Rural, Nardone había afirmado que el Consejo Nacional de Gobierno –que él integraba y que había presidido el año anterior– era “un colegiado de cocoliches” y que era hora de “que los militares se hicieran cargo del gobierno”.

En la última dictadura, extendida desde el 27 de junio de 1973 hasta el 28 de febrero de 1984, las Fuerzas Armadas no solamente apuntalaron con sus bayonetas a los golpistas colorados y blancos, sino que asumieron y compartieron los cargos más relevantes. En el análisis de lo ocurrido, en base a pautas políticas, sociológicas o jurídicas, siempre es posible establecer los límites entre la violencia legítima y el terrorismo. El Estado se transformó en un agente de terror sobre la población con torturas, crímenes y desaparición forzada de personas indefensas, en un país ocupado por las Fuerzas Armadas. De hecho, se trató de una dictadura civil y militar en la medida que los elencos del gobierno y del régimen que detentaban el poder del Estado estaban integrados por militares de rango y un elevadísimo número de civiles que participaban en los máximos niveles de decisión y redactaban los actos institucionales emergentes de los decretos con impronta draconiana.

Un “cheque de color rosado” y la teoría “de los dos demonios”

Salvo por un período de tres meses, desde junio de 1968 hasta el final del mandato de Jorge Pacheco Areco, el país vivió bajo permanentes medidas prontas de seguridad votadas siempre por la amplia mayoría de los parlamentarios colorados y blancos. Dichas medidas extraordinarias continuaron en la presidencia de Juan María Bordaberry. El 15 de abril de 1972, el Parlamento votó el Estado de Guerra Interno y el 10 de julio siguiente, la Ley de Seguridad del Estado y Orden Público, redactada por el escribano Dardo Ortiz y el doctor Washington Beltrán, ambos del Partido Nacional, el doctor Eduardo Paz Aguirre, del Partido Colorado, y el coronel Néstor Bolentini. Esta ley, que estuvo vigente en la dictadura, mantuvo la suspensión de las garantías individuales y permitió, entre otras disposiciones de corte netamente pretoriano, que los civiles fueran sometidos a la Justicia militar en una medida regresiva e inconstitucional. Con esas actuaciones, colorados y blancos otorgaron “un cheque de color rosado” con poderes ilimitados a los militares. El Frente Amplio, en todos los casos, se opuso y votó negativamente.

El 23 de febrero de 1973 el Consejo de Ministros creó y reglamentó el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena) con el carácter de órgano asesor del Poder Ejecutivo, encabezado por el presidente de la República e integrado por los ministros del Interior, Relaciones Exteriores, Defensa Nacional y Economía y Finanzas; el director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas.

El 27 de junio, el presidente Bordaberry, en acuerdo con los ministros del Interior, coronel Néstor Bolentini, y de Defensa Nacional, doctor Walter Ravenna, mediante un decreto, declaró disueltas la Cámara de Senadores, la Cámara de Representantes y las juntas departamentales. Era la consolidación del golpe de Estado. En esa jornada, el capitán de navío Óscar Lebel salió con su uniforme militar al balcón de su casa, colgó el Pabellón Nacional, la bandera de Artigas y colocó un cartel con la frase: “Yo soy el capitán de navío Óscar Lebel. Abajo la dictadura”. Lebel fue detenido y estuvo en prisión hasta 1977, año en que fue liberado y pasado a retiro obligatorio.

Aún hoy, hay quienes por distintas vías y medios se empeñan en señalar que la dictadura fue militar y que el crac institucional se produjo por la irrupción de las Fuerzas Armadas en la vida política para combatir la guerrilla tupamara. Esta afirmación, con deliberada intencionalidad, cuenta en sus filas a dirigentes de los partidos Colorado y Nacional y ha sido impulsada sin ambages por los expresidentes Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, con la finalidad de deslindar responsabilidades propias y de sus partidos, que concedieron sensibles poderes a la corporación militar. Para justificarlo promueven la teoría de los dos demonios. No se trata –como sostienen– de un pequeño grupo de militares soberbios y ambiciosos, ni de algunos muchachos intoxicados con la Revolución cubana lo que permite explicarnos el porqué de la dictadura. En setiembre de 1972, el MLN (Tupamaros) ya había sido derrotado.

Civiles en cargos de confianza de la dictadura

Cientos y millares de civiles y militares que apoyaron el golpe de Estado y después formaron parte de los organismos de facto pertenecían al Partido Colorado y al Partido Nacional. Entre los civiles más notorios, Juan María Bordaberry y los doctores Alberto Demicheli y Aparicio Méndez, los presidentes de la dictadura, y los doctores Martín Recaredo Echegoyen y Hamlet Reyes, quienes presidieron el también inconstitucional Consejo de Estado. No es un dato menor señalar que los generales golpistas Mario Aguerrondo y Juan Pedro Ribas habían sido candidatos a la presidencia por los partidos Nacional y Colorado en las elecciones de 1971. Ningún frenteamplista ocupó un solo cargo de la dictadura. La mayoría de sus cuadros dirigentes, incluidos los generales Liber Seregni y Víctor Licandro, fueron encarcelados, degradados, y otros debieron exiliarse.

La recuperación de la democracia, el 1° de marzo de 1985, fue conquistada por la digna lucha del pueblo uruguayo en la resistencia, dentro y fuera de fronteras, y no por aquellos dirigentes blancos y colorados que se mantuvieron al margen y, en muchos casos, apoyaron al régimen dictatorial ocupando cargos de la más alta confianza. La indecorosa lista es tan extensa que su publicación íntegra excede esta crónica. En ese sentido, compartimos una acotada síntesis de los “rinocerontes” funcionales a la dictadura, como señaló con la precisión de un florete el doctor Eduardo Pons Etcheverry, del Partido Nacional, en el debate por el No en el plebiscito de 1980: “El concepto de ‘seguridad nacional’, definido en su texto, abarca absolutamente todos los actos de gobierno, y en todos estos aparecen fundamentalmente las Fuerzas Armadas. Estamos en una situación de hecho; estamos ocupados […] No va a haber nunca un divorcio entre las Fuerzas Armadas y los civiles porque siempre hay civiles que aceptan la supremacía. O sea, recordando la pieza de teatro de Ionesco, siempre hay rinocerontes. Siempre”.

