En la muerte de Gavazzo, escenas de su recorrrido de asesino

José Nino Gavazzo, el artillero

convertido en señor de la guerra sucia que

se proclamaba artiguista, pero simpatizaba

con el fascista Benito Mussolini

 

 

Nº 2129 – 1 al 7 de Julio de 2021

escribe Sergio Israel

Una filmación de la agencia Associated Press muestra a dos funcionarios vestidos de civil que se acercan, con cuidados gestos, a una estufa de leña, como improvisados Santa Claus, retiran unos ladrillos refractarios sueltos y extraen varios subfusiles argentinos FMK3, un rifle de caza, pistolas, otras armas y municiones que colocan ordenadas en un sillón a la vista de los reporteros. Luego entra en escena un oficial vestido de uniforme de paseo del Ejército, quien comienza a contar la gran mentira conocida luego como el operativo del chalet Susy y al final muestran unos presos.

Las tomas, incluidas en el reciente documental Mentiras armadas (disponible en YouTube), son parte de una conferencia de prensa internacional que se realizó el 28 de setiembre de 1976 en una casa de veraneo de San José de Carrasco. El oficial uniformado que habla a los periodistas es José Nino Gavazzo, el teniente coronel luego condenado por la Justicia por 28 homicidios y pasado a situación de reforma por sus pares, que falleció el sábado 26 a los 81 años.

Cuando se presentó, con solvencia y buena dicción ante las cámaras, para contar acerca de una supuesta operación subversiva del Partido para la Victoria del Pueblo (PVP), Gavazzo, que entonces había cumplido 37 años, ya era una figura de relieve en los cuadros de lo que él gustaba llamar las “fuerzas especiales” de la dictadura. Sin embargo, su carrera militar, construida a base de mucho trabajo e implacables interrogatorios bajo severas torturas, quedaría truncada apenas dos años después, cuando se cruzó en el camino hacia la presidencia del teniente general Gregorio Álvarez.

El buen artillero

El padre de Gavazzo era un oficial del arma de artillería que había quedado viudo cuando su hijo mayor tenía siete años. Eso ayudó a que José Nino se convirtiera en asiduo visitante del cuartel del Cerrito de la Victoria, donde aprendió el amor por la milicia. En su caso, este venía con el aditivo de simpatías por el Duce, Benito Mussolini, porque además de su origen italiano, el padre había sido observador en la guerra de Abisinia.

En 1966, ya graduado, fue descrito como un oficial “serio, reposado y muy culto” por el director de la Escuela Militar, Santiago Pomoli, aunque de las épocas de estudiante no tan destacado otros lo recordaban como “un prepotente avanzado”.

El alférez Gavazzo recibió como primer destino el mismo cuartel donde había servido su padre, el 5° de Artillería, al que llegó junto con Manuel Cordero, otro militar que luego también se hizo archiconocido por todo tipo de violaciones a los derechos humanos y ahora está preso en Argentina.

Al mismo tiempo que se perfeccionaba en el arte de obedecer a los superiores, mandar a los subalternos y al personal y en el manejo táctico de obuses, Gavazzo comenzó a vivir, desde dentro de la fuerza, la crisis social de la década de 1960. Antes de enfrentarse a los tupamaros, el oficial tuvo oportunidad de reprimir, aún con buenos modales, a los trabajadores de la empresa UTE, que entonces manejaba energía y teléfonos, y a los bancarios, bajo medidas prontas de seguridad.

Uno de sus destinos, en la jerarquía de mayor y con el curso de oficial de Estado Mayor terminado, fue de ayudante del general Julio César Vadora cuando estaba al frente de la División IV en Minas. Vadora, que era de la línea nacionalista y fue uno de los jefes de los Tenientes de Artigas que luego encabezó el golpe de Estado, orientó a Gavazzo en la lucha antisubversiva que comenzó oficialmente en 1971 luego de la fuga masiva del penal de Punta Carretas.

Después de insistir bastante, Gavazzo, un colorado votante de Jorge Pacheco Areco, logró ser enviado al Servicio de Información de Defensa (SID), donde era jefe el coronel batllista Ramón Trabal. En el legajo personal, relevado por Leonardo Haberkorn para el libro Gavazzo sin piedad, resaltan las elogiosas anotaciones del director del SID al evaluar a su subordinado.

En una de las entrevistas para ese libro, Gavazzo afirma que fue un autodidacta en Inteligencia y que se había formado, como muchos en esa época, leyendo, por ejemplo, la trilogía de Jean Larteguy, que relata la experiencia colonialista francesa. Aunque no habló de los cursos en el extranjero, contó que en las clases locales de guerra irregular que había recibido del coronel Yamandú Silveira se les “daba guerra en la selva, guerra en la nieve, guerra en el desierto, en cualquier lado menos en la que ya estábamos viviendo: la guerra en la ciudad”.

