EL FALLIDO CANJE DE PRESOS POLÍTICOS URUGUAYOS ENTRE ESTADOS UNIDOS Y LA UNIÓN SOVIÉTICA EN 1978
Un trueque en los pliegues
de la Guerra Fría
Samuel Blixen
21 octubre, 2021
Empeñado en obtener la liberación de cuatro agentes de la CIA encarcelados en Cuba por espionaje y sabotaje, el gobierno estadounidense presidido por Jimmy Carter intentó en 1978 «enamorar» a la cúpula militar uruguaya de la idea de participar en un amplio canje de prisioneros.
José Luis Massera, en 1987
Lawrence Pezzullo, embajador de Estados Unidos en Uruguay entre 1977 y 1979, se propuso un trabajo hercúleo: convencer a los militares uruguayos de que un trueque de prisioneros al mejor estilo Guerra Fría atenuaría la campaña internacional por la violación sistemática de los derechos humanos; sugería los nombres de los dirigentes comunistas José Luis Massera y Jaime Pérez, la militante del Partido por la Victoria del Pueblo Ana Inés Quadros y el pianista y montonero argentino Miguel Ángel Estrella como candidatos uruguayos de un posible intercambio.
Para encubrir el objetivo primordial, el Departamento de Estado elaboró una intrincada estrategia que pretendía involucrar al gobierno soviético y, por medio de este, al gobierno cubano. El diplomático radicado en Montevideo propuso al disidente soviético Natán Sharansky y al cubano Huber Matos, comandante del Movimiento 26 de Julio devenido agente de la CIA, como piezas de cambio, y mantener en un segundo plano a los espías Lawrence Lunt, Everett Jackson, Long Tur y Claudio Rodríguez Morales, para incluirlos en las negociaciones cuando los militares uruguayos hubieran aceptado el juego.
Goyo, el moderado
Como en una novela de espionaje, la historia frustrada del intercambio de prisioneros uruguayos aparece puntillosamente descrita en documentos desclasificados del Departamento de Estado a los que accedió Brecha. Los despachos de Pezzullo a Washington analizan el contexto de la interna militar y también los pasos tácticos para concretar los intereses estadounidenses. «La dirección militar del gou [gobierno de Uruguay] se comprometió a modificar de manera significativa y favorable las políticas actuales que afectan a los derechos humanos», confirmaba el diplomático, y agregaba: «La figura clave detrás de esta apertura [el general Gregorio Álvarez] tuvo que enfrentar una fuerte oposición de la ultraderecha». Los intereses de la embajada, «al menos momentáneamente», estaban alineados con los de Álvarez. Pero hasta hoy no hay ninguna evidencia de que el entonces flamante comandante del Ejército estuviera involucrado en un esquema multilateral de canje.
Danza de candidatos
La propuesta de Pezzullo a Washington consistía en elaborar una estrategia capaz de «proporcionar una recompensa de relaciones públicas nacionales y aplausos internacionales a Álvarez y los moderados. Es poco probable que Álvarez se arriesgue de otra manera».
Puesto que el objetivo principal eran los cuatro ciudadanos estadounidenses presos en Cuba, era necesario, para «atraer a los uruguayos», ampliar lo que el diplomático calificaba de «paquete de intercambio»: «Se necesitarían algunas figuras latinas conocidas –me viene a la mente Huber Matos–. También […] incluir a los disidentes soviéticos». En un paroxismo especulativo, Pezzullo recomendaba sondear al embajador soviético en Washington, Anatoli Dobrynin, «un intercambio de Natán Sharansky [que acababa de ser condenado en Moscú por traición y espionaje] por José Luis Massera».
La lista de los candidatos uruguayos al parecer surgió de las entrevistas que organismos internacionales de derechos humanos mantuvieron durante sus visitas a las cárceles uruguayas de prisioneros políticos. «En cuanto a los uruguayos a canjear –escribía el embajador–, propondríamos casos de derechos humanos de alto perfil, en lugar de tupamaros. El nombre de Sendic definitivamente no debe plantearse desde el principio en ninguna negociación. Su nombre levanta ampollas aquí como ningún otro.» A los nombres citados Pezzullo agregaba el de Gladys Warda, estudiante del Instituto de Profesores Artigas (más tarde renombrada docente), hija de un ciudadano estadounidense.
Pezzullo describía las «modalidades» del canje: «Nuestro primer paso debería ser diseñar un paquete creíble y equilibrado basado en las evaluaciones de los asuntos cubanos y soviéticos». A continuación, proponía determinar dónde hacer el primer acercamiento: «Tal vez deberíamos comenzar con los soviéticos y lograr que involucren a sus clientes cubanos. Si los soviéticos y los cubanos muestran interés, es posible que deseemos considerar retroceder y dejar que una institución privada, un legislador prestigioso con intereses en este campo, como el senador [George] McGovern, sea el intermediario en futuras negociaciones».
