Rompiendo el silencio de secuestros

Gabriela Schroeder denunció su secuestro

Romper el silencio

Mauricio Pérez
13 noviembre, 2020

Los crímenes cometidos contra niños y niñas durante el terrorismo de Estado es un tema que lentamente comienza a visibilizarse. Hace algunos años, esos niños, hoy adultos, empezaron a contar sus historias y, de cierta forma, a reconstruir el pasado. Una de esas niñas, Gabriela Schroeder, presentó una denuncia penal ante la Justicia para que se investigue su secuestro y desaparición.

Gabriela Schroeder tenía 4 años, pero recuerda lo que pasó. Se acuerda de que los captores llegaron a su casa en la madrugada mientras su madre, su padrastro, ella y sus dos hermanos dormían. Recuerda que entraron con mucha violencia, que su madre intentó tranquilizarla diciéndole que eran «unos amigos», que los metieron en un auto y que se los llevaron –a los cinco– a una casa donde había otras personas.

Recuerda la última vez que habló con su padrastro, la última vez que vio a su madre. Que sus captores estaban todo el tiempo armados, el ruido del tren. Y que casi dos semanas después, ella y sus dos hermanos –que eran más chicos– fueron abandonados en la puerta de una clínica o de un hospital; al otro día, se reencontraron con su abuelo y con su tío, que desde el 13 de mayo los buscaban sin pausa.

Gabriela Schroeder es hija de Rosario Barredo y de Gabriel Schroeder (asesinado en un operativo de las fuerzas conjuntas el 14 de abril de 1972); su padrastro es William Whitelaw. Barredo y Whitelaw fueron dos militantes escindidos del MLN –integrantes de la agrupación Nuevo Tiempo– asesinados en Buenos Aires junto a los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, el 20 mayo de 1976.

Días atrás, Schroeder presentó una denuncia penal en Uruguay por su secuestro y desaparición, con el argumento de que se trata de un crimen de lesa humanidad, que tuvo como víctima a tres niños de corta edad. Su objetivo es avanzar en la búsqueda de la verdad sobre lo que pasó con ella hace 45 años, pero también aportar a la construcción de la memoria colectiva y que la sociedad uruguaya pueda dimensionar lo que pasó durante el terrorismo de Estado.

REENCUENTRO

Hace cinco años Schroeder decidió radicarse en Uruguay tras vivir 25 años en Chile. Fue el retorno al país donde vivió parte de su niñez y toda su adolescencia, y el paso definitivo para cerrar el círculo de su historia; un proceso que la llevó a escribir un libro –que pretende publicar en breve– y que le permitió reconstruir la historia de sus padres, entenderlos y también perdonarlos.

Concluir ese proceso la llevó a presentar una denuncia penal por su secuestro y desaparición, crimen que aún se mantiene impune. «Cuando llegás a ese momento de más fortaleza, estás más firme para abordar otras cosas y dar otros pasos […]. Es un tema personal, de crecimiento, de búsqueda, de entender muchas cosas», explicó Schroeder a Brecha.

Para esto, sin embargo, también influyó la aparición de nueva información sobre la represión en Argentina, en particular la existencia de la casa Bacacay, un centro clandestino de detención ubicado en el barrio Floresta (Buenos Aires), en la misma manzana donde funcionó Automotores Orletti. Se estima que allí estuvieron recluidos decenas de uruguayos detenidos en los primeros meses de 1976, entre ellos Ary Cabrera y Manuel Liberoff (ambos desaparecidos), Barredo y Whitelaw (veáse «El lento desmonte de la mentira», Brecha, 10-VII-20). Por la fecha del secuestro, también podrían haber estado en ese lugar Michelini y Gutiérrez Ruiz, aunque esto es parte de la investigación que se está llevando adelante en Argentina.

Según Schroeder, la aparición de este centro permitió «mover este tema» y comprender algunos de sus recuerdos. «Me cerraron todas las cosas que no me cerraban de Orletti, fue bastante fuerte. […] Mis recuerdos coinciden con los testimonios de otras personas: estuvimos en Bacacay, no en Orletti», afirmó. Eso fue lo que le dijo al juez argentino Daniel Rafecas al declarar durante tres horas en la investigación penal en curso en Argentina tras la aparición de este centro clandestino. Fue lo que declaró ante el fiscal Ricardo Perciballe al ratificar la denuncia presentada en Uruguay.

