Cuando la Memoria está dentro del pueblo uruguayo

HINCHADAS, POLICÍA Y POLÍTICA

Trapos al sol

Salvador Neves
27 mayo, 2022

El Ministerio del Interior, por una vez, pidió disculpas. Pero lo sucedido el sábado en el Campeón del Siglo no parece haber sido un desborde accidental. A la vez, el movimiento que viene vinculando a hinchadas, clubes y jugadores con la política no parece dejarse arrear con el poncho.

 

Hinchada de Peñarol en el partido contra Aguada en el Palacio Contador Gastón Güelfi, el 24 de mayo.

Fue en el tercer cuarto, la noche del martes. Peñarol estaba recibiendo a Aguada y el Gastón Guelfi estaba repleto. El equipo aurinegro ya había derrotado dos veces al aguatero y, a esa altura del partido, llevaba 24 puntos de ventaja. «Peñarol estaba muy tranquilo. En un entretiempo así, normalmente, iba a haber canciones de aliento, pero más de festejo», consideró Tabaré Techera, que estaba en la tribuna. En cambio, lo que se escuchó atronadoramente fue: «No, milicos nunca más, nunca más, milicos nunca más».

Techera es integrante de Hinchada con Memoria. La agrupación había llevado 3 mil fotografías de uruguayos desaparecidos durante el terrorismo de Estado, de las que se imprimieron para la Marcha del Silencio. «Cuando la gente se dio cuenta de lo que estábamos repartiendo, hacían cola», narró Techera al semanario. Mientras sonaba la consigna, se alzaron las fotos. Casi no había quien no tuviera una. Repartieron 3 mil entre 3700 concurrentes. «La gente estaba muy molesta con lo que había pasado el sábado anterior. Se lo tomó como algo personal.»

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Lo que pasó el sábado pasado en el estadio Campeón del Siglo, antes del encuentro de Peñarol con Boston River, ha sido ampliamente divulgado: «Supuestos funcionarios de la Unidad de Violencia en el Deporte de la Jefatura de Montevideo, […] sin ninguna identificación a la vista, ni presentándose como tales, impedían a hinchas de Peñarol ingresar a nuestro recinto con camisetas que contenían símbolos o distintivos con margaritas sin un pétalo», explicó Juan Ignacio Ruglio, presidente del club, en una carta que al otro día remitió al Comité Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), a la Comisión de Seguridad de la AUF y también a la Unidad de Violencia en el Deporte del Ministerio del Interior (MI).

«En estas breves palabras realmente quiero expresar mi molestia ante ese ataque a la libertad de expresión que nada afecta al espectáculo en cuestión y que no posee ninguna relevancia política, ofensiva o discriminatoria, sino todo lo contrario: cercena los derechos de los ciudadanos en un escenario privado y sin prohibición alguna tanto de normas nacionales como de las disposiciones de la AUF al respecto», agregaba Ruglio en el documento.

Dos meses atrás había pasado algo parecido. El Club Atlético Progreso había denunciado como «inaceptable» la intervención policial realizada en el Abraham Paladino –a dos días del referéndum contra 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración–, cuando antes del partido contra Cerro efectivos de la Guardia Republicana registraron la tienda oficial de los gauchos. Según sostenía un comunicado del club, la Policía buscaba «material de índole político» y «se solicitó el retiro de distintivos que formaban parte del atuendo personal de algunos hinchas». Gumer Pérez, abogado de la institución, confirmó a Brecha que también hubo gente impedida de entrar al Paladino en aquella ocasión. Entonces, tras asegurar que se había llevado a cabo una investigación administrativa, el MI respaldó la actuación de sus subordinados alegando que se trataba de un «procedimiento de rutina». Progreso no quedó conforme y está definiendo el recurso legal que presentará.

La respuesta a la carta de Ruglio fue distinta. Un comunicado tuiteado por el MI en la tarde del lunes afirmaba que la noche anterior autoridades de la cartera se habían comunicado con el remitente para explicarle lo sucedido, «solicitándole las disculpas del caso». El comunicado aseguraba también que el ministerio había «tomado las medidas pertinentes para evitar situaciones similares en el futuro».