En una primera aproximación, alrededor de un millar de civiles blanquicolorados ocuparon cargos de confianza de primera línea en el Poder Ejecutivo, Consejo de Estado (en sustitución del Parlamento), Ministerio de Justicia (eliminado el Poder Judicial), gobiernos departamentales, Corte Electoral, entes autónomos, servicios descentralizados, Universidad de la República, enseñanza, cuerpo diplomático, bancos del Estado, y en otros organismos y dependencias administrativas. Las carteras ministeriales, incluidos los ministros y subsecretarios, fueron asignadas a civiles, con la única excepción del Ministerio del Interior, cuyos titulares fueron solamente militares: el coronel Néstor Bolentini y los generales Hugo Linares Brum, Manuel Núñez, Yamandú Trinidad y Julio César Rapela.

Tras la disolución del Parlamento constitucional, el primer Consejo de Estado fue designado por el dictador Bordaberry el 18 de noviembre de 1973. Sus 25 integrantes eran civiles y lo presidía el doctor Martín R Echegoyen. El 30 de agosto de 1976 se produjo una importante renovación y fueron proclamados por el presidente de facto Aparicio Méndez 25 consejeros, también civiles, bajo la presidencia del doctor Hamlet Reyes. En 1981 el teniente general Gregorio Álvarez proclamó a los nuevos integrantes del Consejo de Estado, cuyo número aumentó a 35. Hamlet Reyes continuó presidiéndolo y por primera vez se incorporaron militares: el coronel Néstor Bolentini, el brigadier general Raúl Bendahan y el vicealmirante Víctor González Ibargoyen.

Solamente tres integrantes del Consejo de Estado, de un total de 113 consejeros, fueron elegidos como legisladores cuando se recuperó la democracia: Pedro W Cersósimo y Pablo Millor en el período 1985-1990 y Wilson Craviotto en la legislatura siguiente. Los tres pertenecían al Partido Colorado. Otros dos integrantes del Consejo de Estado fueron intendentes en democracia: Walter Belvisi en Paysandú y luego senador por el Partido Colorado, y Domingo Burgueño Miguel, del Partido Nacional, electo por dos períodos consecutivos en Maldonado.

En el primer gobierno de Julio María Sanguinetti, el teniente general de la dictadura Hugo Medina fue ministro de Defensa Nacional y Carlos Pirán, vinculado al escuadrón de la muerte y golpista, titular de la cartera de Industria y Energía. Al final de su magistratura, el represor Manuel Cordero fue ascendido al grado de coronel.

En los comienzos de la dictadura fueron designados militares para ocupar los cargos de intendentes municipales. No obstante, en Montevideo, Canelones, Cerro Largo, Flores, Lavalleja, Paysandú, Rivera, Rocha, Salto, San José, Tacuarembó y Treinta y Tres, sus intendentes fueron civiles.

La resistencia

El Frente Amplio en el exterior y la Convergencia Democrática se convirtieron en los bastiones más importantes en su denuncia de la dictadura. Uno solo dentro y fuera de Uruguay, el Frente Amplio por medio de su Comité Coordinador en el exterior con sede en Madrid, a partir de octubre de 1977 llegó a organizarse en 29 países de América, Europa, África y Oceanía en la etapa de resistencia. En tanto, la Convergencia Democrática, creada el 19 de abril de 1980 en México, integrada por ciudadanos pertenecientes a distintos sectores políticos, sociales y religiosos, sumó su voz y militancia para denunciar a la dictadura en Uruguay. El 20 de mayo de ese año, Wilson Ferreira Aldunate enviaba el siguiente telegrama a los señores miembros de la Convergencia Democrática en Uruguay: “El único homenaje posible a la memoria de Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini es unirnos en la lucha por la causa a la que ellos entregaron sus vidas. Un abrazo a todos, gracias y adelante”.

En Uruguay, el Frente Amplio continuó su actividad en la clandestinidad a pesar de las dificultades surgidas por la detención y fuerte represión hacia sus dirigentes y militantes. Ante la prisión de Seregni, asumió la responsabilidad la Mesa Ejecutiva presidida por Juan José Crottogini e integrada por Adolfo Aguirre González, Hugo Batalla, José Pedro Cardoso, Roberto Gilardoni, Alba Roballo y Francisco Rodríguez Camusso. El coronel retirado Héctor Pérez Rompani cumplía las tareas de coordinación en la secretaría. Por decisión de sus autoridades, el Partido Demócrata Cristiano dejó de participar en la orgánica frenteamplista a comienzos de 1974.

En el Partido Nacional, con su principal dirigente Wilson Ferreira Aldunate en el exilio, un triunvirato conformado por Dardo Ortiz, Carlos Julio Pereyra y Mario Heber asumió la dirección partidaria. Mario Heber falleció en mayo de 1980 y en su lugar se incorporó Jorge Silveira Zabala. En tanto, mientras el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado apoyaba a la dictadura, un triunvirato integrado por Jorge Batlle, Amílcar Vasconcellos y Raumar Jude trabajó por el retorno a la democracia.

El imperio allá, nosotros acá

“En el año 71 hubo elecciones nacionales y allí hizo irrupción, por primera vez, el Frente Amplio. ¿Cómo habrían reaccionado las Fuerzas Armadas ante un eventual triunfo de la nueva coalición política?”, preguntó el periodista César di Candia en una entrevista al general Hugo Medina. “No se le entregaba el poder”, fue su respuesta. El Ejército estaba preparado en 1971 para dar el golpe de Estado. Y el motivo no era la guerrilla. Era destruir al Frente Amplio, a la Convención Nacional de Trabajadores, a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, a las organizaciones sociales, intervenir la Universidad de la República…

Hay una foto clásica –comentaba el general Víctor Licandro– donde alrededor de una mesa redonda se encuentran el canciller estadounidense Henry Kissinger, en un lado, y todos los cancilleres latinoamericanos del otro lado. El imperio allá y nosotros acá. Kissinger les hablaba a los latinoamericanos y los latinoamericanos le hablaban a Kissinger. Esa es una realidad histórica, geopolítica.

No todos los militares fueron golpistas

Cientos de militares de distinto rango, oficiales y personal subalterno, defendieron el honor militar con responsabilidad institucional, democrática y republicana durante la dictadura. Unos 350 militares –entre ellos más de 60 oficiales– fueron condenados por motivos políticos. Más de un centenar estuvieron presos en condiciones inhumanas.

