Las discusiones de nuestro pasado reciente: base de nuestra Memoria

LAS DISCUSIONES SOBRE EL PASADO RECIENTE EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS

Memorias y narraciones en disputa

Gabriel Delacoste
22 abril, 2022

El 14 de abril, en la Plaza de la Democracia (antes llamada Plaza de la Bandera), se hizo un acto de conmemoración del 14 de abril de 1972. Contó con la presencia de Julio María Sanguinetti, la adhesión de asociaciones de militares retirados y la oratoria de Daniel García Pintos. Estas semanas, a partir de la decisión de abrir al público la Cárcel del Pueblo y del discurso en el Senado de Guido Manini sobre el estado de guerra interno de 1972, se dieron otras discusiones sobre la historia reciente. Para profundizar en el significado de estas señales, Brecha conversó con los historiadores Aldo Marchesi y Vania Markarian.

La conversación con Vania Markarian comenzó con una reflexión general: «Estos episodios muestran que ese pasado sigue en discusión en las disputas del presente. A los historiadores, la etiqueta pasado reciente nos resulta un poco incómoda: son cosas que tienen medio siglo. Es un pasado que no pasa, marcado por traumas individuales y colectivos. Mi generación tenía muy integrada la consigna “Nunca más”. Pero me parece que muchas de estas revisiones demuestran que esas consignas que guiaron nuestro compromiso ciudadano y nuestra forma de interpretar el pasado hoy están en disputa. Se hacía una interpretación según la cual estaban los partidarios de la memoria por un lado y los del olvido por otro. Pero la realidad es que la memoria hoy está en disputa entre dos sectores. Nadie dice que hay que olvidar, pero se elige recordar cosas distintas. Eso se nota cuando Guido Manini habla del período previo a la dictadura, pero evita explícitamente hablar de la dictadura. Elude referirse al período en el que su visión podría entrar en problemas. En Uruguay sigue siendo difícil reivindicar el proyecto de la dictadura, porque algunos de estos movimientos relacionados con el lenguaje de los derechos humanos están bastante instalados. Entonces, de lo que se habla es de por qué ocurrió la dictadura, de quién tiró la primera piedra. El 72 es un buen año para hacer eso. Es difícil hacerlo con el 68, es difícil hacerlo con el 73, aunque la movida en torno a febrero y junio también va en este sentido. Ahí hemos entrado en discusiones complicadas, pero, desde mi punto de vista, aunque el golpe uruguayo es un golpe largo, la responsabilidad está en un lado, no en el otro».

Aldo Marchesi nos dijo: «Lo que claramente no hay en el discurso de Manini es innovación. No hay nada nuevo. Habla de la OLAS [Organización Latinoamericana de Solidaridad], de cuando el Che Guevara estuvo acá. Habla de excesos para hablar de la dictadura. En el Parlamento eso ya lo han planteado políticos pachequistas. Es un discurso que está muy presente en la institución militar. Los Ejércitos se preocupan mucho por la memoria, los monumentos y las placas en los cuarteles. Es llamativo, porque uno podría pensar que una nueva derecha podría establecer una nueva narrativa. Pero en el caso de Manini eso no ocurre: es la ortodoxia militar». Para el historiador, el triunfo de la coalición multicolor habilitó que algunos «actores empezaran a hablar en un lenguaje que hacía tiempo no se escuchaba». «Claramente, Cabildo Abierto [CA] es eso», añadió. Sin embargo, no cree que «la coalición, como tal, vaya a hacer una revisión del pasado reciente en clave de reivindicación de la dictadura». Lo que los une, en cambio, es que «todos se terminan uniendo en una narrativa sobre los sesenta». «Les es útil políticamente. Y para eso no necesitan estar de acuerdo sobre la dictadura: suspenden el juicio. Hablan sobre los sesenta y principios de los setenta. Lo importante para ellos no es la dictadura, sino decir que la causa de esta fue la izquierda. El objetivo es criticar a la izquierda. Para eso pueden usar el pasado previo a la dictadura. Y la izquierda se siente incómoda para dar esa discusión. No sé por qué, la verdad, a esta altura», agregó.