El lunes Ruglio y José Fuentes, presidente de Nacional, se habían reunido con el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, y con Sebastián Bauzá, que lo es de Deportes, para discutir temas de seguridad. A la salida de la reunión, Ruglio manifestó a El Observador que había quedado «sumamente conforme» con la «autocrítica» y las explicaciones del MI, que había sido «una orden errada de algún mando» y «que se sabrá con una investigación interna».

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Durante la administración anterior, la Unidad de Violencia en el Deporte funcionaba dentro de la Dirección de Inteligencia. Esa gente era la que miraba las cámaras de reconocimiento facial y, eventualmente, ordenaba que se impidiera el ingreso de algún hincha con antecedentes complicados. Hacían también pesquisas, interceptaciones telefónicas, seguimientos (por ejemplo, cuando algún barrabrava iba a visitar a alguien a la cárcel), rastreos en las redes de indicios sospechosos. Ese tipo de actividad permitió encarcelar al barrabrava aurinegro Erwin Coco Parentini como autor intelectual del asesinato de un hincha de Nacional el 15 de diciembre de 2019, cosa que, por otra parte, no logró impedir que desde la cárcel Parentini ordenara disparar contra un hincha de Flamengo el 27 de noviembre del año pasado.

Ahora la unidad depende de la Jefatura de Policía de Montevideo, encabezada por el comisario general Mario D’Elía. Ascendiendo en la línea jerárquica están la Dirección Nacional de Policía y las autoridades políticas de la cartera. Descendiendo, los oficiales de la unidad. ¿Cuál fue el mando que le erró? «Supongo que no hubo una orden. Hubiese sido muy estúpido», estimó Gustavo Leal, director de Seguridad y Convivencia durante la administración pasada, y propuso la siguiente explicación: «Creo que, en realidad, este tipo de cosas son efecto de la política de arenga, del “Se acabó el recreo” o “Hay orden de no aflojar”, que es la peor orden que se le puede dar a un policía, porque es inespecífica y los subordinados la pueden interpretar de distintas maneras. Un ejemplo de orden específica es decir: “Revisen a las personas que midan menos de 1,70 metros”, pero si yo digo: “Detengan a todos los petisos”, ahí seguramente se termine apresando a muchos que no tienen nada que ver con los buscados. La cuestión es que este modelo de conducción, basado en ese tipo de arengas, alienta desbordes. En tanto, algunos subordinados –no todos– suponen que lo que se espera de ellos es que sean muy duros o que traten de hacer puntos basados en su propia interpretación de lo que quiere el gobierno. Además, los desbordes después no se castigan, debido a esa otra idea de que el gobierno debe respaldar ciegamente y sin mediar análisis a todo lo que hace la Policía. Pero no es así: la función del gobierno es impartir órdenes a la Policía. En alguna gente de izquierda existe la idea de que estos desbordes responden a un plan rigurosamente definido, pero no, es peor. Cuando existe un plan de acción, se discuten objetivos, metas, caminos. Y esto es a la bartola. Imaginate el lío que se puede armar si mañana hay una manifestación importante, en un momento de clima complicado, y vos tenés media docena de estos policías “librepensadores” interpretando por la libre que se acabó el recreo porque hay orden de no aflojar. Eso no es una orden en términos policiales, sino un discurso político».

«Ningún milico va a tomar por sí solo esta decisión, olvidate», respondió, sin embargo, un policía de largo trayecto y responsabilidades actuales relevantes. «Orden de algún oficial tiene que haber habido. Del oficial de puerta, por lo menos, o del jefe del operativo. El agente común no quiere comprarse ningún lío, quiere hacer su trabajo y relojear, de paso, el partido», añadió. «Ni un agente, ni un cabo ni un sargento definieron eso», respondió otro uniformado con equivalentes características. «En la Policía hay que dar cuenta de todo. Detenés a alguien en la calle y tenés que llamar al oficial para saber si podés llevarlo a la comisaría. Claro que después el hilo se va a cortar por lo más delgado, como siempre, pero la orden tuvo que venir, al menos, del jefe del operativo. La iniciativa pudo haber venido de la AUF, pero igual habría pasado por el jefe de Policía de Montevideo. Tampoco es probable que haya sido tomada sin dar parte a D’Elía. Dado el ambiente que hay en Jefatura, diría que es imposible que un jefe obre sin su autorización», añadió. Este periodista pudo certificar que, en conversaciones privadas, las autoridades políticas del ministerio señalaron esta misma semana: «Dispusimos aplicar un protocolo de la Conmebol [Confederación Sudamericana de Fútbol], pero fue un error».