El 21 de diciembre de 1959, los alféreces de la promoción Grito de Asencio recibían el sable de manos del doctor Martín R Echegoyen, presidente del Consejo Nacional de Gobierno por el Partido Nacional, ante quien juraron, sable en mano, defender la Constitución y las leyes de la República. Esa generación de egresados fue la que tuvo el mayor número de presos por la dictadura, pero, también, a los más connotados violadores de los derechos humanos.

A los alféreces Carlos Cabán, Guillermo Castelgrande, Carlos Dutra, Jaime Igorra, Julio C Giorgi, Walter Maceira y Juan Antonio Rodríguez, como ocurrió a oficiales de distintas generaciones, la lealtad al Juramento de Fidelidad a la Constitución y las leyes les significó cárcel, tortura y pérdida de grado en la dictadura. En todos los casos se trató de una decisión individual y no concertada. Similar conducta asumió el personal subalterno (por entonces personal de tropa) que se opuso al quiebre institucional. Muchos militares constitucionalistas del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea se conocieron cuando compartieron cárcel y tortura. Otros, recién a la salida de la prisión. En cambio, José Gavazzo y Manuel Cordero traicionaron el Juramento de Fidelidad y fueron criminales represores en dictadura. Martín R Echegoyen presidió el Consejo de Estado de la dictadura hasta su fallecimiento. Su felonía golpista exime de todo comentario.

Sobre el golpe:

 

NACIONALES

A 48 años del último golpe de Estado

Representantes del espectro político brindaron su opinión en la perspectiva histórica de este fenómeno catalogado como la “verdadera grieta” de la historia reciente.

Por: Juan Pablo Rodríguez

27 junio, 2021

El golpe de Estado del 27 de junio de 1973 es recordado como la fractura democrática más grande del Siglo XX. Al cumplirse 48 años de aquellos hechos, LA REPÚBLICA consultó a varios legisladores, a un politólogo y a un historiador.

El senador del Partido Nacional, Jorge Gandini, dijo que «a pesar de que casi tiene 50 años, este evento triste de la historia reciente todavía marca al país como un quiebre significativo de nuestra historia institucional y democrática; es el fin de una sociedad muy polarizada y enfrentada que tuvo varias etapas que lo llevaron a ese desenlace terrible y trágico, que le costó mucho al país en materia de libertad, de Derechos Humanos y a muchos de los protagonistas representativos del pueblo uruguayo que pagaron con cárcel, con exilio y con sus familias ese tiempo».

Asimismo, Gandini, afirmó que «veníamos de una sociedad muy polarizada, de un gobierno autoritario: ¿democrático? sí, porque había sido electo popularmente pero muy autoritario que llevó al quiebre institucional con unas Fuerzas Armadas que tomaron protagonismo pero que también encontraron en ciertos sectores de la vía civil apoyos, respaldos y socios.

Creo que todos esos episodios que empiezan bastante antes y que tienen su punto alto el 9 de febrero donde se realiza el primer y más importante quiebre institucional con aquel febrero amargo que termina en aquella noche en la que quizás se recuerda muy simbólicamente con el discurso de Wilson en el Senado en su última sesión y con todo lo que vino después.

Es un punto para no olvidar y tener de referencia, no cometer errores y no admitir desbordes que puedan erosionar la institucionalidad, legalidad, libertad y representatividad. En eso, hay en estos tiempos una fuerte estabilidad y un compromiso de todos los partidos políticos».

En este sentido, mencionó: «Wilson decía que Uruguay no se diferencia de sus vecinos ni por grandes accidentes geográficos, ni siquiera caracteres idiomáticos; nos diferenciamos porque somos una comunidad espiritual con una cultura diferente y con una trayectoria histórica diferente.

Eso se ha marcado a lo largo de la historia, una convivencia civilizada de libertad democrática que nos permite a pesar de las influencias y los eventuales contagios que podemos tener en la zona, transitar un camino muy diferente a otros países de América que están en estos tiempos muy agitados muy polarizados, incluso violentos.

Tenemos que cuidarnos de mantener nuestras raíces, nuestra estabilidad y valorar nuestro nivel de convivencia, a veces creemos que la discusión política que tenemos es polarización, que la diferencias que tenemos son grietas que los debates que se instalan son irreconciliables y para nada. Esa es parte de la convivencia democrática civilizada de Uruguay que siempre en lo importante nos encuentra unidos, nadie cuestiona un acto electoral, todos respetamos al otro día el resultado que se dio y nos ubicamos en el lugar que nos dio la gente y desde allí ejercemos en el marco de la constitución y la ley nuestros derechos y obligaciones como partidos políticos y representantes de la gente.

Es verdad que las cosas cambian, las cambian las nuevas formas de vincularse como las redes sociales, los medios de comunicación, los lugares donde se generan los debates pero yo valoro la esencia y la esencia es que seguimos siendo un país diferente a la región porque mantenemos un fuerte arraigo con nuestras raíces y convicciones democráticas apegadas a la libertad y a las instituciones y eso es muy valorable más allá de las diferencias que podemos tener».

Mahía: fue «el momento más duro» de la historia uruguaya

Por su parte, el legislador frenteamplista, José Carlos Mahía, dijo a LA REPÚBLICA que «desde la perspectiva histórica es la dictadura más dura que vivió Uruguay en su historia moderna, tuvo como protagonistas a militares y civiles, fue una dictadura que combinó esa característica y que fue consecuencia de un gradual, sostenido y para algunos invisible deterioro del sistema democrático uruguayo que tuvo como propiedad el autoritarismo, el neoliberalismo como doctrina económica y la búsqueda de perpetuarse en el poder de una concepción de ultraderecha violando los derechos humanos.

También se cercenaron las más mínimas normas de convivencia y de tolerancia. A su vez desde lo partidario buscaba eliminar de la faz de la tierra al Frente Amplio, que había nacido dos años antes de la dictadura».

En la misma línea, Mahía, agregó que «en todas sus dimensiones la dictadura fracasó y nos tiene que dejar una lección para adelante, lo importante que es defender la democracia siempre, defenderla de los autoritarios, tanto de militares como de civiles que quieren sustituir la voluntad de la gente por el gobierno de facto.

