CRYSOL: historias de desobedientes

Historias desobedientes 

12 julio 2022

En la tarde de ayer, la Comisión Directiva de Crysol recibió a Ana Laura e Irma Gutiérrez dos de las integrantes del colectivo Historias desobedientes. Ambas son hijas de un represor que estuvo asignado al 300 Carlos en el Servicio de Armamento del Ejército durante el terrorismo de Estado.

Fue un precioso momento compartido y el inicio de una relación de trabajo que seguramente se profundizará con el paso del tiempo.

Crysol se puso a las órdenes para todo lo que sea necesario por dicho colectivo. Cuentan con nuestro total respaldo para crear las condiciones de Nunca más terrorismo de Estado.

En la foto, ambas hermanas posando con algunas de las compañeras que asistieron a la reunión de la Comisión Directiva.

A PROPÓSITO DE LA MUERTE DE MIGUEL ETCHECOLATZ

Desobediencias

Samuel Blixen
15 julio, 2022

La muerte de uno de los genocidas más siniestros del Río de la Plata pone nuevamente  en perspectiva los paralelismos del terrorismo de Estado en las dos orillas: la misma guerra sucia, el mismo Plan Cóndor, la misma impunidad, la misma debilidad de la Justicia, la cada vez más firme conciencia popular para exigir verdad y justicia. Y ahora también la irrupción de hijos de represores que toman distancia de sus progenitores, actitud que en Uruguay es aún incipiente.

 

El represor argentino Miguel Etchecolatz.

[…]

vamos a festejarlo
a no ponernos tibios
a no creer que este
es un muerto cualquiera
vamos a festejarlo
a no volvernos flojos
a no olvidar que este
no es un muerto cualquiera
a no olvidar que este
es un muerto de mierda.

Obituario con hurras

Mario Benedetti

Este poema no solo reivindica una verdad a menudo oculta por la hipocresía y las buenas maneras («A no decir/ la muerte/ siempre lo borra todo/ todo lo purifica/ cualquier día/ la muerte/ no borra nada/ quedan/ siempre las cicatrices»). También festeja la muerte por los sobrevivientes («Los inocentes/ Los damnificados /Los que gritan de noche/ Los que sufren de día»). Este poema está dirigido, claro, a nuestros genocidas; a los hitlercitos de la seguridad nacional en el Cono Sur; a quienes, a diferencia de Adolfo, se aferran a la vida y a los 80, 90 años pelean cada centímetro de impunidad; a quienes reivindican sus crímenes, pero sepultan sus secretos para no quedar expuestos en el estercolero de sus indignidades. No hay honor, por supuesto, ni decencia en la explotación mediática de su condición de ancianos, de viejitos inofensivos para eludir la cárcel, mientras las mujeres violadas y los torturados siguen gritando de noche y sufriendo de día.

Pocos como Miguel Etchecolatz tienen los mayores méritos para reclamar la dedicatoria de estos versos de Mario Benedetti: murió el sábado 2 de julio, a los 92 años, y su muerte fue muy ruidosa, muy festejada. Comisario general, director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, mano derecha del general Ramón Camps, fue el responsable directo de cerca de 21 centros clandestinos de detención en la Provincia de Buenos Aires. De sus innumerables crímenes, su sadismo en la tortura (de la que participaba, además de supervisarla) se destaca el episodio conocido como La Noche de los Lápices, el secuestro y la tortura de diez adolescentes, estudiantes de secundaria, movilizados en La Plata en reclamo del boleto estudiantil, que la dictadura calificó como «subversión en las escuelas». Seis de ellos fueron asesinados y sus cuerpos nunca fueron hallados.

Etchecolatz se superó a sí mismo cuando fue fotografiado con un papel manuscrito en sus manos, en el que podía leerse: «Jorge Julio López secuestrar». Ese sería el segundo secuestro del albañil López. En el primero sobrevivió, después de vivir un verdadero infierno en un centro clandestino de detención. Testigo en el juicio que instruyó el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, en 2006, contra el comisario general por los delitos de secuestro, tortura, robo de bebés, asesinato y desaparición forzada, su testimonio, conmovedor, culminó con la frase: «Etchecolatz era un asesino serial, no tenía compasión». Quizás fue en ese momento que el criminal escribió la nota que aparece en su mano en una fotografía. López no llegó a conocer el desenlace del juicio. Desapareció definitivamente.