«Chicanas», valoró Techera cuando se enteró de este último dato. «Te lo venden como que no quieren política en el club, pero, por otro lado, quieren inculcar eso. Te quieren radicalizar para un lado o para el otro. Nosotros estamos hablando de gente desaparecida, de derechos humanos; no estamos hablando de partidos políticos, ni de palos ni de colores. Ellos demonizan la palabra política, que, a nuestro entender, es la base de la democracia que tenemos hoy en día, el debate, el intercambio de ideas», explicó. Hinchada con Memoria viene trabajando desde 2020 para excluir del registro social de Peñarol a Manuel Cordero y a Nino Gavazzo, exintegrantes de las Fuerzas Armadas condenados por múltiples delitos de lesa humanidad. El 7 de abril del año pasado la campaña tomó estado público (véase «A por otro gol», Brecha, 16-IV-21). Gavazzo murió en junio. Cuando se le preguntó a Techera cuál era el estado de esa demanda, dijo: «Mirá, quedó en nada. Querían sacarlo por abajo del escritorio. Y nosotros no queremos que sea de esa manera. Muchos hinchas de Peñarol no sabían quiénes eran. Y no puede ser que gente de esta generación no sepa quiénes eran». Hace unos meses el abogado de Peñarol les pidió que le trajeran las sentencias contra Cordero y Gavazzo, que era un requisito administrativo que debía cumplirse. Aunque sonara a artimaña, la organización imprimió las miles de páginas que constituyen esos expedientes y, a principios de mayo, las presentó. Están satisfechos con la cantidad de firmas reunidas en función de su causa entre la «tribu urbana más grande del Uruguay» y por fuera de las «peñas» en que los socios se organizan institucionalmente. Sobre la actitud de Ruglio ante el episodio del sábado, el hincha dijo secamente: «Era lo que tenía que hacer, en términos burocráticos, como autoridad».

Techera no recuerda ninguna ocasión en que la Policía obstruyera las actividades de Hinchada con Memoria. La actuación del grupo se ciñe a este intento de depurar los padrones de Peñarol, a estimular que se haga lo mismo en otras instituciones y a apoyar la Marcha del Silencio. En torno a Peñarol gravitan también Solidaridad Carbonera (que organiza ollas y merenderos) y Carbonero Antifascista.

Varios de los integrantes de Hinchada con Memoria, como Techera o Ignacio Couto, son parte también de Gol a la Impunidad, la movida que logró, en 2018, que el seleccionado uruguayo prescindiera de los servicios de Miguel Zuluaga, exjefe de seguridad de la celeste acusado de participar en los interrogatorios de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia entre 1976 y 1982 (véase «Dos caras», Brecha, 13-IV-18), y que intenta instalar en todos los ámbitos deportivos la demanda de justicia por los crímenes del terrorismo de Estado.

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En casi todas las tribunas del Parque Central se agita la bandera de Bolso Antifa, que también ha recorrido canchas del interior y de Latinoamérica. Su vocero –en conversación con Brecha–, cumpliendo una resolución colectiva, pide que solo se lo invoque con el nombre del grupo. Arrancaron en 2019 y en el comienzo eran solo jóvenes, pero asegura que actualmente contienen «toda la diversidad que te imagines, en todos los sentidos: edades, mujeres, varones, militantes sociales y militantes solo de Nacional». Funcionan de manera asamblearia e insisten con el término horizontalidad. Los nucleó inicialmente la idea de pintar una bandera –«nuestro trapo», dice el representante– y una militancia intensa contra la reforma constitucional promovida ese año por el entonces senador Jorge Larrañaga, Vivir sin Miedo. Su pico de actividad también es en mayo: el 1.º, día de los trabajadores y las trabajadoras; el 14, cumpleaños del club (cuando recogen alimentos para las ollas populares), y el 20, día de la Marcha del Silencio. También hay una versión tricolor de la camiseta de «Todos somos familiares», que la organización vende en beneficio de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos. Cuando empezaron, sintieron que a su alrededor se levantaba una «polvareda conservadora». Pero, a esta altura, «creo que somos menos raros», dijo el vocero. «Tres años no son diez, pero tampoco son tres días. Además, no inventamos nada. Capaz que somos más constantes y más declarativos, pero no venimos de la nada», subrayó. Ya tuvieron problemas con la Policía. En 2019, para entrar a la cancha, los uniformados les hacían sacarse los pañuelos rosados y los pines que manifestaban oposición a la reforma de Larrañaga.

