en el 44 aniversario del golpe militar en Argentina

Ana Iliovich guardó nombres y fechas en un cuaderno que fue clave en la megacausa La Perla

La lista de Iliovich

Cada quince días la sobreviviente era llevada a su casa, donde anotó a escondidas todo lo que vio y vivió. Tras la dictadura, entregó esos datos a la Conadep.

24 de marzo de 2020

Por Marta Platía

Desde Córdoba

 

 

Invierno de 1977. Ya había pasado poco más de un año desde su secuestro el 15 de mayo de 1976, cuando Ana Iliovich se dio cuenta de que los represores la iban a dejar vivir un tiempo más. “Día a día veía a los que se llevaban al pozo y esto me fue enfermando cada vez más”, atestigüó en el megajuicio La Perla-Campo de La Ribera en abril de 2014. 

A esa rutina mortal se sumó en el pesar de la cautiva lo que los torturadores comenzaron a hacerle a algunos de los prisioneros: “Como se sentían dueños de sus vidas y zozobras, los sacaban del campo de concentración y los llevaban a ver a sus padres, a sus familiares”. declaró. Contó que hasta comían en la misma mesa con los aterrorizados parientes de la víctima, como un modo de prolongar la prisión más allá de los sitios de exterminio. Ejercieron así otra refinada, perversa manera del tormento y el terror colectivo. Les permitían a algunos de los que consideraban sus prisioneros directos vivir una ficticia cotidianidad, un fulgor de cercanía familiar, para luego llevarlos de regreso al encierro. A la muerte. A la tortura física, psicológica. A la esclavitud. A La Perla.

Afuera quedaban los seres amados sumergidos en la pavura y la atroz incertidumbre.

Fue después de una de esas visitas a su familia en Bell Ville, donde nació en 1955, cuando Ana tuvo la idea que le ayudaría a sobrevivir a la “literal asfixia” a la “falta de aire” que había comenzado a cerrarle el pecho, el cuerpo, la vida. Empezó a memorizar nombres y fechas y escribirlos cada vez que la llevaban a su casa. De esa manera fue que combatió lo que llamó “el síndrome cucaracha”, frente al tribunal del megajuicio.

Antes de desaparecer como “el ser humano que era”, grababa en su cerebro y de a puñados, los nombres que aparecían en las listas que había en las oficinas de La Perla donde la sometían a trabajo-esclavo junto con otros cautivos. “Dejé de sentirme una cucaracha, que es lo que ellos habían logrado, y me convertí en una cucaracha escribiente”, dijo ante los jueces. Una versión femenina del Gregorio Samsa de Kafka. Una que sirviera para sobrevivir y vivir.

La sala de torturas de La Perla.

Ana Iliovich contó que “guardaba” en su mente “de a diez nombres por vez, con sus respectivas agrupaciones y fechas de caída”, tal como la burocracia de la maquinaria de muerte de La Perla había anotado. Y que, cada quince días cuando la llevaban a su casa, se encerraba en su dormitorio y los escribía en “un cuadernito Gloria de esos que llevábamos a la escuela, y que mi papá guardaba con mucho coraje en una caja fuerte”.

Cuando en marzo de 1978 le dieron “la opción para salir del país” que se les daba a los presos reconocidos “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional” y voló a Perú, Ana llevó el cuadernito con las listas. Al regreso, en 1983, pudo entregárselo a los miembros de la Conadep.

Treinta y un años después, en el juicio a Luciano Benjamín Menéndez y más de medio centenar de represores, el fiscal Facundo Trotta, en una larguísima audiencia, le preguntó a Ana, nombre tras nombre, por cada uno de ellos. “A muchos no los ví personalmente –aclaró Iliovich– pero estaban en las listas de La Perla. Había nombres desde enero de 1976, desde antes del Golpe. A los que no ví, pero los nombraron, los memoricé. Y cuando no se daban cuenta hasta los anotaba en papelitos mínimos y me los guardaba entre la ropa”. 

“Así saqué números de documentos de identidad. No aprendí de memoria esos DNI, eso sería imposible… Pero sí fechas de caídas (secuestros). A otros los anoté porque los conocí personalmente en el tiempo en que estuve en La Perla. Compañeros entrañables… Pero todos los anotados estaban porque los ví o estuvieron, aunque no hayan pasado en la misma época que yo”, recalcó una y otra vez, para que no quedaran dudas.

Así Ana Iliovich nombró al sindicalista René Salamanca, líder de SMATA, uno de los primeros secuestrados y asesinados en La Perla. Y a Tomás Di Toffino, compañero de lucha de Agustín Tosco en Luz y Fuerza, a quien mantuvieron cautivo varios meses y asesinaron en febrero de 1977. Un hombre que “por tener mucha experiencia en resistencia obrera y ser más grande que nosotros, ayudó con su temple y su dignidad a los que éramos más jóvenes”, lo describió después. 

Ana recordó y dio testimonio también por Graciela Doldan, una militante que fue compañera del líder montonero Sabino Navarro, una mujer por la que el represor Ernesto “Nabo” Barreiro “había desarrollado un sentimiento personal”, según él mismo admitió en el  juicio. Y al “Sapo” Ricardo Ruffa. Todos ellos militantes reconocidos antes y después del Cordobazo.

Iliovich también anotó los nombres de Silvina Parodi, la hija embarazada de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba, Sonia Torres; y de su esposo, Daniel Francisco Orozco. “Ví los dos nombres en las listas. Los anoté. Silvina y Daniel ya no estaban en el campo cuando yo caí”, le aclaró a la querellante de Abuelas Marité Sánchez, quien luego apuntó que “ese dato es coincidente con lo que sabemos de los traslados que sufrió Silvina hasta que tuvo a su hijo y se lo robaron”.