Alejando la mirada, Marchesi explicó: «El debate sobre el pasado reciente en Uruguay se ha estructurado en torno a dos matrices narrativas: la idea del terrorismo de Estado y la idea de la guerra. En unos momentos tiene más peso una; en otros, otra. Venimos de 15 años en los que la narrativa sobre el terrorismo de Estado adquirió mucha preponderancia. Pero la narración de la guerra no desapareció. Es una narrativa que construyeron los militares en la dictadura, es la idea de que la dictadura fue una reacción más o menos legítima –según quien lo diga– a la amenaza subversiva. Esa narración está en los libros que escriben los militares: Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental (que salió en dos tomos) y Testimonio de una nación agredida. Ahí uno ve una forma de contar la historia que en la democracia va a seguir existiendo: en las conmemoraciones del 14 de abril y en las asociaciones militares y los grupos de extrema derecha. Lo que pasó este 14 de abril no es muy diferente de lo que pasaba en los ochenta y los noventa».

En otros actores, en cambio, sí se ven transformaciones: «Una figura que fue haciendo un cambio significativo y que muestra el cambio de ciertos sectores de centro y centro-derecha es Julio María Sanguinetti. Se podría decir que su narrativa de los ochenta juega con el discurso del terrorismo de Estado y el enfoque de la guerra, pero en el siglo XXI claramente tiende a enfatizar la narrativa de la guerra. En su libro sobre la crisis de la democracia, los principales responsables son los sindicatos y los tupamaros. Pasa de un enfoque más liberal de centro, de lo que se llama teoría de los dos demonios, a uno mucho más centrado en la idea de un conflicto que surgió de las posturas de la izquierda en los sesenta. En sus libros La agonía de la democracia y La reconquista, lo que queda omitido es la dictadura como tal, un recurso que aparece mucho en estos debates. En el acto del 14 de abril esto es claro. Pero también lo es en, por ejemplo, el debate que se hizo en el Ministerio de Defensa Nacional sobre los nuevos planes de estudios. Si uno se los pone a ver, nota que casi no se menciona el régimen dictatorial. Bajo el halo de pasado reciente se habla de la crisis de los sesenta y de nada más».

Algo similar sucede con el wilsonismo, al que Marchesi ve como un movimiento que padece una «crisis de memoria» que empezó en los noventa: «El wilsonismo construyó una narrativa sobre la dictadura en clave de terrorismo de Estado, incluso por haberlo sufrido y siendo muy intransigente en la defensa de las libertades públicas. Pero a partir de 1989 esa identidad antidictatorial fue un problema para el wilsonismo. Su narrativa sobre el pasado reciente se vio subsumida por narrativas más conservadoras. Hoy no hay mucha diferencia entre lo que piensa Javier García y lo que piensa Sanguinetti sobre el tema, cuando en los ochenta tenían visiones muy diferentes. Por momentos aparecen las viejas posturas; por ejemplo, en algún momento Jorge Gandini dijo que no iba a votar lo de la prisión domiciliaria para los mayores de 60 años. Pero es una identidad que ha estado en crisis durante varias décadas. Eso se expresa hasta en la trayectoria de los hijos de Wilson Ferreira: uno terminó en CA y otro en el Frente Amplio [FA]».