Se podría pensar que estas nuevas hinchadas son una expansión de un fenómeno que venía ocurriendo en los cuadros «chicos», vinculado a la rebeldía que terminó cambiando las autoridades de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales, pero también transformando clubes cuya obsesión única era el destino de la pelota y que se convirtieron en centros de articulación barrial. O, al menos, eso pasó claramente en uno, el Villa Española (véase «Un barrio de primera», Brecha, 4-XII-20).

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Analizando lo ocurrido el fin de semana a partir de la intervención policial de la Unidad de Violencia en el Deporte en la previa del partido de Peñarol y Boston River, Marcelo Pereira escribió en La Diaria que lo sucedido comprobaba un «cambio cultural». «La actitud de Ruglio marcó una gran diferencia con anteriores presidentes de Peñarol. Esto tiene entre sus causas que, en los últimos años (y no solo en Peñarol), hay grupos organizados de hinchas que apoyan públicamente posiciones de izquierda. Ruglio asume que son parte de la gente a la que debe responder, cosa que quizá algunos de sus predecesores no habrían hecho», afirmó en su editorial del martes.

Otro colega, Leonardo Haberkorn, autor –con Luciano Álvarez– de la Historia de Peñarol, se manifestó sorprendido e indignado con la actuación policial del sábado. «No se puede, no es el Uruguay, no sé si pasa en otros países. Me aburriría mucho que las hinchadas terminaran cantando consignas partidarias, pero tampoco es el caso, porque lo de Familiares es otra cosa. Sin embargo, aun así, no creo que tuviesen sentido prohibiciones que no refieran a evitar discursos de odio. Y, además, no creo que nadie vaya a convertir el estadio en territorio de confrontación partidaria. No se va a la cancha a eso», expresó al semanario. Haberkorn no recordó raíces de esta politización, pero afirmó que está viendo en su club «una cantidad de gente joven intentando hacer otras cosas». «Porque Peñarol eran las 11 camisetas. Ahora, por ejemplo, me invitaron a ser jurado de un concurso de cuentos. El club no hacía esas cosas. Y tiene su lógica que si te preocupás por lo social, aparezcan preocupaciones políticas.»

Andrés Reyes, quien, por su parte, escribió la Historia de Nacional, sí recordó antecedentes de hinchadas comprometidas. «No creo que sea un fenómeno nuevo; capaz que no estuvo presente recientemente, pero sí a la salida de la dictadura y en la entrada a la democracia. Te diría que era más habitual que ahora. Las tribunas estuvieron muy politizadas con el voto verde, por ejemplo. Capaz que esto es un rebrote de usar los partidos como medios de vehiculizar mensajes. En lo que he vivido y lo que he leído, siempre fue así. Cantar el himno solo para enfatizar el verso de “Tiranos temblad”, por ejemplo», declaró.

La gente de Bolso Antifa, que se empeña en honrar su pasado, mandó fotos: la de un colectivo de hinchas que tiene al menos 15 años, Los Zurditos, en cuya pancarta la erre es sustituida por una hoz y un martillo; una de la final del Uruguayo de 2002, cuando el bolso derrotó a La Franja y sus partidarios agitaban una donde se lee «Peiranos chorros»; otra de 1988, cuando, en ocasión de enfrentar a la Universidad Católica de Chile, en el Centenario, la hinchada tricolor desplegó varios carteles contra la dictadura de Augusto Pinochet aún existente.

Las élites saben que el fútbol es una herramienta útil para proyectar carreras y alimentar consensos. Pero si –como tituló una vez Franklin Morales– es «pasión de multitudes», difícil será apartarlo de las pasiones de la multitud. Entre los relatos recogidos por Bolso Antifa está el de un militante, el Manija, al que las Fuerzas Conjuntas, conociendo sus debilidades, fueron a buscar a la tribuna. La narración dice que lo tenían en el tacho y en una de las veces en que levantaron su cabeza de la inmundicia alcanzó a decir: «Por favor, dígame cómo va».

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