La intriga diplomática estadounidense debía sortear el inconveniente de que el gobierno militar se oponía a los intercambios de prisioneros; el esfuerzo por inducir al gobierno uruguayo a una negociación revelaba la importancia que para el gobierno de Estados Unidos tenía la liberación de los cuatro estadounidenses presos en Cuba.
Factores negativos
Pezzullo señalaba dos antecedentes negativos que entorpecían las negociaciones directas con Uruguay: «En enero de 1975, Rodney Arismendi, primer secretario del PCU [Partido Comunista de Uruguay] y uno de los líderes comunistas más importantes del hemisferio, fue liberado y se le permitió viajar a Moscú. A cambio, tal como lo entendemos, la Unión Soviética prometió una compra sustancial de carne uruguaya [al menos 50 mil toneladas] y Arismendi prometió desistir de atacar Uruguay. Ningunas de esas condiciones se cumplieron». Una promesa similar incumplida ocurrió con la liberación del periodista brasileño Flávio Tavares, detenido en el contexto del secuestro y la desaparición del educador y periodista Julio Castro, en agosto de 1977. Exiliado en México, viajó a Uruguay como corresponsal de Excelsior. Permaneció cinco meses secuestrado en el centro de detención clandestino conocido como «la casona», en la avenida Millán. Tras una intensa campaña internacional, Tavares fue liberado en enero de 1978 y expulsado del país. Pezzullo acotaba que su libertad «supuestamente estuvo condicionada por la promesa de que no haría declaraciones sobre el maltrato después de su liberación. Violó este “entendimiento” tan pronto como su avión aterrizó en Lisboa».
Estos episodios revelaban la ingenuidad de los militares. La liberación de Arismendi sorprendió a los diplomáticos estadounidenses. En Moscú, el consejero político de la embajada informaba que Vladimir Chernyshev, subjefe de la división de países latinoamericanos de la cancillería, «dijo que su liberación y viaje a Moscú habían sido arreglados entre el embajador soviético [en Uruguay] y el gou».
La incógnita
En Montevideo, el embajador Ernest Siracusa, antecesor de Pezzullo, escribía a Washington: «La embajada está tratando de determinar por qué Arismendi fue liberado en este momento y si hubo un quid pro quo con Moscú. Jaime Pérez, segundo secretario del PCU, permanece detenido».
La especulación sobre una posible negociación se instaló en los servicios de inteligencia estadounidenses y brasileños que operaban en Uruguay, cuando el anuncio de que un fiscal militar recomendaba la liberación del secretario del PCU coincidió con la llegada a Montevideo, a fines de diciembre de 1974, de una misión comercial soviética. Los agentes brasileños del Centro de Información del Exterior, apéndice en la Cancillería del Servicio Nacional de Información, aseguraban, el 27 de diciembre, en un despacho desde Montevideo: «El gobierno uruguayo acaba de realizar una gran venta de carne a la Unión Soviética, compra que el gobierno por recomendación del Consejo de Seguridad Nacional decidió no hacer pública por razones de conveniencia política interna. Nota: poco antes del anuncio de la llegada de una misión comercial rusa, se dio a conocer la noticia de la llegada a Moscú de Rodney Arismendi. La liberación del secretario general del PCU fue posiblemente objeto de negociación por parte de la Embajada de Rusia».
Los despachos diplomáticos recogieron versiones periodísticas: «Según El País, los tribunales militares se negaron a procesar a Arismendi por el cargo original, pero su detención continuó bajo medidas de seguridad. El País dice que “círculos bien informados” aseguraron que Arismendi tiene la intención de establecerse permanentemente en Moscú y no volverá a interferir en la política uruguaya».
Natán Sharansky, en el 2000
Seis meses después, la embajada estadounidense se inclinaba a explicar la liberación como una maniobra soviética que indujo a los militares uruguayos a aceptar una promesa de compra de carne incumplida. Un despacho de Siracusa al Departamento de Estado informaba sobre el decreto presidencial del 16 de julio de 1975 que ordenaba la disolución del Instituto Cultural Uruguayo-Soviético por sus actividades ilegales, «que incluyen estrechos vínculos con organizaciones ilegalizadas, como la CNT [Central Nacional de Trabajadores] y el PCU». El embajador Siracusa opinaba que «lo más probable es que la acción del gou esté relacionada con la incapacidad para consumar, en este momento, un acuerdo para vender carne a la Unión Soviética. Gou probablemente esperaba que tal acuerdo hubiera sido asegurado por la liberación del primer secretario del PCU, Rodney Arismendi (ref b), y estas expectativas fueron planteadas por la posterior visita de un equipo soviético de inspección de carne». La delegación de veterinarios soviéticos informó a Moscú, tras inspeccionar frigoríficos dedicados a la exportación, que la carne uruguaya exhibía fiebre aftosa en forma significativa.