DISCUSIONES

Volviendo a la discusión sobre los hechos de 1972, Marchesi expresó: «Es paradójico que, para relativizar el terrorismo de Estado, los conservadores se concentren en el 72, cuando, si bien es cierto que el atentado del 14 de abril sucedió, fue un año brutal desde antes, con cosas como el Escuadrón de la Muerte, con la práctica del Estado de asesinar y torturar personas. Y luego de abril del 72 la escalada represiva fue inmensa, ilegal, violatoria de los derechos humanos. Todavía está por hacerse una historia del 72. Según las Fuerzas Conjuntas, fueron miles los procesados en ese período. Las redadas contra personas en el interior fueron enormes. Unas 6 mil personas fueron detenidas, aunque lo hayan sido en períodos cortos. Hubo muchas violaciones evidentes de los derechos humanos en ese período. […] La izquierda y el movimiento de derechos humanos no han podido discutir en profundidad esos períodos previos a la dictadura, que fueron años de violaciones tremendas de los derechos humanos, de las libertades civiles, de lo que constituye una democracia. Ahí está el triunfo hegemónico de ciertas visiones conservadoras, que afirmaron la idea –muy difícil de sostener en términos históricos– de que la democracia uruguaya funcionaba maravillosamente bien. Si leés a los cientistas sociales de los sesenta –desde Germán Rama hasta Carlos Real de Azúa–, no te dan esa idea. En un artículo de 1971 Real de Azúa dice que las únicas formas de resistencia al poder crecientemente autoritario de Jorge Pacheco Areco fueron los tupamaros y el movimiento sindical. Cuando Rama dice que la corrupción y el clientelismo político constituyen una pieza central de la democracia de los sesenta, está dando una versión bastante negativa de esa democracia. Cuando observás en términos concretos el avasallamiento de las libertades y la persecución política, que empezaron en la primera mitad de los sesenta y se extendieron muchísimo en la segunda mitad, te das cuenta claramente de que era una democracia con miles de problemas, en la que las posibilidades de un cambio político eran extremadamente difíciles y las alianzas políticas, complejas. Había diálogo y puntos en común entre el wilsonismo y el FA, y también entre la guerrilla y los políticos de centro y de izquierda. Había una diversidad de actores y una complejidad política que posteriormente, en los noventa, se resolvió como una suerte de: “Vivíamos bien y llegó la izquierda a romper todo”».

Para Markarian, los historiadores que se dedican a investigar el tema se han preocupado por «concebir esto como una historia más larga y más ancha, y no como un trauma horrible de una sociedad perfecta, la Suiza de América, a la que, de repente, como si fueran alienígenas, la invadieron uno o dos demonios». «Una serie de trabajos está intentando armar narrativas que nos permitan leer la historia de un modo un poco más integrado y más largo. El campo de estudios del pasado reciente ha preferido las discontinuidades a las continuidades, por motivos obvios. Pero me parece que ahora tenemos el interés de mostrar que hay unas razones, unos motivos de más larga duración para estos procesos», añadió.

OPORTUNIDAD PERDIDA

Markarian analizó: «Predominó la identificación del pasado reciente con los nuevos autoritarismos de los años sesenta y setenta, entendidos, sobre todo, como proyectos de violación de los derechos individuales en los términos del sistema internacional. Es lo que se desprende de los libros producidos por el equipo universitario encabezado por el triunvirato prestigioso y prestigiante de José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Álvaro Rico, formado a partir del mandato de Presidencia de la República. De alguna manera, esos libros fueron la versión más redondeada de una visión según la cual si el Estado se hace cargo, sí hay procesos de verdad y justicia, sí hay reparación y, entonces, sí tenemos la garantía de la no repetición. Sin embargo, esa visión recibe críticas según las cuales los autoritarismos no fueron solo eso, sino que los derechos humanos fueron violados porque había proyectos de remodelar nuestras sociedades e insertarlas en el capitalismo global. […] La conjunción –que en algún momento pareció plausible– del campo de estudios del pasado reciente con las consignas y el lenguaje de los derechos humanos –de la que casi todos nosotros participamos, en las dos pieles, la de ciudadanos y la de historiadores– hoy está cuestionada. Me hace acordar a la idea –una idea de las derechas– de la hegemonía de las izquierdas en la cultura. Para la derecha, hay una hegemonía de la izquierda, que ha controlado la mente de los jóvenes, que está en la educación, con este discurso paranoico tan común durante la Guerra Fría y antes, a lo largo del siglo XX, contra el comunismo. Pero identifica una hegemonía donde en realidad no la había o donde fue muy efímera. En algún sentido, también se siente algo de oportunidad perdida, por ejemplo, con respecto a la Cárcel del Pueblo. Si hubiéramos trabajado con ideas más amplias que la de terrorismo de Estado y la de derechos humanos, habríamos podido contestar mejor a algunas de estas cosas».