Para nosotros fue una experiencia muy dura, pero el Uruguay y los uruguayos tenemos que aprender a no olvidar para no repetir errores del pasado, ni para que se vuelvan a generar condiciones ni injerencia extranjera alguna, que auspicien procesos políticos tan dolorosos como la dictadura cívico militar uruguaya».

«El golpe de Estado fue la grieta más profunda, porque incluso separaba a los partidos políticos y a las tendencias democráticas de los partidos y a los partidos políticos, no nos podemos olvidar que la dictadura la encabezó un presidente, Bordaberry, y tuvo durante la misma integrantes del Partido Colorado y del Partido Nacional que fueron consejeros de Estado y también una lucha de los partidos políticos y del Frente Amplio en particular contra el autoritarismo; después, hubo otro tipo de grieta que fue de carácter económico, de modelos económicos, particularmente el llevado adelante por el neoliberalismo de los 90`, que es un modelo excluyente y hoy de alguna manera también hay un modelo económico que se repite tomando bases de los 90` que va a producir como secuela una grieta de personas más pobres con concentración de la riqueza», catalogó Mahía.

Domenech: «Se creyó que mediante la violencia se podía cambiar»

El senador de Cabildo Abierto, Guillermo Domenech, afirmó a LA REPÚBLICA, que «yo creo que lo que tendríamos que recordar son las condiciones de violencia que se vivieron en el país en la década del 60` y 70` que fueron originadas inicialmente por movimientos políticos que creyeron que a través de la violencia se podía cambiar las formas de gobierno del país y luego una reacción que arrasó con el orden constitucional.

Entonces lo que nosotros desearíamos es que esa situación en el Uruguay no se repitiera y viviéramos de forma tal que todos demostremos sincero y efectivo apego a las normas legales y constitucionales que rigen el país en un ambiente democrático dónde se respeta de manera irrestricta la libertad de pensamiento y las autoridades son elegidas democráticamente por la población».

Asimismo, el cabildante, señaló: «En la actualidad en Uruguay no se ha generado una grieta, probablemente hay muchas personas interesadas en generar un enfrentamiento de esa naturaleza en el país, pero no creo que por el momento eso haya sucedido y creo que los representantes de todos los partidos políticos y la población en general tienen que estar alerta contra una situación que degrade el clima de convivencia en el que vivimos».

Sobre el conocimiento de las nuevas generaciones sobre este lamentable evento, indicó que «probablemente no exista un conocimiento cabal de la situación, es una responsabilidad de los que somos mayores que las generaciones conozcan esa génesis de los hechos lamentables que vivió la República en la década del 70` y que eso coadyuve a evitar que se reedite esa situación de enfrentamiento en el campo de las armas que vivió el país y que se afiance la democracia en el Uruguay».

Pasquet alienta a valorar la democracia recuperada

El diputado del Partido Colorado, Ope Pasquet, sostuvo que «el peligro con estas conmemoraciones sobre todo cuando se repiten año tras año y cada vez hay más tiempo entre los hechos recordados y quienes recuerdan es que nos aten al pasado, a la contemplación del pasado, cosa que no debe suceder porque para cualquier grupo humano, o una nación como la nuestra siempre lo más importante es lo que está en el futuro, la vida que habremos de vivir, entonces yo creo que la manera más útil de conmemorar estos hechos es valorando lo que entonces perdíamos y lo que hoy hemos recuperado y tenemos.

En aquellos años, perdimos la democracia y el Estado de derecho, las libertades y todas sus garantías, esto es lo que el país ha recobrado y la democracia uruguaya figura hoy entre las quince o veinte democracias más completas y mejores del mundo según los índices que se hacen en esta materia.

Valoremos eso que hemos recuperado, nuestra democracia, nuestro estado de derecho, nuestras libertades, nuestras garantías, todo lo que constituye el patrimonio institucional de la República y que hace que disfrutemos lo que José Artigas llamaba el pleno goce de nuestros derechos. En eso estamos hoy y eso es lo que tenemos que preservar entre todos, ojalá que el recuerdo de fechas aciagas como el 27 de junio del 1973 funcione como un estímulo para estar siempre alertas en defensa de la democracia y la libertad».

Consultado, sobre su interpretación de posibles grietas en nuestro país, indicó que «creo que hay pequeños grupos radicalizados y fanatizados que llevan la confrontación al límite de la exasperación y entre esos grupos de gente sí puede hablarse de la grieta pero me parece que el conjunto de la sociedad uruguaya no es así hay diferencias que a veces, se expresan con altos decibeles, pero no creo que eso pueda llamarse propiamente una grieta como se ve en otras partes del mundo, señalo un hecho que es demostrativo de eso: en este tiempo las encuestas han venido mostrando reiteradamente el índice de aprobación de la gestión de gobierno y en particular de la gestión de la pandemia es superior al porcentaje que obtuvo el presidente Lacalle Pou en el balotaje del año 2019, es decir hubo frenteamplistas que aprueban la gestión de gobierno es decir el modo en el que el gobierno está enfocando la pandemia».

«Eso demuestra que si perjuicios de las identidades políticas de las que nadie reniega y las que todos mantenemos con orgullo podemos coincidir en las apreciaciones más allá de las fronteras partidarias lo que demuestra que la grieta que puede haber en grupos de fanáticos no ha ganado al conjunto de la sociedad uruguaya, creo que es responsabilidad de los dirigentes políticos de todos los partidos tratar de mantener ese estado de cosas y las discrepancias y discusiones dentro de los términos de la civilidad y la tradicional cultura política uruguaya que respeta al otro y que puede dialogar con el otro por encima de las diferencias», declaró.

Chasquetti: «Cada 27 de junio se prende una bombita amarilla para reflexionar»

Daniel Chasquetti Pérez politólogo e investigador, conversó con LA REPÚBLICA, sobre la significancia de la fecha y el antecedente en el quiebre democrático de la República, y contó que «el 27 de junio es en cierto modo, como una bombita amarilla que se prende cada año que nos hace reflexionar sobre el valor de la democracia sobre la importancia de cuidarla.

La democracia es un sistema de gobierno que se construye y está siempre en movimiento, se puede perfeccionar pero también se la puede degradar, entonces recordar la fecha del golpe de estado es importante desde ese punto de vista pensar que democracia tenemos, qué problemas y dificultades la constituyen.