Sin embargo, cuando Gavazzo llegó al SID no tenía solo conocimientos de la literatura, ya había hecho sus experiencias en torturas. Al menos eso es lo que contó el entonces tupamaro Antonio Viana: “En el 71 vino a interrogarnos a Rocha. Fue a preguntarnos por las tatuceras, porque sabía que yo había estado en los grupos de monte. (…) Nos dio tacho y picana abierto. Picana en los ojos, el pene, el ano, los testículos. Cuando él se iba, el jefe del cuartel, el Pocholo Alfonso Feola, llegaba con los bolsillos llenos de medicamentos, los repartía entre los que habíamos sido interrogados y nos decía: ‘No, muchachos, estos se están zarpando’”.

Trabal apreció su empeño y envió a Gavazzo al norte del río Negro para reinterrogar a los principales tupamaros que estaban presos y a otros relacionados con asesinatos. Allí también se ganó fama de duro entre los detenidos, fue elogiado por los superiores y temido por el personal subalterno.

Golpista entusiasta

En febrero de 1973, cuando el Ejército y la Fuerza Aérea dieron un golpe y la Marina se opuso, pero quedó aislada, y la izquierda se comió “el caramelo peruanista”, muchos oficiales se quedaron disfrutando de sus vacaciones hasta ver qué pasaba y otros pidieron pase a retiro, porque eso iba contra los principios constitucionalistas que habían jurado defender cuando recibieron el espadín de oficial.

Gavazzo, en cambio, interrumpió de forma voluntaria sus vacaciones y se presentó en el servicio. El diario Última Hora registra su presencia, en calidad de observador, mientras algunas señoras defendían, sin mayor éxito, al gobierno de Juan María Bordaberry en la puerta de la residencia de Suárez y Reyes.

Al comienzo del segundo año de la dictadura, las cosas cambiaron y Trabal fue enviado a París contra su voluntad. Al mismo tiempo, el general Esteban Cristi destinó a Gavazzo como segundo jefe de Artillería 1, en el Cerro, para poner orden y terminar con las operaciones de represión a los ilícitos económicos, un remanente de lo que había comenzado en el batallón Florida dos años antes entre un grupo de capitanes y los tupamaros presos.

Apretar el gañote

El mayor no solo limpió el cuartel de vínculos entre milicos y tupas, sino que armó un equipo de interrogatorios propio con Cordero y Jorge Pajarito Silveira que “apretó el gañote”, produjo resultados y dos desaparecidos: Roberto Gomensoro Josman y Eduardo Pérez Silveira, conocido como el Gordo Marcos.

Además de un torturador que no se ocultaba ante los detenidos y un tipo muy activo en los operativos, a los que concurría armado hasta los dientes, Gavazzo hizo algunas apreciaciones de situación que demuestran inteligencia.

“Lo recuerdo como un tipo muy capaz, pero amoral y sin ningún tipo de escrúpulos”, declaró la expresa de Gavazzo en Artillería 1 Gloria Telechea a Haberkorn. Por ejemplo, le untaba el cuerpo con grasa y luego llevaba unas ratas. “Gavazzo se divertía mucho con eso”, relató.

Luego de la dictadura y de los diques impuestos por la ley de caducidad, mientras era interrogado por la fiscal Mirtha Guianze y el juez Luis Charles, Gavazzo no admitía que los resultados en la “guerra” fueron con base en la tortura. De esa forma, además de evitar las responsabilidades, porque era un católico practicante, daba a entender que la mayoría colaboraban sin apremios para salvarse. Gavazzo, sin embargo, igual que otros oficiales, respetaba el valor de aquellos pocos que no habían aflojado, aunque a diferencia de su archienemigo interno Álvarez, que se mantuvo casi hasta el final en la cárcel especial de Domingo Arena, se acogió a todas las ventajas legales posibles.

“Para combatir la subversión hay que conseguir información y a veces no hay más remedio que utilizar un poco la fuerza”, le dijo Aparicio Méndez a su excompañero de escuela monseñor Carlos Partelli en noviembre de 1976, según un libro de Álvaro Alfonso.

Para ese entonces, Gavazzo ya había sobrepasado varios límites, se había especializado en interrogar a mujeres y a manipular en estas el síndrome de Estocolmo.

