1976
Si 1975 había sido uno de los años más duros de la represión en el propio territorio nacional, el 76 fue, sin duda, el año en que la colaboración de la dictadura uruguaya con sus pares de la región en el marco del Plan Cóndor alcanzó su punto más alto. Esta edición especial de Brecha evoca y reconstruye aquel año bisagra.
El grueso de las más de 200 desapariciones de uruguayos se produjo ese año, fundamentalmente en Argentina. Fue el 20 de mayo de 1976, por ejemplo, que aparecieron los cuerpos acribillados de los legisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y los ex militantes del MLN Rosario Barredo y William Whitelaw. Era sólo una muestra del horror. Poco después se desataría la caza masiva a los militantes del PVP y otros grupos. Veinte años más tarde, el 20 de mayo de 1996, tenía lugar la primera Marcha del Silencio, en recuerdo de todos los desaparecidos de la dictadura. “La marcha”, como se la conoce, se convertiría con el tiempo en una de las movilizaciones que más gente convoca en Uruguay, año tras año, porfiadamente. Esta edición especial de Brecha evoca y reconstruye aquel año bisagra (La escalada del terror), dándole la palabra a gente que poco la ha tomado. A Gabriela Schroeder Barredo, hija de Rosario Barredo, por ejemplo, que hoy viernes marchará por primera vez por el centro de Montevideo con el retrato de su madre (“Empecé algo que no sé a dónde me va a llevar”). A Cecilia Michelini, hija del legislador asesinado y presidenta de la Fundación Zelmar Michelini (“Los asesinatos de mi padre, el Toba, Willy y Rosario nunca se investigaron”). Y a un ex militante del PVP, pareja de una sobreviviente de Automotores Orletti, que cuenta la cotidianidad del horror (Aquella locura). Los jóvenes integrantes del Equipo Jurídico del Observatorio Luz Ibarburu evocan a su vez el día a día de quienes en un contexto todavía insólitamente hostil intentan que se haga justicia (Ser y estar), mientras que el psicoanalista Marcelo Viñar habla de la trasmisión de la memoria del infierno vivido en esos años por las familias, y de los hilos sueltos del dolor que espesan el silencio (Los hijos sueltos del dolor).
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Aquella locura
Ex funcionario de la Facultad de Medicina, ex militante del Pvp y de sus precedentes libertarios (Roe, Fau, Opr 33), Augusto “Chacho” Andrés recuerda los días anteriores a las caídas masivas de integrantes de esa organización, entre ellos su compañera Edelweiss Zahn, que se convirtiera luego en una de las sobrevivientes del centro clandestino de detención Automotores Orletti.
Ex funcionario de la Facultad de Medicina, ex militante del Pvp y de sus precedentes libertarios (Roe, Fau, Opr 33), Augusto “Chacho” Andrés recuerda en estas líneas los días anteriores a las caídas masivas de integrantes de esa organización, entre ellos su compañera Edelweiss Zahn, que se convirtiera luego en una de las sobrevivientes del centro clandestino de detención Automotores Orletti.
Temprano en la mañana del 14 de julio de 1976 llegamos con Edel y nuestros hijos para dejarlos en manos de Margarita Michelini. No estaba. Esperamos diez, quince minutos y nos fuimos con una gran inquietud, pues Marga era siempre cumplidora.
Tomamos el tren hasta estación Rivadavia, a 30 metros de nuestra casa de la calle Dehesa, que habíamos abandonado hacía unos días. ¿A qué volvíamos? A buscar dos bolsas con ropa y comida que nos esperaban al lado de la puerta. ¿Eran imprescindibles? No. Pero teníamos el espíritu de defender peso a peso el dinero colectivo.
“Quedate con los gurises que en cinco minutos voy y vengo”, dice Edel.“Dale”, le respondo poco convencido, y me quedo con Julia, de 5 años, y Diego, de 3 y medio. Espero cinco, diez minutos y un poco más, dejo a los niños sentados en la estación y voy lentamente a un quiosco de venta de cigarros en diagonal con casa. Tengo la boca seca y las piernas me pesan. Trato de sonreír. El hombre, habitualmente dicharachero, me reconoce y palidece, y hace gestos con la boca mientras los ojos le bailan enloquecidos. Vuelvo a la estación y con los gurises tomamos el tren y voy a otro encuentro. Es con Ana Quadros. Ana ordena los contactos del loco León Duarte, es la llave de muchas cosas en la organización. Dejo a los niños sentaditos en la puerta de un boliche y camino por la vereda de enfrente, a media cuadra de la cita. Es una avenida muy concurrida. Doy otra vuelta por una paralela mirando, adivinando algo raro. Estoy angustiado y llego a la cita a la hora exacta. Nadie. Espero cinco minutos y un poco más y me voy caminando despacio. Me siento en un banco y trato de pensar. La angustia es total pues Ana es muy responsable. No sé qué hacer. De pronto me conmuevo. ¡Hace 45 minutos que dejé a mis hijos en la puerta de un café! Me siento como un criminal nazi.