-¿Y ustedes cómo sabían que los mataban?-, le preguntó el fiscal Trotta en la audiencia.

-Ellos (los represores) comentaban eso. Comentaban incluso cómo los mataban. Que abrían fosas… Y cuando venía el camión -al que los prisioneros rebautizaron como “Menéndez Benz”- todo era más obvio. A la gente la llamaban por números. Todos esperábamos que nos llamaran con nuestro número. Era una cosa absolutamente azarosa y arbitraria… Los “viejos”, los que estábamos hacía tiempo, sabíamos de qué se trataba. Se llevaban a la gente y un tiempo después comentaban sobre “el pozo”. Y el pozo era la muerte. Uno alguna vez al pasar, comentó lo de los fusilamientos, y otras veces pasó que alguno de nosotros vio la manera en que los ataban antes de llevárselos…

En la lista de Iliovich figura la familia Coldman (padre, madre e hija: David, Eva Wainstein y Marina); Rosa Assadourián, a quien mataron en la tortura y cuyo cadáver -aún no se sabe porqué- sí entregaron a su familia. “A Rosa -contó su hermana María Sonia en su testimonio- la mataron de una forma terrible: le arrancaron los ojos, la nariz y la boca“. La mutilación como otro modo de sembrar terror a sus deudos.

Ana Iliovich dio fe de haber visto y anotado el nombre de la adolescente Alejandra Jaimóvich, de 17 años, “salvajemente violada y torturada por el plus de ser mujer y judía”. Y a los también jovencísimos Oscar Liñeira y Claudia Hunziker, “que era hermosa hermosa, y tenía el pelo rojo…”. 

La mujer-memoria, la Ana que sobrevivió para escribir y contar, recordó también ante los jueces al albañil Luis Justino “El Negro” Honores, de la UOCRA, quien murió luego de una feroz sesión de tortura en la cuadra de La Perla. De contextura fuerte por su trabajo, fueron varios los testigos que atestiguaron sobre su terrible agonía “durante días y noches” hasta que murió en brazos de otro compañero, Eduardo Porta, que lo cuidó hasta el final.

Iliovich nombró al matrimonio Mónaco-Felipe. Los habían secuestrado en Villa María, donde Ester y Luis acababan de tener una bebé. Ester Felipe es la hermana de Liliana Felipe -la cantante argentino-mexicana-, y su esposo Luis, que trabajaba como periodista en el canal de la Universidad Nacional de Córdoba, hijo del artista plástico del mismo nombre.

-¿Usted los vio?-, quiso saber el fiscal.

-Sí los ví y hablé con ella. Y fue muy terrible porque tenían una bebita muy chiquita (Paula Mónaco Felipe, quien sobrevivió y ahora ejerce el periodismo en México) y ella, Ester, me contó que tenía los pechos llenos de leche… 

En este punto de su testimonio, Iliovich se envolvió en sus propios brazos y se permitió sollozar por breves instantes. “Mire… es de las cosas más terribles que me acuerdo porque después he tenido hijos y sé de qué se trata. Los mataron. A los dos los mataron”, denunció. La testigo anotó en su cuaderno que “fue en febrero de 1978”. Hacía poco menos de un mes que Ester había dado a luz a su beba cuando los secuestraron.

Entre los sindicalistas y dirigentes gremiales, la testigo también recordó a Eduardo Requena, líder de los docentes y a Julio Roberto Yornet, que fueron secuestrados juntos de un bar en pleno centro de Córdoba el 23 de julio de 1976 y fusilados en La Perla.

Iliovich tampoco se olvidó de quienes la secuestraron a ella: “Fueron (Héctor Pedro) Vergez; (Ernesto ‘Nabo’) Barreiro; (Luis) Manzanelli; (Ricardo ‘Fogo’) Lardone y (Exequiel ‘Rulo’) Acosta”, declaró. Además aseguró haber visto en La Perla “al ‘Chubi’ López (José Arnoldo López), a (José Carlos “Juan XXIII) González, a (Emilio César) Anadón, al ‘Salame’ Hermes Rodríguez, al (coronel Raúl) Fierro, a (Héctor) ‘Palito’ Romero y al que le decían ‘HB’ (Carlos Alberto Díaz). Todos torturaban. Claramente, verdugos eran todos”, acusó.

¿Y a Luciano Benjamín Menéndez lo vio?“, le preguntó entonces el fiscal Trotta. “Sí, Menéndez iba bastante seguido a La Perla. A veces entraba en la cuadra y nosotros estábamos con los ojos vendados, pero espiábamos por debajo y lo veíamos. En una ocasión a los detenidos, ya en el ´77, nos hicieron hablar con él. Se trataba de los que íbamos quedando. Esa fue la vez en que lo vi personalmente.

Antes de irse de la sala de audiencias que estaba llena aún cuando el juicio cumplía ya dos años, Ana Iliovich pidió leer fragmentos de un poema en memoria de sus compañeros desaparecidos. Eligió uno de Juan Gelman

“Cada compañero tenía un pedazo de sol/

en el alma/ el corazón/ la memoria/

Cada compañero tenía un pedazo de sol/

y de eso estoy hablando. 

Solcito que se apagaba así/

todavía alumbrás esta noche/

en que estamos mirando la noche/

hacia el lado por donde sale el sol”.