“Mire, la picana, sí, yo personalmente no lo utilizaba porque me parecía que era algo que no servía. El submarino sí porque le da una sensación a la persona que es… Lo que estamos hablando lo estamos hablando civilizadamente, ¿no? No es que yo esté defendiendo la tortura y esté diciendo ‘qué bien la tortura, cada vez que tenga un ratito voy a torturar a alguien’. No, no es ese mi pensamiento. Pero sí, si mañana me dicen que tienen secuestrada a su hija, ¿verdad?, y me dicen que son los tupamaros, y me dicen que lo que quieren es una respuesta política suya para no matar a su hija, ¿sabe una cosa?, yo voy a defender a su hija. Yo lo primero que voy a tratar es de defender la vida de su hija. Me va a importar mucho más la vida de su hija que la vida del que la secuestró. Eso lo tengo incorporado a mi persona. Y, además, estoy convencido de que es un sentimiento bueno. No es un sentimiento malo. Es el otro el que no debe hacer lo que hizo”, dijo en su última entrevista a la periodista de El País Paula Barquet, mientras mantenía a raya a su perro Orco (infierno).

Jefe en Buenos Aires

Una vez que los tupamaros fueron neutralizados comenzó la represión contra el Partido Comunista, conocida con el nombre clave de Operación Morgan, que tuvo como escenarios un local requisado al Movimiento de Liberación Nacional en Punta Gorda y el galpón 4 del Servicio de Material y Armamento, al lado del Batallón 13 de Infantería, en Gruta de Lourdes, donde Gavazzo no era el jefe, pero fue reconocido.

Al mismo tiempo que el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) dirigía los procedimientos locales, el SID, ahora manejado por el sector más duro, comenzó a actuar en Buenos Aires, donde el inspector Hugo Campos Hermida y Gavazzo tuvieron papeles relevantes en lo que él llamó Sistema Cóndor, sobre todo en la represión al PVP, una de cuyas integrantes era su sobrina política.

La joven, hija de un hermano de su esposa, integraba la organización, pero pudo salir hacia Europa sin ayuda de su tío político. A su vez, Gavazzo sostenía que gracias a un colaborador que integraba la organización y cambió de bando, Carlos Göessens, había descubierto un plan para matarlo a él y a toda su familia. Sin embargo, salvo algunos papeles con datos de sus movimientos y unas fotos con supuestos espías alrededor de su casa, que en realidad eran agentes del SID disfrazados, no hubo ninguna prueba y es poco probable que planearan matar a la familia.

Los vínculos con los argentinos se realizaban a través del director de la Side (Secretaría de Inteligencia del Estado), el general Otto Paladino, quien a su vez los puso en contacto con Aníbal Gordon, un paramilitar que manejaba un grupo irregular que intervino, entre otros, en los asesinatos de Héctor Gutiérrez Ruiz, Zelmar Michelini, William Withelaw, Rosario Barredo y la desaparición de Manuel Liberoff.

Gordon y su banda funcionaban en locales o chupaderos clandestinos, entre ellos OT-18, conocido como Automotoras Orletti en el barrio porteño de Floresta.

Aunque Gavazzo solo ha admitido que iba al pozo de Orletti como enlace con la Side, muchos testigos que pasaron por ese centro clandestino han declarado que no solo estaba presente a menudo, sino que torturaba personalmente a los detenidos uruguayos.

En junio de 2006, Ruben Pepe Prieto, uno de los dirigentes del PVP de Buenos Aires, en una entrevista publicada en La República, habló por primera vez en público acerca de un asunto tabú: el dinero incautado por los militares a la organización. Se trataba, según Prieto, de US$ 8 millones escondidos en varias casas, que habían obtenido a cambio de la libertad de un empresario al que habían secuestrado.

La cacería que se produjo para encontrar el dinero y los vericuetos para su posterior entrega en las respectivas organizaciones (SID y Side) explican en buena parte la suerte de los detenidos en Buenos Aires.

Mientras unos en julio fueron trasladados a Montevideo y blanqueados a través de la operación que tuvo por escenario al chalet Susy y varios hoteles céntricos, acerca de otros detenidos, salvo Alberto Mechoso, cuyo cuerpo apareció en Buenos Aires, no existen certezas, porque a escala oficial solamente está el reconocimiento realizado en 2006 por el entonces comandante de la Fuerza Aérea, brigadier Enrique Bonelli, que informó al presidente Tabaré Vázquez de un “segundo vuelo”.

Un capítulo aparte fue la desaparición de niños. Los hermanos Julien aparecieron en Chile, mientras Simón Riquelo, el hijo de Sara Méndez, recién pudo conocer a su madre biológica en 2002. Gavazzo, que estaba presente cuando fue detenida Méndez junto con Mauricio Gatti, prometió averiguar, pero el niño quedó en manos de un subcomisario que controlaba la zona donde se hizo el allanamiento.