Respecto a los hechos en concreto también tratar de entender lo que ocurrió, los errores que cometieron los actores de ese entonces, sobre todo, pensando en el futuro y no volver a toparse con dificultades similares; visto que las coyunturas históricas no se repiten, siempre son diferentes pero cada una de ellas deja muchas enseñanzas y vale la pena muchas veces detenerse a reflexionar, pensar y tratar de entender cómo se desembocó en ese quiebre institucional».

«Los actores políticos normalmente utilizan a la historia como un recurso, muchas veces para fundamentar sus posiciones, hay un muy buen libro del historiador José Rilla, que muestra cómo el Partido Colorado y el Partido Nacional han utilizado la historia del país y sus respectivas colectividades para construir identidades y para justificar acciones del presente.

Yo creo que en la actualidad cuando se discute, sobre todo cuando se hace en sitios como las redes sociales pero también en el Parlamento vemos que se utilizan los episodios o el proceso que desemboca en el 27 de junio, como un recurso para tratar de justificar posiciones y adosar cargos a los contrincantes del presente.

Entonces yo creo que es una mala cosa, porque utilizar ese período como forma de dirimir cuestiones del presente es como una jugada que lo que hace es complicar las miradas: volver más brumosa la interpretación sobre ese período. Hay una buena investigación histórica y buenos trabajos dónde uno se queda siempre con la conclusión de que todos los actores se equivocaron en algún momento, tomaron decisiones equivocadas y atribuir responsabilidades en la actualidad, en el presente eso de que «tal actor» es el responsable, es bastante complicado.

Por tanto, yo diría que si bien a veces forma parte de esa polarización el 27 de junio y el Golpe de Estado, no es el principal componente, los uruguayos no estamos divididos respecto a la lectura del 27 de junio, estamos divididos por otras cosas y se utiliza al 27 de junio como para reforzar estas divisiones pero en general creo que cuando uno repasa los años de la salida de la dictadura uno encuentra allí muchos testimonios autocríticos que reconocen efectivamente que no es culpa de un sólo actor que no es culpa ni siquiera de dos actores -lo digo por la teoría de los dos demonios- sino que hay más actores implicados y hay una falta de valoración y cuidado por la formalidad que muchas veces exige la democracia», opinó acerca de la creación de una posible «grieta» sobre el hecho.

A su vez, Chasquetti, distinguió entre lo que fue «una guerra y un Golpe de Estado». «Los estudios comparados muestran que en verdad los quiebres institucionales son el resultado de un largo proceso de deterioro del régimen democrático, es decir que para entender el 27 de junio no hay que mirar un sólo aspecto sino ver múltiples.

No se entiende el Golpe de Estado sin valorar el período de 1968-1972 de la presidencia de Pacheco Areco y las condiciones bajo las cuales gobernó. Aceptar como argumento que fue una guerra, es aceptar que solamente hubo dos actores implicados y eso es inaceptable para cualquiera que lo mire con relativa seriedad, el sistema político en realidad falló y los partidos políticos fallaron y no hubo suficientes reservas democráticas como para cuidar la institucionalidad.

Hubo momentos donde se hubiese necesitado otras conductas, el trámite no estaba escrito de antemano, desembocó en eso porque muchos fallaron, el argumento de la guerra y que había dos bandos en disputa es absolutamente falaz. Había más actores, estaban los partidos, los sindicatos, las cámaras empresariales, actores externos como la embajada de EE.UU. o la de la Unión Soviética, era un mundo de guerras frías; entonces en determinado momento se transformó en parte importante en una pieza del tablero, entonces todo eso influyó y me parece absurdo reducir todo a que hubo una guerra entre militares y tupamaros. Por un lado es darle más relevancia a los actores de la que definitivamente tuvieron, darle más responsabilidades porque hay otros responsables y esto es más complejo».

«El momento más crítico»

Por su parte, el historiador y docente, Gabriel Quirici, afirmó que «el Golpe de Estado es el momento más triste de la historia política del Uruguay, el más oscuro, es el final de un largo período de crisis de confrontación pero también la ruptura de la institucionalidad, como llamaba Wilson Ferreira, una larga pesadilla autoritaria, porque si bien hubo varios golpes de estado en el Siglo 20, en el 33 y 43; en general después de esos golpes hubo cierta restauración, acá no, después de la clausura del Parlamento quedo instaurada una larga dictadura».

Inmediatamente, enfatizó que «fue el momento más crítico de la historia política en el Siglo XX uruguayo, en el que se termina una etapa que era conflictiva y de problemas económicos, pero no sólo que es el final de eso, sino que se inicia la dictadura más larga que tuvo Uruguay en el Siglo XX, no como en otros casos que si bien hubo golpes después hubo reformas constitucionales paulatinas y restauraciones. En este caso lo que iniciaron Bordaberry y las Fuerzas Armadas, hoy sabemos como dijo Wilson fue la larga pesadilla autoritaria».

«Pueden existir fracturas, polarizaciones en algunos espacios de la comunicación política de la cultura que no necesariamente refleja la sociedad, en la sociedad hay diversidad y diferentes opiniones, a veces en los medios y en las redes se prefiere los puntos polares, los extremos para general tendencias incluso hay quienes hacen informes a partir de episodios polarizadores, eso no quiere decir que la sociedad esté polarizada.

Uruguay tiene una diversidad y pluralidad democrática interesante, que sí hay que cuidarla y cultivarla; el discurso de la grieta y la polarización solo le sirve a pocos fanáticos y a algunos mercaderes de la superficialidad pero para la democracia Uruguay tiene espacios de diálogo y una tradición valiosa», mencionó Quirici sobre una posible fragmentación actual de la sociedad uruguaya.

En referencia al diálogo para con las nuevas generaciones acerca del Golpe de Estado, expresó que «hay una responsabilidad de los más grandes, los que hemos estudiado o vivido el tema, conversar con ellos para transmitirles el drama que es la pérdida de las libertades y de la valoración de la democracia. No hay que responsabilizar a los jóvenes, ellos afortunadamente han nacido en democracia quizás no saben algunas de las características de porqué se perdió la democracia y es importante hablarlo».

El golpe, 27 de junio de 1973

Por William Marino.