Entrevista con la titular de Abuelas de Plaza de Mayo

Estela de Carlotto: “No bajamos

el ánimo, seguimos luchando

para no olvidar” 

24 marzo 2020

Por Ailín Bullentini

A Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, se la escucha serena e informada. “El mundo está viviendo una emergencia tremenda, con virus desconocido que se está tratando de combatir, la vacuna quizá venga de acá a un año y mientras tanto hay vidas que se pierden”, introduce la charla telefónica en la que destaca las acciones del Gobierno, que “se ha anticipado a darnos buenos consejos”. Y pide cumplir la cuarentena “a ultranza para evitar contagios”, seguir “sencillas normas de limpieza” en la casa y “lavarse las manos”. Recién después observa que “justo estos tiempos difíciles nos encuentran un 24 de marzo”.

— ¿La entristece no poder estar en la Plaza de Mayo?

— No, verdaderamente, porque creo que eso pasó a segundo plano. Que no podamos estar en la Plaza de Mayo es por una emergencia de vida y la vida está primero que una marcha. Si te cuesta la vida, si cuesta la vida de nuestros hermanos, sencillamente no es prioridad. Lo que nunca nos deja de importar, lo que siempre nos ocupa y lo que no perdemos de vista es el recuerdo, el ejercicio de la memoria por nuestros desaparecidos y desaparecidas. Entonces, si tenemos que cumplir con una cuarentena, podemos pensar otra forma de visibilizar ese ejercicio de recordar. Y eso hicimos los trece organismos que integramos la mesa nacional. Los medios de comunicación nos van a ayudar y además contamos con la seguridad de una sociedad que tiene memoria. Sabemos que el pañuelazo blanco, esa acción que ideamos en medio de la pandemia, se va a ver en todo el país. Confiamos en que nuestra lucha ya es la de todos.

— ¿Cómo fue la organización de medidas no presenciales?

— Como cada año, preparamos cada 24 de marzo con mucha anticipación. Y en esta ocasión, sin pensar que íbamos a tener que estar en nuestras casas, sin posibilidad de la presencia enorme de personas que tenemos en la Plaza de Mayo para recordar, para no olvidar, para reforzar nuestra democracia. Y por este tema, justamente, sobre la marcha tuvimos que cambiar la estrategia. Esta vez, en lugar de vernos en la calle, estamos pidiendo que nos acompañen poniendo un pañuelo blanco a la vista en sus casas, en donde puedan, ventanas, puertas, terrazas, balcón. Porque ese pañuelo es la lucha de aquellos a quienes les quitaron vida porque querían un país digno para todos, justicia social. Con errores y virtudes, fueron víctimas de torturas, secuestros y muerte. No sabemos dónde están, hay que seguir buscándolos. Abuelas, además, busca a los desaparecidos vivos, los nietos que la dictadura se robó, que son más de 300. Este momento de dolor y preocupación por lo que sucede con el coronavirus no nos impide recordar, hacer memoria. No bajamos el ánimo, seguimos luchando para no olvidar.

— ¿Cómo le afectó la cuarentena?

— Yo soy una argentina más que está cumpliendo la cuarentena. Con mayor preocupación porque tengo ya mucha edad, por eso soy parte de los más vulnerables. Estoy acompañada por mis nietos y mi familia de manera remota. Sobre todo una nieta que es la que vive cerca, me saluda desde la puerta, me provee de lo que necesito. No me falta nada. Solo la libertad que tenía de trabajar con las abuelas como lo hago desde hace 42 años. Pero bueno, hay que entender que esto es así, que si queremos evitar contagios y muertes tenemos que acatar todo lo que aconsejan desde el Gobierno, que felizmente se ocupa de su pueblo. 

— ¿Sufre el encierro?

 — Lo que más me costó hasta ahora es dejar mi rutina. Durante los últimos 42 años yo dejé todo, marido, hijos, me jubilé, para dedicarme a encontrar respuestas, a encontrar a nuestros hijos e hijas y nietitos robados. Desde entonces me dediqué cien por ciento a eso. Dejaba la casa en la mañana temprano y volvía a la noche todos los días. Hoy vivo sola, pero mis días no cambiaron. Y es eso lo que extraño: llegar a la casa de Abuelas, mi segundo hogar, ver a las otras abuelas, que son mis compañeras de lucha, a los jóvenes que trabajan con nosotras. Y a mi familia, el hecho no abrazar a mis nietos y bisnietos, no poder festejar los cumpleaños de quienes cumplen en este momento. Esa vida familiar que tenemos los argentinos. Pero bueno, acá tengo una casita sencilla en un barrio sencillo de La Plata. Con un jardín adelante que guarda el árbol que plantó mi marido con mi hijo Remo, y otro atrás con un montón de plantas y verde, adonde puedo salir a pasar un rato y tomar aire fresco.

Entrevista con la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo

Hebe de Bonafini: “Después de

esta pandemia otra vez hay que

pensar en crear un nuevo mundo”

24 marzo 2020

La pandemia del coronavirus podrá quebrar los “mercados” financieros internacionales, colapsar los sistemas de salud de los países del llamado “primer mundo” y hasta recluir a millones de personas en sus casas. Pero hay algo que no podrá avasallar: la memoria. A 44 años del último golpe de estado cívico-militar, las Madres de Plaza de Mayo, que por primera vez no podrán marchar en su plaza, armaron una jornada virtual que abarcará desde mensajes de personalidades de la política y la cultura y la publicación de imágenes inéditas de su archivo histórico, hasta el estreno de la película Todos son mis hijos, realizada y producida íntegramente por la Asociación Madres de Plaza de Mayo. “Nosotras tratamos de no dejar de hacer cosas, entonces convertí mi cocina en la plaza y todos los jueves le hablo a la gente como si estuviera con ellos”, dijo Hebe de Bonafini en diálogo con PáginaI12 y adelantó que este 24 de marzo “ya me grabé y se está armando un programa muy interesante con muchas adhesiones y con cosas muy lindas”. La histórica luchadora, además, quiso reconocer el trabajo del Presidente Alberto Fernández frente a la pandemia: “Este 24 se lo vamos a dedicar a los desaparecidos pero también a este gobierno. A Fernández y a sus ministros, pero sobre todo a él porque se ha puesto este país, arrasado y sin nada, al hombro”, sostuvo con firmeza y afirmó que el Presidente “sobre todo le ha dado muchísimo valor a la vida, que es por lo que nosotras siempre luchamos y peleamos”.