Los esfuerzos estadounidenses por concretar intercambios con prisioneros uruguayos sufrieron un traspié en junio de 1977, cuando un funcionario del Departamento de Estado, Bill Luers, respondiendo a un «tanteo» soviético, le propuso al embajador uruguayo en Washington, el brigadier José Pérez Caldas, un intercambio de prisioneros uruguayos por disidentes soviéticos. Según el embajador Pezzullo, «la oferta estaba muy confusa o, más probablemente, distorsionada, a medida que avanzaba hacia el gou. Como resultado, se consideró que Estados Unidos proponía unilateralmente la liberación de prisioneros considerados por el gou como muy peligrosos para la seguridad del Estado». A raíz de las experiencias con Arismendi y Tavares, «nos enfrentamos a un gou que es escéptico y está encerrado en una posición negativa en los intercambios de prisioneros».
Finalmente, no solo fracasó el intrincado entretejido para obtener la liberación de los cuatro agentes de la CIA; también sucumbió, si alguna vez existió, aquella coincidencia política entre la embajada estadounidense y el comandante del Ejército Gregorio Álvarez. En 1982, siendo presidente de facto, Álvarez ordenó la expulsión del jefe de la sección política de la embajada, James Cason, el único diplomático de un país no comunista expulsado de Uruguay.
Colofón
Rodney Arismendi desplegó una intensa actividad política en Europa, no se confinó en la Unión Soviética, viajó reiteradas veces a Latinoamérica, y cuando regresó a Uruguay, en 1985, en una conferencia de prensa negó haber participado en cualquier intercambio. Su liberación, dijo, fue fruto de la campaña y la presión de los pueblos, y rechazó que hubiera «entregado» el fichero con los nombres de los afiliados del partido, unos microfilms que fueron incautados en el momento de su detención, el 8 de mayo de 1974.
José Luis Massera y Jaime Pérez recuperaron su libertad en 1984, lo mismo que Ana Inés Quadros, cuando, tras el pacto del Club Naval, comenzó la liberación paulatina de presos políticos. Miguel Ángel Estrella fue liberado en 1979, tras una fuerte campaña lanzada por la Unesco; fue embajador de Argentina en ese organismo de Naciones Unidas.
Los agentes de la CIA Lawrence Lunt, Everett Jackson, Long Tur y Claudio Rodríguez Morales, que iban cumpliendo en La Habana 12 de sus 30 años de condena, fueron liberados en 1979, un año después del fracasado intento de intercambio por prisioneros uruguayos, cuando Fidel Castro propuso canjearlos por cuatro portorriqueños del Movimiento Nacionalista, prisioneros de Estados Unidos por «terroristas».
Huber Matos salió en libertad en 1979, después de cumplir los 20 años a los que había sido condenado, y se radicó en Miami, donde dirigió una organización de exiliados cubanos denominada Cuba Independiente y Democrática.
Natán Sharansky, el enroque de Massera, fue condenado a 13 años de trabajos forzados en un gulag de Siberia, y fue canjeado en 1986, en Berlín, por dos espías checoslovacos, Karel Koecher y su esposa, Hana, que habían logrado infiltrarse en las estructuras de la CIA. Los Koecher fueron recibidos como héroes en Checoslovaquia y Sharansky se radicó en Israel, donde llegó a ocupar los cargos de ministro de Industria y del Interior, además de ser electo diputado por el derechista partido Likud.
FUENTES
Las fuentes documentales de este informe pueden consultarse en National Archives (www.archives.gov), según las siguientes referencias: «Despachos diplomáticos desde Montevideo a Departamento de Estado: Release and exile of first secretary of the communist party, 1975, January 7, 17:03 (Tuesday)»; «Relations with communist countries: soviet cultural center dissolved by gou, 1975 July 21, 20:30»; «Proposed prisoner swap 1978 November 24»; «Possible soviet-uruguayan trade agreement 1975 January 15»; «Possibility for political prisoner exchange 1978 April 24»; «Despachos diplomáticos desde Santiago a Departamento de Estado»; «Soviet interest in Luis Corvalan 1973 December 8»; «Corvalan/Bukovsky exchange 1976 December»; «Goc leaves door ajar on Corvalan/Bukovski exchange 1976 November 5»; «New activity in Clodomiro Almeyda case 1975 January 3»; «Release of Clodomiro Almeyda to Romania 1975 January 15», y «Release of ex-fonmin Clodomiro Almeyda 1975 January 11».
