Julio María Sanguinetti y tres marinos muertos

 El relato que no cae

Las declaraciones de Sanguinetti y el submundo de la derecha virtual.

Gabriel Delacoste

5 junio, 2020

El domingo fueron asesinados tres infantes de marina. Se trata de un hecho gravísimo, que produjo un enfático repudio en todo tipo de tiendas. Estos días el crimen comienza a aclararse, con varios sospechosos ya formalizados (véase nota de Venancio Acosta en esta edición). El domingo se repitieron los llamados a que la Justicia investigue, a no sacar conclusiones apresuradas y a ser prudentes con las especulaciones.

No faltaron, ese mismo día, los intentos de transformar el hecho en un proyectil en la disputa política. Una de las formas de hacerlo fue la de Jorge Gandini, que tuiteó que lo que ocurrió fue “el costo de dejar crecer el narcotráfico durante años”. Una parte de la derecha uruguaya tuvo una corazonada bastante concreta. Reproduzcamos fragmentos de otros tuits de ese día: “Al estilo Tupamaros, ejecutaron a 3 Marineros y le sustrajeron sus armas en el Cerro. Estamos en Guerra, lo podrán entender las autoridades”, “Esta vez fueron tres Marinos. ¿Otra vez quieren volver a aquel horror de 1972? ¿Otra vez terrorismo?”, “Esto es un declaración de guerra”, “Mano dura con estos echos [sic] y esperemos que no se vuelvan a repetir. O estaremos volviendo a los 60???”, “Los machotes Tupamaros mataron niños”, “Esta película ya la vimos”, “Desde hace años las guerrillas de izquierda y los narcos actúan juntos en varios países de América Latina desestabilizando las democracias y hasta gobernando. Porqué

[sic]

tendría que ser diferente en Uruguay?”.

A estos tuits de ilustres desconocidos se sumó el del consultor político Luis Costa Bonino: “[Lo que pasó fue] una ceremonia horrorosa de aniversario en recuerdo del asalto al Centro de Instrucción de la Marina, hecho por el Mln-Tupamaros a fines de mayo de 1970. Más allá de quien lo haya hecho, es un crimen político”. Estas no pasarían de ser especulaciones espontáneas de derechistas silvestres si no hubieran sido acompañadas de las declaraciones del expresidente Julio María Sanguinetti: “A los que tenemos algunas historias vividas de los tiempos de violencia se nos vino a la memoria lo de mayo de 1972, cuando cuatro soldados que estaban haciendo guardia fueron también asesinados. Aquellos eran tiempos de violencia política, hoy estamos en tiempos de violencia delictiva”.

Cuando el crimen se empezó a aclarar, estas especulaciones quedaron en ridículo. Pero siempre algo de lo dicho queda. Que un hombre mayor como Sanguinetti, ante un hecho impactante, recuerde su juventud como ministro de Bordaberry no es algo tan raro. Pero que muchos salgan simultáneamente a repetir una especulación delirante que no tiene nada que ver con lo que efectivamente sucedió puede significar algo.

Hace tiempo que los sectores más estridentes de la derecha levantan la idea de que la izquierda uruguaya está asociada a las actividades del narcotráfico. Muchos discursos sobre la inseguridad y la corrupción, si se los escucha con atención, trabajan para esta hipótesis. La idea es tratar a la izquierda como una organización criminal, del mismo modo que se hizo en Brasil con el PT y en Argentina con el kirchnerismo. Es una forma de preparar el terreno para la persecución política. Esto, por cierto, no tiene nada que ver con enfrentar el narcotráfico. Si el interés fuera ese, quizás, más que imaginar tramas tupamaras, convendría seguir la pista del establecimiento rural donde se encontraron unas toneladas de cocaína en diciembre.

El arco reflejo de imaginar tramas de tupamaros y marxistas no es algo nuevo en Sanguinetti y sus correligionarios colorados. Para un martillo todo son clavos. Agitar esos cucos le sirvió en el debate de 1994 contra Tabaré Vázquez, pero ya no en 2004, cuando un spot desesperado no evitó que el Mpp se convirtiera en la lista más votada del país, como en 2009 no sirvieron las especulaciones sobre un vínculo tupamaro con el caso Feldman. Esta obsesión está en el núcleo de su pensamiento sobre la historia política uruguaya, para el que Uruguay era una democracia ejemplar hasta que en los sesenta la izquierda dejó de creer en ella, lo que provocó el golpe. Para él, lo central no fue ni la crisis económica, ni la deriva autoritaria a partir del pachequismo, ni la demanda de orden y ajuste por los sectores empresariales, ni las ideologías de ultraderecha alojadas en las Fuerzas Armadas, ni la promoción de autoritarismos anticomunistas por Estados Unidos en la Guerra Fría.

En su libro Sanguinetti. La otra historia del pasado reciente, el antropólogo Álvaro de Giorgi narra cómo el expresidente fue construyendo e instalando, a lo largo de los años, la versión uruguaya de la teoría de los dos demonios.1 Aunque pasen los años, Sanguinetti no pierde la oportunidad de machacar con su cuento. Es un gran constructor de relatos: logra presentarse como un pacificador, aunque fuera un gran organizador de razias; como un pluralista, aunque ordenara censuras; como un modernizador, aunque su Foro Batllista fuera una de las grandes redes clientelistas de la historia uruguaya; como un batallador por el Estado de derecho, aunque fuera el arquitecto de la impunidad.

La derecha uruguaya y sus intelectuales están, con notable disciplina, intentando imponer un lugar común: que “cayó el relato” de la izquierda. Mientras tanto, reflotan un viejo y peligroso relato, que justificó lo ocurrido en los peores años de nuestro país.

  1. Montevideo, Fin de Siglo, 2014.

 

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