A partir de las 15.30 comenzará la transmisión especial que podrá sintonizarse en el canal de Youtube denominado “Asociación Madres de Plaza de Mayo”, o desde el Facebook oficial de las Madres. A las 20 se hará la proyección y estreno de la película que, según Hebe , “es muy hermosa, sobre todo porque no tiene final”. “Recién me dijeron que escribió Rafael Correa algo muy lindo, y además hay un montón de mensajes de gente que está muy cerca de las Madres”, dijo Bonafini y agregó que “estará muy completo y también se leerá poesía”.

Con respecto a cómo están transitando la cuarentena obligatoria las Madres, contó que están cada una en sus casas, algunas asistidas por sus hijos y otras por vecinos, pero que están bien aunque un poco “tristonas” porque es la primera vez que dejan la plaza y porque tuvieron que cerrar la Casa de Las Madres.

Hebe resaltó que le parece fundamental la medida que tomó el Gobierno “de ayudar a la gente de los barrios que no se puede quedar en la casa, como nosotros, porque viven en casillas muy chicas y tienen muchas necesidades”. En ese sentido, destacó que las Fuerzas Armadas estén colaborando en la repartición de bolsones de comida y agua potable. “Hace rato que el Ejército no es el mismo y es el que nos corresponde. Es el Ejército que armaron Cristina (Fernández), Néstor (Kirchner) y Nilda Garré”, precisó. También subrayó que la situación en esos barrios es “tremenda” y es parte “del país arrasado que nos dejó el macrismo”, al igual que los problemas en el sistema de salud: “El gobierno anterior desarmó hospitales, el Ministerio de Salud, y por eso ahora hay que rearmar todo y buscar lo que tiraron”, denunció. La presidenta de las Madres quiso destacar el trabajo que están realizando un grupo de jóvenes en Rosario que trabajan en el diseño de respiradores artificiales de bajo costo. “Me parece que es una etapa de mucha creatividad y en esa línea también hay que reconocer el enorme trabajo que están haciendo los artistas para que la gente se entretenga en sus casas”.

Esta pandemia, para Hebe, “tiene que enseñarnos el enorme valor de la solidaridad. Esa solidaridad que era la base de los revolucionarios junto con la lealtad”, dijo y agregó que “tenemos que pensar que no tenemos que contagiar al otro porque ese es un crimen que cometemos al creernos, en nuestra soberbia, que podemos salir, viajar y encima exigir que nos traigan en un avión especial”. “Yo creo que luego de esta pandemia otra vez hay que pensar en crear un nuevo mundo”, opinó, y puso como ejemplo a Cuba y a China: “La solidaridad de los cubanos es maravillosa. Lo mismo que los chinos que tienen una gran disciplina. Nosotros somos indisciplinados, prepotentes y soberbios y tenemos mucho por aprender”, reflexionó.

A su vez, Hebe resaltó el rol de distintos intendentes bonaerenses y el del gobernador Axel Kicillof, que “encontró la provincia con cero pesos”. “Cuando uno ve a esos intendentes que se rompen el alma, a gobernadores que están al pie del cañón y a un Presidente que nos habla dos o tres veces por día, se da cuenta que no nos han vencido y que no nos van a vencer porque nosotros siempre trabajamos para los otros”.

Por último, adelantó que en el video que grabó y que se conocerá hoy se dedicó a explicar quiénes eran los militantes asesinados en la dictadura que comenzó en el 76: “Hablé acerca de cuántos eran y de qué agrupaciones. Eran millones de personas comprometidas con la revolución, no eran pequeños grupos; había periodistas, curas, monjas, sindicalistas, médicos y psicólogos, todos comprometidos”, señaló. Luego indicó que desde Madres, “lo que hemos hecho siempre es solidarizar la maternidad por eso los pañuelos representan a todos. No tienen nombre. El pañuelo es amor, esfuerzo, trabajo; representa la plaza, las pequeñas victorias, y también la lucha y la vida”.

Informe: Melisa Molina.

Dos pañuelos

24 de marzo de 2020

Por Luis Bruschtein

Tengo dos pañuelos blancos en mi casa desplegados sobre la biblioteca. Uno era de mi madre Laura Bonaparte, y el otro de Olga Aredes. Hoy pude vencer la reticencia a exponer a la intemperie estas reliquias entrañables y las colgaré en el balcón de mi casa. Podría haber recortado triángulos de tela blanca pero no hubiera sido lo mismo. El 24 pasa por fuera y también por dentro. Y los pañuelos de mi madre y su amiga en el balcón, es lo que se verá, pero también es lo que me pasa a mí y lo que yo entiendo que le pasa a todos este día.