Según Schroeder, la indagatoria penal sobre su secuestro no será sencilla, porque ya pasaron más de cuatro décadas. Pero el impulso de la causa Bacacay en Argentina, donde hay un equipo investigando, abre una pequeña esperanza de poder avanzar aun más en conocer qué fue lo que pasó. «Mucha [información] tiene que estar allá», explicó.

En este sentido, dijo que esta denuncia es parte de su compromiso con la búsqueda de verdad y justicia, pero no quiere que se convierta en una carga: «Eso sería injusto y lo que estoy buscando es justicia. La mayor justicia ha sido que no pudieron con nuestras almas, no pudieron. A pesar de todo crecimos bien, felices, disfrutamos la vida. No sólo sobrevivimos, sino que vivimos».

PRIMAVERA

Además de buscar la verdad sobre su secuestro, la denuncia penal pretende ayudar a visibilizar la situación de los niños secuestrados y desaparecidos por el terrorismo de Estado. Según Schroeder, este tema no ha sido suficientemente abordado en Uruguay, por lo que no existe una real dimensión de lo que pasó en esos años y lo que esos niños debieron enfrentar. Los motivos para que eso sucediera son diversos.

Una hipótesis es que quienes tenían la posibilidad de hacer visibles estas situaciones eran los adultos, que cargaban con sus propias mochilas, con su propio dolor. «Cada caso es diferente, creo que hay una parte importante de protección [de la familia]. Esa invisibilización es de buena fe, una forma de intentar proteger, eso de sentir que si tapamos el sol con el dedo, el sol no existe. No hablamos, no te exponemos, para que no te duela. Y eso queda en un rincón», expresó. Por el contrario, visibilizar estas historias puede ayudar en la reparación: «Si fuiste sujeto de una violencia tremenda y quedás invisibilizado en un rencor, porque el dolor de todos es mayor que el tuyo, ¿cómo liberás ese dolor?, ¿cómo lo sacás?».

Esto comenzó a cambiar en los últimos años, cuando esos niños, hoy adultos, empezaron a contar sus historias: «Las víctimas crecimos, nos hicimos fuertes y ahora tenemos voz. Estamos rompiendo el silencio. Somos los niños de antes que estamos rompiendo el silencio». En este proceso fue clave, por ejemplo, la formación de un colectivo, Memoria en Libertad, que permitió hacer confluir esas historias y que esos relatos aparecieran, se colectivizaran.

Según Schroeder, este proceso que se abrió permitirá empezar a construir el futuro con cierta paz. «Visibilizar esto que nos pasó a los niños, que éramos absolutamente inocentes, demuestra que la teoría de los dos demonios es una tontería, que no es real. Esa teoría nos destruye como sociedad, porque nos está polarizando, seguimos en un enfrentamiento de unos contra otros que no tiene sentido, que nos hace daño, que mal construye. Romper con eso es muy sano», enfatizó.

En este sentido, hablar sobre lo que pasó ayuda a concebir que esos niños fueron víctimas del terrorismo de Estado, pero como un proceso proactivo, no paralizante. «Una cosa es decir “yo fui víctima” y otra es victimizarse», explicó. «Yo fui víctima, claramente fui víctima. Me pasaron cosas muy malas sin que haya tenido ninguna responsabilidad. Ergo, fui víctima. Pero después no viví como una víctima, que es distinto», afirmó Schroeder.

Por esto, espera que la denuncia penal sea la «punta del iceberg» y que se llegue a la dimensión de lo que pasó. «En Uruguay no nos hemos hecho cargo. Obviamente me gustaría obtener certezas, dónde estuve, quiénes fueron y sobre todo por qué. Porque hay muchas dudas del porqué, por qué nosotros. O sea, nosotros fuimos un medio para torturar a nuestros padres, pero por qué mi madre y mi padrastro. ¿Por qué?».

 

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