Sobre este punto, Marchesi señaló: «Lo que hace Javier García es simplemente abrir algo que está ahí hace años. La Cárcel del Pueblo estaba en una casa en la calle Paullier que perteneció a una familia tupamara. Abajo se construyeron tres calabozos. Ahí estuvieron presas figuras importantes. En 1972 fue allanada. Es un momento importante de la historia militar, porque es como el inicio de la caída del MLN [Movimiento de Liberación Nacional]. La casa fue allanada y el Ministerio de Defensa Nacional se la quedó. A la vez, abajo, donde estaban los calabozos, el ministerio hizo una especie de muestra con carteles y durante toda la dictadura la casa se mantuvo como una especie de museo interno de la institución. Pero, además, fue un centro de detención, de pasaje de prisioneros. En el período de Eleuterio Fernández Huidobro, este planteó hacer algo con eso. Llamó al Museo de la Memoria, que, a su vez, llamó a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación para hacer un proyecto sobre la cárcel. El proyecto se hizo, pero no se concretó. Al no concretarse, se veía venir que, con la lógica de desacreditar la narración del terrorismo de Estado mediante la narración de la guerra, se iba a usar. Pero en cierto sentido está bien lo que hace García: existe, tiene valor histórico y es legítimo mostrarlo».

CON MATILDE RODRÍGUEZ, DIRECTORA DE LA SECRETARÍA DE DERECHOS HUMANOS PARA EL PASADO RECIENTE

«LA CÁRCEL DEL PUEBLO FUE USADA POR EL MLN, PERO TAMBIÉN POR LA DICTADURA. HAY QUE CONTAR LA HISTORIA COMPLETA.»

¿En qué está la secretaría?

—La secretaría tiene unos cometidos específicos: trabaja sobre un período específico –que va del 68 al 85, o sea, la predictadura y la dictadura– y sobre la violación de los derechos humanos en ese período. Estamos trabajando como siempre. Tenemos un archivo muy amplio y muy bien organizado que mantiene toda la información desde tiempo atrás. Trabajamos totalmente vinculados al Poder Judicial, que nos consulta muy seguido sobre los episodios que está investigando para ver qué tenemos en el archivo. Por supuesto, también contestamos las denuncias de quienes individualmente quieren saber sobre su identidad, si son hijos de desaparecidos.

—La semana pasada se hizo un acto en la Plaza de la Democracia por el 14 de abril, en el que se invitó al Poder Ejecutivo a participar el año que viene. ¿Cómo reaccionó la secretaría?

—Aquí llegó una invitación. Yo, concretamente, respondí: «No tengo nada que ver con esto», y para afuera. Obviamente, el ejecutivo actual no se presentó, como tampoco lo hicieron los ejecutivos anteriores. El único que asistió fue Julio María Sanguinetti. El Poder Ejecutivo no ha dado señales de vida en ese sentido y no creo que tenga ningún interés en participar de eso.

—En ese mismo acto se criticó fuertemente a la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad. ¿Cómo reaccionó la secretaría?

—Eso demuestra toda una tendencia. Nosotros tenemos una relación absolutamente íntima con la fiscalía y con el doctor Ricardo Perciballe. Conversamos casi diariamente con ellos. Así que te podés imaginar que estamos en la otra punta.

—Sanguinetti estuvo presente en el acto y Cabildo Abierto ha hecho muchas críticas a la fiscalía. ¿Estas posturas en la coalición condicionan el trabajo de la secretaría?

—Ese tema está al margen de todo lo que ha acordado la coalición. La coalición tiene un acuerdo sobre cosas muy concretas y terrenales de gestión de gobierno, sobre las que se han puesto de acuerdo. Este tema no está en ese acuerdo y, por lo tanto, hay distintas opiniones.

—Hay un proyecto para abrir al público la Cárcel del Pueblo. ¿Ese tema ha pasado por la secretaría?

—No, es una decisión que tomó el Ministerio de Defensa Nacional. La tenían en su poder y el ministro dijo de ponerla a disposición de la gente, para que esta sepa qué pasó ahí. A mí me parece bien. Se sabe que a partir del 72, que es cuando apareció la Cárcel del Pueblo, quedó en manos del ministerio y fue un lugar de reclusión, usado con fines represivos. Está bien que se exhiba y se sepa lo que pasó hasta el 72, cuando el MLN [Movimiento de Liberación Nacional] cayó definitivamente, pero también que se sepa que desde ese momento ese lugar fue usado por la dictadura con fines represivos. Eso también hay que decirlo. Hay que contar la historia completa.

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