Recuerdo en México, en 1979 creo, a mi madre escribiendo. Pregunté qué hacía. Y me dijo: “hay que escribir a la ONU para que declare delito de lesa humanidad a la desaparición forzada”. Era una campaña de Amnistía, donde ella colaboraba. La miré con escepticismo y hasta con pena. Pensé que al menos eso le hacía bien, que le servía de consuelo. El tonto era yo. Ella estaba pensando en que era la única forma de que no prescribieran los delitos de la dictadura y pudieran ser juzgados alguna vez. Y estaba pensando en juzgarlos cuando todos los demás pensábamos que ni siquiera íbamos a poder regresar.

El otro pañuelo me lo dio Olga porque la acompañé a las primeras marchas que se convocaban en el pueblo de Libertador General San Martín, en Jujuy, para la Noche del Apagón. Había viajado también cuando ella hacía sola las rondas en la plaza y nadie del pueblo se atrevía a acompañarla por no desafiar al omnipresente ingenio Ledesma.

Ese día sentí tanta vergüenza, mucha vergüenza, cuando la ví con su cartelito de palo y cartulina y su pañuelo, dar vueltas sola a la plaza. Podría haber sentido orgullo de ella y las demás madres, pero sentí vergüenza por nosotros. No tiene sentido que me expliquen si tenía razón o no. Me transmitió vulnerabilidad, abandono, desprotección, soledad infinita, negrura. Imposible de soportar. No sabía dónde meterme mientras ella caminaba.

Pero Olga, como las madres, –como mi madre– lo soportaba, con la fotografía de su marido clavada con chinches a un palo, su marido el doctor Luis Aredes, el ex intendente secuestrado y desaparecido. Y lo podía soportar porque ella no estaba pensando en ella, como pensaba yo, sino en su desaparecido. Y todo lo demás quedaba relegado.

En cada Madre de Plaza de Mayo, en las Abuelas y Familiares, hay una historia así, que me supera. Esa carga poderosa es como el diamante que surge del carbón, un tesoro forjado en la historia más atroz de la dictadura, que nos excede como personas y sustrae de esas biografías una música coral que se incrusta en el alma popular de este país.

Allí vamos a buscar lo más noble cada 24 de marzo. Son ellas también por supuesto, pero es más que ellas, es el valor, no de valentía, sino de pureza, de desprendimiento impregnado de amor, esa vibración invencible que las sostuvo en cada vuelta.

Esta sociedad supo parir lo monstruoso. Y para derrotar a la monstruosidad que había parido, hizo nacer a lo más virtuoso. Y así asistimos a ese duelo mítico entre colosos desalmados y almas sublimes. Ya no son los represores y las Madres, sino lo que ellos y ellas significan. Se descarnaron como en los mitos griegos y se convirtieron en paradigma, valores éticos y morales, emociones básicas y duras. Constituyen la personificación argentina de una batalla que comenzó con la humanidad.

Detesto ser pomposo. No va conmigo. Pero es como me surge explicar lo que significan para mí estos dos pañuelos, esta fecha y este acto que no se hará en la plaza sino en los corazones. Es lo que significa para mí y lo que me parece que significa para el país. Lo que una sociedad inteligente puede aprovechar para aprender, para apropiarse hasta de la más mínima migaja de esta historia que será contada y repetida durante generaciones de padres a hijos en la Argentina.

El virus logró que por primera vez en mucho tiempo el acto salga de la calle, de los cuerpos apretados y el grito ronco, de la bandera gigantesca con los miles de rostros de los desaparecidos, con las Madres y los organismos de derechos humanos en la primera fila. Para los luchadores ha sido convocatoria inexorable. Para otros ha sido el único día que los convoca.

El neoliberalismo nunca entendió la esencia de esa mixtura profunda que se produjo entre sociedad y derechos humanos. Fracasó cada vez que quiso frenar el acto. Creyó que era como decir “siempre hubo pobres” o “el curro de los derechos humanos” y listo. Misteriosamente, cada vez que lo intentó, en vez de achicarlo, lo agrandó. Todavía no se dio cuenta, creo, que siempre que lo hizo agredió un rincón de la consciencia colectiva que se apropió de la historia.

Es el primer 24 de marzo después de cuatro años un gobierno que no fue amigo de los derechos humanos y no se hará el acto en la calle. Hubiera sido una vez más expresión de su vitalidad para sobrevivir. No habrá marcha, pero habrá muchos balcones con pañuelos. La salud física podrá ser, pero no está en cuarentena la salud moral de este país. Esa estará en los balcones, como los dos pañuelos blancos que sacaré de mi biblioteca.

Y sé que mi madre ni Olga los podrán ver, pero las recordaré a ellas y a todas sus amigas y compañeras a las que tuve y tengo el enorme privilegio de conocer y que me concedieron sus afectos y alegrías. Tendría que haber sido tristeza ¿no? Otro misterio, porque sus historias eran y son la tristeza. Pero luchar contra el origen de la tristeza produce una alegría. Una que brilla en la oscuridad. Increíble, si no fuera porque las conocí a ellas.

No habrá acto en la calle, lo que provocará más de una sonrisa en los amigos de los represores. Y se equivocan otra vez como se han equivocado siempre. Porque no sé si se entiende lo que estoy tratando de decir: No habrá gente en la calle pero no importa porque todo pasa en el corazón de la gente.

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La conmemoración del 24 de marzo tuvo la forma de un “Pañuelazo”

“Desde el lugar que sea,

la lucha no cesa”

La cuarentena impidió esta vez las tradicionales marchas del 24 de marzo, pero no la conmemoración. Los organismos compartieron documentos, consignas e imágenes por las redes.