Se estima que Etchecolatz fue personalmente responsable de unas 500 muertes. Cuando fue interrogado por un juez en uno de los tantos juicios que debió enfrentar, declaró: «Dicen que yo maté. Usan esa palabra hiriente. Y yo no maté: yo batí en combate, que es distinto; yo respondí a la agresión con el personal que tenía. Murieron muchos de los nuestros y de esos pobres jóvenes equivocados o mal orientados». Nunca aportó los datos que permitieran aclarar sus crímenes. María Isabel Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, falleció sin encontrar a su nieta, Clara Anahí Mariani, una beba de 3 meses que Etchecolatz quitó de los brazos de su madre, Diana, acribillada a balazos en un allanamiento en La Plata.

La figura de este criminal exhibe varios puntos de contacto con nuestra experiencia. Uno de los centros clandestinos bajo la responsabilidad de Etchecolatz fue la Brigada de San Justo, donde fueron interrogados y torturados decenas de exiliados uruguayos detenidos en 1975, en las redadas que comandó en Argentina el inspector Hugo Campos Hermida, jefe de la brigada de narcóticos de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia. Los secuestrados finalmente fueron sometidos a la Justicia y la mayoría cumplió reclusión en la cárcel. No ocurrió lo mismo con las víctimas de las redadas que comenzaron en diciembre de 1977 y se prolongaron hasta entrado 1978. En esos operativos participaron oficiales de la Armada Uruguaya y oficiales del Servicio de Información de Defensa que habían iniciado trabajos de inteligencia en Montevideo contra los Grupos de Acción Unificadora. Algunos de los que después fueron identificados como pertenecientes a la Unión Artiguista de Liberación fueron capturados en Buenos Aires y otros en pueblos de la Provincia de Buenos Aires. Los secuestrados, más de 20, fueron interrogados y torturados en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y el COT Martínez. Todos están desaparecidos.

El testimonio de una sobreviviente de Banfield, Adriana Chamorro, permitió conocer los nombres de los uruguayos que permanecieron en ese centro de detención hasta que fueron trasladados definitivamente, con destino desconocido. Entre los presos de Banfield estaba Aída Sanz, embarazada de ocho meses en el momento de su detención, en la localidad de San Antonio de Padua, Merlo, Provincia de Buenos Aires. Aída dio a luz a Carmen, hija de Eduardo Gallo, también desaparecido. El médico policial Jorge Antonio Bergés asistió el parto y robó a la bebé, que fue entregada a un matrimonio Fernández de la localidad de Quilmes. En su clínica de Quilmes, Bergés solía regalar niños recién nacidos. En 2001 Etchecolatz fue detenido por el robo de Carmen Gallo Sanz y condenado a siete años de prisión, junto con Bergés. En julio de 1999 Abuelas de Plaza de Mayo logró localizar a Gallo Sanz, que vivía junto con sus apropiadores con el nombre de María de las Mercedes. En 2006 se completó el proceso de restitución a la familia biológica. Gallo Sanz reside en Buenos Aires.

Etchecolatz fue condenado a prisión perpetua en diferentes ocasiones, lo que es un contrasentido, porque algunas sentencias fueron dictadas cuando estaba en libertad, y ¿cómo se puede estar en libertad condenado de por vida? Fue sentenciado en 1986, 2004, 2006, 2014, 2016, 2018, 2020 y 2021. La primera vez fue condenado a 23 años de cárcel como autor de 91 tormentos, pero la Suprema Corte de Justicia anuló la sentencia, en aplicación de la Ley de Obediencia Debida. En 2001 fue condenado a siete años por la sustracción de Gallo Sanz, pero en 2004 se le aplicó el beneficio del arresto domiciliario, debido a su estado de salud. En 2006 se le encontró un arma de fuego en la casa y volvió a la cárcel. Ese mismo año, al derogarse las leyes de impunidad, se reabrieron las causas que habían sido cerradas.