Luego del momento de fama ganado por Gavazzo con la operación en torno al chalet Susy, la dictadura alcanzó cierto respiro internacional, aunque las presiones del legislador demócrata Edward Koch para recortar la ayuda militar siguieron a la orden del día.

El periodista Enrique Rodríguez Larreta había sido subestimado y debido a ello liberado en noviembre por el SID y en marzo de 1977 presentó una denuncia pública en Londres, en la que contó en detalle la experiencia vivida en Orletti en busca de su hijo.

“Viejo de mierda, acá estuvo gente más importante que vos y está tocando el arpa con San Pedro”, le habría dicho Gavazzo cuando este se atrevió a protestar.

Fue entonces que a Gavazzo le negaron la visa y la designación como agregado militar en Washington. El agente del FBI Robert Scherrer contó a Juan Raúl Ferreira, que vivía en Washington, que la agencia tenía sospechas de que el oficial uruguayo y el entonces agregado de prensa Miguel Sofia podían intentar un atentado contra el legislador Koch y algo parecido pasó en Gran Bretaña con Wilson Ferreira, que fue alertado por Scotland Yard.

En lugar de ir a Estados Unidos o a Europa, Gavazzo fue premiado con un curso en Taiwán. Al año siguiente las cosas se complicaron: terminó su carrera militar entrampado por el director del SID, el general Amaury Prantl, que lo había reclutado junto con el general Alberto Ballestrino y otros generales que integraban la Logia de los Tenientes de Artigas, a la que había prestado juramento, para una operación que salió mal: la publicación de un boletín clandestino en el Ejército para sacar a Álvarez del puesto de comandante en jefe y evitar así que sumara poder para llegar a la presidencia.

Cuando Álvarez descubrió el complot, que según contó años después Ballestrino a Diego Achard incluyó un plan para matarlo, el general Prantl fue dado de baja y Gavazzo debió pasar a retiro.

El hombre del Opel celeste metalizado

No existen demasiados datos acerca de su vida de retirado. Durante un tiempo fue jefe de planta del frigorífico Comargen, en Las Piedras. Algunos testimonios describen que Gavazzo llegaba a la planta siempre por caminos diferentes, para dificultar un atentado y que se trasladaba a bordo de un Opel celeste metalizado y siempre munido de buen poder de fuego.

Poco antes de votarse la ley de caducidad se presentó uniformado y armado a guerra en el comando del Ejército de la calle Garibaldi, porque el entonces comandante en jefe Hugo Medina había expresado algunas dudas respecto a las citaciones judiciales recibidas.

Durante una entrevista con Búsqueda en setiembre de 1985 había afirmado que no se presentaría ante un juez civil.

Gavazzo fue condenado por 28 homicidios de militantes detenidos en Argentina y trasladados a Uruguay, por el homicidio de María Claudia García de Gelman, que estuvo presa en el SID, y por la muerte del maestro Julio Castro.

Estaba procesado, pero sin condena, en dos causas relativas a torturas a detenidos en el 300 Carlos. También tenía dos pedidos de procesamiento: por el caso de los hermanos Julien y por la muerte de las llamadas muchachas de abril, acribilladas en 1974. También era investigado en las siguientes causas: muerte por torturas de Roberto Gomensoro Josman, Eduardo Pérez y Pedro Lerena y de los fusilados de Soca, de diciembre de 1974. Su nombre figuraba en las investigaciones por la desaparición forzada de Óscar de Gregorio y las torturas a otros argentinos y al tupamaro Antonio Viana, el traslado clandestino, privación de libertad y torturas contra el grupo del PVP sobreviviente de Orletti, las torturas al dirigente comunista Alberto Altesor, media docena de causas por torturas en Tacuarembó y la denuncia de un grupo de mujeres por abuso sexuales.

Al final de su vida no quiso mostrar ningún tipo de arrepentimiento: “No hice nada que no fuera para bien de nuestra patria o de nuestros conciudadanos. Y le puedo asegurar que no estoy arrepentido, ¡pero de nada! Y si me dicen: lo perdonamos si usted se arrepiente, y si no va a estar 100 años más preso, bueno, ténganme 100 años más preso”, declaró a El País.

En 2019, un tribunal de honor de sus pares lo pasó a reforma por dejar que procesaran a otro camarada, el coronel Juan Carlos Gómez, por un delito que él había cometido. La difusión del contenido de las actas provocó una gran tormenta política que desprestigió al Frente Amplio.

Luego de su muerte Alicia Cadenas, una de las sobrevivientes de Orletti, advirtió: “Era una pieza muy importante, pero solo una pieza de un mecanismo macabro”.

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