25 de marzo de 2020

Esta vez, el aislamiento social dispuesto para mitigar el contagio del coronavirus impidió realizar las tradicionales marchas para conmemorar el 44º aniversario del golpe de Estado. “No estamos en las plazas como cada 24 de marzo pero estamos en unidad para salir adelante, levantando la bandera de la solidaridad”, explicaron los organismos en el documento que leyeron referentes de Abuelas de Plaza de Mayo y Madres Línea Fundadora, entre otros. “Este 24 de marzo nos encuentra en nuestras casas. Desde el lugar que sea, la lucha no cesa”, advirtieron desde la Asociación Madres de Plaza de Mayo en la transmisión especial que propusieron.

El 44º aniversario del golpe quedará en la historia por el “Pañuelazo” propuesto para sustituir la masiva movilización de cada año. Los miles de pañuelos diseñados artesanalmente no se usaron como en 2017 para repudiar un intento de beneficiar a los represores sino para adornar puertas, ventanas y balcones. La performance impidió la foto imponente de cada marcha, pero no la viralización de infinitas imágenes con los hashtags #PañuelosConMemoria que impulsó la Secretaría de Derechos Humanos y que se replicó en todas las redes sociales.

En el documento los organismos le reclamaron “mayor celeridad” a los tribunales que juzgan represores y le encomendaron al Poder Legislativo discutir “las herramientas legales que permitan esa aceleración”. Exigieron que se retomen las investigaciones sobre las empresas que se beneficiaron con el genocidio, “terminar con el privilegio” del que gozan los condenados en “la cárcel VIP de Campo de Mayo” y derogar el decreto de Mauricio Macri que pretendió erigir una “reserva ambiental” en ese ex centro de tortura y exterminio. También alertaron sobre “los presos y presas víctimas” del law fare instaurado durante el gobierno de Cambiemos y le pidieron a la Corte Suprema de Justicia y a las cámaras federales “no demorarse más” en “reparar” los daños que “muchos de sus integrantes ayudaron a materializar”.

“No se borra la memoria el 24 de marzo porque no haya marcha”, explicó Nora Cortiñas, que esta semana cumplió 90 años. La mesa de organismos que también integran Familiares, H.I.J.O.S. Capital y la APDH difundió un video con el documento consensuado que sólo la Televisión Pública transmitó. Estela de Carlotto advirtió que “la búsqueda de nietas y nietos apropiados es cada vez más urgente”. Se resolvieron 130 casos pero faltan más de 300 y “cada año resulta más difícil encontrarlos y muchas Abuelas se han ido sin poder abrazarlos”. “Necesitamos que todas y todos nos comprometamos a apoyar el difícil proceso de quienes están frente a una duda sobre su identidad y también que quien tenga un dato sobre alguna posible apropiación se anime a decirlo”, imploró.

Lita Boitano, de Familiares, apuntó que se lograron “casi mil condenados en más de 200 juicios” pero también que “el tiempo pasa y el ciclo de la vida va marcando partidas: nuestras y de los genocidas”. “Necesitamos avanzar con mayor celeridad”, leyó. “No conformar tribunales, hacer audiencias con poca frecuencia y duración, no es trabajar para la justicia, es poner al Poder Judicial al servicio de la impunidad”, alertó, y consideró “indispensable la reforma del Poder Judicial”. “La demora es impunidad porque lo que no se juzga hoy no se podrá juzgar mañana”, remarcó.

Bella Epstein de Friszman, de la APDH, señaló que “desde 2015 se duplicó la cantidad de genocidas libres y han aumentado las prisiones domiciliarias”, alertó que “todavía existen casi 90 genocidas en la cárcel vip de Campo de Mayo, mientras hay presos comunes hacinados en cárceles” y pidió “terminar con ese privilegio”, pidió. Celebró la decisión de convertir a Campo de Mayo en un Espacio de Memoria y le pidió al presidente que derogue el decreto de Macri sobre la creación de una “reserva ambiental de la defensa”. “Ese país que tuvimos con Macri benefició a genocidas mientras persiguió y encarceló a militantes y referentes de la oposición”, dijo para introducir el tema del lawfare. Recordó que “la persecución judicial y política” se inició en Jujuy con la detención de Milagro Sala y tuvo “especial saña” con Cristina Kirchner y su familia.

Camilo Juárez, de H.I.J.O.S. Capital, agregó que “las comunidades originarias sufrieron particularmente estos procesos represivos” y retomó el tema de la persecución. “Son muchos los presos y presas víctimas de este accionar que se encuentran encarceladas por razones políticas”, dijo. Recordó la profusión de “causas armadas” y señaló que “la Corte Suprema y las Cámaras federales tienen la responsabilidad de no demorarse más” y “reparar lo que hasta hace muy poco muchos de sus integrantes ayudaron a materializar”.

”Hoy estamos en nuestras casas, pero luchando y reivindicando a las y los 30.000”, cerró Taty Almeida, de Madres Línea Fundadora. “Levantamos los pañuelos blancos”, arengó, y recordó que fueron esos pañuelos “los que reabrieron los juicios, construyeron sitios de memoria, acompañaron las luchas de los trabajadores y resistieron el negacionismo de Macri”.

La Asociación Madres de Plaza de Mayo estrenó la película Todos son mis hijos, un largometraje íntegramente realizado y producido por el organismo que preside Hebe de Bonafini, de acceso libre on line. Además, en una transmisión especial, difundió imágenes inéditas del archivo de las Madres. Esas que representan todos estos años de una lucha que, aunque cambien las formas, sigue siendo una sola: Memoria, Verdad y Justicia

 El 30 de marzo de 1982, Alejandro Segura fue detenido cuando marchaba a Plaza de Mayo

24 de marzo: la historia de una

foto emblemática de la represión

Hoy es juez laboral y miembro de la Cámara Federal de San Justo, pero se identifica como “el pibe de la foto”. Fue cuando la dictadura reprimió la masiva marcha por “Paz, Pan y Trabajo”. En la icónica imagen del fotógrafo Pablo Lasansky, un joven Segura aparece de rodillas, apuntado por un policía.