27 JUNIO, 2021 

El 27 de junio de 1973, los militares fascistas de este país dieron un golpe militar a sangre y fuego. A las dos de la madrugada decretaron disuelto el Parlamento. Los parlamentarios blancos y colorados de derecha apoyaron el golpe, unos en forma activa, otros en forma pasiva. Unos dando instrucciones a sus seguidores de “no juntarse con los comunistas”, otros observando qué pasaba y contra quiénes iban los golpistas, si solo contra el pueblo trabajador o el gran capital. Alguien se ha preguntado por qué los senadores y diputados no ocuparon el Palacio Legislativo. Eso era una demostración de defensa de la libertad y democracia. Esa misma madrugada la CNT decretaba la huelga general por tiempo indeterminado con la ocupación de los lugares de trabajo, tal cual estaba en los estatutos de la Central de Trabajadores del Uruguay desde 1961. Esta norma estatutaria -no solo estaba en los estatutos- había sido discutida y aprobada en todas las asambleas de los sindicatos. Nada fue espontáneo, sí hubo muchos puntos de vista que se discutieron en aquella época con mucho fervor, con mucho entusiasmo.

En la nota anterior, decíamos que en 1959, militares colorados llamaban a gritos, pero en silencio, no entregar el gobierno a los blancos que habían ganado las elecciones en el año anterior. En 1961 el que se moverá en las tinieblas militares será Benito Nardone, conocido por Chicotazo o el Rabanito, colorado por fuera y blanco de corazón. Hay que tener en cuenta que Nardone integraba el Consejo Nacional de gobierno por el Partido Nacional. Eso sí, ya respondía a la unidad del gran capital (oligarquía) del campo y la ciudad. ¿Será solo coincidencia respecto a lo que pasa hoy en este gobierno de coalición? Pues hay coincidencias, los golpes militares junto a civiles oligarcas, dueños del gran capital de la banca, la gran industria, el comercio, el campo y los medios de comunicación, para despojar las conquistas de los trabajadores. El 1º de enero de 1959 surgió como un torrente la Revolución cubana, que EEUU no podía ahogar en sangre como lo había hecho en Guatemala o Bolivia. EEUU, como nación imperialista, estaba muy preocupado, los movimientos de los pueblos aprendían de sus derrotas. Las armas parecía que no eran la solución. Por eso surge en 1961 la “Alianza para el progreso”, invento creado para frenar los levantamientos armados en América Latina. El impulsor de esta alianza será el presidente John Kennedy, que luego será asesinado, al igual que su hermano. Aquí en Uruguay, esa alianza se conoció pues en Punta del Este; se reunió la Conferencia Interamericana, Económica y Social para discutir su aprobación y puesta en marcha. A esta conferencia, en nombre de Cuba, concurrió Ernesto Che Guevara; en su estadía ofreció una conferencia en el Paraninfo de la Universidad, donde, al finalizar la misma, la derecha, con la CIA a la cabeza, pretende asesinarlo. Asesinaron de un disparo al profesor Arbelio Ramírez.

Por eso volvemos a preguntar: ¿la teoría de los dos demonios existió? Y si existió, ¿quiénes fueron esos dos demonios? En todo caso los dos demonios pertenecieron al mismo bando: la derecha. Fueron los demonios que se enriquecieron, violando la Constitución y la ley. Fueron los que asesinaron a sangre fría con el pretexto de defender la patria y la sociedad occidental y cristiana. Pero volvamos al tema de la huelga general, decretada y respetada por todo el movimiento obrero organizado. Fueron 15 días de huelga con ocupación de los centros de trabajo, fábricas, oficinas, centros estudiantiles, talleres chicos y grandes, la Central Batlle (UTE), Ancap, bancos, todo lo imaginable. Asombro en el mundo, pero también en Uruguay. Pocos podían creer la capacidad del Movimiento Obrero uruguayo. Los propios golpistas, con el coronel Bolentini a la cabeza, le pidieron a la CNT el levantamiento de la huelga general, 48 horas después de comenzada. El coronel Bolentini, ministro del Interior “convocó” a dirigentes de la CNT y les dijo lo siguiente: “Yo sé que ustedes durante años han dicho que cuando un golpe de Estado se produjera, iban a realizar una huelga general. Ustedes son serios; cumplieron. Hicieron 48 horas de paro general, ahora levántenlo, no hace falta que continúen, ya demostraron que lo pueden cumplir”. Al parecer esto descolocó a muchos. La dirección del comando de la huelga no supo contestar en forma contundente desde el punto de vista político. Tres días después vendrá la requisitoria de toda la dirección de la CNT junto a la promesa de un gran aumento de salarios. En plena huelga general vendrá la gran jornada del 9 de julio, movilización convocada a las 5 en punto, por medio de Ruben Castillo, recitando un poema de García Lorca. La represión fue feroz por parte de la Policía y el Ejército, aunque también participaron civiles armados. Ellos fueron la Juventud Uruguaya de Pie, conocida en aquella época como “los fascistas de la JUP”. Ya en ese momento tenían en su haber más de una decena de asesinatos, en especial de estudiantes. Esta manifestación, que tampoco fue espontánea, sino que estuvo organizada desde abajo, llegó a las 5 en punto a inundar de gente la avenida 18 de Julio, desde Ejido a Andes. En un documental filmado desde el primer piso del bar Rex -18 de julio y Julio H. y Obes- se ven los tanques viniendo por avenida Libertador. Ese mismo día, a las 19 horas, las hordas fascistas invadirán y destrozarán el diario El Popular. De allí se llevarán unos 150 trabajadores “detenidos”. Detenidos y apaleados, hombres y mujeres. En este lugar hubo un gran simulacro de fusilamiento, que era una forma de atemorizar psicológicamente a los ciudadanos y al pueblo. Tres días después se levantará la huelga general. Nadie podrá decir que esta huelga fue una derrota para la clase obrera. Sí lo fue la naciente dictadura cívico militar, que nació herida de muerte y huérfana de pueblo.

OSCURIDAD

27 de junio de 2021

48 años del golpe de Estado: Terrorismo de Estado nunca más

Hace casi medio siglo inició el más triste episodio de la historia reciente del país, que provocaría persecución, violencia política, torturas, asesinatos y desapariciones. “Este paso que hemos tenido que dar no conduce y no va a limitar las libertades ni los derechos de la persona humana”, prometía Bordaberry.

El golpe de Estado marcó el inicio de la dictadura cívico-militar uruguaya que se extendió entre el 27 de junio de 1973 hasta el 1° de marzo de 1985.

