No tropecemos, nunca más, con la misma piedra
27 de junio de 1973:
crónica de una infamia
Del muro de Federico Romano Diaz
28 junio, 2020
“… Luis Alberto Lacalle se calza un revólver en la cintura, agarra todas las municiones que hay en su casa, y sale hacia el Palacio Legislativo.
Es la mañana del 26 de junio de 1973, amanecer de un día agitado. Durante la madrugada se escucharon bocinas y sirenas de la policía. Zelmar Michelini llega – con los pelos alborotados – a la casa de Wilson en la Avda. Brasil. Zelmar quiere convencerlo de que abandone el país; pero Wilson lo convence de que quien se tiene que ir es él.
Por las dudas, llaman por teléfono a Seregni. Un rato después Juan Raúl Ferreira cruza varias veces el Salón de los Pasos Perdidos, haciendo el camino entre el despacho de Wilson y el de Héctor Gutiérrez Ruiz. “Dice mi padre que te vayas”, le dice Juan Raúl al Toba. Gutiérrez Ruiz habla con Pérez Caldas. “No va a haber golpe de Estado”, le dice – miente – el militar. Wilson se inquieta porque Gutiérrez Ruiz no se va.
Juan María Bordaberry busca – con poco éxito – el apoyo de sus ministros. Y, de paso, le hace llegar una consulta al embajador uruguayo en España, Jorge Pacheco Areco, sobre los pasos a seguir. Tres comandantes de las Fuerzas Armadas se reúnen con el ministro de Economía.
De tarde, Zelmar visita con sus nueve hijos a Elisa, su hija presa en la cárcel de Cabildo. Elisa cumple años ese día y sería la última vez que la familia Michelini estaría reunida toda junta.
A las 14:45 el canciller Juan Carlos Blanco se reúne con Bordaberry y con el secretario de la Presidencia, Alvaro Pacheco Seré, en la casa de gobierno de la Plaza Independencia para analizar el decreto que disolvería las Cámaras. Los jefes de los informativos de radio y televisión son citados a la sede de la ESMACO.
Ese mismo día muere Francisco “Paco” Espínola, quien es velado entre el 26 y el 27 de junio.
A las 19 hs empiezan las operaciones militares que respaldarán la decisión del gobierno. A las 20:35 despega desde el Aeropuerto de Carrasco el avión de la empresa Austral que lleva a Zelmar – pasajero No. 29 – a Buenos Aires. Va a frenar el regreso de Erro, que andaba por allá como invitado por los festejos por el regreso de Perón a Argentina. Zelmar no volvería nunca más a su país.
La Mesa Política del Frente Amplio se declara en sesión permanente y se reúne en una casa de la calle Julio Herrera. De noche, Rodney Arismendi habla en un acto del Partido Comunista en el cine Lutecia y Wilson en uno del Partido Nacional en el cine Grand Prix. Sus discursos suenan a despedida. Pasadas las 22 horas Gutiérrez Ruiz advierte que el golpe es un hecho, va a su casa, junta abrigo, frazadas, ropa y una radio y le comenta a su esposa que se iba a esconder a un lugar secreto que, por seguridad, ni ella debía saber.
A las 22:30 se alcanza el quórum para reunir al Senado. Se habla de A.N.C.A.P., pero todos abandonan el orden del día. Quieren dejar estampado su pensamiento en las Actas que serán documento de los últimos minutos de la malherida democracia. Wilson se calza los lentes y dice: “Antes de retirarme de sala, arrojo al rostro de los autores de este atentado el nombre de su más radical e irreconciliable enemigo que será, no tengan la menor duda, el vengador de la República. ¡Viva el Partido Nacional!”. Sale del Palacio y un policía viene a su encuentro. Wilson tiende a sacar su revólver, pero el oficial le dice: “Senador, ¿tiene dónde ir? Porque mi casa es humilde, pero allí nadie lo va a ir a buscar”. Wilson pasa a ser clandestino. Esa noche duerme – o lo intenta – en un barco fondeado en el Puertito del Buceo. Saldrá del país escondido en una avioneta.
A las dos de la madrugada, cuando ya no había casi nadie en el Parlamento, se ponen en marcha los operativos militares “Alfa” y “Omega”. El primero significa “el acuartelamiento de los efectivos, que estarán armados y prontos para ser embarcados en vehículos propios y/o requisados” y el segundo apunta a “ocupar las ciudades de Pando y Canelones”, “vigilar y detener personas” y el “control total de la prensa escrita, radio, televisión y teléfonos”, además del “control de los accesos a la ciudad de Montevideo”.
Finalmente, sólo dos ministros – el coronel Néstor Bolentini, Ministro del Interior, y el doctor Walter Ravenna, Ministro de Defensa Nacional – estampan su rúbrica junto a la de Bordaberry al final del documento que disuelve las Cámaras. A las cinco de la mañana empieza a emitirse en cadena de radio y televisión la canción “A Don José”, cantada por Los Olimareños, y “El Pericón” y se difunden los decretos del Poder Ejecutivo. Todos los gremios del país dan comienzo a la Huelga General…”
Así se echó a rodar la historia más triste y dolorosa que conoció el Uruguay moderno. Hoy se cumple un nuevo aniversario del comienzo de aquella etapa terrible. No tropecemos, nunca más, con la misma piedra.