25 marzo 2020

Por Adrian Figueroa Diaz

La foto es una de las más icónicas de lo que fue la represión de Estado: un policía apuntándole con su ithaca a un joven de rodillas y manos en el suelo, que lo mira. La imagen ilustró diarios internacionales, recordatorios, libros de historia y está en una de las paredes de la ex ESMA. También está debajo del vidrio del escritorio de Alejandro Segura, su protagonista, aquel manifestante que mira a su captor y que hoy es juez laboral y miembro de la Cámara Federal de San Justo.

“Puedo contar lo que fue mi vida durante la dictadura, lo que hice y con quiénes. Podrán creerme o no. Pero esa foto es el testimonio de mi resistencia”, define el magistrado en diálogo con Página/12.

La marcha que desafió a la dictadura

La imagen retrata un tramo lo que fue la histórica movilización del 30 de marzo de 1982 por “Paz, Pan y Trabajo” organizada por la CGT Brasil, liderada Saúl Ubaldini. Esa central obrera se contraponía a la contemplativa CGT Azopardo, de Jorge Triaca, padre del ex ministro de Trabajo del gobierno macrista.

“Jamás la dictadura esperó una movilización de ese calibre. Fue la primera en que el pueblo recuperó las calles y partir de ese día las ganó”, dice el magistrado. Hubo otras, claro, pero no con la dimensión de esa. “Fue todo inesperado. Hubo mucha gente espontánea. No había columnas, todos iban dispersos hacia Plaza de Mayo”, evoca también Pablo Lasansky, reportero gráfico de la agencia Noticias Argentinas y autor de la foto.

La detención y la foto

Por entonces, Segura era delegado dentro de la Unión de Empleados de la Justicia y aquel día se concentró con sus compañeros abogados del fuero del trabajo en la sede Cerrito al 500. De ahí marcharían hacia la plaza. Eran entre 30 o 40 personas en una Buenos Aires sitiada y asediada por las fuerzas de seguridad, con y sin uniforme.

Había que llegar a Casa Rosada como se pudiera. Bajaron por Lavalle hasta Maipú, cruzaron Corrientes, Sarmiento y al llegar a la entonces Cangallo apareció un comando de la ex Guardia de Infantería de la Policía Federal con carros de asalto. “Íbamos cantando ‘se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar’”, recuerda.

“Nos tiran gases y no dispersan –narra-. Entonces tomé una pésima decisión. Noté que venía un colectivo de la línea 111. Era abogado, tenía corbata y pensé: ‘Nadie se va a dar cuenta’. Subí. Me senté y el policía que aparece en la foto paró el colectivo y me bajó junto con otros tres, me redujo y puso de rodillas.” Fue ahí cuando Lasansky obturó una y otra vez.

“Se me presentó esa situación, hice toda la secuencia de cuando lo detienen y me fui. Teníamos una forma de trabajar que era no movernos solos, hacer las fotos e irnos, porque si los milicos te veían mucho tiempo parado mirándolos, te convertías en el blanco”, recuerda Pablo, que por entonces tenía 22 años.

Luego, al llegar a la agencia la edición fue bastante rápida: “Por la simetría y composición del momento fue muy fácil de seleccionar. Es una foto muy poderosa”, definió.

Segura fue detenido. Lo subieron a un patrullero y desde ahí gritó su nombre para que quien lo escuchase pudiera informar quién era el que se llevaban. “Cuando me metieron al celular me di cuenta de que no sería una detención clandestina”, aclara. Eso lo tranquilizó. Llegó a la comisaría de Lavalle y San Martín. “Y ahí, lo que pasó fue casi increíble. Entré, me arreglé el saco, saqué la credencial de abogado y les dije: ‘Ustedes me han traído equivocados’. Y me largaron. Tan increíble como gracioso”, reflexiona.

En otro punto de la ciudad, Lasansky seguía obturando y esquivando la represión. “Me pasó algo gracioso: en un momento nos corren y yo termino con otro tipo escondido debajo de la mesa de un bar. Ese tipo era Carlos Menem”, evoca.

En tanto, Segura volvía a su casa en Villa Mitre. Saludó a su padre y a su madre sin contarles nada. Al rato llegó un familiar al que alguien que había escuchado aquel grito desde el patrullero le avisó sobre la detención de Alejandro. “Como no teníamos teléfono, fue a avisárselo a mi mamá. Pero cuando me vio, hasta le dio bronca verme”, sonríe.

A la foto la conoció dos días después de la marcha de la CGT Brasil y uno antes del inicio de la Guerra de Malvinas. Había sido publicada en un suplemento de la revista La Semana. Cuando la vio, miró la esquina en perspectiva y se dio cuenta de algo: “Había un tipo parado en Maipú y Sarmiento con un pañuelo atado al brazo, como brazalete. Ese tipo me marcó. Si no, no se explica cómo el policía me identificó arriba del colectivo”.

La historia de Alejandro Segura

Segura inició su militancia muy temprano. Desde principios de la década del ’70 militó en la JP, en una Unidad Básica de Villa Luzuriaga, de La Matanza. Mientras lo hacía, fue empleado en la justicia laboral y en el ‘79 ingresó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), fue presidente del consejo de ese organismo en San Fernando y luego lo integró a nivel nacional. Se recibió de abogado en 1981 y tuvo un largo derrotero hasta llegar a ser juez.