El 27 de junio, el presidente en funciones, Juan María Bordaberry, decretó la disolución del Parlamento con la connivencia de las Fuerzas Armadas, para crear posteriormente un Consejo de Estado con funciones ejecutivas y legislativas, que paradójicamente se estableció bajo la premisa de llevar adelante “una reforma constitucional que reafirme los principios republicanos-democráticos”.

Bordaberry se había atrincherado en la residencia de Suárez y Reyes con una importante cantidad de vehículos militares y efectivos ante el miedo de una reacción adversa. El Palacio Legislativo también fue rodeado con tanques y camionetas para que nadie entrara ni saliera.

La Policía y las Fuerzas Armadas pasaron a tener el control de la sociedad y la prestación de los servicios públicos.

El decreto golpista decía en su primer resultando que: “la realidad político-institucional del país demuestra un paulatino, aunque cierto y grave, desconocimiento de las normas constitucionales (…) es que la acción delictiva de la conspiración contra la Patria, coaligada con la complacencia de grupos políticos sin sentido nacional se halla inserta en las propias instituciones para así presentarse encubierta como una actividad formalmente legal”.

En el articulo dos se crea el Consejo de Estado. Y en el articulo 3º se prohibía “la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información, comentario o grabación que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el decreto atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo o pueda perturbar la tranquilidad y el orden público”.

El 9 de setiembre de 1973, el entonces presidente Jorge Pacheco Areco había ordenado al Ejército arremeter contra el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, cuya lucha se había reactivado entre 1968 y 1973.

En la misma jornada la Convención Nacional de Trabajadores declaró un paro general y ocupación de fábricas y los gremios educativos de la Universidad de la República hicieron lo mismo con sedes de enseñanza.

Bordaberry estaba convencido de que lo que estaba haciendo esta lo mejor para el país, y así quedó plasmado en sus discursos. “Nuestra profunda convicción democrática y nuestra adhesión sin reticencias al sistema de organización política y social que rige la convivencia de los uruguayos.(…) Este paso que hemos tenido que dar no conduce y no va a limitar las libertades ni los derechos de la persona humana”, dijo por aquella ocasión, al tiempo que prometía que la dictadura no limitaría “las libertades ni los derechos de la persona humana”.

Bordaberry se mantuvo inamovible en su posición de que había “acciones delictivas” y “conspiraciones contra la Patria” con el supuesto apoyo de “grupos políticos sin sentido nacional”.

Los decretos del golpe

El decreto N.º 464/973 del 27 de junio de 1973, firmado por el expresidente Bordaberry, su ministro del Interior Néstor Bolentini, y su ministro de Defensa Walter Ravenna, decía:

El Presidente de la República decreta:

1° Declárase disueltas la Cámara de Senadores y la Cámara de Representantes.

2° Créase un Consejo de Estado, integrado por los miembros que oportunamente se designarán, con las siguientes atribuciones:

  1. A) Desempeñar independientemente las funciones específicas de la Asamblea General;
  2. B) Controlar la gestión del Poder Ejecutivo relacionada con el respeto de los derechos individuales de la persona humana y con la sumisión de dicho Poder a las normas constitucionales y legales;
  3. C) Elaborar un anteproyecto de Reforma Constitucional que reafirme los fundamentales principios democráticos y representativos a ser oportunamente plebiscitado por el Cuerpo Electoral.

3° Prohíbese la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información, comentario o grabación, que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente Decreto, atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo.

4° Facúltase a las Fuerzas Armadas y Policiales a adoptar las medidas necesarias para asegurar la prestación ininterrumpida de los servicios públicos esenciales.

El mismo 27 de junio, Presidencia emitió también el decreto N.º 465/973 que imponía el poder de la cúpula militar a todas las Juntas Departamentales del país (artículo 1°), disolviéndolas para crearse Juntas de Vecinos en cada departamento. Otros decretos lo complementaban, como por ejemplo el 445/981 correspondiente a la Junta de Vecinos de Durazno, o el 451/981 del 8 de setiembre de 1981 que correspondía a Tacuarembó.

¿Dónde están?

El terrorismo de Estado de la dictadura cívico-militar dejó una larga lista de detenidos desaparecidos. Los siguientes son los que aún faltan por aparecer (actualizados a 2021):