Cuando cumplió 88 años, en 2017, el Tribunal Oral Federal 6 le volvió a otorgar la prisión domiciliaria, por «padecer diversas dolencias». En la resolución, el tribunal citó solo parcialmente el peritaje médico e ignoró la conclusión que se oponía a concederle la prisión domiciliaria y afirmaba que estaría mucho mejor atendido en el Hospital Penal de Ezeiza. Etchecolatz se trasladó a un chalé ubicado a 3 quilómetros de Mar del Plata. Lo esperaba un cartel que decía: «Donde no hay justicia, hay escrache». La crónica del corresponsal de Brecha Fabián Kovacic contaba que ese fin de semana «alrededor de 5 mil personas se manifestaron cada día en la ciudad y frente a la casa que lo alberga, en el barrio Peralta Ramos, portando siluetas que le recordaban la ausencia del testigo Julio López y su condición de criminal con carteles colgados en los árboles de las calles con la leyenda: “El único hogar para un asesino es la cárcel” y ”Aquí vive un asesino”».

Como ocurre aquí con las jubilaciones de los terroristas de Estado, recién ese año, 2017, Etchecolatz perdió los beneficios como policía de la Provincia de Buenos Aires, al ser exonerado. Esos beneficios se mantuvieron, a pesar de las múltiples condenas, y, cuando finalmente se los quitaron, declaró: «Soy un prisionero de guerra». El último acto comenzó el 16 de marzo de 2018, cuando la Cámara Federal de Casación Penal revocó la prisión domiciliaria y ordenó que volviera a su celda. Esta vez no habría vaivén.

REALIDAD CERCENADA

En ese escrache de 2017, una de las participantes fue su hija, Mariana, quien en 2016 logró desprenderse de su apellido paterno y pasar a llamarse Mariana Dopazo: «Para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror». En el escrache, Dopazo confirmaba: «[Mi padre] es un ser infame, un narcisista malvado sin escrúpulos». Contó a la prensa que Etchecolatz golpeaba a su madre, a sus dos hermanos y a ella, y que, cuando su madre pretendió huir con sus hijos, la amenazó con pegarle un tiro: «Era un ser invisible, que usaba la violencia y no se le podía decir nada. Aparentaba tener una familia, pero nos tenía asco y era encantador con los de afuera». Dopazo recuerda un tiempo sin amigos, sin lazos, sin pertenencias, que califica como una realidad cercenada: «Nos cagó la vida. Pero nos pudimos reconstruir».

En esos días, Dopazo dio a conocer una carta que estremece: «Cuando oía sus pasos, sentía el perfume del terror. Y sí, haber convivido con un genocida me permitió conocer su esencia, su faz más verdadera. […] Cuando el juzgado de familia me autorizó a deshacerme del apellido teñido de sangre, para suplantarlo por el de mi abuelo materno, creí que había terminado una etapa. Sin embargo, la intención de beneficiar a los genocidas con el dos por uno me angustió y me impulsó a marchar por primera vez. Sentí que la Justicia había dejado de ser justa en materia de crímenes de lesa humanidad y empezaba a desampararnos. […] Crear una vida propia, a las sombras de mi progenitor, uno de los genocidas más siniestros de nuestra historia, fue muy difícil. […] Días atrás, mientras visitaba a mi familia, me enteré de que ahora tendrá el privilegio de irse a su casa. Ante semejante noticia, no puedo imaginarme lo que sentirán quienes lo sufrieron y menos todavía quienes deberán convivir con él, en el mismo barrio marplatense. Solo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos. Nadie puede venderme el discurso de la reconciliación ni el cuento del viejito enfermo que merece irse a su casa. Quienes conocemos su mirada, sabemos de qué se trata».

Dopazo fue una de los primeros hijos de represores que rompieron los lazos y dieron a conocer su voz de denuncia. Ahora decenas de ellos se movilizan en la organización Historias Desobedientes. Daniel Gatti, en Brecha (véanse «Espirales de violencia» y «Todos dañados»), ha seguido paso a paso el proceso de «clonación» de los desobedientes argentinos. «Con dos hermanas mellizas que se contactaron hace algunas semanas con los desobedientes argentinos, va creciendo, de a poquito, el número de hijos y familiares de represores uruguayos que toman distancia de sus padres implicados en delitos de lesa humanidad y están dispuestos a, algún día, hacerlo público», escribió el 6 de agosto de 2021. Con ello se confirman las múltiples similitudes de las experiencias argentina y uruguaya, que suman, a las mismas prácticas de guerra sucia, al mismo Plan Cóndor, a la misma impunidad, a la misma debilidad de la Justicia, la cada vez más firme conciencia popular de exigir verdad y justicia, codo con codo, ahora sumando a los desobedientes.

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