“La injusticia me rebela”, dice. Fue el primer juez federal que frenó los impuestazos de Mauricio Macri. Lo hizo como subrogante del Juzgado Federal de Zapala, cuando en 2016 dictó una cautelar que suspendió un aumento al gas en Neuquén. Al año siguiente pidió públicamente la aparición con vida de Santiago Maldonado, y puso una foto del artesano en su oficina del Juzgado Nacional del Trabajo N° 41.

En la actualidad integra la Cámara Federal de San Justo y es profesor universitario. Sus fallos son escritos con lenguaje inclusivo, lo decidió tras participar de los cursos bajo la Ley Micaela y porque “la Justicia es un buen comienzo para sepultar al patriarcado”. “Me considero un juez del conurbano manifiestamente con mirada en los sectores desvetajados de la sociedad”, se define.

De su oscuro partenaire en aquella icónica imagen nunca supo nada. Volvió a cruzarlo al poco tiempo, cuando fue con su padre a ver a San Lorenzo a la cancha de Vélez: “Lo miré pero no le dije absolutamente nada. Era un muchacho como yo. Ahora debe estar en algún lugar.”

El pibe de la foto

Con el tiempo, un amigo de Segura vio la fotografía e interpretó lo que podría ser un simbolismo de la represión ilegal: “Qué increíble que la sombra del milico te pegue de lleno”. Hoy, a los 62 años, el magistrado se identifica como “el pibe de la foto”.

Hasta esta charla con Página/12, Lasansky no sabía quién era el protagonista de su foto que recorrió el mundo, llegó a publicarse en New York Times y ganó el premio Interpress, otorgado en la ex Unión Soviética. “Es una imagen que ya tiene vida propia, es un símbolo. Ninguna otra que hice tuvo esa permanencia ni trascendencia. Es fuerte por su significado, es la representación de algo mucho más profundo. No muestra a un grupo de tareas ni una picana ni una sala de torturas. Pero sintetiza lo que fue ese tiempo, lo cual cumple con el objetivo de lo que es el fotoperiodismo.”

Segura guarda esa imagen en su despacho y en la biblioteca de su casa. Confiesa que cuando la ve siente “mucho orgullo” a nivel personal. Interpreta también que, a nivel colectivo, esa imagen “representa el fin de una época”. “Creían que podían hacer lo que querían –reflexiona-. Pero aquella movilización de la CGT y que yo esté ahí mirando al policía desde el piso, fueron como un despertar. Se tenía que acabar esa prepotencia. Y la historia nos dio la razón.”

Un abrazo especial en el Día de la Memoria

La canción de León Gieco

para los lectores

y los trabajadores de Página/12

En un 24 de marzo diferente, donde el calor que otorga una Plaza de Mayo colmada tuvo que ser sustituido por  las caricias que brindan los pañuelos en los balcones, León Gieco encontró su particular manera de acercar su abrazo a todos los que hacemos, leemos y compartimos Página/12.

24 marzo 2020

“Hoy, 24 de marzo, día nacional de la Memoria, la Verdad y la Justicia, quiero compartir esta canción con todos los trabajadores y lectores de Página/12“, empieza el mensaje donde canta especialmente “La cultura es la sonrisa”.

León Gieco tiene una antigua relación de afecto y compromiso mutuo con el diario. El mismo la resumió en dos anécdotas cuando se cumplieron los primeros 25 años de este diario:

“Me siento identificado con Página/12 y me resulta un problema cuando no lo tengo. De hecho, hasta lo menciono en una canción. Me acuerdo que estaba haciendo un reportaje en Uruguay y estaban Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Rubén Rada y Daniel Viglietti. Cuando canté a Galeano la parte de “Los Salieris…” que dice “compramos el Página, leemos a Galeano, cantamos con la Negra”, Benedetti me dijo que era una buena presentación respecto de lo que piensa una persona. Otra anécdota que quiero recordar es que toqué con Mundo Alas para los 20 años de Página/12, en un concierto para los lectores. Parte de la promoción de la película la hizo el diario, y el último Luna Park que figura en la película es el que hicimos para él. En varias partes de la película los chicos dicen que sueñan con tocar en el Luna. Pancho le reza al Gauchito Gil y le pide eso. ¡Y al final tocamos!” 

Desde el diario solo podemos decir, repitiendo sus palabras, que nos sentimos identificados con León Gieco y nos resultaría un problema (enorme) si no lo tuviéramos. Y creemos que este sentimiento es compartido por toda la comunidad que rodea a Página/12 y, más allá de nosotros, por todo, o casi todo, el país. 

Por suerte, aún en cuarentena, nos tenemos.

La letra de “La cultura es la sonrisa”

La cultura es la sonrisa que brilla en todos lados

en un libro, en un niño, en un cine o en un teatro

solo tengo que invitarla para que venga a cantar un rato

Ay, ay, ay, que se va la vida

mas la cultura se queda aquí

La cultura es la sonrisa para todas las edades

puede estar en una madre, en un amigo o en la flor

o quizás se refugie en las manos duras de un trabajador

La cultura es la sonrisa con fuerzas milenarias

ella espera mal herida, prohibida o sepultada

a que venga el señor tiempo y le ilumine otra vez el alma

La cultura es la sonrisa que acaricia la canción

y se alegra todo el pueblo quien le puede decir que no

solamente alguien que quiera que tengamos triste el corazón.

 

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