Aguirre, María Rosa
Alfaro Vázquez, Daniel Pedro
Altamirano Alza, Ricardo
Altman Levy, Blanca Haydée
Anglet de León, Beatriz Alicia
Arce Viera, Gustavo Raúl
Arcos Latorre, Ariel
Arévalo Arispe, Carlos Pablo
Arigón Castell, Luis Eduardo
Arocena da Silva Guimaraes, Marcos Basilio
Arnone Hernández, Bernardo
Arocena Linn, Ignacio
Arpino Vega, José
Artigas Nilo, María Asunción
Ayala Alvez, Abel Adan
Baliñas Arias, Oscar José
Barboza Irrazábal, José Luis
Barreto Capelli, Raúl
Barrientos Sagastibelza, Carolina
Barrios Fernández, Washington Javier
Basualdo Noguera, Graciela Noemí
Bellizzi Bellizzi, Andrés Humberto Domingo
Benarroyo Pencu, Mónica
Benassi de Franco, María Catalina
Bentancour Garín, Walner Ademir
Bentancour Roth, Rutilo Dardo
Blanco Valiente, Ricardo Alfonso
Bleier Horovitz, Eduardo
Bonavita Espínola, Carlos
Borelli Cattáneo, Raúl Edgardo
Bosco Muñoz, Alfredo Fernando
Brieba Llandertal, Juan Manuel
Burgueño Pereira, Ada Margaret
Cabezudo Pérez, Carlos Federico
Cabrera Prates, Ary
Cacciavilliani Caligari, Hugo Enrique
Caitano Malgor, José Enrique
Callaba Píriz, José Pedro
Camacho Osoria, Luis Alberto
Camiou Minoli, María Mercedes
Candia Correa, Francisco Edgardo
Cantero Freire, Edison Oscar
Carneiro da Fontoura, Juvelino Andrés
Carretero Cárdenas, María del Rosario
Carvalho Scanavino, Luis Alberto
Casco Gelphi, Yolanda Iris
Casgtagnetto da Rosa, Héctor
Castagno Luzardo, Aníbal Ramón
Castillo Lima, Atalivas
Castro Huerga, María Antonia
Castro Pérez, Julio Gerardo
Castro Pintos, Roberto Waldemar
Cendán Almada, Juan Angel
Cháves Sosa, Ubagésner
Chegenián Rodríguez, Segundo
Chizzola Cano, Eduardo Efraín
Corchs Laviña, Alberto
Correa Rodríguez, Julio Gerardo
Cram Rodríguez, Washington
Cruz Bonfiglio, Mario Jorge
Cubas Simones, Omar Nelson
D´Elía Pallares, Julio César
Da Silveira Chiappino, Graciela Teresa
De Gouveia Gallo, Graciela Susana
Degregorio Marconi, Oscar Ruben
De León Scanziani, Juan Alberto
Del Fabro de Bernardis, Eduardo José María
Delpino Baubeta, Júpiter Neo
Dergan Jorge, Natalio Abdala
Díaz de Cárdenas, Fernando Rafael Santiago
Dossetti Techeira, Edmundo Sabino
Duarte Luján, León Gualberto
Epelbaum Slotopolsky, Claudio
Epelbaum Slotopolsky, Lila
Errandonea Salvia, Juan Pablo
Escudero Mattos, Julio Lorenzo
Fernández Amarillo, Juan Guillermo
Fernández Fernández, Julio César
Fernández Lanzani, Elsa Haydée
Filipazzi Rossini, Rafaela Giuliana
Fontela Alonso, Alberto Mariano
Gadea Galán, Nelsa Zulema
Gallo Castro, Eduardo
Gámbaro Nuñez, Raúl
Gándara Castromán, Elba Lucía
García Calcagno, Germán Nelson
García Iruretagoyena, María Claudia
García Kieffer, Manuel Eduardo
García Ramos, Ileana Sara María
Garreiro Martínez, María Elsa
Gatti Antuña, Gerardo Francisco
Gatti Casals, Adriana
Gelós Bonilla, Horacio
Gelpi Cáceres, Leonardo Germán
Gersberg Dreifus, Esther
Giordano Cortazzo, Héctor Orlando
Gomensoro Josman, Hugo Ernesto
Gomensoro Josman, Roberto Julio
Gómez Rosano, Célica Elida
Goncalvez Busconi, Jorge Felisberto
González Fernández, Nelson Wilfredo
González González, Luis Eduardo
Goñi Martínez, Darío Gilberto
Goycoechea Camacho, Gustavo Alejandro María
Grisonas Andrijauskaite, Victoria Lucía
Grinspón Pavón, Mónica Sofía
Guaz Porley, Carlos Gabriel
Hernández Hobbas, Beatriz Lourdes
Hernández Hobbas, Washington Fernando
Hernández Machado, Carlos Julián
Hernández Rodríguez, Jorge
Hobbas Belusci, Lourdes
Ibarbia Corassi, María Angélica
Insausti Tironi, Juan Carlos
Inzaurralde Melgar, Gustavo Edison
Islas Gatti, María Emilia
Julien Cáceres, Mario Roger
Keim Lledó, Josefina Modesta
Lema Aguiar, Miguel Angel
Lerena Costa, Elena Paulina
Lezama González, Rafael Laudelino
Liberoff Peisajovich, Manuel
Logares Manfrini, Claudio Ernesto
López López, Arazatí Ramón
Lucas López, Enrique Joaquín
Luppi Mazzone, Mary Norma
Machado, Humberto Modesto
Maidana Bentín, Félix
Martínez Horminoguez, Jorge Hugo
Martínez Santoro, Luis Fernando
Martínez Suárez, José Mario
Mato Fagián, Miguel Angel
Mazzuchi Frantchéz, Winston César
Mechoso Méndez, Alberto Cecilio
Melo Cuesta, Nebio Ariel
Méndez Donadio, José Hugo
Micheff Jara, Juan Micho
Michelena Bastarrica, José Enrique
Miranda Feleintor, Urano
Miranda Pérez, Fernando
Modernell, Carlos Alberto
Montes de Oca Domenech, Otermín Laureano
Morales von Pieverling, Juan Miguel
Moreno Malugani, Miguel Angel
Moyano Santander, Alfredo
O´Neil Velázquez, Heber Eduardo
Olivera Cancela, Raúl Pedro
Ortiz Piasoli, Félix Sebastián
Osorio Yamuni, Pablo Horacio
Pagardoy Saquieres, Enrique Julio
Paitta Cardozo, Antonio Omar
Paciello Martínez, Asdrúbal
Pedreira Brum, Jorge
Pelúa Pereira, José Luis
Pelúa Pereira, Martín Isabelino
Pereira Gasagoite, Renée
Pérez Silveira, Eduardo
Potenza Ferreira, José Agustín
Povaschuk Galeazzo, Juan Antonio
Prieto González, Ruben
Queiró Uzal, Washington Domingo
Quinteros Almeida, Elena Cándida
Quiñones, Modesto
Raina González, Carlos Alberto
Rando Ferreira, Francisco
Recagno Ibarburu, Juan Pablo
Río Casas, Miguel Angel
Rodríguez de Bessio, Blanca Margarita
Rodríguez Liberto, Félix Antonio
Rodríguez Mercader, Carlos Alfredo
Rodríguez Sanabria, Ever
Rodríguez Rodríguez, Julio Oscar César
Sanjurjo Casal, Amelia
Santana Escotto, Nelson Rodolfo
Sanz Fernández, Aída Celia
Scópise Rijo, Norma Mary
Sena Rodríguez, Olivar Lauro
Serra Silvera, Helios Hermógenes
Severo Barreto, Ary Héctor
Severo Barreto, Carlos Baldomiro
Severo Barreto, Marta Beatriz
Silva Iribarnegaray, Kléber
Silveira Gramont, María Rosa
Soba Fernández, Adalberto Waldemar
Sobrino Berardi, Guillermo Manuel
Soca, Juan Américo
Sosa Valdéz, Luján Alcides
Stroman Curbelo, Adolfo Isabelino
Tassino Asteazú, Oscar
Tejera Llovet, Raúl Néstor
Trías Hernández, Cecilia Susana
Trinidad Espinosa, Líver Eduardo
Urtasun Terra, José Luis
Villaflor Gómez, Raimundo Aníbal
Wurm Mallines, Wilhelm
Zaffaroni Castilla, Jorge Roberto
Zuazu Maio, María Nieves

 

 

 

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