Canjes exitosos
A diferencia de la uruguaya, la dictadura chilena demostró mayor habilidad de negociación y concretó el canje de varios y notorios prisioneros políticos, atenuando las campañas internacionales por la violación de derechos humanos. El general Augusto Pinochet supo, por un lado, respaldar al secretario de Estado Henry Kissinger (que lo amonestaba en público y lo respaldaba en privado), a la vez que obtenía ventajas económicas.
Una semana después de la liberación de Rodney Arismendi en Montevideo, el 11 de enero de 1975, el secretario general del Partido Socialista chileno, Clodomiro Almeyda, prisionero desde el golpe de 1973, fue liberado junto con otras personalidades políticas del gobierno de Allende y embarcado en un avión hacia Bucarest, primer destino de su exilio; una década después regresó clandestinamente a Chile cruzando la cordillera en mula desde Argentina. Al hacer el anuncio, el ministro del interior, el general César Benavides, argumentó: «La decisión de liberar a estos detenidos de alto nivel es una prueba categórica para el mundo de la generosidad y buena voluntad en materia de derechos humanos».
Pero las verdaderas condiciones de la liberación fueron reveladas por el ministro de Coordinación Económica de la dictadura chilena, Raúl Sáez, al embajador estadounidense David Popper, el 4 de enero: «Sáez está particularmente interesado en la liberación de Almeyda porque este firmó un acuerdo económico con el gobierno alemán en julio de 1973» (el préstamo quedó en suspenso cuando se produjo el golpe). Mientras Almeyda (y Jorge Tapia, exministro de Justicia en el gobierno de Allende) ya estaba en camino a Rumania, Sáez viajó a Bonn para levantar el embargo del préstamo de 21 millones de marcos. Según el embajador Popper, además del préstamo, el objetivo de Pinochet era tener una baza en la reunión de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que el año anterior había aprobado una resolución sobre Almeyda.
La liberación del secretario general del Partido Socialista fue una jugada a tres bandas, para beneficio de todos: Estados Unidos, Rumania y Chile (y el propio prisionero). Fue el antecedente que facilitó el canje de otro prisionero, Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista chileno, compañero de prisión de Almeyda en un campo de concentración de la isla Dawson. Ocurrió en diciembre de 1976 y exigió una trabajosa negociación. Los primeros tanteos ocurrieron en Washington en diciembre de 1973, cuando el embajador soviético Anatoli Dobrynin le planteó al secretario de Estado Kissinger el temor del Kremlin sobre una «inminente» ejecución de Luis Corvalán. Diplomáticos estadounidenses en Santiago sondearon a personeros de la dictadura, quienes negaron tal posibilidad. Después de la liberación de Almeyda, Moscú aprovechó la campaña de denuncias de organismos internacionales para proponer un canje del comunista Corvalán por Vladimir Bukovsky, escritor y disidente soviético.
En las negociaciones efectuadas en Washington participaron los embajadores de la Unión Soviética, de Chile y de Suiza. El intercambio en sí, concretado el 18 de diciembre, fue puntillosamente planificado: un avión de Aeroflot con Bukovsky, su madre, su esposa y su hijo aterrizaba, pasado el mediodía, en el aeropuerto de Zúrich; casi simultáneamente descendía un avión de Lufthansa en el que viajaban Luis Corvalán y agentes de la inteligencia chilena. El embajador Nathaniel Davies (quien, en 1973, había tenido una actitud muy benevolente con el golpe de Pinochet) y el embajador chileno itinerante en Europa, Abelardo Silva, aguardaban en la pista. Ambos esperaron a que descendiera Corvalán, quien fue conducido por Davies al avión de Aeroflot (los soviéticos no permitieron la presencia de ningún funcionario chileno cerca del aparato) y regresó escoltando a Bukovsky y su familia hasta una oficina privada del aeropuerto, donde el disidente soviético aceptó una conferencia de prensa informal en la que (para disgusto de Davies) propuso, en tono jocoso, un canje de Leonid Brézhnev por Pinochet.
El avión soviético con Corvalán a bordo partió para Moscú inmediatamente. Bukovsky se decidió por instalarse en Gran Bretaña, con lo que descartó la oferta de radicarse en Estados Unidos. En Santiago, a la misma hora, el general Gustavo Leigh confirmaba el éxito del canje y propuso otro intercambio: el de varios dirigentes socialistas y comunistas por el disidente cubano y agente de la CIA Huber Matos, sentenciado a 20 años de cárcel por traición. No prosperó, como no prosperó más adelante su canje por el dirigente comunista uruguayo y matemático José Luis Massera (véase la nota principal).