¡Vuelvo y estaban!, acompañados de Daniel Bentancur, viejo compañero del Cerro e integrante de la organización. Daniel y otra compañera, Dorita, venían caminando por la calle y vieron a un par de pibitos con cara de asustados en la puerta de un café; y Dorita dice: “Me parece que son los hijos del pelado”, y se quedan con ellos. Fue un milagrito dentro del Cóndor. Me llevan a la casa de Sandra, hoy psicóloga, que me sube a la buhardilla. Hoy Sandra recuerda y dice: “Estabas shockeado y te costaba hablar, lo mismo que tus hijos, que te miraban sin hablar”.
Así terminó ese 14 de julio de 1976 donde no había nada que festejar.
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A la noche siguiente aparece Gustavo Insaurralde y retorno a un local de nuestro sector en el Pvp.
Paso a cohabitar con Jorge “Charleta” Zaffaroni, Emilia Islas y su hija Mariana, una bebé de pocos meses. Luego de los abrazos, el Charleta, con su humor negro, le dice a Gustavo, hablando de mí: “Trajiste a la niñera”.Y Gustavo me dice: “Unos días te vas a quedar acá, después veremos. Tratá de escribir sobre lo pasado en estos meses a ver si entendemos de dónde vienen los golpes”. Y fui la niñera. Con los golpes recibidos, las tareas de Jorge y Emi se triplicaron, y arrancaban cada uno por su lado temprano en la mañana mientras yo me quedaba con los tres niños. Trataba de pensar caminando por el gran líving, escuchando las quejas de Julia y Diego, que reclamaban por su madre y me acusaban: “¿Qué hiciste con mamá? Queremos volver con mamá. ¿Dónde están los juguetes? ¿Dónde está el osito?”. Mariana me seguía con sus grandes ojos mientras yo caminaba y caminaba. Me detengo y enojado le digo: “¿Qué mirás?”. Y se ríe y me río y todos reímos.
Recuerdo los meses felices, los de antes de la locura. Por ejemplo, una pantera rosa de cara gordita y con panza que componía un cartel de dos metros de altura en el techo de la casa anunciando que allí, “próximamente”, se abriría una guardería infantil. Las tres maestras encargadas, compañeras nuestras, ponían sus cuatro niños como primeros educandos. Iba a ser una fuente de subsistencia genuina. ¡Nada de rentados! Recuerdo también el local de edición y el de fotografía recién terminados: tres metros bajo tierra a pico y pala, en el verano porteño. La iluminación quedó perfecta. Y las paredes antihumedad y el nivelado y el sistema de ventilación y la insonorización… Como un niño, yo bajaba a leer el diario y conversaba con las paredes. Gerardo Gatti venía todos los días a ver la obra, pedía un pico y trabajaba veinte minutos hasta quedar muerto. Un día de junio faltó, y al otro día y al otro y al otro. Pero los cinco del local decidimos hacerle confianza y quedarnos. Después desapareció el flaco Rodríguez Larreta, pero Raquel, su compañera, quedó en su casa aparentemente sin problemas. No era así. Nos quedamos un par de días más en Dehesa y, con una enorme tristeza que nos dejaba mudos, nos fuimos.
Después hubo gente apurada en irse para Europa, incluso alguno de la dirección de emergencia. Y casos como el mío, de conducta suicida. Durante meses seguí con mis hijos en esa Buenos Aires infernal, me pasaron las cosas más espantosas y rechacé la ida como refugiado a Estados Unidos. Carter nos había aceptado a mí y a los dos niños. Luego desprecié Suecia y Suiza, pese a la desesperación del francés Guy Prim, encargado del Acnur en Argentina. Me subí al último avión, el 14 de diciembre, con destino a París, junto al senador Enrique Erro e Ignacio Errandonea, hermano de nuestro desaparecido compañero Pablo, entre otros sobrevivientes. Quería pagar el pecado de estar vivo, el pecado de no poder correr la suerte de todos los otros, de Edel y Gerardo en primer lugar.
(Augusto Andrés llegó a París a fines de 1976 y permaneció solo junto a sus hijos hasta que Edelweiss Zahn, su compañera, se les unió tras su liberación, en 1978. Sobreviviente de Orletti, Edel había sido trasladada a fines de julio del 76 desde Buenos Aires junto a otros 22 de militantes del Pvp, y su detención fue “blanqueada” en Uruguay tras la fantasmagórica operación montada por los militares al mando de José Nino Gavazzo para hacer aparecer a un grupo de personas secuestradas en Argentina como arrestadas en Montevideo.)